Las historietas chilenas, hasta la aparición de la revista El Trauko en los años 80, en su gran mayoría, estaban referidas a episodios para niños o tiras cómicas, o mejor dicho, a la extensión del chiste o del gag costumbrista.
Las excepciones habían sido las obras de autor de Máximo Carvajal (desde Ventarrón, en los años 50), la revista el Doctor Mortis o el humor social de la revista La Chiva (de los hermanos Jorge y Alberto Vivanco, Palomo y Hervi). El resto, eran productos para infantes, humor y chistes. El año 1990 se produjo una innovación. Trauko Fantasía editó dos de los mejores álbumes chilenos: Checho López de Martín Ramírez y Planetas, Cerebros & Átomos de Clamton (Claudio Galleguillos). Y Pablo Brodsky editó en 1991 una obra singular, muy singular, un comic de Enrique Lihn, títulado Roma, La Loba.
Las excepciones habían sido las obras de autor de Máximo Carvajal (desde Ventarrón, en los años 50), la revista el Doctor Mortis o el humor social de la revista La Chiva (de los hermanos Jorge y Alberto Vivanco, Palomo y Hervi). El resto, eran productos para infantes, humor y chistes. El año 1990 se produjo una innovación. Trauko Fantasía editó dos de los mejores álbumes chilenos: Checho López de Martín Ramírez y Planetas, Cerebros & Átomos de Clamton (Claudio Galleguillos). Y Pablo Brodsky editó en 1991 una obra singular, muy singular, un comic de Enrique Lihn, títulado Roma, La Loba.
Ya han pasado casi 20 años y entonces, de improviso, para sorpresa de todos, aparece El Capitán Garra de José Gai, editado por Tajamar Editores, que se incorpora, según mi parecer, a esos álbumes, de los más importantes del comic chileno.
Después de 20 años, el comic chileno se ha puesto a la altura.
El Capitán Garra es un protagonista que va a resolver sus problemas sin los súper poderes, ni los sofisticados recursos técnicos de un súper héroe standard. Es un viaje en burro, en tren, o a pie del Capitán Garra, un ex oficial chileno que estuvo preso en Lima, en el norte de Chile, al terminar la guerra del Pacifico, que va en busca de recordar su pasado reciente. Es un desplazamiento al interior de la memoria de Joaquín García o Capitán Garra, que sufre de amnesia. Su entorno sospecha que al Capitán Garra le falla la memoria por que él siente algo de temor a enfrentarse a todos sus recuerdos.
En su camino a la búsqueda de su memoria, acompañado de su amigo chino Lam, el Capitán Garra va revisando muertos, entre perros callejeros y putas muy conscientes, solidarias y expertas en dar cariño. Y en ese viaje se deja ver la puerilidad de los mitos históricos. Como un general Zañartu que estuvo en el Perú, pero que ahora ve con desazón como después de la batallas llegaron unos “cucalones” –civiles que son considerados un estorbo y que desbaratan todo y que, para mala cueva de los honestos, terminan mandando después de la guerra.
Con su amigo chino Lam, que participó en la guerra, (no de patriota, sino de vengativo), hacen una pareja literaria, chusca, si se quiere, ridícula y ambigua, como pueden ser las parejas literarias, empezando por Don Quijote y Sancho Panza. Van en busca de la memoria, en la que aparece a veces difuminada o en retazos la presencia de una mujer, llamada Consuelo, y donde está omnipresente y latente la venganza y la traición. Joaquín García se apellida García-Huidobro, pero por razones personales, por razones tan personales como que su padre, un senador, nunca lo conoció, y así prefiere apedillarse García.
Con la técnica abocetada, un trazo que capta la impresión, la esencia del personaje con un lápiz mina ágil y suelto, totalmente a mano, rinde homenaje a otros maestros del cómic. El Capitán Garra usa una colt, con mala puntería, pero persistente para matar enemigos y no dejarlos vivos. El sonido, la onomatopeya de los estampidos de esos numerosos tiros, Crac, ya había sido patentado por Hugo Pratt en su obra Sargento Kirk de 1953. Los disparos no sonaban "bang-bang" como en otras historietas. En las tiras de Hugo Pratt y ahora en las de José Gai, los rifles suenan con un "crac " seco.
Después de leer Capitán Garra de José Gai, -periodista, escritor, dibujante-, ya será difícil aceptar leer cualquier comic. El comic de los años 80, la generación Trauko, pareció empinarse sobre el resto de la producción artística con su grafía anarquista y sus debates estéticos cruzados. Luego de dos décadas, aparece Capitán Garra con un aire refrescante. Según mi opinión, y desde el punto de vista de una estética, esta obra de José Gai es una de la más audaz, imaginativa o técnicamente avanzada de los cómics chilenos, desde entonces hasta acá. Y coloca en una relación estética privilegiada el dialogo entre la literatura y el comic.
Quizás, la única duda, sería la portada, sobrecargado de líneas y fondos, no le hace mérito al contenido del libro y a su loable impresión. Ese detalle no le quita ningún mérito.
Así, al listado de las mejores obras de cómic nacional, como Checho López de Martín Ramírez, Planetas, Cerebros & Átomos de Clamton, y Roma, La Loba de Enrique Lihn, se suma con toda justicia, con todo honor, El Capitán Garra de José Gai.
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