Durante el mes de Julio 2021, como parte mis tareas literarias, dirigí
un taller vía zoom y whatsapp sobre memoria y literatura, con el apoyo del Centro
Cultural San Joaquín, uno de los más creativos centros culturales guiado por el
bueno de Jonny Labra y la organización Santiago
es de Todos.
La pandemia no nos detuvo.
Las talleristas, mayormente mujeres, (las que hoy marcan el mundo) escribieron
atrayentes historias sobre significativos vecinos de San Joaquín. Los pilares o los protagonistas de la historia, vivos
retratos o gente significativa de la comunidad.
Así es.
Los humanos inyectamos en nuestros relatos lo que hemos conocido, lo que hemos vivido. Cada
generación aporta una imagen del mundo creada por su experiencia. La literatura
es, pues, el punto de vista que elige el escritor. La literatura, querámoslo o
no, es siempre vivencial.
Si nos extraviamos cuando niños, nadie olvida que se
extravió. Y nadie conoce mejor la angustia del extravío que el niño que lo
sufrió. Son cicatrices intransferibles, que solo el niño que lo vivió las puede
conservar y comunicar. Y por eso, el relato de ese extravío, o hecho vivencial,
puede tomar diversos caminos. No siempre todo es claro o nítido. Ese es el
campo de la narrativa y la memoria. Es la libertad creativa (derecho sagrado
que se debe preservar en la Constitución, ley fundamental de la República).
Es libre.
Y así, esos recuerdos vivenciales, configuran ese
anecdotario que constituye el patrimonio o la memoria de una comunidad.
Aunque a veces, qué mal, la literatura chilena se enclaustra
en eternas y fútiles disputas de pequeños egos, o en pautas que dan dos críticos literarios en dos
diarios nacionales que ya nadie lee. Que ya nadie lee.
Por otro lado, hay mucha gente, como los vecinos de San
Joaquín, que escriben y bien y son originales.
El taller de San Joaquín tuvo dos resultados concretos y
luminosos.
El primer logro fue la amistad cívica del grupo, un equipo
de personas deseosas de mejorar su capacidad de contar historias. Es un logro,
los grupos literarios comunitarios nunca se deben menospreciar, tienen una gran
potencia.
El segundo logro o resultado fue una antología, Relatos de
San Joaquín, una bella antología de historias muy auténticas
y de muy fina calidad literaria, que se llevará a libro y se presentará en la
próxima Feria del Libro de San Joaquín, en octubre.
Carolina Jara escribe una grata remembranza de su vecino
Tennyson Ferrada, un actor muy famoso, y que cuando ella era niña lo fue a
entrevistar para una tarea del colegio.
Andrea Paz Olivares comienza escribiendo sobre su querida
abuela, pero muy pronto la historia familiar se convirtió en una grata historia
del barrio, la villa Armanda Harbin.
Iris Valenzuela ha escrito un texto de prosa poética, donde
rememora sus miedos de niña, sobre las cosas tétricas que se contaban del
entonces oscuro Callejón Ovalle.
Carlos Osorio sabe que los deportes también se viven en
la literatura. Cuenta la historia de un talentoso joven y vecino, Gustavo
Alarcón, un esgrimista eximio de solo 22 años. Además, Osorio ha escrito una
emotiva crónica sobre la infancia del gran futbolista y vecino, Arturo Vidal.
Claudio Gajardo recuerda, en una sabrosa crónica, a un
célebre grupo de rock, Los Beat 4, y a uno de sus más connotados miembros del
grupo colérico, el músico Willy Benítez, que vivió en la población Vicente
Navarrete.
Una sorpresa y un aporte especial es la española Eloísa Alba García, que desde España participó activamente en el
taller y ha escrito un imaginado cuento de un bandolero, y los deseos de los
protagonistas de venir a Chile y conocer San Joaquín.
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