viernes, febrero 09, 2024

Pedro y su Toro. Ivar Lo-Johansson (1901-1990). Cuento del libro Jordproletärerna (Los proletarios rurales, 1941). Traducción del sueco: Omar Pérez Santiago

Ivar Lo-Johansson nació en Ösmo en la región de Södermanland y formó parte de la formidable generación de los clásicos escritores proletarios suecos que surgieron en los años 30. Escritores de origen proletario como Eyvind Jonson, Moa Martinsson, Harry Martinsson, Artur Lundkvist y Vilhelm Moberg.


Pocas veces el corazón está tan cerca de estallar de melancolía, como cuando piso la base cubierta de hierbas de la choza de un peón. Lo veo a menudo en los bosques suecos. Por la altura del suelo se puede a veces diferenciar el lugar donde estuvo la vieja e insignificante choza del peón. No lejos de allí hay algunas piedras - allí hubo un establo y una caballeriza. En los cuadrados de allá abajo, en el bosque talado, se puede ver, bajo un bosque joven, la huella de los que una vez, con sudor y esfuerzo, fueran sembrados. Se ve también un pedazo de un camino. En los primeros años de abandono merodeó, quizás, por allí en la escalera podrida, el gato, ya medio salvaje, buscando leche en un tarro de anchova. Mas, finalmente, un zorro ha dado cuenta del gato. Entonces, impulsivamente me dan ganas de mover la hierba seca de la base de la choza, buscando algo que pueda dar vida a los dormidos y decirles que los amo, decirles que pueden levantarse y vivir, aunque sea un día, sin dolor. Dan ganas, conmovido en el fondo del pecho, que todas esas personas hubiesen sido, alguna vez, felices.

*

En este lugar vivía un peón, llamado Pedro.

Cuando Pedro se iba a casar, le preguntaron respetuosamente:

-Te vas a casar, Pedro, ¿ahora serán dos?

-Algunos niños llegarán también, si todo funciona como uno piensa.

No llegó ningún niño. La mujer murió cuando recién habían dejado la servidumbre en el fundo y habían decidió arrendar un terrenito por cincuenta años. Pedro vivió solo en el terrenito durante la mayor parte de ese tiempo, unos cincuenta años.

No lejos de allí, tras unas matas de lila y una manzano cubierto de musgo, vivía otro campesino, llamado Juan. Entre la colina de Pedro y la colina de Juan serpenteaba un camino a través del valle. Si Pedro era viudo, Juan, en cambio, tenía la casa llena de chiquillos. Pedro preparaba él mismo su comida, amasaba el pan, pero, a veces, los niños de Juan venían de la cabaña de Pedro por el camino culebreado con pan amasado tibio envuelto en un paño recién planchado.

Pedro era analfabeto y no sabía contar dos más dos en un papel, pero sabía medir en pies cúbicos las vigas y troncos que transportaba hasta el aserradero de la ciudad, en una carreta tirada por un toro. Un fiel toro de compañía, tan fiel que acompañaba a Pedro a visitar a los vecinos. El toro fue como su mujer. Pedro era un genio de las matemáticas, tenía una fenomenal memoria para las cifras. El bosque eran cifras que él media en pies cúbicos. Al final de su vida llegó al hospicio de pobre G. y allí murió; su cabaña, que pagó durante cincuenta años, no valía nada.

Juan tenía una gracia. Lo trabajadores acostumbraban a expresarse directamente. Juan no. El era rico en palabras, fantasioso, parecía que se alegraba de la palabra misma, del sonido, del ritmo del habla. Era un retórico. Su boca era algo más que un canal de comida y trago.

Un mal año a Juan se le murieron la vaca y el caballo y entonces sucedió el hecho que más tiempo permaneció grabado en la memoria del vecino solitario.

La misma noche que sacrificó la vaca, llegó a la cabaña de Pedro y dijo locuazmente:

-Pedro, empieza a crecer la hierba. Pero ahora la vaca está muerta. Tendrás pronto un nuevo vecino, Pedro. No tengo nada más que vender y a los niños nadie los compraría. Tendrás nuevos vecinos en primavera, Pedro, ahora cuando de nuevo todo comienza florecer.

Pedro fue hasta la cómoda y sacó las ciento cincuenta coronas que tenía para pagar en la oficina de cobros el otoño. Eran varios años de ahorro. Ninguno de los dos sabía escribir, pero llegaron al acuerdo de que el préstamo se pagaría en otoño, en caso contrario Pedro perdería su choza en la que había vivido durante cincuenta años. Pedro no pagaba directamente al dueño del fundo sino al abogado, en la oficina de cobranzas. Así era mayor la presión de la deuda.

Pero, en el otoño Juan estaba aún más pobre que durante la primavera y no pudo pagar el préstamo a Pedro.

Pedro, el última día de pago, solicitó prórroga, pero no fue concedida, llevó a la ciudad una carga de vigas y troncos. Fue a pie todo el camino. Quería ahorrar carga al toro. El camino era largo, pesado y difícil. A veces se adelantaba y le colocaba algo en el hocico del toro. Cuando por fin entregó sus vigas y troncos, se dirigió hacia el horrible lugar, situado al borde de la ciudad. Era una hacienda de portón ancho. Desde adentro se oían mugidos y relinchos. Pedro oyó crecer esos mugidos, eran como una marcha fúnebre sobre la indigencia y las necesidades del país. Se contuvo. Fue hasta el capataz del matadero, adivinó exactamente el peso del toro y le entregó el bozal a otro muchacho.

El toro estaba tranquilo. Adentro había cientos de toros y caballos. Cuando el muchacho se iba a llevar el toro, Pedro se adelantó, abrazó el toro y dijo el discurso más largo de su vida:

-Estará bien en el matadero, Brunte. No tendrás que ir para arriba y para abajo. Gracias por todos los viajes que hemos hecho juntos. Aquí tienes un poco de trigo molido, el último, así tendrás gusto a trigo en la boca cuando llegue la hora.

Sacó un poco de trigo de su bolsillo y sobre el trigo mezclado cayeron estrellitas de llanto. Luego no deseó ver más. Recibió el pago y se apresuró en llegar, tan rápido como pudo, hasta la oficina de cobranza.

Por la tarde, al caer la noche, tiró el mismo su carreta hasta la choza.

Dos días después, despertó por la mañana y vio al toro pastar bajo el manzano cerca de la choza. Se tomó la cabeza. No podía creer lo que veía. Y no fue si no hasta que el animal vino hasta él y pudo tocarlo que entendía que el toro realmente vivía.

Al rato apareció Juan por el camino con una sonrisa bajo el sombrero: estiró la boca, como acostumbraba cuando diría una arenga:

-Sé lo que has hecho Pedro. Cuando te vi venir tirando la carreta por la noche, así como se veía, como si la carreta arrastrara contigo, imaginé que habías vendido el toro para pagar en la oficina de cobranza. Entonces fui a la oficina del fundo y puse en movimiento tanto al barón como al inspector. Les dije: ¿cómo puede vivir un pobre peón sin un tirador? Tú puedes contar, Pedro, pero fantasear no. Me prestaron dinero con la promesa de que mis hijos y yo trabajemos en la hacienda de jornaleros. Y cuando tuve el dinero partí tan rápido como pude a la ciudad. Por suerte estaba todavía el toro. De cualquier manera habíamos recibido trabajo en la hacienda. Y si el toro hubiese estado muerto entonces no sé de qué habría servido la fantasía y el arte del convencimiento en todo este mundo en que nada cambia... Llegué tarde anoche a casa No quise evitarte la alegría de vieras la bestia cuando despertaras, así que la traje y la solté aquí. ¿Ha aprendido en estos días los malos hábitos de otras bestias?

El toro pastaba bajo el manzano, en alguna parte allí, donde ahora sólo quedan unas piedras de lo que fue la base de la choza.

jueves, febrero 08, 2024

Apóstol Santiago apareció ayer en Isla Negra. Omar Pérez Santiago. Por Revista Cronopio -abril 2, 2016- Ilustración Luis Martínez Wilson

 

Obra de Guillermo Martínez Wilson



El Apóstol Santiago, degollado en Jerusalén cerca del año 44 de nuestra era, se apareció ayer en la costa de Isla Negra, al escritor chileno Omar Pérez Santiago.

El Apóstol Santiago confirmó que él nunca estuvo en España. Qué nunca vio a la Virgen del Pilar en Zaragoza. El Apóstol negó también que se haya aparecido en América Latina en apoyo a los conquistadores y en contra de los mapuches, aztecas o incas. «No soy mataindios, mi evangelio es del amor y no de la guerra» afirmó el Apóstol, considerado hermano de Jesús. El Apóstol Santiago espera tener un monolito de piedra en Isla Negra.

Aquí publicamos el testimonio vivo del escritor chileno, Omar Pérez Santiago.

Revista Cronopio. 


* * *

No habiendo salvado diversas pruebas, sin la paciencia ni la sabiduría que da la fe, me encontraba en un descampado. Yo era una onda del mar que el viento arrastró y lanzó lejos. O el viento abrazador, el sol y su calor secó la hierba de mi campo y las flores se marchitaron en su hermosa apariencia. No soporté la tentación, no resistí las pruebas. Fui tentado, atraído y seducido por mi propia concupiscencia. Erré. No oí. Hablé más de la cuenta. A veces me llené de ira. Me engañé a mí mismo. No perseveré. No refrené mi lengua. Engañé mi corazón. Tuve malos pensamientos. La vana palabrería y la fe de pura fórmula. La idolatría, la impudicia, la ebriedad, los elixires del diablo, la lujuria, el egoísmo. Insulté a la belleza. Mal comportamiento frente al prójimo.

Así me encontraba antenoche, delirando una temporada en el infierno. Atribulado estaba yo sentado en una roca frente al mar de Isla Negra, en una vigilia por mí mismo. Pensé que mi lápida diría «Luchó contra el diablo y perdió».

Y entre ensoñación y sueños, entre el ir y venir de las olas en una playa del océano Pacífico, se me apareció el apóstol Santiago el justo, el hermano de Jesús. De pronto, ¡yo lo vi con estos ojos! Apareció Santiago, como un caminante, por unos minutos, mientras yo estaba frente al mar de Isla Negra. El apóstol Santiago estaba con túnica, cubierto con sombrero y ayudado de un bordón o bastón. Se sentó en una roca cerca de mí.

—Yo era también de carácter vehemente, apasionado e impetuoso, como tú, me dijo con un tono nasal pero de acentos blandos.
—¿Qué sabes tú de mí?
—Más de lo que crees. Te he ayudado en varias ocasiones, sin que tú te dieras cuenta. Te he salvado de algunos de tus barrancos. Te he dado nuevas oportunidades. Te podría recordar varios momentos, pero sería inoficioso. Pero, no te vengo a cobrar.
—¡Vaya! ¿Así que eres tú el que camina a mi lado? ¿Eres mi sombra?
—Mmm…, aunque no soy tu lado sombrío. Quizá soy tu media conciencia.
—¿Mi sosias?
—Sí, podría decirse. Tu Doppelgänger.
—¿O eres el que me viene a buscar?
—No te preocupes, relájate, no soy La Señora Muerte.
—Al menos dame una señal, una marca secreta. Vamos…

Hocuspocus. Desapareció como hace un mago.

Apareció parado sobre el mar batido por las olas.

Le grité:

—¡Eres un fantasma!
—Soy el Apóstol Santiago… Soy yo, no tengas miedo.
—Santiago, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas.
—Ven.

Caminé hacia él andando sobre las aguas. Milagro. Pero en un momento la fuerza del viento me chicoteó mis pantalones y me asustó. Trastabillé y empecé a hundirme entre las olas. Santiago me tendió la mano, me agarró y me dijo:

—Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?
—Verdaderamente tú pareces ser quien dices que eres. Pero ¿Por qué a ustedes les gusta tanto caminar sobre el mar?
—No te rías. Es nuestra imaginería expresionista del cristianismo primitivo que nos enseñó el Señor.
—Ahora, ¿qué has venido a hacer aquí en Isla Negra?
—Te he soñado a veces, como si fueses mi hermano menor, dijo.
—¡Ah, chuta! A lo mejor soy yo el que te está soñando ahora, Apóstol.
—Somos parte de un largo sueño del creador.
—Aunque ahora que te veo mejor, en algo nos parecemos, Apóstol. A lo mejor tú sin tu barba…
—O tú con barba. ¿Verdad?
—Sin duda, Santiago. Pero, mira, de todos los apóstoles, de todos ustedes el Equipo de los Doce, tú eras el último en que yo hubiese creído o confiado. A pesar que dicen que tú eras el preferido del Señor y estuviste sentado a su diestra y bebiste de su misma copa en la última cena.
—¿Por qué tanta animadversión en mi contra?
—Porque aquí en América Latina, entre nosotros, tienes, Apóstol Santiago, fama de mataindios. Eras un malvado. Te aparecías frente a los mapuches arriba de un caballo blanco con una espada desenvainada.
—¡No me juzgues tan rápido! Los conquistadores españoles me usaron para darse valor a sí mismos. Me inventaron arriba de un caballo blanco persiguiendo mapuches, incas, aztecas. Pero yo soy apóstol de Jesús y apóstol del amor, no de la guerra.
—Ja. Te convirtieron en el Santo que conquistó América, y tú te dejaste, al menos.
—Yo no tuve nada que ver.
—Pero dejaste que te usaran. ¡En España te dijeron Santiago Matamoros!
—Sí. En España me dijeron Matamoros. Pero son leyendas tan falsas como españolas castellanas, inventadas siglos después que yo hubiese muerto. ¡Infantilísimo!
—Te usaron aquellos a los que su utopía les daba la razón para matar a miles. Y la fe, la fe les disculpa todos sus pecados.
—No fui yo. ¡Ya te le he dicho! Mi Iglesia es de la pobreza y de la austeridad, del cristianismo primitivo. Una iglesia de los impuros.
—Je. La pobreza y la austeridad de Santiago de Compostela… por ejemplo…

—¡Entiende! Tampoco nunca estuve en carne mortal en la península ibérica o Hispania. Ni nunca se apareció la Virgen del Pilar en Zaragoza. No creo que la Virgen haya tenido el don de la bilocación, pues para la supuesta fecha, el año 40, aún ella estaba viva, no había sido aún asunta a los cielos. Son los grandes inventos españoles castellanos. Necesitaban mitos, leyendas, milagrerías, mentiras y publicidad para crear su Estado Nación. Esos españoles castellanos han tenido gran habilidad de vender la fe y gran habilidad para hacer negocios con ello también.
—Hasta el escritor brasileño Paulo Coelho se hizo famoso contando fábulas sobre tu famoso camino de Santiago. ¿Lo conoces?
—¿Coehlo? Ficción banalizada.
—Pero, Apóstol Santiago, Coehlo se hizo famoso y vendió millones en tu nombre con «El peregrino de Compostela».
—¿Por qué me culpas a mí de que se escriban en mi nombre una ensalada de kétchup y mayonesa?
—Apóstol Santiago: nos enseñan en las escuelas de América Latina esas alabanzas del llamado mester de clerecía, ese riojano llamado Gonzalo de Berceo en su poema «El romero engañado por el enemigo malo»: Un monje licencioso se ha cortado los testículos y tú, Santiago, tú le ruegas a la Virgen del Pilar, que no se consume la muerte del monje. Y bien. Le devuelven la vida. Pero ustedes hacen un milagro a medias. Lo dejan vivo. Pero no le restituyen eso sí, lo que el monje se ha cortado con el cuchillo. No vuelven a crecer sus testículos, para evitar la vuelta a la antigua vida atrevida y lujuriosa del monje. ¿Eso es lo que nos enseñan de tu bondad? Dejaste castrado, sin pene ni testículos, al monje licencioso.
—Esas son leyendas castellanas del medioevo, falsas biografías de los santos de Gonzalo de Berceo.
—Pero lo han repetido otros. Lo repitió unos años después el rey de Castilla, Alfonso X en su Cantiga 26 donde refrenda el milagro con el peregrino que amputó su miembro.
—¡Un remolino de insensatas imágenes creadas por castellanos vanidosos!
—Y después el agustino Fray Luis de León dijo claramente que tú tenías «teñida la espada y la mano en sangre» y que de «muertos dejaste lleno el monte, el llano».
—Mentiras, mentiras, mentiras…Una vieja costumbre española castellana de falsear y magnificar. Un tinglado político, turístico y cultural. Mentiras repetidas constantemente terminan siendo aceptadas como verdad.
—Da lo mismo…, Apóstol, no te sulfures.
—¡No da lo mismo…! Yo soy hermano de Jesús, predico la pobreza y la sencillez, el amor y no la guerra. Nunca estuve en Hispania. Nunca. Uno de los mayores engaños de la historia ¡Ni mi cadáver está en Santiago de Compostela!
—¿Y a quién veneran los peregrinos?
—¡Anda a saber tú! Quizá hasta podrían ser unos huesos de perro. ¿Quién lo sabe?
—Bueno. No es necesario que me grites, Apóstol. A mí ya me da lo mismo…
— Perdona. Perdona. Me descontrola la falsedad.
—En eso nos parecemos, Apóstol, tienes razón.
—Sí. Ya te lo dije. Hemos ido repitiendo los mismos pecados.

—No te preocupes, Santiago. Ahora, lo único que me inquieta es que seas tú, el Mataindios, que se aparece aquí frente a mí. Santiago ¿Vienes a decirme que he pecado, que he sido cascarrabias, que he ofendido?
—No te diré nada que no sabes. Te diré simplemente que no te has esmerado de la forma correcta.
—Eso ya lo sé. Estoy derrotado y lo sabes, Santiago.
—Te has esmerado, pero no correctamente, quiero decir.
—Siempre me agriaron los políticamente correctos, siempre nadan a favor de la corriente. Siempre son los que sacan partido de las supuestas causas nobles. Eso también me ha agriado. Son los que ganan mediatizando el dolor y las esperanzas de las mayorías.
—¿Tú quieres ser el sobreviviente del error, acaso?
—¡Difícilmente sobreviviré!
— Aaah ¿Y tú crees que morirás ahora por culpa de tu excesivo gesto de honestidad…? ¿De tu desmesura? ¡Qué equivocado estás!
—¿Qué? ¿Vienes tú aquí para que yo me rehabilite? ¿Vienes a ver si se puede sacar algo sano de tan procaz infierno, de tanta mierda?
—Lo primero es, quizá, que te liberes de ese común desenfreno de tu lengua.
—¿Es un garabato un pecado?
—Es una forma de degradación, sí. El espíritu de las tinieblas comienza en el lenguaje y en las malas conversaciones.
—Perdona, Santiago, pero todo el mundo echa chuchadas aquí en Chile.
—Nada lo justifica. De todos modos es una mala práctica. Las corrupciones espirituales comienzan en pequeño. Poco a poco todo se pudre. La corrupción empieza cuando se robaron el primer peso. Un peso imperceptible, pero muy importante. ¿No lo ves así?
— Puede ser, Santiago. En América en este momento estamos llenos de corruptos.
—Tú mismo no eras una mala persona.
—Pero, ya ves en lo que estoy.
—No te diste cuenta, porque todo daba lo mismo, el primer detalle te pareció inocuo. Y el segundo detalle también. Y así, un garabato llevó a otro garabato. Así se empieza. Y esos garabatos te llevaron a la ira. Y la ira era el demonio incubado.
—¿Y?
—La sabiduría comienza con la experiencia directa del lenguaje, una experiencia interior palpable, íntima e intensiva. Por eso para las revelaciones se buscan a los pecadores vivenciales, los que están o han estado una temporada en el infierno.
—O sea, yo.
— Para ascender hay primero que descender.
—Ya no puedo ir más abajo.
—Estás en tu infierno por cosas concretas, no abstractas, por cosas que empezaron como detalles. Una mala palabra, un mal pensamiento.
—¿Y qué hago?
—Debes perdonarte.
—¿Yo me tengo que perdonar a mí mismo?
—Sí.
—¿De qué serviría?
—Acepta que tus errores empiezan con un apresuramiento o degradación del lenguaje. Y luego debes cambiar. No seas espinoso. Debes hablar menos, esperar más. Debes creer más en las palabras, pues dan sentido.
—¿Creer en las palabras…?
—Sí. Y luego debes ser constante. Mantente firme. No desprecies los detalles prácticos. Y espera el milagro. Los milagros acontecen a veces rápidamente.

—¿Debo creer en los milagros?
—Debes creer en la calma.
—¿Y cómo me libero entonces de mis pensamientos compulsivos?
—Permanece tranquilo. No seas heroico. A veces es preferible no moverse. Tienes que entender tus limitaciones.
—A ver si ahora entiendo. Parece que para la divinidad tú y yo somos dos, pero una sola persona. ¿No? ¿Somos gemelos?
— Aunque tenemos antagonismos y rivalidades, sí, parece que sí. De Santiago a Santiago.
—Supongo ahora que eres mi doble, o si ya somos uno, me has buscado para algo más. Quizá tú estás escindido y también necesitas reparar tu desmembración.
—Estás en lo correcto.
—Y supongo que, en compensación, me pedirás algo o me harás una revelación. ¿O me equivoco? ¿Deberé fundar una nueva orden religiosa a tu nombre, Apóstol Santiago?
—No bromees. Te hago una sola pregunta: ¿Has oído hablar de los lobos en las conferencias episcopales?
—Ah, las patas de los caballos… Las sociedades secretas católicas.
—Por ahí va la cosa. Las fuerzas del mal, tenebrosas y astutas que obran con método.
—¿Quieres que me queme? ¿Enfurecer a la jerarquía eclesial?
—¿Tienes miedo?
—No me gustaría meterme en esas preocupaciones. Dicen que cada vez que uno se mete más de la cuenta con los asuntos de los muertos estos adquieren vida. No puedo identificarme mucho contigo, Santiago, so pena de autodestruirme.
—Sólo me gustaría que quedara un registro de mi aparición en Isla Negra. Quizás una humilde piedra tallada. Una figura de piedra. Una cosa sencilla. Sólo eso te pido. La gente hará lo demás. Sé bueno.
—Veré que puedo hacer, Apóstol.
—Gracias.
—Gracias a ti.

Y se fue caminado sobre el mar, hasta desaparecer.

__________
* Omar Pérez Santiago. (Santiago de Chile, 6 de mayo de 1953) es un escritor y cronista chileno. Por su antagonismo contra la dictadura de Pinochet fue obligado a exiliarse en 1978. Durante el período que vivió en Suecia, más de una década, estudió un posgrado en Historia económica en la Universidad de Lund y fue un difusor activo de la cultura latinoamericana. Allí fundó la editorial Aura Latina. Retornó a Chile a comienzos de la década de los noventa, y es uno de los referentes en la divulgación de la cultura nórdica en Chile.

Obra: Breve historia del comic en Chile, Editorial Universidad Bolivariana, 2007. Escritores de la Guerra. Vigencia de una generación de narradores chilenos, ensayo, Aura latina, 2005. Editorial Universidad Bolivariana, 2007. Trompas de Falopio junto a Gabriel Caldés, novela. Foro Nórdico de Aura latina, 2002. Editorial Universidad Bolivariana, 2007. Negrito no me hagas mal, novela -comic, Centro Nacional de Cómic, 2000. Memorias eróticas de un chileno en Suecia, cuentos, Editora Kipus & Aura Latina, 1992. Malmö är litet novela en Sueco como Pancho Pérez Santiago, Skrivareverkstad, Suecia. 1988. La pandilla de Malmö con traducciones al castellano poesía sueca (1990). La novia de Borges guión para película. Plikten, guión para película. En 2015 publicó los libros de traducciones Michael Strunge, poemas de amor y Tomas Tranströmer, Placas Poéticas. Ha publicado las novelas Allende, el retorno y Negrito no me hagas mal. Es autor de los libros de cuentos Nefilim en Alhué y otros relatos sobre la muerte y Memorias eróticas de un chileno en Suecia. Este año (2015) ha recibido la beca del Consejo del Libro en Chile y la beca de la Danish Arts Foundation.


martes, febrero 06, 2024

Secretos en la Quinta de Olivos. La serie. Escritor Pérez Santiago. Revista Off The Record

 

1. El presidente de Argentina ora en la Capilla San Conan

Revista Off The Record, 1 de enero 2024

El presidente de Argentina camina en la Quinta de Olivos. El pelo sin cortar y sus ojos azules tan ávidos como traumados.

(Nadie conoce bien su herida oscura donde reside su delirio).

Javo-Noir, así le dicen sus amigos, entró a la inaugurada Capilla San Conan, un negro sagrario medieval que él creó en rebeldía con el mal:  la modernidad y los tullidos.

En el altar la escultura de ébano de su perro Conan, su mastín inglés muerto en 2017, su dios moral y su canal de luz, refulge.

Su inconsciente se expresa mejor a través del perro.

Javo-Noir encendió un cirio.

Se arrodilló en el reclinatorio de madera ornamental, acolchada y tapizada con terciopelo.

Oró a través de un poema de Lord Byron, Epitaph to a Dog :

—Conan, en la vida mi amigo más firme,

El primero en recibir, el primero en defender.

Luego, con voz rasposa como la grava, agregó, con ojos de angustia negra:

—Gracias, Conan. Sin ti no habría sido presidente de la Argentina.

A los lectores les parecerá rancio. Pero orar a un animal muerto no es nuevo en la historia. Hay numerosas narraciones esotéricas de gente que, como Javo-Noir o Lord Byron, en los peores momentos de sus vidas, aprecia en un perro su libertad de la autoconciencia y su vida interior.

Los aztecas sabían que un perro tenía jerarquía religiosa. Lo sabían los chinos que lo honraron en la astrología. Tobías, un perfecto judío y amigo del arcángel San Rafael, tenía un perro blanco, símbolo de la ternura de Dios. Melampo, el patrón de los firulais de Francia, salvó a San Roque de la peste Bubónica al lamer sus llagas y tiene una estatua en Cádiz. ​Los clérigos Dominicanos tienen un perro blanco y negro como símbolo. Domini canes en latín significa "los perros del Señor". Los egipcios adoraban a los gatos.  Pero, también reverenciaban a Anubis, el guardián de las tumbas. Los griegos esotéricos adoraban a Cancerbero, un dios perro de tres cabezas, la hipóstasis de la santísima trinidad. El pueblo de la comuna de San Miguel de Chile   admira una estatua de Washington, el perro de Condorito.

Javo-Noir besó la escultura de Conan. Con voz engolada y eco en el fondo de la boca, condenó el flojo pasado del siglo argentino­. Referenció a la fantasía heroica del escritor Robert E. Howard, creador de Conan, el Bárbaro:

—Argentina sale hoy de la Edad Precataclísmica y su abominable falta de teología y geometría que llevó a la ruina al gran imperio argentino.  Ingresamos a la Era Hiboria de purificación.

—Así es, contestó la voz del perro.

Les puede parecer insólito o exótico, pero hay ejemplos de perros muertos que se comunican con humanos.

—Conan, gracias a tus iniciáticas transité por un sendero interior de magia y fe para derrotar a mis enemigos. Será violento, sí, pero necesario. No hay conjura sin espada.

—Así es, le contestó la voz del perro.

— Los necios se conjuraban contra mí.

—Así es.

—Conan, rememoro ese pavoroso día de octubre. Tu muerte. En mis brazos luchas como un león contra tu cáncer de columna. Conan, no entres dócilmente en la oscura noche, te dije fúnebre. Necesitaba ajustar las esquinas irregulares de mi corazón. Conan profeta, tus últimas palabras fueron: Serás presidente de Argentina.

—Así es.

Quizá a muchos les parecerá arcaico, pero en la nueva capilla del Huerto de Olivos, el presidente gime como si fuera un demonio que sueña. Y con voz gutural de black metal  canta como barra quilombera:

—Conan, Conan, Conan.

De pronto, el presidente de Argentina escucha gritos, tal vez cacerolazos, que retumban desde la calle.




2. Duelo Argentino. El Papa recibe al presidente

Revista Off The Record, 1 de febrero 2024

El mundo intuyó un choque sangriento -una carnicería- entre el Papa y el presidente de Argentina.

El duelo fue sin testigos en la Sala Regia del Vaticano.

El presidente, con patillas tipo San Martín, exoftálmico, (es decir, ojos saltones), más bien obeso y aprensivo, se quejó agrio:

— Santo Padre, los zurdos argentinos me acusan de ser tan temible como Pol-Pot que mató a millones de camboyanos.

El Papa cebó yerba mate amargo, como le gusta a un rioplatense. Lo hizo lento pues la vejez ya empezaba a ganarle la partida. Le pasó el mate artesanal con piedras incrustadas, una reliquia guaraní, un santo grial. Le dijo suavemente:

— Javo, los jesuitas popularizamos la ronda de cebar el mate en nuestra patria, ¿sabías?

— No, che Francisco.

— Fue durante las misiones jesuíticas guaraníes. De hecho, este mate es una reliquia. Aquí cebaron mate quienes proclamaron la independencia en 1816 en la Casa de Tucumán, para apaciguar sus ímpetus. Este mate pacificó almas.

Javo tomó el cuenco con dudosa paranoica y sorbió la bombilla de plata.

— Santo Padre, los zurdos peronistas me tienen las pelotas hinchadas.

— Javo, ¿Ha leído a Jorge Luis Borges?

— No.

— Entonces le voy a regalar mi libro preferido.

— ¿Cuál?

— El informe de Brodie de 1970.

Le alargó la primera edición de portada verde.

Javo lo tomó y lo dejó de lado, con desdén. No leía literatura de ficción. A sus 53 años, no era ya hombre interesado en novelerías.

— Javo, le recomiendo el cuento llamado Guayaquil.

— ¿Guayaquil?

— Sí. Bolívar y San Martín, los magnos e inmortales libertadores se reúnen en 1822 en Guayaquil para definir el futuro de América. Un duelo de morir o triunfar.

— Che, mire que interesante, dijo Javo sin entender el curso de la conversación.

— Bolívar y San Martín eran dos fuerzas diferentes. Dos estilos que hacen temblar a Guayaquil. A los hermanos de ideales, los separaba un abismo. Hablan, pero la suerte está echada. ¿No? ¿Querés saber cómo termina el cuento, Javo?

— Sí.

— Dos soles no pueden brillar bajo el mismo cielo. Entre Bolívar y San Martín, uno se impuso.

— ¿Quién fue?

— El que tuvo mayor voluntad. San Martín tuvo miedo frente a Bolívar. Tampoco quiso ser un dictador o un fraccionalista.


Entonces Javo sintió un vahío. Dudó unos segundos, algo inusual en su alma impulsiva. ¿El mate? ¿El mate contenía pasiflora o sedante?

Se sintió transpuesto. Fuera de espacio y lugar.

Tuvo miedo.

Sufre una despersonalización cognitiva. Se dejó ir.

Su otro yo tomó el mando.

Tuvo un loco impulso a inclinarse y a besar el anillo del Papa, el anillo del Pescador hecho de argentum.

El papa retiró de inmediato la mano.

Javo quedó sorprendido.

¿Por qué el Papa no se dejó besar el anillo?

Javo insiste.

Pero, el Papa le da un bofetón.

— ¡Plash!

El Papa se apoya en su bastón, se levanta, agita su sotana blanca y le grita:

— Mirá Chuky, dejá de jugar al nene nihilista de La Naranja Mecánica de Anthony Burgess. Dejá de ser el nietzscheano de El Club de la Pelea de Chuck Palahniuk.

Con los baladros del Papa, Javo se acongojó. Se enfrentó a su sombra. Le dio un crash. Pide perdón.

— Che Francisco, en cierta ocasión, digamos, ósea, digamos…

Divagó con sus muletillas y logró una confesión:

— Vi el fantasma de mi perro, Conan. Pensé que Conan me orientaba. Pero, digamos, ósea, Conan me dio una nota de tristeza. Me dijo: la piedra eternamente quiere ser piedra.

— Y el tigre un tigre.

— Llevo dos meses en la presidencia de Argentina y la he cagado. Mis insultos salen de mi yo herido. Nacen de mi familia disfuncional, mi papá maltratador, digamos, ósea, mi padre sádico.

— ¡Los argentinos no golpean a sus hijos! ¡San Martín prohibió los castigos corporales a los niños en 1816!

— Yo no fui capaz de decirle ¡stop!

— ¡¿Por qué te trajo al mundo ese padre infeliz?!

— Imaginá lo espantoso que fue mi vida, Francisco.

Javo llora como un niño.

— ¡Ayyy! ¡Ayyy!

— Tus lágrimas nacen de apresurar el espíritu para adquirir poderes, dijo el Papa tan duro como su bastón de palo.

— Che Francisco, no tan seas malo, lloro por mí. Snif.

— Javo, ¡no cedas a tus deseos de guerra!

Como si hubiese sonado el gong que anunciaba el fin del round, el presidente se relajó.

Sorbió mate.

— Qué país alucinante nos ha tocado vivir, che pibe.

— ¿Alucinante o delirante?


(Continuará)




Los Secretos en la Quinta de Olivos 2. Duelo Argentino. El Papa Francisco recibe al presidente. Por Pérez santiago. Ilustración Luis Martínez

 

Por Omar Pérez Santiago, escritor chileno.

Ilustración: Luis Martínez Solorza

El mundo intuyó un choque sangriento -una carnicería- entre el Papa y el presidente de Argentina.
El duelo fue sin testigos en la Sala Regia del Vaticano.
El presidente, con patillas tipo San Martín, exoftálmico, (es decir, ojos saltones), más bien obeso y aprensivo, se quejó agrio:
— Santo Padre, los zurdos argentinos me acusan de ser tan temible como Pol-Pot que mató a millones de camboyanos.
El Papa cebó yerba mate amargo, como le gusta a un rioplatense. Lo hizo lento pues la vejez ya empezaba a ganarle la partida. Le pasó el mate artesanal con piedras incrustadas, una reliquia guaraní, un santo grial. Le dijo suavemente:
— Javo, los jesuitas popularizamos la ronda de cebar el mate en nuestra patria, ¿sabías?
— No, che Francisco.
— Fue durante las misiones jesuíticas guaraníes. De hecho, este mate es una reliquia. Aquí cebaron mate quienes proclamaron la independencia en 1816 en la Casa de Tucumán, para apaciguar sus ímpetus. Este mate pacificó almas.
Javo tomó el cuenco con dudosa paranoica y sorbió la bombilla de plata.
— Santo Padre, los zurdos peronistas me tienen las pelotas hinchadas.
— Javo, ¿Ha leído a Jorge Luis Borges?
— No.
— Entonces le voy a regalar mi libro preferido.
— ¿Cuál?
— El informe de Brodie de 1970.
Le alargó la primera edición de portada verde.
Javo lo tomó y lo dejó de lado, con desdén. No leía literatura de ficción. A sus 53 años, no era ya hombre interesado en novelerías.
— Javo, le recomiendo el cuento llamado Guayaquil.
— ¿Guayaquil?
— Sí. Bolívar y San Martín, los magnos e inmortales libertadores se reúnen en 1822 en Guayaquil para definir el futuro de América. Un duelo de morir o triunfar.
— Che, mire que interesante, dijo Javo sin entender el curso de la conversación.
— Bolívar y San Martín eran dos fuerzas diferentes. Dos estilos que hacen temblar a Guayaquil. A los hermanos de ideales, los separaba un abismo. Hablan, pero la suerte está echada. ¿No? ¿Querés saber cómo termina el cuento, Javo?
— Sí.
— Dos soles no pueden brillar bajo el mismo cielo. Entre Bolívar y San Martín, uno se impuso.
— ¿Quién fue?
— El que tuvo mayor voluntad. San Martín tuvo miedo frente a Bolívar. Tampoco quiso ser un dictador o un fraccionalista.

Entonces Javo sintió un vahío. Dudó unos segundos, algo inusual en su alma impulsiva. ¿El mate? ¿El mate contenía pasiflora o sedante?
Se sintió transpuesto. Fuera de espacio y lugar.
Tuvo miedo.
Sufre una despersonalización cognitiva. Se dejó ir.
Su otro yo tomó el mando.
Tuvo un loco impulso a inclinarse y a besar el anillo del Papa, el anillo del Pescador hecho de argentum.
El papa retiró de inmediato la mano.
Javo quedó sorprendido.
¿Por qué el Papa no se dejó besar el anillo?
Javo insiste.
Pero, el Papa le da un bofetón.
— ¡Plash!
El Papa se apoya en su bastón, se levanta, agita su sotana blanca y le grita:
— Mirá Chuky, dejá de jugar al nene nihilista de La Naranja Mecánica de Anthony Burgess. Dejá de ser el nietzscheano de El Club de la Pelea de Chuck Palahniuk.
Con los baladros del Papa, Javo se acongojó. Se enfrentó a su sombra. Le dio un crash. Pide perdón.
— Che Francisco, en cierta ocasión, digamos, ósea, digamos…
Divagó con sus muletillas y logró una confesión:
— Vi el fantasma de mi perro, Conan. Pensé que Conan me orientaba. Pero, digamos, ósea, Conan me dio una nota de tristeza. Me dijo: la piedra eternamente quiere ser piedra.
— Y el tigre un tigre.
— Llevo dos meses en la presidencia de Argentina y la he cagado. Mis insultos salen de mi yo herido. Nacen de mi familia disfuncional, mi papá maltratador, digamos, ósea, mi padre sádico.
— ¡Los argentinos no golpean a sus hijos! ¡San Martín prohibió los castigos corporales a los niños en 1816!
— Yo no fui capaz de decirle ¡stop!
— ¡¿Por qué te trajo al mundo ese padre infeliz?!
— Imaginá lo espantoso que fue mi vida, Francisco.
Javo llora como un niño.
— ¡Ayyy! ¡Ayyy!
— Tus lágrimas nacen de apresurar el espíritu para adquirir poderes, dijo el Papa tan duro como su bastón de palo.
— Che Francisco, no tan seas malo, lloro por mí. Snif.
— Javo, ¡no cedas a tus deseos de guerra!
Como si hubiese sonado el gong que anunciaba el fin del round, el presidente se relajó.
Sorbió mate.
— Qué país alucinante nos ha tocado vivir, che pibe.
— ¿Alucinante o delirante?

(Continuará)


Escenas de la vida posmoderna: intelectuales, arte y videocultura en la Argentina de Beatriz Sarlo

Hace treinta años, el diario La Época de Chile publicó mi reseña del importante libro de Beatriz Sarlo, "Escenas de la vida posmodern...