jueves, noviembre 30, 2006

Leo Ríos, Jorge Pavez, Jorge Montealegre y Eduardo de la Barra atentos a la jugada

Leo Ríos, Jorge Pavez, Jorge Montealegre y Eduardo de la Barra atentos a la jugada,
durante la premiación de los Von Pilsener.
La historia es la siguiente: Es un día muy lluvioso de 1993. Recuerdo muy bien que Santiago soporta un diluvio realmente biblíco. Ese día sería la presentación del libro "Von Pilsener, primer personaje de la historieta Chilena", de Editorial Asterión con la investigación de Jorge Montealegre y Héctor Morales, donde establecen un hito nacional: el año 1906 sería el año del surgimiento de la moderna historieta chilena.
Ese hecho causó otro hito: ese rescate serviría para que otros fanáticos del dibujo humorístico, unos años después, establecieran que la comuna de San Miguel es la cuna de la historieta, pues allí vivió Pedro Subercaseaux, el creador de Von Pilsener. Y entonces y como consecuencia, se pensó en rendir homenaje a Subercaseaux y construir una estatua, que luego sería un parque de historietas.
¿Ven como son las cosas?
Así fue como este año, el 2006, el país reconoció y celebró el centenario de la historieta.
Más aún. En esa ocasión Jorge Montealegre, que ahora es secretario ejecutivo del fondo del libro, estableció un premio a cuatro dibujantes por su trayectoria. Los que recibieron el premio fueron los artistas de excelencia: Vicar, Themo Lobos, Hervi y Palomo. El lugar de la premiación fue La Casa de la Cultura, donde vivió Pedro Subercaseaux en San Miguel.
Así pues se escribe la historia. Circularmente.

martes, noviembre 28, 2006

Ilustrísimos dibujantes

Hervi, Condorito y Washington
Jorge Pávez del Colegio de profesores entrega el premio Von Pilsener a Palomo

El alcalde Palestro entrega el premio a Vicar
Un buen relato del premio lo encuentran en Capitán Chile
Y un perfil de Hervi, Vicar, Palomo y Themo Lobos en Surplástica

jueves, noviembre 23, 2006

La Intrusa de Borges

De la época de Ramses V, guardado en el British Museum de Londres y escrito por el escriba Ennana es El cuento de los dos hermanos.
Hay cientos de versiones de este cuento, el más viejo de los cuentos escritos conservados.
Hans Christer Andersen
tiene su versión.
Y los hermanos Grimm,
tienen el suyo.

Y Jorge Luis Borges, el cuento La Intrusa:


La Intrusa
Jorge Luis Borges

Dicen (lo cual es improbable) que la historia fue referida por Eduardo, el menor de los Nelson, en el velorio de Cristián, el mayor, que falleció de muerte natural, hacia mil ochocientos noventa y tantos, en el partido de Morón. Lo cierto es que alguien la oyó de alguien, en el decurso de esa larga noche perdida, entre mate y mate, y la repitió a Santiago Dabove, por quien la supe. Años después, volvieron a contármela en Turdera, donde había acontecido. La segunda versión, algo más prolija, confirmaba en suma la de Santiago, con las pequeñas variaciones y divergencias que son del caso. La escribo ahora porque en ella se cifra, si no me engaño, un breve y trágico cristal de la índole de los orilleros antiguos. Lo haré con probidad, pero ya preveo que cederé a la tentación literaria de acentuar o agregar algún pormenor.
En Turdera los llamaban los Nilsen. El párroco me dijo que su predecesor recordaba, no sin sorpresa, haber visto en la casa de esa gente una gastada Biblia de tapas negras, con caracteres góticos; en las últimas páginas entrevió nombres y fechas manuscritas. Era el único libro que había en la casa. La azarosa crónica de los Nilsen, perdida como todo se perderá. El caserón, que ya no existe, era de ladrillo sin revocar; desde el zaguán se divisaban un patio de baldosa colorada y otro de tierra. Pocos, por lo demás, entraron ahí; los Nilsen defendían su soledad. En las habitaciones desmanteladas dormían en catres; sus lujos eran el caballo, el apero, la daga de hojas corta, el atuendo rumboso de los sábados y el alcohol pendenciero. Sé que eran altos, de melena rojiza. Dinamarca o Irlanda, de las que nunca oirían hablar, andaban por la sangre de esos dos criollos. El barrio los temía a los Colorados; no es imposible que debieran alguna muerte. Hombro a hombro pelearon una vez a la policía. Se dice que el menor tuvo un altercado con Juan Iberra, en el que no llevó la peor parte, lo cual, según los entendidos, es mucho. Fueron troperos, cuarteadores, cuatreros y alguna vez tahúres. Tenían fama de avaros, salvo cuando la bebida y el juego los volvían generosos. De sus deudos nada se sabe y ni de dónde vinieron. Eran dueños de una carreta y una yunta de bueyes.
Físicamente diferían del compadraje que dio su apodo forajido a la Costa Brava. Esto, y lo que ignoramos, ayuda a comprender lo unidos que fueron. Malquistarse con uno era contar con dos enemigos.
Los Nilsen eran calaveras, pero sus episodios amorosos habían sido hasta entonces de zaguán o de casa mala. No faltaron, pues, comentarios cuando Cristián llevó a vivir con él a Juliana Burgos. Es verdad que ganaba así una sirvienta, pero no es menos cierto que la colmó de horrendas baratijas y que la lucía en las fiestas. En las pobres fiestas de conventillo, donde la quebrada y el corte estaban prohibidos y donde se bailaba, todavía, con mucha luz. Juliana era de tez morena y de ojos rasgados; bastaba que alguien la mirara, para que se sonriera. En un barrio modesto, donde el trabajo y el descuido gastan a las mujeres, no era mal parecida.
Eduardo los acompañaba al principio. Después emprendió un viaje a Arrecifes por no sé qué negocio; a su vuelta llevó a la casa una muchacha, que había levantado por el camino, y a los pocos días la echó. Se hizo más hosco; se emborrachaba solo en el almacén y no se daba con nadie. Estaba enamorado de la mujer de Cristián. El barrio, que tal vez lo supo antes que él, previó con alevosa alegría la rivalidad latente de los hermanos.
Una noche, al volver tarde de la esquina, Eduardo vio el oscuro de Cristián atado al palenque En el patio, el mayor estaba esperándolo con sus mejores pilchas. La mujer iba y venía con el mate en la mano. Cristián le dijo a Eduardo:
-Yo me voy a una farra en lo de Farías. Ahí la tenés a la Juliana; si la querés, usala.
El tono era entre mandón y cordial. Eduardo se quedó un tiempo mirándolo; no sabía qué hacer. Cristián se levantó, se despidió de Eduardo, no de Juliana, que era una cosa, montó a caballo y se fue al trote, sin apuro.
Desde aquella noche la compartieron. Nadie sabrá los pormenores de esa sórdida unión, que ultrajaba las decencias del arrabal. El arreglo anduvo bien por unas semanas, pero no podía durar. Entre ellos, los hermanos no pronunciaban el nombre de Juliana, ni siquiera para llamarla, pero buscaban, y encontraban razones para no estar de acuerdo. Discutían la venta de unos cueros, pero lo que discutían era otra cosa. Cristián solía alzar la voz y Eduardo callaba. Sin saberlo, estaban celándose. En el duro suburbio, un hombre no decía, ni se decía, que una mujer pudiera importarle, más allá del deseo y la posesión, pero los dos estaban enamorados. Esto, de algún modo, los humillaba.
Una tarde, en la plaza de Lomas, Eduardo se cruzó con Juan Iberra, que lo felicitó por ese primor que se había agenciado. Fue entonces, creo, que Eduardo lo injurió. Nadie, delante de él, iba a hacer burla de Cristián.
La mujer atendía a los dos con sumisión bestial; pero no podía ocultar alguna preferencia por el menor, que no había rechazado la participación, pero que no la había dispuesto.
Un día, le mandaron a la Juliana que sacara dos sillas al primer patio y que no apareciera por ahí, porque tenían que hablar. Ella esperaba un diálogo largo y se acostó a dormir la siesta, pero al rato la recordaron. Le hicieron llenar una bolsa con todo lo que tenía, sin olvidar el rosario de vidrio y la crucecita que le había dejado su madre. Sin explicarle nada la subieron a la carreta y emprendieron un silencioso y tedioso viaje. Había llovido; los caminos estaban muy pesados y serían las once de la noche cuando llegaron a Morón. Ahí la vendieron a la patrona del prostíbulo. El trato ya estaba hecho; Cristián cobró la suma y la dividió después con el otro.
En Turdera, los Nilsen, perdidos hasta entonces en la mañana (que también era una rutina) de aquel monstruoso amor, quisieron reanudar su antigua vida de hombres entre hombres. Volvieron a las trucadas, al reñidero, a las juergas casuales. Acaso, alguna vez, se creyeron salvados, pero solían incurrir, cada cual por su lado, en injustificadas o harto justificadas ausencias. Poco antes de fin de año el menor dijo que tenía que hacer en la Capital. Cristián se fue a Morón; en el palenque de la casa que sabemos reconoció al overo de Eduardo. Entró; adentro estaba el otro, esperando turno. Parece que Cristián le dijo:
-De seguir así, los vamos a cansar a los pingos. Más vale que la tengamos a mano.
Habló con la patrona, sacó unas monedas del tirador y se la llevaron. La Juliana iba con Cristián; Eduardo espoleó al overo para no verlos.
Volvieron a lo que ya se ha dicho. La infame solución había fracasado; los dos habían cedido a la tentación de hacer trampa. Caín andaba por ahí, pero el cariño entre los Nilsen era muy grande -¡quién sabe qué rigores y qué peligros habían compartido!- y prefirieron desahogar su exasperación con ajenos. Con un desconocido, con los perros, con la Juliana, que habían traído la discordia.
El mes de marzo estaba por concluir y el calor no cejaba. Un domingo (los domingos la gente suele recogerse temprano) Eduardo, que volvía del almacén, vio que Cristián uncía los bueyes. Cristián le dijo:
-Vení, tenemos que dejar unos cueros en lo del Pardo; ya los cargué; aprovechemos la fresca.
El comercio del Pardo quedaba, creo, más al Sur; tomaron por el Camino de las Tropas; después, por un desvío. El campo iba agrandándose con la noche.
Orillaron un pajonal; Cristián tiró el cigarro que había encendido y dijo sin apuro:
-A trabajar, hermano. Después nos ayudarán los caranchos. Hoy la maté. Que se quede aquí con su pilchas, ya no hará más perjuicios.
Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba otro círculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligación de olvidarla.
FIN


Imagen: La Intrusa de Etienne Gontard

sábado, noviembre 18, 2006

Spotorno & Electorat : Rosca chilena en España


El año 82 se produce un encuentro mundial de escritores en el Ateneo de Madrid. Nicanor Parra llegó desde Chile. También se coló allí una división juvenil de poetas chilenos que estudiaban en Barcelona: Mauricio Electorat, Cristóbal Santa Cruz y Andrés Morales. Y en Madrid estaban ya otros pollos: Radomiro Spotorno, León Canales, Gonzalo Santelices y Jaime Collyer. Al encuentro llegó esa vez también desde París otros dos chavales, Gustavo Grillo Mujica (que publicó libros de poesía en París) y José María Memet de 24 años. Desde Suecia bajó el treintañero pero siempre dandy, Sergio Badilla.

A la tribu chileno-española habría que sumar, por otro lado, a los residentes en Cataluña, Luis Sepúlveda y Roberto Bolaño. Así también a Sergio Macias y Omar Lara que se instaló con su editorial en España en 1981 después de unos años en Rumania.

Vivirán entonces como traductores, porteros de hoteles y de camping. Spotorno nos contó el otro día en el bar El Cuervo de Santiago, que alguien intentó vivir imitando consoladores para venderse en los incipientes Sex-shops del destape madrileño. La rosca se reunía en el piso de Spotorno en el barrio El Retiro, donde él guisaba unos ya mitificados tallarines con aceite de oliva y pimiento morrón mientras bebían vino de La Rioja. El único que no bebía vino era Andrés Morales, que sólo bebe whisky con agua.

Era la época en que Spotorno viajaba también a Italia a la casa de la tiernísima sexy-woman Marcela Osorio y donde, según se jactó un día, la vio deslizarse en cueros.

Spotorno publicó una antología que se llamó, Puente Aéreo. Jóvenes Escritores Chilenos en España (1985). Después en Chile publicó Glosario del amor chileno y en 1994 la novela La Patrulla de Stalingrado, en la portada una ilustración de Andrés Gana. Relata una noche de alcohol, cocaína y sexo entre Santiago y Valparaíso de una pandilla que se reúne tras la muerte de uno de sus compinches, se van de copas, pelan a las hembras y visitan un burdel. Mariano Aguirre trató bien y con simpatía a la novela. Pero Guillermo Chandía dijo que era grosera e intrascendente. Javier Edwards en El Mercurio dijo que la novela era "un pretexto para ejercitar cierta técnica expresionista". Y Eduardo Guerrero del Río la consideró "elemental en su estructura" en el diario La Segunda.

La Pandilla de Stalingrado es una novela tabernaria y chucheta, es cierto. Y no puede ser de otro modo, si es una novela picaresca. Tiene apuros de estructura, también es cierto. Pero esta novela del desencanto tiene más vitalismo y brío que otras novelas publicadas entonces con más éxito de crítica. Y, a pesar de sus yerros, la novela de ritmo ágil, inteligente y cínica, mirada en el tiempo de diez años, se salva.

¿Cómo se explica entonces? Hace diez años, la regencia quería el país como patio de colegio, donde todos, por fin, nos portaríamos bien. Recuerden que aún nadie decía una chuchada por la tele. La novela de Spotorno, el especialista en pasta, no era políticamente correcta. (Las novelas divertidas, hasta hace poco, eran una ofensa a la rutina de fomedad y almidón. Vean: Roberto Merino realizó una antología de cuentos de humor chileno, pero los cuentos no hacen reír, son más fomes que un día sin comer. Asimismo, hay colecciones de cuentos eróticos que caldean menos que estufa eléctrica).

La rosca de chilena-española dio un nuevo take off: Mauricio Electorat ganó el premio Biblioteca Breve 2004, con su novela La burla del tiempo. Electorat llegó a Barcelona en 1981 cuando tenía 21 años y se licenció de Filología Hispánica. Luego en 1987 se trasladó a París. Su primera novela, El paraíso tres veces al día, (1995) fue premiada por el Consejo Nacional del Libro y la Lectura y el Municipal de Literatura.

Durante el verano frente al mar de Isla Negra leí la novela. Un tal Alfredo Martín trabaja de portero en un hotelucho de París, conoce a una tal Valérie Wong de orígenes asiáticos, dealer que trabaja para el tío Wong, narco. Alfredo es pollito nuevo. Valérie es una dura, una yonqui de glamour canalla y, como ustedes ya prevén, arrastrará a Alfredo a un espacio barriobajero de cuchillazos, travestis y traiciones. La novela está bien escrita pero, ustedes ya saben, eso no subraya mucho para mí. La novela negra, en su percepción clásica, ajusta cuentas con las lacras sociales y el poder. Y esta novela habla sobre sexo y dinero, pero elude los temas del poder y de los ideales.

Electorat publicó luego cuatro cuentos en Nunca fui a Tijuana y otros relatos (2000). Yo enfatizo dos: La Noche a ti debida y Yo nunca fui a Tijuana.

La noche a ti debida es la nostalgia de un señor, Tito Cáceres, que vaga por Roma y a la salida de un cine cerca de la Vía del Corso, se encuentra con Sole, su ex-novia de adolescente de hace 25 años atrás. Nostalgia de la primera etapa del transplantado. Tito cuenta velozmente un hecho tras otro. En el segundo cuento ocurre algo análogo, han pasado décadas y un personaje -de nombre Bonilla- ajusticiará al homicida de su padre. Es la venganza de su padre, Jorge, un comandante de la Marina chilena que fue asesinado por sus camaradas después del golpe militar de 1973. El tiempo ha pasado, pero la condena igual está por realizarse.

La burla del tiempo, la novela del premio, será presentada por Mauricio Electorat en los próximos días en Santiago. Es previsible que Electorat vaya una tarde al depto de Spotorno frente al Parque Forestal, a gustar tallarines con salsa de pimentón, con varios de esos compinches que, tiernos en Madrid, soñaban invadir el "mundo literario".

Utopista Pragmático, Abril 2004

viernes, noviembre 10, 2006

Mediocres operadores culturales municipales

El libro Informe Tapia editado por Calabaza del Diablo se presentó en diciembre del 2004 en uno de esos gratos bolichines del barrio Bellavista, cuyo nombre recordar no puedo. No había mucha gente. Familiares y amigos del escritor.
Patricio Fernández presenta el libro coloquialmente y es efectivo. Con su corta exposición logra que el libro me llame la atención. También me llama la curiosidad el despliegue de su autor, Marcelo Mellado. Habla con afecto de un bolchevique que se reconvirtió al arte y, desde un club de rayuela de San Antonio, recicla un sindicato de ferroviarios en un centro cultural. Ha nacido un "gestor cultural".
En el escenario se mueven ex - bolcheviques que descubren, aprovechan y canalizan recursos culturales comunales o estatales. Pronto se dan cuenta que esos aparatos comunales de la cultura son aparatos de dominación, según la jerga de una izquierda (de una izquierda que leyó a la señora Marta Harnecker, pupila del estructuralismo francés, tipo Althussser).
Omar Badilla o Padilla o Ladilla (no está claro) ofrece una cartografía cultural y se replantea la reconversión cultural, y funda la Asociación de Poetas de la Cuenca del Maipo y esa corporación sostiene un alucinado jaleo con los Poetas de la cuenca del Maule. El mejor aliado de Badilla (o Padilla o Ladilla) es Carrasco, coordinador del festival de rancheras de San Antonio, dirigente de un importante club de rayuela de San Antonio, y cuyo lugar preferido de encuentro es el bebedero Los Puchos Lacios.
Estos, a falta de mejores adversarios, establecen un forcejeo con el Aparato Oficial-Institucional, ubicado en una oficina de la Torre Omnioceánica, que coordinada con el aparato central de la gobernación y el Departamento de cultura municipal, manejado por un tal Vega, Vera, Varas o Vargas (tampoco está claro).
La malla estructuralista está siempre presente en esta novela, novela paródica, ya se habrán dado cuenta. El libro se puede leer como una delirante paranoia colectiva, como ajuste de cuentas con los aparatos de la cultura creados por la Concertación, que en la novela se los inculpa de servidores del amiguismo o como una forma de controlar o de amansar el pensamiento, uno delos males que corrompe la calidad y la crítica. La novela identifica a una nueva clase media en el poder (“operadores del partido” reciclados en "agentes culturales del Estado" o "gestores culturales", o "animadores culturales"). Por un lado. Y por el otro, dirigentes sociales huérfanos de base social y que se metamorfosean en "actores culturales" y cuyos requisitos son la astucia y el codazo - a saber: la falta de méritos. Ambos se potencian, por arriba y por abajo. Todo se municipaliza con una mentalidad utilitarista que reduce el arte al papel de ornamento alcaldicio.
Ya ven, la novela no deja de tener su trasfondo corrosivo.
Los artículos del hermano de Marcelo Mellado, Justo Pastor Mellado, pareciera que dicen en serio, y con una densidad algo malgastada, lo que su hermano, el escritor, dice en forma de carnaval y de chiste (y de hueveo, claro). Justo Pastor habla en sus artículos de la municipalización y la fondartinzación de la cultura, y critica al "nuevo gestor orgánico" de la Concertación por el mal gusto y la mentalidad utilitaria. Haber leído a Justo Pastor -aunque a medias- me aclara un cierto malditismo intelectual de trasfondo en la novela de su hermano.
Quizás no debería yo leer la novela de Marcelo Mellado como una cuestión familiar, como una tesis familiar. O no debería yo insinuar que los artículos de Justo Pastor son la película en negativo de la novela de Marcelo. Quizás se me cuestionará esos intentos de unir hermanos con hermanos en una común aventura intelectual.
Quizás. Pero tengo una inicua tendencia -tendencia incómoda- a relacionar lecturas como me da la gana. Y con esto deseo decir que detrás de la novela Informe Tapia hay consistente reflexión crítica.
Puedo decir algo más exagerado: Los Mellado son, en otra plataforma, continuadores de la tradición de los Cultural Studies, estudios multidisciplinarios sobre lo precarios, lo pueriles, lo banales y lo miserables que somos los chilenos de esta época, esta era de "globalización" económica.Y sus resultados: no tenemos lazos comunes de convivencia.
Como puede notarse, la novela también puede leerse como la repercusión de la crisis de la izquierda. También cuestiona la noción de "sociedad civil" como un aparente lugar de la diversidad y la diferencia. Es una crítica a los usos y abusos del concepto "sociedad civil", un terreno idealizado, donde pululan, según cuenta la novela, los pillines, los mentirosos, los cuenteros que piensan ya sólo el arte como beneficio y no como uso. O mejor dicho: el arte les da lo mismo.
Mellado, de nombre Marcelo, de ese modo, ha ido constituyendo una particular y necesaria novelística, donde se discute, a su modo también, la función política de la cultura, algo que hoy en este país resulta tan particular como difícil.
Como no éramos muchos en la presentación de la novela, el editor de La Calabaza del Diablo, Marcelo Montecinos, colocó amablemente en la mesa de la barra unos tragos que bebimos con José María Memet. Según recuerdo, salimos luego un tanto, un cachito alumbrados del bar, cuyo nombre, miren lo que son las cosas, recordar hoy no puedo.

martes, noviembre 07, 2006

Escuela creativa en lo de Eric Polhammer

Creadores de la escuela creativa de escritores con el presidente de la Cámara Chilena del libro, Eduardo Castillo





Antonio Becerro y Gustavo León muy ralajados.
Eric Polhammer presentó un libro –algo sobre el poto- de Enrique Lafourcade en la feria del libro. Luego, mientras libábamos cerveza, le conté que Mario Bellantin tenía su escuela dinámica de escritores en México, donde está prohibido escribir. La idea le pareció genial y entonces inmediatamente propuso que hiciéramos nuestra propia escuela creativa para escritores, e invitó a que la sede de la escuela fuera su casa en La Reina donde tiene un espacio amplio.

Decidimos, por cábala, que esta experiencia comenzará el día primero de enero del 2007, un gran año, según Polhammer. Propuso que fuera también para oradores.

De inmediato fichamos al primer profesor, Eduardo Yentzen, creador de la revista La Bicicleta y del Día de la Creatividad, que en ese momento pasó por el lado de nuestra mesa. Firmó en un rincón de un catálogo de la feria, que hacía de primera bitácora de la escuela.
Así se le propuso también al artista Antonio Becerro, conocido por sus performances con perros embalsamados y al escritor Gonzalo León, quienes también osaron sentarse en la mesa del delirio.
Así ya había, en cosa de minutos, un staff de maestros de la primera escuela creativa chilena para escritores y oradores, donde la única prohibición es NO escribir.

lunes, noviembre 06, 2006

El Hablador y Patrimonio en la Feria del Libro

Me pareció interesante -rupturista es la palabra- que se haya presentado ayer en la Feria del Libro de Santiago la revista digital peruana El Hablador. Más sugestivo aún es que la revista haya sido presentada por Luis Martínez, director de la revista digital chilena Patrimonio Cultural. Como alguien del público dijo ayer, Patrimonio Cultural es la mejor y más completa revista cultural chilena. Además, estaba sentado allí en el público el escritor Ricardo Cuadros, colaborador de Adolfo Pardo, en su también buena revista digital chilena, Crítica.

Estas revistas, para nosotros que nos gusta la literatura, son de gran calibre.

Uno de los editores de la revista El Hablador, Francisco Angeles afirmó: la literatura es anterior a los libros. Y probablemente lo será también a pesar que desaparezcan los libros. Los presentadores estuvieron de acuerdo que el restringido mercado del libro era una razón de la vivacidad de los medios electrónicos.

Tengo mis dudas. Creo simplemente que hay una nueva tecnología, que cada día se ha hecho más amable. Y, por qué llenarme de papeles, cuando muchas cosas que yo deseo leer ya están allí.

Tampoco creo que necesariamente lo digital, pueda eliminar la obra en papel. Lawrence Lessig, el creador de Creative Commons, demostró que su libro digital Free Culture -que se bajó miles de veces de Internet- no opacó la edición en papel. Al contrario, sostiene Lessig, la edición digital aumentó la ansiedad en la gente de tenerlo en papel. O algo así.

La noticia que entregó ayer otro de los editores de El Hablador, Francisco Izquierdo, es que ahora la revista contará con un foro y con blogs donde se incorporarán semanalmente comentarios de libros.

En la foto: Luis Martínez Solorza y Francisco Angeles

domingo, noviembre 05, 2006

Fuguet agita el cosmopolitismo: ¿moda o estafa?

Alberto Fuguet realiza campaña. Con instinto publicitario, como si le pagara un editor con olfato comercial, le da a una idea básica. Sound bite. Cuña periodística.
Ahora itera la idea unidimensional que el escritor del futuro es alguien cosmopolita, que ha cambiado y recambiado de lenguas. Es la realidad, según Fuguet.

Es el mismo subtexto que tuvo el domingo pasado en la entrevista con Santiago Rocangliolo en la feria del libro de Santiago, y es lo que hace hoy, un domingo después, en una entrevista en El Mercurio con otro joven peruano, Daniel Alarcón (escritor de Alfaguara, la misma editora de Fuguet, por lo demás, o ¿justamente por eso?).

Alberto Fuguet se nota ansioso. Y comete el mismo error que critica: suponer que hay un eje para medir la literatura.

El problema es, Alberto Fuguet, el problema es si tienes algo interesante que decir sobre el fenómeno de la migración, de la cual tú eres posiblemente un producto Y eso, Fuguet, eso aún no está claro en tus obras.

Esto no es una mala voluntad de escritor de barrio. (alguna vez escribí en sueco una nouvelle, Malmö är Litet). Fuguet, lee, por ejemplo, lee este comentario Lost in Translation de Johanatan Messinger a tu libro Las películas de mi vida.

Los Poetas No-nombrados de la Resistencia Chilena

Los Poetas No-nombrados de la Resistencia Chilena: Madonna benedetta, fate la grazia che non debba morire

Por Pedro Urdemales



La Bohème es la cuarta ópera de Giacomo Puccini (después de Le Villi 1884, Edgar 1889 y Manon Lescaut 1893). “En La Bohème, Puccini reunió en su música elementos de distintas corrientes. Las arias y los dúos de amor de los actos primero y último se pueden atribuir al Romanticismo Tardío, el comienzo del tercer acto con la silenciosa y desalentadora nevada en una alborada gris al Impresionismo y algunas cosas del segundo acto al Verismo”[1]. En ese tiempo Puccini compartía habitación con Mascagni (autor de la “Caballería Rusticana”), en París. Muchas situaciones de la Resistencia política en Chile se ajustan a esos relatos operáticos, sobre todo a partir de la depresión económica del año 80 y la privatización de las empresas estatales, por parte de la dictadura. Y donde amasaron fortuna, muchos esbirros del antiguo régimen. Rebela escribir acerca de lo “verdadero” como si otros, desde sus dispositivos, intervenciones e intenciones, no lo fueran. Para el purismo futuro: escribo desde esa “otredad”: la que enjuicia pero en tono solidario. Duele tener que asumir ese compromiso con la centralidad del discurso oficial (como aproximación a la verdad única y a la certeza histórica), porque de alguna manera, quien embiste esa tarea (por generosa que parezca su actitud) se hace acreedor de un desprecio social (y del adjetivo Inquisidor), tan propio de la chilenidad. Sin embargo, alguien tiene que decir (sin ningún mesianismo) para que sea honrada la verdad en todo su esplendor y se pueda construir desde ella, otro mundo. Ni más ni menos. Por otro lado, está la necesidad viva de corregir ciertas inexactitudes. Y en esa necesidad de corrección, se nos va verdad y vida. Como antes. Hecha la salvedad al grano. La tuberculosis de Mimí y la pobreza de Rodolfo, igual que en la Opera “La Bohéme” de Giacomo Puccini, estaban latentes. La enfermedad en Mimí (”Que gelida manina”) y la imposibilidad de salvarla de ese destino trágico, anunciado pero inevitable. Los destinos de los pueblos asumen esa carga trágica en sus momentos difíciles (“Questa è Mimì,gaia fioraia”). Y desde esos subterráneos de la condición, surgieron voces que dieron cuenta de la dignidad humana. Este intervalo es como una Oración para que los protagonistas de esta historia aún permanezcan vivos (como así lo deseo). En una oportunidad, hace años, jóvenes vinculados al Movimiento Sebastián Acevedo (y admiradores, de Monseñor Arnulfo Romero), le pidieron a un amigo poeta un slogan para rayar en los Cuarteles clandestinos de la CNI: habían varios cuarteles identificados. Antes habíamos escrito: Castígalos, Señor, porque saben lo que hacen. Y como se venía el Paro Nacional, le sugirió que escribieran: El Miedo cambió de dueño, porque si empezaba a amanecer para el pueblo, para los opresores (militares, esbirros y civiles) comenzaba su crepúsculo. De sus cuevas salían los mandriles, y leían esta frase que, a simple vista, no tenía una connotación política directa y un cierto estremecimiento, aún humano, les doblaba la mirada. Muchas frases como éstas quedaron en la memoria de Chile. Otras se perdieron en la Noche de los Tiempos. Y de las cuales hemos construidos esperanzas y con las cuales tenemos una deuda social (que, de ninguna manera, intento reparar con este articulito). Una deuda que se hace extensiva a los creadores de la Resistencia Civil. Muchas cosas sorprendentes ocurrieron en aquellos años, como un libro maravilloso de poesía que era firmado por Santiago Cienfuegos, lógicamente un seudónimo. Nunca supe quien era el autor de esa Obra, que circulaba en la clandestinidad en papel roneo, que era leída casi en tono sagrado y litúrgico sobre desventuradas mesas y en fríos dormitorios de Chile: como ofrenda el libro recibía manchas de aceite, o arrugas de bolsillos estrechos. Era un Manifiesto hermosísimo de ética, política y poesía, un conjunto de poemas de un poeta combatiente, escritos “desde ahí”. También había otro poeta que firmaba como Sebastián Silvestre, cuyos poemas daban cuenta de la realidad inmediata con una belleza imprevisible. Estuve “invitado” al Lanzamiento de ese libro, que se llevó a efecto en el Paradero 18 de Santa Rosa, en Santiago de Chile: todo un montaje de suspicacias, criterios y oportunidades. Al evento llegó un viejo militante del socialismo chileno que estremeció a la concurrencia, tocando en acordeón, quizás por primera vez después del Golpe Militar, la Marsellesa socialista. Algunos poemas del autor (que estaba presente) fueron leídos por un actor chileno radicado en Canadá. Luego se sirvieron jugos “Royal” y marraquetas con paté. Ese mismo día se acabó la Primera Edición de dos mil ejemplares. Ciclistas que en verdad eran comprometidos dirigentes poblacionales, o destacados militantes de los partidos populares, venían a buscar el Libro de Poema en bolsas de pan. No digo que fueran los únicos poetas chilenos que actuaban en la Línea de Fuego, imagino que había otros. Se lamentaban esos poetas que sus poemas no tuvieran la capacidad de secar colchones, ni de transformar la palabra en alimento. Era otra poética. No recuerdo el nombre y si lo recordase seguramente sería falso, pero un poeta de tomo y lomo, escribió un texto a su enamorada, una muchacha de la Juventudes Comunistas: ella lo había abandonado, quizás porque así son los comportamientos de los corazones en Estado de Sitio y fuera de ese Estado. La muchacha tenía unos hermosos ojos negros y una cabellera que le caía hasta la cintura: puro desprendimiento. Quizás no le abandonó porque el Tiempo del Amor hubiera cesado, sino porque asumía compromisos más radicales en la lucha por la liberación social, como entiendo que sucedió, aunque no lo sabemos con claridad. El muchacho-poeta, sintió que la fugacidad de las cosas, amores y procesos, eran tan temibles que debía dar cuenta de ese aspecto heracliteano, de manera pedagógica y desde la poesía. El día elegido estaba previsto y agendado: jóvenes de una Comunidad Eclesial de Base harían un Homenaje a Ernesto Cardenal, el poeta monje nicaragüense. Algunas muchachas hervían vino con naranja, las mismas que más tarde leyeron “Oración por Marilyn Monroe”. Otros freían empanadas, las que asumías las tareas de seguridad del local, y que cantaron canciones trova. Y los más se dedicaban al noble oficio de la preparación de completos. Jamás el gran poeta nicaragüense podría imaginarse un homenaje de mayor estatura: él y la revolución vivos en un Salón Parroquial. Un pintor realizaba un croquis de escenografía: una figura a contraluz sentado junto a una mesa de comedor (tan de Chile), cansado, y con toda la luz del mundo cayendo en su espalda, quizás el mismo Ernesto en Solentiname, quién sabe. El poeta de quien no sé su nombre, aunque recordarlo quisiera, subió a ese escenario con un impermeable blanco de dudosa calidad (e impermeabilidad). Tengo la seguridad que la noche anterior no había dormido. Cuando fue anunciado salió como Torero de lid al redondel. Pidió que apagasen la luz del Escenario, solicitud que fue aceptada por los organizadores (como en el I Acto de La Boheme). Y comenzó a leer el poema en medio de la oscuridad, al mismo tiempo que un compañero encendía la hoja por el lado opuesto. Era un bellísimo poema de des-amor, la propia existencia vulnerada y rota, como en este caso. La tensión dramática era doble: por un lado, el texto que iba leyéndose y dibujándose. Por el otro, el fuego que le quemaba la mano y le iluminaba el rostro. Quizás la muchacha a quien estaba dirigido ese texto, nunca supo de este acto heroico de su poeta enamorado. Quizás sí lo supo y desde la clandestinidad, hasta lanzó unos claveles rojos al río como señal de fugacidad en las relaciones humanas, y como señal contestaria que seguía en pie su compromiso social y que no había camino de regreso, como diciendo (en esos otros lenguajes): no estoy enamorada de un sólo hombre, sino de todos los hombres. Realmente no lo sé. En un momento el fuego tocó la mano del muchacho y el poema terminó en la preposición “de”. El humo, la ceniza y la tinta chamuscada eran la nueva escritura. El poeta saltó desde el escenario y se perdió en la Noche, dejándonos un texto inconcluso (y en llamas). Eran otros poetas, quizás más dulces. No lo sé. “Quand men vo”, el Vals de Musetta, los aretes de Musetta, la medicina, traigan el doctor. “Madonna benedetta, fate la grazia che non debba morire”[2]. El final sólo Dios lo sabe. Y Puccini.
[1] www.Opera2001.net
[2] Señora bendita, dale tu gracia; que no muera...

Escenas de la vida posmoderna: intelectuales, arte y videocultura en la Argentina de Beatriz Sarlo

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