martes, julio 22, 2025
lunes, julio 14, 2025
sábado, julio 05, 2025
El Pezón de Sei Shônagon, nouvelle de Omar Pérez-Santiago
“El Pezón de Sei Shonagon” es una novela que critica la sociedad actual, absorbida por la tecnología y las redes sociales, y explora las consecuencias de esta inmersión en la vida virtual en la psique humana.
“El Pezón de Sei Shonagon” de Omar Pérez Santiago es una novela (no un cuento en el sentido estricto, sino una obra más extensa) que se sitúa en el Japón actual para explorar temas como la obsesión por la fama y la validación en las redes sociales, la deshumanización en el mundo digital y la crisis de identidad en una sociedad hiperconectada.
La trama central gira en torno a la relación entre Matsuo Basho (un joven con problemas de sociabilidad) y Sei Shonagon (una mujer atractiva y deseada). Inspirado en su obsesión por ella, Matsuo crea una obra de arte, una escultura, del pezón de Sei Shonagon. Sin embargo, la fama no recae en la obra de Matsuo, sino en el pezón de Sei Shonagon como musa.
A partir de este punto, la novela muestra cómo Sei Shonagon se va perdiendo en la vorágine de la fama virtual, sucumbiendo a los “likes” y la atención de internet. El autor utiliza referencias a la cultura pop y la tradición japonesa (el nombre Sei Shonagon es un homenaje a una brillante escritora japonesa del siglo X, y Matsuo Basho a un famoso poeta de haikus) para crear una narrativa fragmentada y ciberpunk que reflexiona sobre:
- La superficialidad de las redes sociales: Cómo la búsqueda de aprobación online puede llevar a la pérdida de la autenticidad y la identidad.
- La soledad en la era digital: A pesar de estar “conectados”, los personajes experimentan un profundo desarraigo y soledad.
- La manipulación y el control: Se insinúa la existencia de un “Techno Diávolo”, una especie de mecanismo de control mental a través de la tecnología que manipula los comportamientos de las personas.
- La confusión entre lo real y lo virtual: La sociedad retratada en la novela vive tan inmersa en la virtualidad que los momentos cotidianos pierden su significado.
viernes, julio 04, 2025
Suecia salvó a Gabriela Mistral hace 80 años. Por Omar Pérez-Santiago
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Casa del Escritor, 28 de junio 2025 |
PRESENTACIÓN DE OMAR PÉREZ-SANTIAGO EN CASA DEL ESCRITOR, 28 junio 2025
INTRODUCCIÓN
Las extrañas fuerzas vibrantes de la naturaleza me llevaron a recorrer un día el sereno cementerio de Lund de Suecia. Allí estaba
la huella de la escritora Elin Wägner, donde en el silencio y la
paz, descansa eternamente. Su último deseo, tan conmovedor, fue yacer junto a
los restos de su madre, Anna, de quien quedó huérfana a los tiernos tres años,
un vacío que la acompañaría por siempre.
Elin Wägner (1882 - 1949), una figura luminosa en la vida
cultural y social de Suecia, fue mucho más que una escritora. Fue una
periodista incansable, una feminista apasionada, una ecologista visionaria y
una pacifista inquebrantable.
Nació en el centro de la hermosa ciudad de Lund, un pueblo
rodeado de jardines, en el pasaje Vårfrugatan, también llamada antiguamente
como Tjyvålhalsgränd, el callejón de los ladrones, cerca de la prisión
municipal.
Lo sé bien. Y lo recuerdo bien. Por esos mismos extraños hilos vibradores del destino, una muy alegre compañera de la Universidad me invitó un día después de clases a una cafetería cerca del pasaje.
La cafetería no era muy grande, pero era un espectáculo ver allí a la joven intelectualidad sueca amontonados unos sobre otros comiendo kanelbullar o pasteles de canela, la dulce y aromática especialidad sueca.
Y la sueca, con su grata sonrisa de mujer que le subía desde lo hondo, dulcemente con una voz ronca como de caverna y con su dialecto de Lund que exageraba las erres, me dio una breve charla cultural: “Aquí nació Elin Wägner”.
Posteriormente, Elin Wägner se mudó a la
calle Gröne 10, donde hay una pequeña placa conmemorativa en una pared de
viejos ladrillos rojos.
Su padre, Sven Wägner, era director de escuela. La sombra de
la tragedia se cernió sobre su infancia cuando ella era solo una niñita de tres
años de edad. El llanto la fue a buscar: su madre, Anna, falleció de fiebre
puerperal al dar a luz a su hermano Harald.
Escribió después Elin Wägner: “Yo experimenté
conscientemente esta tragedia. De un plumazo me transformé de una niña de tres
años vivaz, feliz y traviesa, en una pequeña silenciosa, que caminaba sola y
miraba al cielo, donde estaba mi madre.”
Elin Wägner llevaría esa zanja profunda, que con el tiempo
se transformaría en el motor de su voz. "Es posible que la muerte de mi
madre me hiciera escritora", confesó alguna vez. "Una muerte que
llegó a mi vida tan temprano y me impactó de tal manera que me transformó de
una niña feliz y llena de vida en alguien que caminaba sola y se preguntaba
sobre el comportamiento incomprensible de la existencia".
Su pluma, afilada desde joven, encontró eco a los 21 años en
el periódico "Helsingborgs Dagblad", donde sus reseñas, artículos y
reportajes ya revelaban una mente brillante. En 1907, Estocolmo la acogió para
trabajar en la revista "Idun" y colaborar con el prestigioso
"Dagens Nyheter".
Pero Elin no solo escribía; vivía cada palabra con fervor.
Fue una ferviente defensora de la emancipación femenina. Su compromiso la llevó
a unirse a las mejores mentes de su generación en la
"Landsföreningen för kvinnlig rösträtt" (Asociación Nacional
para el Sufragio Femenino) en 1908. Su lucha y la de las mujeres dio sus dio
frutos: el parlamento sueco aprobó el derecho al voto en 1919. En 1921, las
mujeres suecas votaron por primera vez en igualdad de condiciones que los
hombres.
Sus obras, espejos de su alma, exploraron con valentía el
sufragio femenino, el bienestar social y la inminente amenaza de la
contaminación ambiental. "Pennskaftet" (Portalápices), publicada en
1910 y llevada al cine, la consagró como una de las feministas pioneras más
influyentes de Suecia. En 1941, su obra "Väckarklocka"
(Despertador) combinó una crítica social y cultural mordaz con una visión
pionera de la conciencia ambiental, adelantándose a su tiempo.
Wägner también alzó su voz en el movimiento pacifista.
En 1935, viajó a Ginebra para hablar en la Sociedad de las Naciones, abogando
por un "levantamiento sin armas de las mujeres contra la guerra".
Estuvo casada con el crítico literario John Landquist entre
1910 y 1922.
Su verdadero legado fue el de una pensadora avanzada y una
activista incansable por la justicia social, los derechos de las mujeres y la
protección del medio ambiente, dejando una huella imborrable en la historia de
Suecia y del mundo.
Su trayectoria la llevó a la "Samfundet De Nio"
(Sociedad de los Nueve) en 1937, una prestigiosa academia literaria.
El culmen de su reconocimiento llegó en diciembre de 1944,
cuando fue elegida miembro de la afamada Academia Sueca, fundada por el rey
Gustavo III en 1786.
Y entonces, las cuerdas del destino produjeron el milagro que entrelazaría destinos. La presencia de Elin Wägner como miembro de la Academia Sueca fue determinante en la obtención del Premio Nobel de Literatura por parte de Gabriela Mistral en 1945.
Elin Wägner se cautivó con la poesía de Gabriela Mistral.
Entonces la nominó al premio Nobel. Hay un registro en los apuntes de Elin
Wägner en 1945, un esbozo de media página de su juicio literario:
“He tenido la sensación de haber encontrado aquí una enorme
intensidad emocional liberada por el golpe del destino, de la misma manera que
la energía atómica se libera por un bombardeo que penetra y divide el núcleo.
Lo que sucede en esta liberación sigue el arquetipo de una reacción femenina:
la pérdida que impulsa el gran canto fúnebre es la muerte de la personalidad,
seguida de una nueva resurrección. La personalidad ya no está cerrada ni
concentrada, se identifica con el mundo exterior, no solo con el mundo humano,
sino con todos los seres vivos.”
Elin Wägner nominó a Gabriela Mistral y luchó con firmeza
desde las entrañas de la Academia.
Así, ese año Gabriela Mistral viajó desde Brasil hasta
Suecia para recibir su galardón. Entonces,
cuando llegó a Gotemburgo emotivamente afirmó a los periodistas:
“Le debo una visita a Selma Lagerlöf porque la
lectura de sus libros me hanproporcionado muchas horas de feliz inspiración”.
¿Estaba Gabriela Mistral preparada para el éxito?
Sí, lo estaba.
Hay un prototipo de personalidad que fracasa al triunfar. Es
el que sube a un puesto deseado por el que luchó toda una vida, pero, su
ansiedad, su arrogancia, (o no se sabe bien qué) lo hace caer de
inmediato. Quizá debilitado por el pálido tinte del pensamiento narciso,
su victoria lo destruye. Triunfa, pero, paradojalmente, muy pronto se
desmorona con una enfermedad anímica, por mentalidad culposa o viejos y odiosos
rencores. Vaya uno a saber. Paradoja sicológica.
No es el caso de Gabriela Mistral.
Al contrario.
Ante el desaire ella quizá dijo siempre:
“Échame tierra y verás como florezco.”
Así pues.
La vida de Gabriela Mistral, sus miles y miles de
momentos y días, esos muchos instantes y esos muchos días pueden ser reducidos
a uno: el momento en que Gabriela Mistral recibe el Premio Nobel.
Una epifanía.
Gratitud por la vida.
SUECIA LA SALVÓ
Gabriela Mistral florece con el Premio Nobel. Se encuentra
consigo misma. Se ha hecho invencible. Ha triunfado. Histórico Milagro.
Gabriela Mistral sabía ahora que todos los que los que menospreciaron con la
manipulación y la falta de lealtad y el desdén, ahora rápidamente se subirían
al carro de la victoria.
Tenía dos opciones: Vivir en Chile, tranquila pero humillada
y sin brillo, o ir a dar la lucha fuera de su patria, como vagabunda.
Deslumbrada por un ideal, Gabriela Mistral fue valiente,
comprometida, melancólica, insatisfecha, empecinada y propensa a tomarse muy en
serio a sí misma.
En Chile quisieron escribir la historia literaria los
malignos y celosos, los de siempre, una pequeña fracción de hombres pudientes,
que quisieron celebrar siempre a aquellos que vivieron bien. La crème de la
crème, las grandes fortunas que monopolizaban la primera clase, malignos y
celosos como el mismo diablo.
Gabriela Mistral prefirió las tristezas auténticas del autoexilio a una tranquilidad humillante y sin futuro aquí en casa.
Y Elin Wägner la escuchó. Y Suecia la acogió, Suecia la
salvó.
Así lo quiso las fuerzas de la Tierra y desde arriba el
anchuroso Cielo.
Ahora en Chile le levantarían estatuas. Podrían su nombre a
escuelas y jardines infantiles.
“Ahora parezco una santa”
Días después de la ceremonia, Elin Wägner y Gabriela Mistral
viajaron a la casa museo de Selma Lagerlöf en Mårbacka, un santuario literario.
En 1908, Selma Lagerlöf compró la casa de su infancia y allí vivió hasta su
fallecimiento en 1940.
Cenaron, parlaron en francés y rieron a carcajadas revelando
el espléndido sentido del humor que las unía. Una noche llena de opiniones,
percepciones y cosas también irrelevantes, como es la gracia de la buena amistad.
Así pasaron la noche de contentamiento en Mårbacka.
Evocación de los muertos
Al día siguiente, el sol brilló con una luz helada en el
crudo invierno sueco, sin que jamás el sol
las entibiara; el frío, sí amigos y amigas, el frío que calaba los
huesos y que mordía la piel.
Elin y Gabriela salieron de Mårbacka envueltas
en sus abrigos, doble gorra y grande mitones o guantes. A siete kilómetros está
la tumba de Selma Lagerlöf, en el apacible y pequeño cementerio de Östra
Ämtervik. La escena es de película y la pudo haber soñado el cineasta Ingmar Bergman. La nieve como metáfora de la soledad, la quietud y la purificación. Una atmósfera onírica, mezcla de realidad y fantasía.
Hay dos fotos de Gabriela Mistral y Elin Wägner frente a la tumba de Selma Lagerlöf. Las fotos las encontré en un archivo de una universidad de Gotemburgo. Nunca antes habían sido publicadas.
Allí llegaron las peregrinas a rendir homenaje a la
escritora que veneraban.
Selma Lagerlöf, maestra rural, como ella.
Selma Lagerlöf, primera mujer premio Nobel, como ella era la
primera mujer latinoamericana premio Nobel.
Como si llegaran a su Itaca,
después de años de aventuras, después de evitar a las
sirenas, de engañar a Polifemo, gigante de un solo ojo. Y con velas rotas enfrentar la ira de
Poseidón, con sus torbellinos y vientos y olas que
cayeron horriblemente sobre ella.
Nada logró anonadarla.
Llegamos por la nieve y con la nieve
a tu sepulcro blanco.
No te faltaremos, matriarca,
aunque la noche se nos cierre.
No fallaremos para que no caiga
tu escritura caliente en la nieve.
Desde entonces se forjó una amistad profunda entre Gabriela
Mistral y Elin Wägner, un lazo que se nutrió con la correspondencia.
Muy pronto, ¡lo qué son las cosas literarias!, en enero de
1946, en un periódico estadounidense apareció una ácida crítica al premio Nobel
a Gabriela Mistral por considerarla demasiado inofensiva y poco desafiante.
Elin Wägner la defendió. No crujió.
Todos los que la han recordado dicen que Elin Wägner era una
gran persona, alegre y acogedora. Era irónica, traviesa y divertidísima. Pero
también, dicen que podía ser brava. Elin Wägner salió inmediatamente a defender
a su amiga Gabriela Mistral. Publicó un artículo en el diario más importante de
Estocolmo, Dagens Nyheter, "Större än Prometheus", "Más grande
que Prometeo", el 22 de enero de 1946.
La bajada del título decía:
“La poesía de Gabriela Mistral es superior. Es pacífica e
indiscutible. Su poesía es profundamente humana... su estilo y contenido
plantean solo un mínimo de preguntas incómodas.”
La puerta oscura de la muerte. El Último Legado y una Despedida Conmovedora
“Normalmente no se sabe cuál será el último día o viaje”,
escribió un día Elin Wägner.
En 1948, las cuerdas del destino marcaron su camino: a Elin
Wägner se le descubrió un tumor en el estómago. Fue operada en noviembre de ese
año en Estocolmo, pero el cáncer, implacable, había alcanzado también el bazo.
Elin Wägner afronta sin evasivas ni sermones consoladores lo
trágico de la condición humana.
La finitud es inapelable.
Antes de partir, en un último aliento creativo, Elin
recopiló cuentos que se convirtieron en una colección con un tema femenino:
"La Hilandera", publicado en 1948.
Yo leí ese libro de desbordante intensidad emocional. Comienza con un cuento de humor delirante llamado “La primera mujer”, sobre la primera parlamentaria que ingresa a un Congreso dominado por varones, un centro de poder masculino donde se decidía el comienzo de la guerra. Una narrativa encantadoramente persuasiva de un cuento que yo he traducido al español y que se puede leer AQUI
Elin Wägner pasó sus últimos días en su icónica casa roja
llamada "Lilla Björka", en la región de Småland, donde ella vivía de
forma permanente desde los años 20.
La casa de Elin Wägner se llama Lilla Björka simplemente
porque en sueco, "lilla" significa "pequeña" y
"björka" se refiere a "abedul" o "lugar con
abedules". Elin Wägner compró el terreno en 1923 en las afueras del pueblo
de Berg, en la región de Småland. Construyó allí su casa, que inicialmente fue
su residencia de verano. Luego se convirtió en su hogar permanente.
Småland es una hermosa región boscosa de abetos, pinos y
abedules y abundante de lagos. Un lugar que yo conocí bien, pues viví allí,
cuando yo, como una luciérnaga iluminada de ilusión y esperanza, llegué a
Suecia como refugiado político, a fines de los años 70, con unos pocos dólares en el bolsillo. En casa quedaron varios
de mis amigos muertos bajo la extrema violencia de la dictadura de Pinochet. Fue hace ya muchos años, tantos años
que, sin embargo, no olvido a Småland, un lugar que se transformó en mi grato
hogar provisorio.
La casa Lilla Björka conserva gran parte de su aspecto
original de la época en que vivió Elin Wägner y funciona como un museo dedicado
a su vida y obra.
El viernes 7 de enero de 1949, a los 67 años, la vida de
Elin Wägner se apagó.
El cortejo recorrió 500 metros hasta la tradicional iglesia
de Berg, situada en una leve colina, según tradición sueca. Atravesó silencioso
las granjas con banderas a media asta por un camino bordeado de abetos.
Los vecinos desfilaron mudos en una larga y triste fila
entre medio de ramos, coronas, flores en homenaje a la mujer que expresó la
tenaz esperanza de una generación de mujeres.
El poeta y secretario de la Academia Sueca, Anders Östling,
depositó una gran corona de flores. Pronunció el primer discurso de una larga
fila de despedidas.
Todo vuelve a tierra
El deseo de Elin Wägner, aquel que había marcado su
infancia, se cumplió. Desde la pequeña estación de trenes de Lidnäs el ataúd
fue llevado a Lund, donde fue enterrada en el cementerio de Norra, junto a su
madre Anna, cerrando un círculo de vida y un legado que perdura.
Alguna vez, como dije al comienzo, cuando yo estudiaba en Lund, una compañera, joven sueca de atractiva voz ronca como de caverna, me habló por primera vez de Elin Wägner, mientras yo comía aromáticos kanelbullar, la delicia sueca.
Luego estuve allí en Lund frente a su austera tumba. La lápida de Elin es discreta, sin
pompa. La losa de su madre Anna apenas lleva estampada una simple paloma. Eso me sorprendió. Me pareció que a estas muertas les ofende la ostentación, el lujo y la apariencia.
miércoles, julio 02, 2025
Don Leonardo Ortiz, un alma humana de 82 años que dirige la centenaria Librería Chilena de La Alameda.
—La Librería tiene más de cien años, me contestó amable el librero de bigote blanco.
—Oh, exclamé yo, ¿entonces esta librería debe ser la más antigua de Santiago?
—Sí. La fundó don Pedro Salvo Campos en 1917.
Entonces me muestra una foto de don Pedro Salvo y agregó:
—Don Pedro fue un gran patrón.
Me cuenta que ha trabajado décadas en la Librería Chilena de la avenida La Alameda, cerca de la iglesia San Francisco.
De pronto, suavemente la conversación adquiere un tono profundo. Sus padres eran refugiados de la guerra civil española. Viajaron desde España en el barco Winnipeg.
—Mi madre murió cuando yo tenía solo tres años.
—Oh, le dije yo, a usted le debe haber faltado su madre.
—Oh, sí, me hizo mucha falta mi madre.
Y agregó:
—Mi padre pronto nos abandonó y estuvimos vagando en diferentes casas. Viví en La Cisterna y luego vagué de allí y para acá. Hasta que una familia de origen árabe sufí me acogió en su casa que tenían en La Plaza de Armas de Santiago. Estoy muy agradecido de ella.
Es el misterio elusivo de la vida.
—Soy Ortiz, como la reina Letizia de España, dice sonriente cuando le pregunto cómo se llama.
—A lo mejor la reina Letizia también viene de su familia, le digo y Leonardo vuelve a sonreír.
Luego agregué:
—Me gustaría llegar a su edad con su salud y lucidez.
—Sólo debo controlarme el corazón, dice y se toca el pecho.
Es don Leonardo Ortiz de 82 años, un alma humana.
Ocurrió hace unos días. Y yo quería contarlo.
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— ¿Cuántos años tiene la Librería Chilena? le pregunté al librero de 82 años que me entrega el libro que compré en oferta del danés Peter Hø...