domingo, noviembre 05, 2006

Los Poetas No-nombrados de la Resistencia Chilena

Los Poetas No-nombrados de la Resistencia Chilena: Madonna benedetta, fate la grazia che non debba morire

Por Pedro Urdemales



La Bohème es la cuarta ópera de Giacomo Puccini (después de Le Villi 1884, Edgar 1889 y Manon Lescaut 1893). “En La Bohème, Puccini reunió en su música elementos de distintas corrientes. Las arias y los dúos de amor de los actos primero y último se pueden atribuir al Romanticismo Tardío, el comienzo del tercer acto con la silenciosa y desalentadora nevada en una alborada gris al Impresionismo y algunas cosas del segundo acto al Verismo”[1]. En ese tiempo Puccini compartía habitación con Mascagni (autor de la “Caballería Rusticana”), en París. Muchas situaciones de la Resistencia política en Chile se ajustan a esos relatos operáticos, sobre todo a partir de la depresión económica del año 80 y la privatización de las empresas estatales, por parte de la dictadura. Y donde amasaron fortuna, muchos esbirros del antiguo régimen. Rebela escribir acerca de lo “verdadero” como si otros, desde sus dispositivos, intervenciones e intenciones, no lo fueran. Para el purismo futuro: escribo desde esa “otredad”: la que enjuicia pero en tono solidario. Duele tener que asumir ese compromiso con la centralidad del discurso oficial (como aproximación a la verdad única y a la certeza histórica), porque de alguna manera, quien embiste esa tarea (por generosa que parezca su actitud) se hace acreedor de un desprecio social (y del adjetivo Inquisidor), tan propio de la chilenidad. Sin embargo, alguien tiene que decir (sin ningún mesianismo) para que sea honrada la verdad en todo su esplendor y se pueda construir desde ella, otro mundo. Ni más ni menos. Por otro lado, está la necesidad viva de corregir ciertas inexactitudes. Y en esa necesidad de corrección, se nos va verdad y vida. Como antes. Hecha la salvedad al grano. La tuberculosis de Mimí y la pobreza de Rodolfo, igual que en la Opera “La Bohéme” de Giacomo Puccini, estaban latentes. La enfermedad en Mimí (”Que gelida manina”) y la imposibilidad de salvarla de ese destino trágico, anunciado pero inevitable. Los destinos de los pueblos asumen esa carga trágica en sus momentos difíciles (“Questa è Mimì,gaia fioraia”). Y desde esos subterráneos de la condición, surgieron voces que dieron cuenta de la dignidad humana. Este intervalo es como una Oración para que los protagonistas de esta historia aún permanezcan vivos (como así lo deseo). En una oportunidad, hace años, jóvenes vinculados al Movimiento Sebastián Acevedo (y admiradores, de Monseñor Arnulfo Romero), le pidieron a un amigo poeta un slogan para rayar en los Cuarteles clandestinos de la CNI: habían varios cuarteles identificados. Antes habíamos escrito: Castígalos, Señor, porque saben lo que hacen. Y como se venía el Paro Nacional, le sugirió que escribieran: El Miedo cambió de dueño, porque si empezaba a amanecer para el pueblo, para los opresores (militares, esbirros y civiles) comenzaba su crepúsculo. De sus cuevas salían los mandriles, y leían esta frase que, a simple vista, no tenía una connotación política directa y un cierto estremecimiento, aún humano, les doblaba la mirada. Muchas frases como éstas quedaron en la memoria de Chile. Otras se perdieron en la Noche de los Tiempos. Y de las cuales hemos construidos esperanzas y con las cuales tenemos una deuda social (que, de ninguna manera, intento reparar con este articulito). Una deuda que se hace extensiva a los creadores de la Resistencia Civil. Muchas cosas sorprendentes ocurrieron en aquellos años, como un libro maravilloso de poesía que era firmado por Santiago Cienfuegos, lógicamente un seudónimo. Nunca supe quien era el autor de esa Obra, que circulaba en la clandestinidad en papel roneo, que era leída casi en tono sagrado y litúrgico sobre desventuradas mesas y en fríos dormitorios de Chile: como ofrenda el libro recibía manchas de aceite, o arrugas de bolsillos estrechos. Era un Manifiesto hermosísimo de ética, política y poesía, un conjunto de poemas de un poeta combatiente, escritos “desde ahí”. También había otro poeta que firmaba como Sebastián Silvestre, cuyos poemas daban cuenta de la realidad inmediata con una belleza imprevisible. Estuve “invitado” al Lanzamiento de ese libro, que se llevó a efecto en el Paradero 18 de Santa Rosa, en Santiago de Chile: todo un montaje de suspicacias, criterios y oportunidades. Al evento llegó un viejo militante del socialismo chileno que estremeció a la concurrencia, tocando en acordeón, quizás por primera vez después del Golpe Militar, la Marsellesa socialista. Algunos poemas del autor (que estaba presente) fueron leídos por un actor chileno radicado en Canadá. Luego se sirvieron jugos “Royal” y marraquetas con paté. Ese mismo día se acabó la Primera Edición de dos mil ejemplares. Ciclistas que en verdad eran comprometidos dirigentes poblacionales, o destacados militantes de los partidos populares, venían a buscar el Libro de Poema en bolsas de pan. No digo que fueran los únicos poetas chilenos que actuaban en la Línea de Fuego, imagino que había otros. Se lamentaban esos poetas que sus poemas no tuvieran la capacidad de secar colchones, ni de transformar la palabra en alimento. Era otra poética. No recuerdo el nombre y si lo recordase seguramente sería falso, pero un poeta de tomo y lomo, escribió un texto a su enamorada, una muchacha de la Juventudes Comunistas: ella lo había abandonado, quizás porque así son los comportamientos de los corazones en Estado de Sitio y fuera de ese Estado. La muchacha tenía unos hermosos ojos negros y una cabellera que le caía hasta la cintura: puro desprendimiento. Quizás no le abandonó porque el Tiempo del Amor hubiera cesado, sino porque asumía compromisos más radicales en la lucha por la liberación social, como entiendo que sucedió, aunque no lo sabemos con claridad. El muchacho-poeta, sintió que la fugacidad de las cosas, amores y procesos, eran tan temibles que debía dar cuenta de ese aspecto heracliteano, de manera pedagógica y desde la poesía. El día elegido estaba previsto y agendado: jóvenes de una Comunidad Eclesial de Base harían un Homenaje a Ernesto Cardenal, el poeta monje nicaragüense. Algunas muchachas hervían vino con naranja, las mismas que más tarde leyeron “Oración por Marilyn Monroe”. Otros freían empanadas, las que asumías las tareas de seguridad del local, y que cantaron canciones trova. Y los más se dedicaban al noble oficio de la preparación de completos. Jamás el gran poeta nicaragüense podría imaginarse un homenaje de mayor estatura: él y la revolución vivos en un Salón Parroquial. Un pintor realizaba un croquis de escenografía: una figura a contraluz sentado junto a una mesa de comedor (tan de Chile), cansado, y con toda la luz del mundo cayendo en su espalda, quizás el mismo Ernesto en Solentiname, quién sabe. El poeta de quien no sé su nombre, aunque recordarlo quisiera, subió a ese escenario con un impermeable blanco de dudosa calidad (e impermeabilidad). Tengo la seguridad que la noche anterior no había dormido. Cuando fue anunciado salió como Torero de lid al redondel. Pidió que apagasen la luz del Escenario, solicitud que fue aceptada por los organizadores (como en el I Acto de La Boheme). Y comenzó a leer el poema en medio de la oscuridad, al mismo tiempo que un compañero encendía la hoja por el lado opuesto. Era un bellísimo poema de des-amor, la propia existencia vulnerada y rota, como en este caso. La tensión dramática era doble: por un lado, el texto que iba leyéndose y dibujándose. Por el otro, el fuego que le quemaba la mano y le iluminaba el rostro. Quizás la muchacha a quien estaba dirigido ese texto, nunca supo de este acto heroico de su poeta enamorado. Quizás sí lo supo y desde la clandestinidad, hasta lanzó unos claveles rojos al río como señal de fugacidad en las relaciones humanas, y como señal contestaria que seguía en pie su compromiso social y que no había camino de regreso, como diciendo (en esos otros lenguajes): no estoy enamorada de un sólo hombre, sino de todos los hombres. Realmente no lo sé. En un momento el fuego tocó la mano del muchacho y el poema terminó en la preposición “de”. El humo, la ceniza y la tinta chamuscada eran la nueva escritura. El poeta saltó desde el escenario y se perdió en la Noche, dejándonos un texto inconcluso (y en llamas). Eran otros poetas, quizás más dulces. No lo sé. “Quand men vo”, el Vals de Musetta, los aretes de Musetta, la medicina, traigan el doctor. “Madonna benedetta, fate la grazia che non debba morire”[2]. El final sólo Dios lo sabe. Y Puccini.
[1] www.Opera2001.net
[2] Señora bendita, dale tu gracia; que no muera...

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