Julia
y el huevo de la serpiente
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Xilografía de Guillermo Martínez |
1
La lencería sexy de
la joven Julia, rojo italiano de dobles tiras largas, daba más estética y más
curvatura a sus nalgas. Ella se sacó de su dedo anular su anillo de piedra
preciosa que le había regalado su padre y lo dejó delicadamente en el velador.
El olor sensual de
su perfume Coco Chanel, de flor de jazmín y de azahar, hizo temblar a Pedro de
éxtasis con un deseo intenso.
—¡Qué bien hueles,
Julia!
Julia, con las
mejillas encendidas, la cabellera revuelta, apenas alcanzó a sentarse a
horcajadas sobre él.
Pedro eyaculó en
sus calzoncillos.
Ella suspiró
molesta.
—Shiu…
Julia se bajó de
sus piernas.
Bebió un sorbo de
cerveza.
Se puso su falda de
colores y su blusa de seda abotonada.
—Basta —se dijo a
sí misma, aunque el eyaculador precoz alcanzó a oír.
—Perdona...
—Naa, llevamos
meses y no funciona. Es irremediable. Tu roca se va a la primera, Pedro —dijo
ella con voz ronca pero aterciopelada.
—Pero...
—Basta, no quiero
tu bla, bla.
Fue al baño. Se
delineó las líneas debajo de sus ojos verdes, mirándose en el espejo.
—Mala suerte la
mía.
La insatisfecha
sintió que había entrado en una crisis de estilo y de deseo.
Era el preciso
momento de abandonar a su novio, el eyaculador precoz, un joven
estudiante de arte que no conocía el mundo. En lugar de pintar se iba a los
bares a hablar sobre unas elusivas teorías sobre un arte metafísico, una forma
banal de despilfarro.
Cuando ella volvió
del baño su voz de hastío no dudó cuando le dijo:
—Eres bonito pero
funcionas a destiempo. Mis expectativas no son tan exigentes. ¡Mira, mira
en lo que me estoy convirtiendo! ¡Mira, mira como mi juventud pasa vacía
de emoción!
—Te juro que me
esmeraré.
—Eres un
diagnosticado eyaculador precoz, además juegas play todo el día, ¿cómo tan
enajenado? Eso no es esmerarse.
Se colocó sus
zapatos rojos que la hacían verse más alta y más estilizada.
—No me dejes,
Julia.
—No soporto tu
penuria en la cama. Es malsano.
—Julia, no me
dejes.
Pedro estaba como
un perro herido, tenía el pecho hundido. Él la amaba como a una bella heroína
inalcanzable. Pero sabía que era de locos discutir con Julia. ¿Quién puede
discutir con el agua, el viento, o el fuego?
Ella tomó su cámara
fotográfica. Pedro estaba en calzoncillos en el centro del desordenado desván,
de ropas sucias apiladas. Lo vio bello y frágil. Lo presintió vulnerable
y tuvo ganas de preguntarle si estaba perdido o necesitaba algo. Mas no dijo
nada.
Ella salió dando un
portazo con su caudal de libido insatisfecha. Salir de allí fue como si se
bajara de un tren en marcha hacia la muerte.
—Con los hombres
hay que saber cuándo partir.
En la calle Julia
se dio cuenta que había olvidado en el velador su anillo con la piedra preciosa
que le había regalado su padre.
—Nooo.
No quiso devolverse
a buscar el anillo y siguió caminando.
—No volveré atrás.
2
La ciudad nocturna
estival estaba movida. Fue el verano más caluroso que se recuerde.
Julia caminó al
Stipper´s bar marcando sus tacos y agitando su colorida falda.
En sus fines de
semana Julia servía tragos en el popular Stipper´s bar de Las Condes del barrio
alto de Santiago, donde conocía bien la impostura social de la noche: sin
sustancia, sin historia, donde todos sonríen y se preocupan de la imagen.
Entró y caminó
hacia la barra. Saludó a su amigo Johan, un barman sueco de madre chilena.
Julia y Johan estudiaban juntos fotografía en un instituto. Habían realizado un
innovador cortometraje con tres cámaras fijas que funcionaba a 360 grados y que
recibió el halago de sus profes.
Se sentó en la
barra.
—Hola, Johan.
—¿Qué pasa, Fröken Julia, señorita Julia?
—Estoy estresada.
—¿Es tu novio,
verdad? ¿El nevrotiske?
Johan tenía una
grata capacidad de adivinar las emociones y el estado de ánimo de Julia que
generaba inmediata confianza.
—¿El nevrotiske?
A Julia le dio risa
la mezcla de español con una lengua extranjera.
—Ja ja ja,
nevrostiske. Sí. Mi novio difunto frente a una pantalla y sus juegos en red, su
vegetar presentista.
—¿Vegetar
presentista?
—Depresivo. Y
es mi vida, también, una vida sin sentido.
Johan le tendió la
mano con una gran sonrisa, se acarició su barba rubia de hipster y se arregló
su corbata de lazo.
—Dame tu mejor
cóctel, Johan. Necesito un poco de éxtasis.
—¿Doble?
—Dale con todo,
Johan. La moderación me hace fatal.
En una coctelera
Johan cortó hielo y lo echó en una copa de cristal, mientras se movía como si
estuviese bailando detrás de la barra. La chaquetita de Johan era corta y
elegante.
“Es tierno” —pensó
Julia.
Él siempre había
tenido una agradable actitud compasiva que generaba en ella un cinismo filial.
Julia, sin
quererlo, se focalizó por unos momentos en los glúteos de Johan. Julia
sospechaba de la ambigüedad sexual de Johan.
—Tiene un toque de
choklad —dijo él cuando le pasó el cóctel.
—No quiero ser un
tópico, una outsider más, una típica chica de polera negra.
—Pareces una
canción feminist.
—Es que tengo un
doctorado en malestar cultural.
—¡Qué cosas se te
ocurren, Julia!
—Malestar cultural:
vida vacía de sentido. Insulsa. Trivial. Vacío espiritual.
Ella echó un poco a
la broma su infelicidad amatoria. Le mareaba hablar sobre su vida privada. Hay
cosas sobre las que a Julia no le gustaba hablar. Se tomó un trago.
—¿En qué andas, fröken Julia?
—Quiero hacer un
cortometraje sobre el infierno. Ver el mal.
—Mira.
Johan le mostró la
revista gratuita La Panera, que se regalaba en los pubs.
—Wim Wenders
publicó un book llamado Los Píxels de
Cézanne.
Julia tomó la
edición mensual de la revista La Panera y la hojeó.
Era un artículo de
Wim Wenders sobre los cineastas Ingmar Bergman y Michelangelo Antonioni,
que murieron el mismo día, el 30 de julio de 2007.
—Bergman fue autor
de El Huevo de la Serpiente.
—Sí. La película la
vimos en el instituto.
Julia revisó el
artículo. Saboreó su cóctel y con su lengua persiguió un trocito de
hielo.
—Hum. Win Wenders
tiene una forma fílmica de escribir, como si fuese un guión de cine.
Wim Wenders
escribía en bloques visuales. En algunos operaba en versos, como si construyera
un poema, transformando las frases en imágenes visuales.
—Uno de los amigos
de Ingmar Bergman se llamaba Virgot Sjöman y también escribía sus storys en
bloques visuales y poétiker. Tenía una teoría de escribir guiones, el Sjöman
Style.
—¿Y cómo es el
estilo Sjöman?
—Con tres esencias.
Primero, skriver en bloques visuales
con oraciones cortas: Sustantivo y predicado. Punto aparte. El punto aparte lo
hace más fácil de leer. Segundo, prosa leve, direkt y clara. Tercero, la propulsión reside en el estilo, no en
la trama.
—Qué lindo. Me
gusta. Es lo que yo haré, un guión Sjöman Style sobre un film en
camino. Un Road Movie.
—Hágalo, fröken
Julia. Usted tiene talent.
—Eres tierno,
Johan.
“Estás rico” —pensó
Julia.
Tomó su cámara
fotográfica e hizo una foto de Johan, a contraluz del neón del bar.
3
Julia pertenecía a
una de las familias más antiguas de Las Condes.
Amó a su padre, un
hombre bueno y cariñoso. Cuando ella cumplió 13 años él le regaló una anillo
con una piedra preciosa.
En la base
sicológica de su empoderamiento femenino estaba vivo el conflicto familiar
incestuoso, unos traumáticos trapos sucios.
Su querido padre
tenía un hermano llamado Claudio, que desde pequeño envidiaba su suerte.
Un día el padre de
Julia apareció trágicamente muerto.
Durante una noche
de jolgorio, su padre habría caído desde el décimo piso del departamento.
La versión del tío
Claudio fue que habían estado bebiendo y que su padre borracho trató de
sentarse en el balcón mientras fumaba un cigarrillo, pero perdió el equilibrio
y cayó.
Diez pisos más
abajo, se reventó.
A los tres meses su
hermosa madre se casó con su tío Claudio.
Julia fingió no
entender nada del pronto matrimonio de su madre con su tío, al que percibía
como un halcón con garras letales.
Pero la conmovía un
cimentado trauma emocional y de encarcelamiento.
Despreciaba a su madre por haberse casado con su tío. Y soñó
a veces con decapitar a su tío, el usurpador.
¿Por qué su madre
quería casarse con su tío?
¿Por qué?
Así fue.
Un día viernes su
tío-padrastro llegó bebido a casa. Se sirvió otro whisky y así empezaría el
averno.
Miedo y pánico. Su
tío-padrastro se transformó. Ella era pequeña, 13 años y sintió impotencia.
Ella, a su corta
edad, ya sabía que nadie es intachable.
Su padrastro no era
bueno y era tétrico.
Julia tenía una ojeriza vigorosa. No confiaba en él, ni
menos en la dulzura de la bondad de su madre.
Esa noche hubo
gritos y golpes de mesa.
Igual ella intentó
defenderse.
Decía su verdad cruda, sin modales. Julia era una niña
terrible, en el sentido más literario posible: una enfant terrible.
Tal como su tío fue brutal y directo, Julia era feroz
y directa.
Julia era rencorosa, sí. E indócil.
Julia era valiente. Hay quienes
eran violados o destripados y ahí quedaban. Había jóvenes que se quedaban
rumiando en la pieza materna hasta viejos, y preferían ver las cosas inclinados
en su iPhone.
Julia no.
—Plaff.
La bofetada de su
funesto tío-padrastro la lanzó lejos.
Su madre gritó y se
abalanzó sobre él.
Saltaron las pinturas de las paredes y temblaron los cristales de las
ventanas.
Se separaron.
La relación con su
madre, que nunca había sido buena, mejoró.
Por las
circunstancias de haber vivido en un infierno. Y por carácter, el material de
la que estaba hecha, Julia era una muchacha irónica y taciturna, una lluvia
torrencial de pasiones, una femme metal sardónica.
A veces, ella no
sabía qué hacer con sus malos recuerdos.
4
Julia despertó con
el absoluto deseo de echarse a andar, el viaje le mostraría su destino.
“No voy a ser
cineasta por aburrimiento”.
Mientras la mayoría
de sus amigos sobreprotegidos llevaban una vida sedentaria, su interior le
decía:
¡Sal! ¡Al camino!
¡Haz tu voluntad!
Esas vacaciones
decidió formar parte de los linajes errantes de las autopistas al viejo estilo,
en un nuevo arquetipo femenino.
Estaba agobiada por
las presiones de su vida, así como por sueños incumplidos.
Mochila y cámara
fotográfica.
En su oreja sonaba
la banda francesa de metal Eths con la vocalista Candice Clot,
gutural y áspera en las partes duras.
“Maman mon cœur
voudrait cette nuit s'arrêter.”
Mamá, mi corazón quisiera que esta noche se detuviera
Las letras estaban inspiradas en la dolorosa niñez de la
cantante Candice.
“Estilo Virgot
Sjöman” —pensó Julia.
Bus en Santiago.
Cruzar la cordillera de Los Andes. Mendoza. Subir fotos a Facebook. Al otro día
tomó el bus a Córdoba. De Córdoba a Santa Fe. Después de unos días había
llegado al lago Yparacaí de Paraguay, un lugar desconocido para ella, salvo una
vieja canción llamada, “Recuerdo de Yparacaí”.
Tomó una barcaza y
desembarcó al otro lado de la costa, en San Bernardino.
Lo primero que la
alertó fue la siniestra voz del botero mulato:
—En el lago hay un
monstruo verde. El lago Ypacaraí, antes de aguas azules, ahora está infectado.
No hay futuro. Todas las tierras se convertirán en páramo.
La contaminación
había transformado el lago en un mierdal.
Caminó alrededor
del lago donde había ranchos, pubs, discotecas, restaurantes, pizzerías,
lomiterías, heladerías, bollerías.
En el camino se
encontró con varias iguanas muertas. No pudo evitar mirarlas con inquietud. Las
grabó con su cámara.
“Una premonición”
—pensó.
5
Miró hacia un
montículo. Hotel del Lago, 1888, decía el letrero de la entrada. Un
palacete de dos pisos, copia de las casas de la Costa azul francesa.
Entró al hall y fue
a la recepción donde tocó un pequeño timbre.
A los segundos,
arribó desde una escalera de estilo bastardo de Belle Époque, una joven mujer
morena, vestida con una minifalda blanca
y una blusa colorida. Bajó finamente los quince escalones, que alargaban los muslos de sus piernas.
—Hola, me llamo
Adonaí.
—¿Adonaí?
—Sí.
—Divino.
Era una hermosa
joven morena guaraní de piel plateada y delicada al caminar. Simpatizaron de
inmediato y, a pesar que recién se conocieron, sintieron que eran del mismo
linaje de mujeres.
Le entregó la llave
de la pieza 19.
6
Adonaí era también
cocinera y esa noche la invitó a la mesa en su cocina. La cocinilla tenía un
ventanal al lago y un amable olor de las hierbas, los condimentos y las sales.
Aliñó una salsa con ajonjí, hierbabuena y eneldo y se la puso al Chuipa Guasú, un
pastel en base de elote y carne de pollo picada con cebollines y azafrán.
El incremento
de sus percepciones sensoriales, especialmente el sentido del olfato, le abrió el apetito.
—Rico.
El ambiente tenía
un perfumado calor mientras le charló sobre comidas típicas, sus fusiones y
herboristerías de la cultura popular. Sentadas en actitud contemplativa,
escuchaban música bajo el crepúsculo rosa.
Adonaí sacó unas
copas de cristal. Sirvió un bajativo, un exquisito y alucinógeno licor dulce de
hongos traídos de su huerta y preparado por ella, en su botica de hechicera.
—¡Qué fragante!
La guaraní tenía un
cálido mundo propio, lento como vegetal, un valle llano y florido que protegía
a los perdidos.
Julia abrió su
corazón a la espiritualidad. Y sintió sus pies tan leves que parece que la
hicieron caminar por las alturas.
Dos mujeres en
comunión reconocieron que una mujer no es una cosa entre las cosas.
Se parecían, como
si ella fuese su doble andante. Todos tenían un doble, un opuesto y
complementario que camina al lado. De algún modo, Julia sintió que Adonaí era
ella. O bien, se había encontrado a sí misma. O bien, eran dos gemelas
separadas al nacer y que no se habían conocido hasta entonces.
Terciopelado el
aire de la noche, como si la brisa contuviera lo divino, se rieron primero con
un breve chillido, luego con un breve trueno. La candorosa guaraní de piel como
almendra, de pechos gruesos y olor de manzanilla, la magnetizó con la leyenda de
Ypacaraí, el lago que se había formado allí después de un diluvio. ¿Y cómo
habían nacido los tomates, los repollos acresponados? ¿Y las dulces sayas
negras o rojas como el fuego?
Fue tal la armonía
y bienestar —se sintieron livianas e ingrávidas— que no se dieron cuenta que
estaban tomadas de la mano.
7
Esa noche Julia no
supo qué hora era cuando se tendió endulzada en la cama de la pieza 19.
El sueño se apoderó de sus sentidos y le ofreció
ensoñaciones agradables. Soñó con una pradera verde con lirios y
algondoneros.
En algún momento
del suave sueño sintió que la rondaba un rumor o creyó escuchar voces en su
pieza, no estaba segura. Alguien la buscaba y la asediaba. Sintió que
levantaron su camisa de dormir. Algo le trabajaba el sexo, como si fuese un
colibrí.
—Oh.
Ella vibró y
sollozó.
Sus
sensaciones perversas, confusas y
altamente insanas no se detienen sobre su enagua. Los vuelos de la enagua
hacían un bisbiseo, un susurro.
Escuchó un gruñido.
Entonces, como si
se hubiese hundido en una cruel dimensión desconocida, ella lo vio.
Era un monstruo
surgido de la pared. Su figura le pareció incluso sugestiva, con una barba muy
cerrada y unos grandes bigotes negros. Se mantuvo en cuclillas, pero en una posición torcida.
Hay además alguna cosa negruzca que se enrosca a su alrededor, como una víbora.
Julia le preguntó:
—¿Quién eres?
Curiosamente, él le
respondió:
—Soy un apéndice
monstruoso que me sale de la cabeza.
El monstruo parecía
que tenía ganas de contar sus desvelos y sus penas.
—Desde hace muchos
años que permanezco en esta habitación.
Ese era su
principal desazón. Por lo demás, explicaba sin amargura.
Julia tenía miedo,
pero se interesó en él.
Era un hombre
sangrante y que ahora se sentó en una silla de la pieza, se agarró su gran
bigotón como manubrio de bicicleta, dudó, vaciló, dio gritos de dolor y de ira
y pronunció palabras raras de un idioma que parecía alemán. Luego tuvo momentos
de compasión y vacilación. Va y viene. Bebió un alcohol desde una botella
de Jägermeister. Gritó algo. De pronto, el demoniaco volvió sobre ella con
maléficas intenciones.
¡Razas inferiores!
Eso creyó ella
escuchar.
El demonio la
intentó manosear.
Manifestó su deseo
incontrolable de violar.
Llevaba un tatuaje
en un brazo.
A ella le comenzó a
doler el bajo vientre, como si tuviera un pequeño bichillo alienígena
penetrando su interior.
Era un dolor
reconocible, como si sufriera de un desprendimiento violento del endometrio.
Ella vio saltar sangre, una sangre rojiza oscura, una sangre gruesa y marrón
negruzca igual al color de la sangre de su menstruación. Un sacrificio de
sangre espesa como de moras.
—¡No! ¡No!
Julia saltó de la
cama, prendió la lámpara del velador.
El hombre o la
bestia se diluyó en luz. No había nadie. No había sangre.
Julia tomó una
cobija, se abrigó y fue a abrir la puerta.
Se trabó. No abrió.
Gritó.
¡Adonai!
Julia rompió una
ventana.
Salió por el
pasillo, un espejo del fondo la confundió y tropezó. A tumbos fue en busca de
Adonaí.
8
En
la cocina, Adonaí le preparó un
té de pensamientos.
—Beba y cálmese.
—Era un hombre, un
hombre de bigote… —balbució Julia mientras sopló la taza hirviendo para evitar
quemarse la lengua.
—Oh, dicen que allí
en esa pieza se suicidó Bernhard Förster —dijo Adonai.
—¿Quién?
— El racista
alemán.
—¿Alemán?
—¿Usted no sabe
nada?
—¿Qué?
—Allí se mató
Bernhard Förster en 1889 con estricnina.
—¿Quién es Bernhard
Förster?
—Una SF. La Sombra
Fraude, un líder mesiánico alemán que fundó aquí la colonia germana en 1886, la
Neu Germania, un loco sueño racista. Creía que eran una raza humana
superior. Era una verdadera bestia a la hora de tratar a los guaraníes.
—¡Oh! ¡Me ha
cogido un demonio!
—Encaprichado
con poseer tu alma.
—¿Por qué a mí?
—Eran rapaces.
—Uh, lo mismo
hicieron después los alemanes en La Colonia Dignidad, en el sur de Chile.
—¿Sí?
—La falacia nazi
fue un averno llamado Dignidad, un enclave racista liderado por el
pedófilo y nazi Paul Schäfer en el sur de Chile.
De madrugada mientras Adonaí preparaba el
desayuno con tortilla, mandioca frita y revuelta con huevos y café, le contó la
historia de su pueblo, una breve antropología social.
—Los sociópatas se
creían superiores, pero la selva espesa, las lluvias abundantes, el suelo
arcilloso y seco, las picaduras de los mosquitos y los animales salvajes, los
derrotó. Lo que iría a ser la tierra prometida aria, fue su infierno. No
resistieron y Förster se refugió en la pieza 19 del Hotel. Tomó morfina y
estricnina, y murió el 3 de junio de 1889. Su mujer, Elisabeth Nietzsche, lo
enterró en el cementerio alemán.
—¡Oh!
—Llegan muchas
cartas para el 3 de Junio, el día de su muerte.
—¿Dónde está el
cementerio?
—En el alto. Se
puede ir caminando.
Julia terminó de
beber su té y salió con su cámara.
Sintió su juvenil
pulsión de ir al cementerio. Sentía que algo le estaba diciendo su destino y la
llenaba de sentido.
Tenía miedo, sí.
Pero quería ir.
“Lo que no me mata,
me hace más fuerte”
“Sjöman Style”,
pensó Julia.
—Cuídese, Julia. Es
el inframundo.
—El miedo no
ganará.
10
Al subir vio una
ladera y no le extrañó que la alta zona sombría estuviese rodeada de una
leyenda de oscuro misterio que infunde terror. Los arboles crecían muy juntos y
sus troncos eran anchos.
Deutscher Friedhofd, decía en el portal del cementerio.
Julia caminó por la
lúgubre y estrecha vía central, la calle del Ataúd, donde había demasiado
silencio.
Un gato negro se
cruzó intempestivamente y le produjo alucinación y espanto.
El suelo estaba
blando y húmedo y copado de musgo.
Allí encontró la
tumba, una piedra con un epitafio en alemán:
"Die Liebe Höret nimmer auf".
El Amor nunca
falla, (Corintios, 13).
Prendió su cámara y
empezó a grabar.
11
En 1933, Adolf
Hitler visitó a Elisabeth Nietzsche, la hermana de Fredrick Nietzche. La señora
era tan diabólica y manipuladora como longeva. Con 85 años ella organizó una
interesada ceremonia en homenaje a su hermano.
Usando a su hermano
como blasón, ella caminó hacia el Führer y le entregó el bastón de
Nietzche.
—Gracias, Adolf
Hitler. Y no olvide a mi Bernard que murió en Paraguay —le siseó como
serpiente, la pérfida viuda Elisabeth Nietzsche.
—No lo olvido.
Bernhard Förster fue un profeta ario que llegó antes de tiempo —dijo Hitler.
Hitler salió de
allí con el bastón en la mano. El lugar estaba lleno de adeptos fanáticos, que con voz firme y clara
y con el brazo derecho extendido y con la palma hacia abajo, vociferaron:
—Heil Hitler, Heil Hitler, Heil Hitler.
Unos días después
se realizó otro vulgar esotérico rito funerario nazi con banderas y teas
encendidas. En un altar pusieron tierra germana que se bendijo. Esa tierra
consagrada de violencia nazi viajó en barco hasta San Bernardino.
Cuando el barco
llegó a Paraguay se organizó otro litúrgico. Nuevamente hay banderas y teas
encendidas de odio.
Efebos alemanes
nazis vaciaron los paquetes con tierra alemana sobre la tumba de Bernhard
Förster, un antisemita y nazi avant-la-lettre, plagiario, utópico,
falsificador.
La tierra pura
germana para un cadáver puro ario.
Tumba envenenada de
odio racial.
12
Julia grabó la
lúgubre tumba de Bernard Förster.
—Aquí estás,
demonio..., rodeado de tu tierra contaminada, violento nazi, él mismo que
anoche me asaltó en mi pieza, y me provocó dolores y sangre de
menstruación.
Ahora Julia no
estaba soñando. El ambiente era post apocalíptico. Julia sintió miedo. No podía
dejar de sentir un temblor, como si la tierra blanda aria se moviera debajo de
sus pies.
—¿Está temblando?
La tierra de la
tumba se sacudió y vio salir un gusano, y unos necróforos sobre masa
putrefacta, quizá el nacimiento sangriento de una criatura demonológica con
ojos iluminados.
Dio un grito y
saltó hacia atrás.
—Atrás infeliz
—gritó Julia.
De su cámara salió
un rayo protector, un flash, una magia del caos, una energía mística que
incendió la tumba.
Bajó rápidamente
hasta el hotel.
Hay cosas que se
revelan en el camino, pensó Julia.
La verdad solo se
encuentra caminando.
—No son banales,
son el mal.
13
Julia estaba
vulnerable.
Ingmar Bergman
produjo la película El Huevo de la Serpiente en 1977. Una sociedad apática
engendró un huevo de serpiente, un monstruo nazi. Una pesadilla de la que
cuesta despertar.
—Un huevo que ahora
está creciendo en América Latina —pensó.
Esa noche Julia no
quiso dormir en su cama de la pieza 19.
—Ya no me atrevo.
—Quédate en mi
pieza.
En la pieza Adonaí
hablaron de sus miedos y las pócimas y otros sortilegios para
enfrentarlos.
Adonaí con
delicadeza, como si temiera equivocarse, le tomó la mano derecha y le puso un
anillo guaraní con esmeralda de tono verde intenso. Pareció que brilló en su
dedo.
—Es una argolla
mágica
que abonará tu espíritu, tu creatividad.
—Gracias, Adonaí.
—¿Has oído sobre la
Cámara de Lejía?
—El oficio de las
brujas y los círculos mágicos.
Ellas hablaron en
voz baja sobre conjuros donde las mujeres sanan a las mujeres. El misterio es
sanador.
—Odia al mestizo…
—¿Cómo?
—Ven, acompáñame.
Julia y Adonaí
fueron hasta la pieza 19.
Se prepararon para
el ritual de antiguos saberes femeninos.
—Arrodíllese.
Adonaí cantó una
letanía en guaraní.
—¡Haz callar
al enemigo y al vengativo! Haz que
muera en el caparazón.
La clave
del ritual está en la palabra secreta y profunda de su lengua.
—¡Ha ore pe'a opa
mba'e vaígui!
Roció el lugar con
un veneno en base a manzana podrida y agua de lluvia. En el rincón donde había
aparecido el alemán, ambas se bajaron los calzones.
Orinaron, un viejo
y clandestino ritual mágico de indias para contener espectros.
—Bebe un rico vino,
maricón.
Ese era el secreto.
La mejor sangre ritual era de la luna, mensual, a su propio riesgo y peligro.
Ellas confrontaron
el esoterismo nazi con la magia y hechicería femenina latinoamericana.
De pronto, pareció
que la muralla se hubiese llenado de hongos.
—Je, je, je, ahora
seremos súper heroínas —sonrió.
—Juntas somos
dinamita.
—Juntas lo
hicimos, juntas nos sintieron.
14
Pasaron juntas esa
ventura solidaria y misteriosa, las dos bellas comadres, entre la hermosura y el miedo, pero, a la vez, con
decisión femenina. Esa noche la morena mientras le acariciaba la suave mejilla
a Julia, le contó en su oído, abriendo
sus ojos negros, muy hermosos ojos negros, cosas que quizá ni habían sucedido,
ni ocurrirían en lo sucesivo.
Julia descubrió que
el secreto metafísico para encontrarse a sí misma empezaba al
terminar la adolescencia.
“Estabas aquí antes
que yo”
"La vida
es un soplo excepcional"
Por la madruga,
Adonaí la despertó:
—Despierta, mi
Julia, despierta, afuera está todo convulso.
—¿Qué sucede?
—Han prohibido
acercarse al lago. Se puso verde y fétido. Muchas toxinas. Se dice que
engendros verdes han empezado a surgir del lago.
Julia recogió su
mochila.
Ya era suficiente.
Era el momento del
viaje de regreso.
—Vente conmigo,
Adonaí.
—Yo soy de aquí,
Julia. Debo luchar por lo mío.
Se abrazaron.
Se revelaron unas
lágrimas sinceras, pruebas de sufrimiento emocional.
Había llovido
torrencialmente. El cielo estaba sombrío, silbaba lúgubre el viento. Entre una
densa neblina vagaban y aullaban los perros amedrentados. La campana de alguna
arruinada iglesia daba misteriosos sonidos de maldición y anatema. En el suelo
Julia vio mosquitos y caimanes muertos.
Turistas
intimidados subían al bote y se marchaban.
Desde lejos, a
medida que se alejaba en el bote, Julia vio la contaminación del lago y la
aterradora crisis ambiental.
—El lago se llenó
de inmundicia —dice el temeroso botero. Algo empuja desde abajo y los muertos
del cementerio aparecen en al agua. Los muertos la tumba dejan.
“Es como si los
huevos de la serpiente se hubiesen quebrado”
—pensó ella.
Era hora de volver
a casa.
15
¡Ping!
Ella miró su
whatsapp.
Pedro, su ex novio,
el eyaculador precoz, se había suicidado.
Bajo la lengua del
cadáver encontraron el anillo con la pequeña piedra brillante que le había
regalado su padre y que ella había olvidado en el desván de Pedro.
Se miró su nuevo
anillo guaraní en su mano derecha.
“La realidad es
espeluznante. Cada vida genera un anillo”.
Julia recordó a Pedro, solo, en medio de su desván
desordenado, y recordó sus ganas de abrazarlo o de salir corriendo.
De abrazarlo, por su belleza y por su fragilidad: porque lo
presintió vulnerable.
Y las ganas de preguntarle si estaba perdido o necesitaba
algo.
Un joven en su desván, solitario, noble pero monótono, sin
sentido, y el presagio del horror que
vendría y que ella configuró con espeluznante nitidez.