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No hay nadie esta mañana fría.
Una sencillez y decoro protestante, un minimalismo estético.
Entra un escritor, ya viejo, ya fracasado. Ya malogrado de modo definitivo. 86 años.
A los 86 años conoce, o cree conocer (que es lo mismo), su destino.
Sabe a que vino a la tierra.
Sabe que ya no le queda nada.
Este hombre que entra al Cimetière des Rois de Ginebra sabe que su obra no lo trascenderá.
Ni un párrafo, ni una línea lo salvará.
Se planta frente a la tumba D-735 del Panteón.
La piedra tiene un dictado: Jorge Luis Borges (1899-1986). "Y jamás temieron".
El escritor fracasado ha decidido también morir en Ginebra, como su maestro.
El brandy y el frío lo ponen nostálgico.
Piensa en abrazar la piedra.
Se contiene.
No debo ser patético, dice.
El escritor cree que su destino era el fracaso y desea ser leal al destino.
Coloca la mano sobre la piedra.
Se ilumina desde dentro.
El escritor sabe ahora, en un segundo, que su destino era la lucidez.
La clara humildad de un escritor que acepta su fracaso.
Ginebra, febrero 2005
Ver más sobre Borges:
Evangelio según San Borges
El fin