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Tove Alsterdal, Kjartan Fløgstad, Pérez-Santiago y Sergio Badilla. |
El realismo mágico ya no es exclusividad latinoamericana. El destacado narrador, poeta, traductor, ensayista noruego, Kjartan Fløgstad nacido en 1944, es considerado en Noruega como un muy digno representante del realismo mágico. O realismo ártico, como él mismo lo llama.
Como parte del intento de promover la literatura nórdica, el Consejo Nórdico de Ministros -un organismo que reúne a Islandia, Finlandia, Suecia, Dinamarca y Noruega- concede un premio anual de literatura a un autor de uno de estos cinco países. Desde que se introdujo este galardón en 1962, han sido ocho célebres autores noruegos quienes lo han recibido. Entre los ganadores del premio se encuentra Kjartan Fløgstad.
Noruega tiene sólo cuatro millones y medio de habitantes, y uno de los más altos índices de lectura del mundo (un promedio de 47 libros por año). Los noruegos consumen mucha televisión, cine e internet, pero los libros siguen en el centro de la sociedad.
Fløgstad ha traducido a Pablo Neruda, entre otros autores, al noruego y ha introducido la literatura latinoamericana en Noruega.
El realismo mágico ya estaba, de algún modo, en las sagas nórdicas de la Edad Media, algunas recopiladas en
Codees Regius, un manuscrito del 1200. Los fundadores de Islandia fueron jefes feudales noruegos exiliados durante el siglo IX. Allí los pueblos exiliados construyeron aventuras extravagantes de héroes mítico-reales sobre sus antepasados. Estas sagas enumeran hechos fantásticos y surreales que comenzaron a ser transcritos sobre piel de ternera. Los largos y oscuros inviernos, despertaban la imaginación de los islandeses. Paralelamente a las sagas de seres reales, surgen sagas noveladas en las que se hace borroso el deslinde entre historia y cuento.
Los países nórdicos tuvieron una nueva edad oro de la literatura a comienzo del siglo veinte: Los noruegos Björnson (Premio Nóbel, 1903), Ibsen, Hamsun (Premio Nóbel, 1920) y Undset (Premio Nóbel, 1928), los suecos August Strinberg, Selma Lagerlöf (Premio Nóbel, 1907), Per Legerkvist (Premio Nóbel, 1951) los daneses Blixen, el islandés Laxness (Premio Nobel, 1955).
La sueca Selma Lagerlöf (1958-1940) escuchaba de niña las sagas de Islandia en Värmland, su terruño cubierto de lagos y bosques, propicio para la mística de las leyendas. Su técnica narrativa -en
La Saga de Gösta Berling y
Las Monedas de Don Arne, por ejemplo- es deudora de las sagas islandesas.
Varios de estos escritores nórdicos, con serios vestigios en las sagas nórdicas, fueron leídos e inyectaron un gen fantástico en los escritores latinoamericanos como Juan Rulfo, María Luisa Bombal, Jorge Teiller, Manuel Rojas y Francisco Coloane y ayudó a asentar el posterior realismo mágico latinoamericano.
El mexicano Juan Rulfo reconoció: "los escritores nórdicos fueron en realidad la influencia que he tenido más cerca. Yo empecé a leer a los nórdicos, a Knut Hamsun, a Björnsson, a Selma Lagerlöf, en fin...a mí siempre me ha gustado la literatura nórdica porque da la impresión de un ambiente brumoso, neblinoso, ¿no?."
Y María Luisa Bombal: “Un libro que me impresionó mucho, yo creo que es el único que me ha inspirado profundamente, lo habré leído a los catorce años porque me lo dio mi primo Antonio Bombal que era muy poeta, muy escritor, pero nunca publicó nada, es Victoria, del noruego Knut Hamsun. Eso sí que me ha inspirado toda la vida, creo que fue la base. Si yo tengo alguna influencia fue eso, claro que después lo he releído y lo encuentro mucho más materialista que yo...”
Francisco Coloane introduce a veces en sus relatos elementos fantásticos, mitológicos y se acerca en esas páginas a la atmósfera de escritores del norte de Europa como Knut Hamsun o Selma Lagerlöff, autores que Coloane leyó con frecuencia. Jorge Teilier participa de cierto clima espiritual y afectivo nórdico de los aires supernaturales y las presencias telúricas de Hamsun y Selma Lagerlof, a quienes Teillier recordaba con frecuencia o citaba en alguno de sus poemas.
Con ese sustento, tuvimos una esplendorosa época de realismo mágico o fantástico en América latina, corriente que luego influiría a todo el mundo.
Mientras en Europa se hablaba de la muerte del género novela, un joven noruego llamado Kjartan Fløgstad viaja a América Latina, visita a Chile en 1971, y descubre la novela en los escritores latinoamericanos del boom.
Curioso como funciona el mundo. Rulfo, Bombal, Coloane, Borges, Teillier se dejaron influenciar por los escritores nórdicos. Kjartan Fløgstad se alimentó, a la vez, de la literatura latinoamericana que provocó el boom. Aprendió de ellos, la necesidad del humor, de la ambición de mirar la realidad más allá de la nariz, para construir ficción.
Paraíso en la tierra, el segundo libro Kjartan Fløgstad traducido al español por Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo, trata sobre un chileno de Antofagasta, José Andersen, que sale a buscar a su padre noruego. Es un libro con un tono algo burlesco, cuyo aspecto clave es la marginalidad y el exilio, una condición de la modernidad. José Andersen es hijo de un noruego que alguna vez estuvo viviendo en Calama y de la relación con una joven muchacha llamada Natividad Galindo, nace José Andersen Galindo.
Nosotros ya sabemos que cuando uno sufre una gran crisis, entonces uno descubre que lo que tiene que hacer es encontrarse a sí mismo. Y para encontrar una identidad, muchas veces, debemos hacer un viaje al pasado o a nuestros antecedentes de ADN. Eso es lo que hace José Andersen quien, luego de vivir un complejo proceso de crisis, (muerte de su madre y de su amigo, el golpe militar de Pinochet) decide viajar a Noruega, el “paraíso en la tierra”, para buscar a su padre, a quien, por lo demás, nunca conoció. De su padre Arthur Andersen, lo único que heredó fue una biblioteca con libros de literatura nórdica donde aprende a leer y a conocer la literatura nórdica.
Así aterriza en Noruega y tiene el primer contacto con la Noruega realmente existente:
“En el extranjero puede resultar difícil distinguir a carteros de generales de aviación, y a contraalmirantes de porteros. No puedo, por tanto afirmar, si fue la policía o los aduaneros los que me examinaron tan a fondo. Pero los uniformados examinaron en primer lugar mi equipaje con rayos X y luego la mayor parte de orificios y cavidades de mi cuerpo. Al final escrutaron mi corazón y mis riñones con preguntas indiscretas. En lugar de infundir confianza, parecía que mi inocente apellido les provocaba sospechas aún mayores. ¿José Andersen Galindo? José Andersen Galindo, repetía el portero, contralmirante, cartero o policía fronterizo una y otra vez como una prueba fonética de que había algo que no encajaba. Yo, por mi parte, me limitaba a asentir con la cabeza y a esbozar una forzada sonrisa cada vez que tenía que repetir que sí, que ese era mi nombre, que yo era José Andersen Galindo y que había aterrizado allí con el deseo de cruzar la frontera con el pasado en busca de información sobre mi verdadero padre. Con el fin de demostrar que no estaba hablando por hablar saqué el original de mi certificado de nacimiento y lo desdoblé con mucho cuidado ante los vigilantes de la puerta de perlas de ese paraíso terrenal.”Paraíso en la tierra es un libro entonces sobre exilios y soledad y naturalmente, José Andersen habitará y compartirá el espacio de los numerosos desterrados latinoamericanos que llegaron a los países nórdicos.
Si bien la novela mira con gran ironía a Noruega, ese “paraíso terrenal”, uno de los países más ricos del mundo, también hace un retrato algo paródico de nosotros los chilenos, de nuestro aires de ingenuidad, de ese humor infantil que tenemos los chilenos y de lo miserables que somos, a veces, los chilenos.
José Andersen se encuentra con otra chilena, Ester, que hacía aseo en el Centro de estudios sobre Ibsen. José cree que en esos archivos puede encontrar antecedentes de su padre y pasa días en el Centro. Y cuando el director del instituto, un señor de apellido Niedermann, lo encuentra en sus territorios, Ester no encuentra otra salida que adulterar ingenuamente la presencia de José en el Centro:
“La mentira puede ser a la vez pasiva y activa, y la gente universitaria es a menudo muy confiada, por no decir, ingenua, de un modo que la convierte en víctima fácil de la ironía de otros, eufemismo, falsedades y puras mentiras. Piensan que toda afirmación es un intento más o menos conseguido de sacar adelante su tesis doctoral. No es así, al menos no en mi caso. Aparentemente tampoco en el caso de Esther. Y no obstante, el profesor Niedermann escuchaba atentamente mientras me miraba de reojo. Yo estaba religiosamente callado mientras Esther explicaba que yo había dirigido los estudios sobre Ibsen en el Instituto de estudios Nórdicos de la Universidad de Calama hasta el 11 de septiembre de 1973, cuando el golpe militar y la persecución política me enviaron al exilio en la pequeña ciudad universitaria barroca Ouro Preto, de Brasil, en las entrañas de Minas Gerais. Yo permanecía, como ya he dicho en silencio, limitándome a mover los pies, y carraspeé y contesté “los dramas contemporáneo” cuando Niedermann, sonriente, quiso saber cuál era la parte que más me interesaba de la obra ibseniana.”