Hace más de treinta años se inició una era, y se rumorea, que está llegando a su fin. Se dice que no se ha escrito aún la novela de la dictadura de Pinochet. Se dice que de algún modo no se habría escrito algo esencial sobre ese periodo. Sospecho que lo dicen pues buscan la pomposa novela total, obra abarcadora, novelas como las de antes, tipo Conversación en la catedral, El Otoño del Patriarca o La Fiesta del Chivo, con visiones comprensivas y abarcadoras de la totalidad. Pero, eso está ahora en desuso. Esto lo sabe cualquiera: las nuevas generaciones ya no escriben así y ya difícilmente lo harán en el futuro. Tampoco nosotros, los lectores, leemos igual que antes. A libros posmodernos, lectores posmodernos. No leemos en forma recta, desde el comienzo hasta al final. Somos lectores civiles, de medios electrónicos e hipertextuales. Inferimos. Saltamos. Somos laicos. No leamos como un cura, buscando ontologías.
Pero, si no hay novela total, hay mosaicos, y de diversa calidad. El listado es diverso y enorme y convendría en algún momento hacer una verdadera recopilación. Recordemos nuestras lecturas.
Las primeras novelas de la dictadura son la historia inmediata: el Chile allendista, su caída y la violencia inmediata: La guerra interna (1979) de Volodia Teitelboim, El paso de los gansos (1975) de Fernando Alegría, Salvador Allende (1973) de Enrique Lafourcade, Casa de Campo (1978) de José Donoso, A partir del fin (1981) de Hernán Valdés, La casa de los espíritus (1982) y De amor y de sombra (1984) de Isabel Allende, La sang dans la rue (1978) de Guillermo Atías, Actas de Marusia (1993) de Patricio Manns, Soñe que la nieve ardía (1975) de Antonio Skármeta, Los búfalos, los jerarcas y la huesera (1977) y Abel Rodríguez y sus hermanos (1981) de Ana Vásquez, Un día con su excelencia (1981) e Himno nacional (2001) de Fernando Jerez, La Casa Vacía de Carlos Cerda, La Desesperanza de José Donoso, El gran Taimado (1984) de Lafourcade, Cien águilas de Germán Marín, La muerte y la doncella (1992) de Ariel Dorfman.
Las novelas de la diáspora son también novelas de la dictadura: Eva Luna (1987) de Isabel Allende, El jardín de al lado (1981) de Donoso, No pasó nada (1980) y La insurrección (1985) de Antonio Skármeta, Frente a un hombre armado (1981) de Mauricio Wacquez, Nuestro años de verde olivo (2000) de Roberto Ampuero y Cobro revertido (1992) de José Leandro Urbina.
La generación de los ochenta ha escrito muchos, muchos cuentos sobre la dictadura y alguien debería juntarlos y hacer una antología. Pero también varias novelas: La Partida (1991) de Jorge Calvo, la mayoría de las novelas de Ramón Díaz Eterovic, Todo el amor en sus ojos (1990) de Diego Muñoz, A fuego eterno condenados (1994) de Roberto Rivera, Los años de la serpiente (1991) de Antonio Ostornol, Tengo miedo torero (2001) de Pedro Lemebel y Nocturno en Chile de Roberto Bolaño.
Hay, por lo demás, una abundante literatura testimonial: Chile: Prisión en Chile (1977) de Alejandro Witker, Dawson (1984) de Sergio Vuskovic, Chile, el estadio, los crímenes de la junta militar (1974) de Sergio Villegas, Tejas Verdes (1974) de Hernán Valdés, Nunca de rodillas (1974) de Rodrigo Rojas, Testigo presencial (1981) de Francisco Reyes, Diario de un preso político chileno (1979) de Haroldo Quintero, Cerco de púas (1977) de Aníbal Quijada, Chacabuco (1974) de Jorge Montealegre, Two Years in Chilean Concentration Camps (1977) de Belisario Henríquez, Viaje al infierno (1984) de Alberto Gamboa, Puchuncaví, resistencia cultural en campos de concentración chilenos (1979) de Urs Fietchner, Escribo sobre el dolor y esperanza de mis hermanos (1976) de Luis Alberto Corvalán, Prigué (1977) de Rolando Carrasco, Chile: 11808 horas en los campos de concentración (1975) de Manuel Cabieses, Isla 10 (1987) de Sergio Bitar, La vida a través de una reja (1981) de Osvaldo Ahumada, Tienes que Llegar Silbando de Franklin Quevedo y de Patricia Verdugo: Una herida abierta (1979), André de La Victoria (1984), Quemados vivos (1986), Los zarpazos del puma (1989), Operación siglo XX (1990), Tiempo de días claros (1990), Interferencia secreta (1998) y Bucarest (2001). Estos libros son algunos ejemplos de una lista no completa.
Una de los primeros testimonios de la nueva generación de escritores es Relato en el frente chileno publicada en Barcelona el año 1997 por Michell Bonnefoy, bajo el seudónimo de Ilario Da. Bonnefoy tenía apenas 21 años cuando publicó este libro. Es bueno recordar, para nuestra dignidad, que hubo muchos jóvenes que se resistieron activamente a la dictadura. Eran valientes y heroicos. Bonnefoy relata con la calidad de una gran novela, como tres jóvenes resisten a la dictadura y luego se pierden en una región siniestra, esas instituciones del horrorismo de Estado que existieron en Chile, donde el subhumano del guatón Romo, tenía su lugar de trabajo. Es una verdadera novela de terror y, a la vez, de héroes, ejemplo de jóvenes chilenos dignos. Relato del frente chileno, 26 años después de haber sido enviado a la imprenta por vez primera, fue reeditado en Santiago. Su relectura es toda una sorpresa. Yo, ciudadano chileno, la recomiendo como lectura voluntaria para los estudiantes.
Las novelas de la diáspora son también novelas de la dictadura: Eva Luna (1987) de Isabel Allende, El jardín de al lado (1981) de Donoso, No pasó nada (1980) y La insurrección (1985) de Antonio Skármeta, Frente a un hombre armado (1981) de Mauricio Wacquez, Nuestro años de verde olivo (2000) de Roberto Ampuero y Cobro revertido (1992) de José Leandro Urbina.
La generación de los ochenta ha escrito muchos, muchos cuentos sobre la dictadura y alguien debería juntarlos y hacer una antología. Pero también varias novelas: La Partida (1991) de Jorge Calvo, la mayoría de las novelas de Ramón Díaz Eterovic, Todo el amor en sus ojos (1990) de Diego Muñoz, A fuego eterno condenados (1994) de Roberto Rivera, Los años de la serpiente (1991) de Antonio Ostornol, Tengo miedo torero (2001) de Pedro Lemebel y Nocturno en Chile de Roberto Bolaño.
Hay, por lo demás, una abundante literatura testimonial: Chile: Prisión en Chile (1977) de Alejandro Witker, Dawson (1984) de Sergio Vuskovic, Chile, el estadio, los crímenes de la junta militar (1974) de Sergio Villegas, Tejas Verdes (1974) de Hernán Valdés, Nunca de rodillas (1974) de Rodrigo Rojas, Testigo presencial (1981) de Francisco Reyes, Diario de un preso político chileno (1979) de Haroldo Quintero, Cerco de púas (1977) de Aníbal Quijada, Chacabuco (1974) de Jorge Montealegre, Two Years in Chilean Concentration Camps (1977) de Belisario Henríquez, Viaje al infierno (1984) de Alberto Gamboa, Puchuncaví, resistencia cultural en campos de concentración chilenos (1979) de Urs Fietchner, Escribo sobre el dolor y esperanza de mis hermanos (1976) de Luis Alberto Corvalán, Prigué (1977) de Rolando Carrasco, Chile: 11808 horas en los campos de concentración (1975) de Manuel Cabieses, Isla 10 (1987) de Sergio Bitar, La vida a través de una reja (1981) de Osvaldo Ahumada, Tienes que Llegar Silbando de Franklin Quevedo y de Patricia Verdugo: Una herida abierta (1979), André de La Victoria (1984), Quemados vivos (1986), Los zarpazos del puma (1989), Operación siglo XX (1990), Tiempo de días claros (1990), Interferencia secreta (1998) y Bucarest (2001). Estos libros son algunos ejemplos de una lista no completa.
Una de los primeros testimonios de la nueva generación de escritores es Relato en el frente chileno publicada en Barcelona el año 1997 por Michell Bonnefoy, bajo el seudónimo de Ilario Da. Bonnefoy tenía apenas 21 años cuando publicó este libro. Es bueno recordar, para nuestra dignidad, que hubo muchos jóvenes que se resistieron activamente a la dictadura. Eran valientes y heroicos. Bonnefoy relata con la calidad de una gran novela, como tres jóvenes resisten a la dictadura y luego se pierden en una región siniestra, esas instituciones del horrorismo de Estado que existieron en Chile, donde el subhumano del guatón Romo, tenía su lugar de trabajo. Es una verdadera novela de terror y, a la vez, de héroes, ejemplo de jóvenes chilenos dignos. Relato del frente chileno, 26 años después de haber sido enviado a la imprenta por vez primera, fue reeditado en Santiago. Su relectura es toda una sorpresa. Yo, ciudadano chileno, la recomiendo como lectura voluntaria para los estudiantes.
Publicado inicialmente en Utopista pragmático, La Nación, mayo 2003 y en el libro
Escritores de la Guerra, Foro Nórdico, 2004; Editorial Universidad Bolivariana, 2008.
interesante
ResponderBorrargracias por compartir, Omar
guau!
ResponderBorrarMe he dado cuenta que he leído muchas de esas obras y dejado de leer otras tantas ¿valdrá la pena seguir leyendo del tema? Las de Isabel Allende, Donoso, la de Skármeta y algunas testimoniales que las leí cuando inocente niño (rara lectura para un prepuber) en esas ediciones de la revista hoy con portadas de Hervi, si no me equivoco.
Me falta leer a Bolaño, es un autor que tengo pendiente.
¿valdrá la pena?
¿o mejor escribo?
A todo esto, es una gran paja hacer esa antología, aunque un bien o mal muy necesario: una discusión académica y estética que nunca dejará de ser interesante y entretenida.
Hum...Mejor escribe..
ResponderBorrarla novela de Bolaño Noctruno en Chile es sobre cahuines de escritores, sabrosa para quienes estén enterados de los líos del cura Valente y esas cosas.
Nada de importancia...