jueves, mayo 19, 2022

Matar al poeta. Falló el diagnóstico de amigos y asesores. Por Omar Pérez Santiago, escritor.

 


El poeta galés Dylan Thomas murió de neumonía en 1953 a los 39 años. Sus amigos, sin embargo, le diagnosticaron erróneamente Delirium Tremens.

Mal diagnóstico llevó al desastre.

Ese traspié de diagnóstico ocurre en la medicina. Pero también acaece en la política. De derecha o de izquierda. De gobierno o de oposición.

El mal no está en el moribundo. Está alojado en sus amigos o asesores. Sus camaradas imaginan un diagnóstico de modo que calce con sus prejuicios.

Dylan Thomas cumplió 39 años el 27 de octubre de 1953 y ese día estaba en la taberna White Horse de Manhattan. Entonces le dijo a Liz Reitell, su amiga y amante de 33 años, que se sentía como el ajo. Estaba enfermo. Se fue al hotel Chelsea, donde hospedaba.

Sus dos amigos más cercanos -el poeta John Malcom Brinnin y Liz Reitell-, insistieron que Thomas sufría Delirium Tremens.

Dylan Thomas había dado recitales gloriosos en Nueva York. Cientos de fans lo aplaudían de pie. Fue su victoria protagónica. Luego era el trasnoche, la marcha nocturna de bar en bar por el Greenwich Village, centro de la dulce bohemia de artistas. Sí. Dylan Thomas era una especie de chico malo atractivo de pelo ondulado, que bebía, perseguía mujeres y contaba anécdotas joviales. Sí. Era un embaucador. Sí. Dylan Thomas era dipsómano. Sí. Bebía. Sí.

Sí. Sí. Sí. Pero. Pero. Pero.

El alcohol no tuvo mucho que ver con su muerte. Thomas murió de neumonía. Tenía fiebre, no podía respirar.

El día 4 de noviembre estaba en cama en el Chelsea y se sentía cada vez peor. Llamaron al médico, un tal Milton Feltenstein, que le dio morfina. Dylan protestó, pero no le sirvió de nada. La morfina le provocó un severo ataque de náuseas. El paciente se comenzó a poner azul. Llamaron una ambulancia y lo llevaron al St Vicent Hospital. Dylan entró en coma. Ya no volvió a despertar. Cagó. El día 6 de noviembre le practicaron una traqueotomía. Un hoyo en el cuello para respirar.

John Malcom Brinnin, Liz Reitell y los médicos pasaron 5 días sentados alrededor del moribundo. Se daban vuelta en lo mismo: Delirium Tremens, gastritis alcohólica, cirrosis, crisis hepática, envenenamiento alcohólico, shock diabético, etc.

El 9 de noviembre Dylan Thomas muere en el St Vicent Hospital.

¿Por qué murió el paciente?

El poeta galés Dylan Thomas murió a raíz de una triste y lamentable negligencia médica. El médico aceptó el diagnóstico del delirium tremens sin auscultar al paciente. No hubo pruebas diagnósticas que, dada la sintomatología del paciente, estaban indicadas realizar. El diagnóstico erróneo inicial arrastró un error de valoración de los otros médicos del hospital. El grosero error  agravó al paciente. El procedimiento dispensado era el contraindicado y generó un daño mortal.

El mal no estaba en Dylan Thomas. El mal estaba en su entorno, sus amigos. El error puede ser cognitivo, como dicen los sicólogos. Es decir, son procesos (un complejo de superioridad, por ejemplo) que los hace adaptar la evaluación a sus propios prejuicios adquiridos.

¿Por qué?                                          

1.     No leen los síntomas. No son observadores.

2.     Se dejan llevar por sus monomanías adquiridas.

3.     Tienen falta de capacidad adaptativa para ver una nueva realidad.

4.     Tienen incapacidad para salir de su visión de grupo, de cofradía cerrada.

5.     No saben cambiar de opinión, ni tienen apertura mental.

6.     Se toman las cosas de forma personal. Creen que es un asunto moral.

7.     Pierden el humor y tratan de hacerse los listos. Obstinados.

8.     No son versátiles, no saben buscar una nueva forma de ver.

9.     Dejan pasar el tiempo.

domingo, mayo 01, 2022

Elon Musk ¿Cómo ganará dinero con la compra de Twitter? Por Pérez Santiago

 



Revista Off The Record, Mayo 2022
               

En mi novela “El Pezón de Sei Shônagon” (Los Perros Románticos, 2018) cuento la historia de una joven japonesa. Era admirada y alabada en la escuela de arte de la Gedai de Tokio, por su referente: su perfecto pezón. Un día, su ingenuo novio sube a las redes una foto de sus bellos pezones. En un vertiginoso proceso, Sei Shônagon logra las bondades efímeras de la fama virtual en las redes sociales. Se convierte, de cierta forma, en una imagen digital o un nuevo tipo de animal digital. Se explota a sí misma voluntariamente. Ella ya no amaba a un ser de carne y hueso. Todo tenía que estar en gigas, o no era seductor para ella. Así Sei Shônagon se valorizó en el mercado del arte de las redes sociales, en spams y motores de búsqueda. Una máquina digital barata y persuasiva funcionó gratis para que Sei Shônagon expusiera sus hermosos pechos. Me gusta, Me gusta, Me gusta. Mientras ella recibía más Me gusta, ella era más feliz. Así, Sei Shônagon  logró el sueño bastardo de ser famosa en las vidrieras de las redes sociales. Deseaba ser una influencer  a base de estar siempre conectada y propiciar el consumo de la belleza física y el sexo frío. En un vacío metafísico y complaciente domina un micro fascismo y un mercado de ilusiones inicuas.

Todo comenzó con pequeños cambios tecnológicos. En 2009 Facebook ofreció a los usuarios el botón "Me gusta" a los tuits. Con un clic. Ese mismo año, Twitter introdujo el botón "Retuitear", que permitía a los usuarios compartir un tuit o una publicación con todos sus seguidores. En 2012 Facebook copió esa innovación con su propio botón "Compartir". Los botones "Me gusta" y "Compartir" se convirtieron en la nueva forma de relación entre usuarios.

A su vez, el botón "Me gusta" creo datos sobre lo que más atraía a sus usuarios, el hoy célebre algoritmo. Facebook desarrolló algoritmos para brindarle a cada usuario el contenido con más probabilidades de generar un "me gusta", o "compartir". Y se demostró que los tuits que desencadenan mayores emociones, como la ira y el odio, eran los que tienen más probabilidades de ser compartidos.

Así surgió el sueño de crear un tuit que se “viralizaría” y te haría “famoso en Internet” por unos días. Andy Warhol y su profecía: “todos serán mundialmente famosos por 15 minutos”. La fama o la ignominia, digamos, pues Twitter fomentó la impudicia: Twitter fue un lugar desagradable, el edén de los más moralizadores y los menos reflexivos. Creció la indignación. Se propagó la ira nerviosa y explosiva, la turbulencia y las pasiones ingobernables. Calentó las pasiones.  

Las redes sociales magnificaron lo frívolo.

Las redes sociales amplificaron la polarización política; fomentaron el populismo; y están asociadas con la difusión de información errónea. Twitter trabaja sobre la ingenuidad de la psicología humana.

La indignación es la clave de la viralidad.

Si Twitter no logra despegar y continúa con un público estancado, entonces 

¿Cómo ganará plata Elon Musk?

1.      Reducirá el personal, como todo empresario rata.

2.     Buscará aumentar los ingresos publicitarios de las inversiones de las grandes empresas en publicidad.

Y entonces la pregunta clave es:

¿Qué hará Elon Musk para crear el interés de los inversionistas?

Fácil. Crear ruido.

Elevar la viralidad de Twitter. Generar controversias.  Más veneno para las masas. Más influencers tóxicos. Más Sei Shônagon. Más opiniones beligerantes. Dar chipe libre a los extremos. Liberar las mediaciones.

A


eso, Elon Musk lo llama libertad de expresión.

A Elon Musk, como todo multimillonario, no le importan las enfermas consecuencias sociales.



Escenas de la vida posmoderna: intelectuales, arte y videocultura en la Argentina de Beatriz Sarlo

Hace treinta años, el diario La Época de Chile publicó mi reseña del importante libro de Beatriz Sarlo, "Escenas de la vida posmodern...