NOTAS
DE LO CLÁSICO
Introducción al teatro de Sófocles, María Rosa Lida de Malkiel, 1910-1962, filóloga, medievalista y clasicista argentina.
1. Humanismo.
El arte
clásico no sólo se ocupa exclusivamente del hombre, sino además de sus
condiciones esenciales, anteriores, superiores a las circunstancias históricas
variables, condiciones que, por consiguiente, sobreviven a todo cambio,
perduran eternamente vivas en todo tiempo.
2. Verdad u objetividad.
Los griegos
dirían franqueza: el arte clásico se encara con realidades, no con esperanzas
ni con ensueños. En este sentido no es clásica la Divina Comedia, no es clásica
la novela dé caballerías de Sir Thomas Malory sobre la muerte del rey Arturo,
no es clásica la comedia de Menandro, conjunción de casualidades que corren
fatalmente al desenlace feliz, ni la comedia española del Siglo de oro, ni el
cine de hoy, con su realismo en ropas y zapatos, pero con su rigurosa justicia
poética y su riguroso desenlace feliz.
3. Arte universal.
No trata,
diría Aristóteles, de este hombre Calias, sino del hombre. Si tratase de
este hombre Calias, con estas peculiaridades, producto de estas circunstancias,
productor de estas reacciones, no sería arte humano en el sentido apuntado.
Ahora bien: lo que existe es sólo el hecho particular. El artista clásico no
acepta pasivamente los hechos particulares: es decir, procede ni más ni menos
como procede el hombre de ciencia para formular una ley científica —porque
también la ciencia es invento griego—. El arte griego es selección y
organización, es arquitectura. La vida, dice Macbeth, es un cuento mal contado,
“contado por un tonto, lleno de estrépito y furia, sin sentido”. El artista
clásico lo cuenta bien, y en forma que destaca su sentido: en este aspecto el
arte clásico es idealizador y universal. Por eso, en la extraordinaria economía
del arte clásico se descubren sentidos tan densos, y lo que se dice acerca de
tal o cual héroe en un verso de Homero, de Píndaro o de Virgilio, despierta eco
perenne y se completan hondamente en cada individuo. Por ejemplo: en el libro
XVI de la Ilíada, Sarpedón y Glauco, dos príncipes licios, combaten al lado de
los troyanos. Sarpedón muere. Su amigo Glauco no ha podido defenderle, ni puede
siquiera defender su cadáver porque tiene el brazo derecho traspasado por una
lanza. Entonces invoca a su dios, Apolo, y le dice (versos 515-16): “óyeme,
Rey, ya estés en el opulento pueblo de Licia o en Troya, pues desde cualquier
punto puedes escuchar al hombre que te llama en su aflicción.” Lo cual es
perfectamente oportuno en la situación de Glauco, pero es además la actitud
humana de donde arranca la idea moral de Dios. O bien Pélope en la primera Oda
Olímpica de Píndaro: después de una complicada bio grafía entre la tierra y el
cielo, en la víspera de afrontar el peligroso certamen por la mano de Hipodamía,
Pélope, junto al mar, invoca al dios de su niñez “a solas, en la tiniebla”, en
la noche oscura de toda comunión religiosa. Entre los personajes, no ya
secundarios, sino apenas ocasionales, de la Eneida, Virgilio presenta a Ripeo
(II, 426), “el más recto de los troyanos y fidelísimo guardador de la
justicia”. Sin embargo, este varón justo muere como uno de tantos en la
destrucción de Troya, y el poeta comenta en tres palabras: Dis aliter visum, “a
los dioses les pareció de otro modo”. ¿Quién puede saber —problema mucho más
grave y eterno y pro fundo que el del incendio de Troya— qué es lo justo o lo
injusto a los ojos de los dioses?
Gustave Moreau Pintura Arte Impresión Oedipus and the
Sphinx
Introducción al teatro de Sófocles , María Rosa Lida de
Malkiel, 1910-1962, filóloga, medievalista y clasicista argentina.