jueves, septiembre 26, 2024

Notas de lo clásico por María Rosa Lida de Malkiel


NOTAS DE LO CLÁSICO

Introducción al teatro de Sófocles, María Rosa Lida de Malkiel,  1910-1962,  filóloga, medievalista y clasicista argentina. 

1.     Humanismo.

El arte clásico no sólo se ocupa exclusivamente del hombre, sino además de sus condiciones esenciales, anteriores, superiores a las circunstancias históricas variables, condiciones que, por consiguiente, sobreviven a todo cambio, perduran eternamente vivas en todo tiempo. 

2.     Verdad u objetividad.

Los griegos dirían franqueza: el arte clásico se encara con realidades, no con esperanzas ni con ensueños. En este sentido no es clásica la Divina Comedia, no es clásica la novela dé caballerías de Sir Thomas Malory sobre la muerte del rey Arturo, no es clásica la comedia de Menandro, conjunción de casualidades que corren fatalmente al desenlace feliz, ni la comedia española del Siglo de oro, ni el cine de hoy, con su realismo en ropas y zapatos, pero con su rigurosa justicia poética y su riguroso desenlace feliz. 

3.     Arte universal.

No trata, diría Aristóteles, de este hombre Calias, sino del hombre. Si tratase de este hombre Calias, con estas peculiaridades, producto de estas circunstancias, productor de estas reacciones, no sería arte humano en el sentido apuntado. Ahora bien: lo que existe es sólo el hecho particular. El artista clásico no acepta pasivamente los hechos particulares: es decir, procede ni más ni menos como procede el hombre de ciencia para formular una ley científica —porque también la ciencia es invento griego—. El arte griego es selección y organización, es arquitectura. La vida, dice Macbeth, es un cuento mal contado, “contado por un tonto, lleno de estrépito y furia, sin sentido”. El artista clásico lo cuenta bien, y en forma que destaca su sentido: en este aspecto el arte clásico es idealizador y universal. Por eso, en la extraordinaria economía del arte clásico se descubren sentidos tan densos, y lo que se dice acerca de tal o cual héroe en un verso de Homero, de Píndaro o de Virgilio, despierta eco perenne y se completan hondamente en cada individuo. Por ejemplo: en el libro XVI de la Ilíada, Sarpedón y Glauco, dos príncipes licios, combaten al lado de los troyanos. Sarpedón muere. Su amigo Glauco no ha podido defenderle, ni puede siquiera defender su cadáver porque tiene el brazo derecho traspasado por una lanza. Entonces invoca a su dios, Apolo, y le dice (versos 515-16): “óyeme, Rey, ya estés en el opulento pueblo de Licia o en Troya, pues desde cualquier punto puedes escuchar al hombre que te llama en su aflicción.” Lo cual es perfectamente oportuno en la situación de Glauco, pero es además la actitud humana de donde arranca la idea moral de Dios. O bien Pélope en la primera Oda Olímpica de Píndaro: después de una complicada bio grafía entre la tierra y el cielo, en la víspera de afrontar el peligroso certamen por la mano de Hipodamía, Pélope, junto al mar, invoca al dios de su niñez “a solas, en la tiniebla”, en la noche oscura de toda comunión religiosa. Entre los personajes, no ya secundarios, sino apenas ocasionales, de la Eneida, Virgilio presenta a Ripeo (II, 426), “el más recto de los troyanos y fidelísimo guardador de la justicia”. Sin embargo, este varón justo muere como uno de tantos en la destrucción de Troya, y el poeta comenta en tres palabras: Dis aliter visum, “a los dioses les pareció de otro modo”. ¿Quién puede saber —problema mucho más grave y eterno y pro fundo que el del incendio de Troya— qué es lo justo o lo injusto a los ojos de los dioses?

Gustave Moreau Pintura Arte Impresión Oedipus and the Sphinx

Introducción al teatro de Sófocles , María Rosa Lida de Malkiel,  1910-1962,  filóloga, medievalista y clasicista argentina.

 


«Nexus» de Yuval Noah Harari recibe duras críticas. ¿Su libro es una advertencia o es una campaña del terror simplista y alarmista contra la IA?

 


Después del bestseller «Sapiens», Yuval Noah Harari ahora centra su atención en la información y la inteligencia artificial. Pero la recepción crítica es dura y considera que la historiografía de «Nexus» es superficial y una generalización sentenciosa.

“argumento obvio, a la vez que demasiado vago”

New York Times

“su pontificación apocalíptica sobre la IA supera la credulidad.”

The Guardian

“son los humanos los que controlan esas tecnologías por lo tanto la responsabilidad debe caer sobre las personas, no sobre las máquinas”

El País.

En 2002, Yuval Noah Harari se doctoró en la Universidad de Oxford con una tesis sobre las memorias de los soldados durante el Renacimiento.  En 2011, publicó «Sapiens», uno de los bestsellers más influyentes de la década de 2010 y uno de los favoritos entre las élites de Davos y Silicon Valley.

Ahora llega Nexus. Es una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra hasta la IA, donde el foco es la historia y el futuro de las redes de información, desde las tablillas de arcilla de Mesopotamia y la llegada del Antiguo Testamento hasta el debate sobre la IA de nuestro tiempo.

El mensaje general de Yuval Noah Harari es que la IA –con su capacidad de generar nueva información por sí misma– corre el riesgo de destruir los sistemas de información de los que dependemos.

Su razonamiento es plano.

En 481 páginas sostiene que la IA puede tomar iniciativas con consecuencias devastadoras y que no se parece a nada que hayamos visto antes.

Aterroriza señalando que la IA está rediseñando completamente el mapa, y que es una burbuja que está a punto de estallar. Su visión apocalíptica del futuro tiende a paralizar con vagas formulaciones sobre el manejo responsable de la IA y la importancia de la colaboración.

Luego y por lo tanto, las críticas más comunes hacia «Nexus» de Yuval Noah Harari suelen encontrar en el libro falta de profundidad, débil estilo narrativo y repetitivo en sus ideas.

jueves, septiembre 19, 2024

Universo Literario de Omar Pérez Santiago: Un Viaje Transcultural

 



Omar Pérez Santiago es un escritor chileno que ha construido un universo literario rico y diverso, caracterizado por una profunda exploración de la identidad, la memoria y la experiencia migratoria. Su obra, que abarca novelas, cuentos, ensayos y traducciones, se destaca por su carácter transcultural, al entrelazar elementos de la literatura chilena y nórdica.

Temas Recurrentes en su Obra

  • Identidad y pertenencia: Pérez Santiago explora la compleja relación entre la identidad nacional y la identidad personal, especialmente en el contexto de la migración. Sus personajes suelen ser individuos que se encuentran en un constante proceso de búsqueda de sí mismos, entre dos culturas.

  • Memoria y pasado: La memoria juega un papel fundamental en su obra, ya que sus personajes suelen revivir experiencias pasadas para comprender su presente. A través de la memoria, el autor reflexiona sobre la historia de Chile y los acontecimientos que han marcado a su generación.

  • Migración y exilio: La experiencia migratoria es un tema recurrente en su obra. Pérez Santiago explora los desafíos y las oportunidades que implica vivir en un país extranjero, así como el impacto que tiene la migración en las relaciones personales y en la identidad cultural.

  • Literatura y política: El autor reflexiona sobre el papel de la literatura como herramienta para comprender y transformar la realidad social y política. Sus ensayos y artículos suelen abordar temas como la censura, la libertad de expresión y el compromiso social del escritor.

Características Estilísticas

  • Lenguaje rico y poético: Pérez Santiago utiliza un lenguaje cuidado y preciso, con abundantes metáforas y símiles. Su prosa es poética y evocadora, lo que permite al lector sumergirse en los mundos creados por el autor.

  • Estructura narrativa compleja: Sus novelas suelen tener una estructura narrativa compleja, con múltiples puntos de vista y saltos en el tiempo. Esta característica refleja la complejidad de la experiencia humana y la dificultad de comprender la realidad de manera lineal.

  • Influencias literarias: Su obra está influenciada por autores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y los escritores nórdicos que ha traducido. Esta diversidad de influencias enriquece su estilo y le permite crear un universo literario único.

Obras Destacadas

  • Malmö es pequeña: Su primera novela, escrita en sueco, narra la historia de un chileno que vive en Suecia y reflexiona sobre su identidad y su relación con su país de origen.

  • Memorias eróticas de un chileno en Suecia: Un conjunto de cuentos que exploran la sexualidad, la identidad y la cultura desde una perspectiva personal y transcultural.

  • Traducciones: Pérez Santiago ha realizado numerosas traducciones de autores nórdicos al español, lo que ha contribuido a difundir la literatura escandinava en Chile.

En resumen, el universo literario de Omar Pérez Santiago es un espacio donde la identidad, la memoria y la migración se entrelazan para crear narrativas conmovedoras y reflexivas. Su obra invita al lector a reflexionar sobre su propia experiencia y a comprender la complejidad del mundo contemporáneo.

miércoles, septiembre 18, 2024

El Año del infortunio del libertador de Chile. El joven Bernardo O´Higgins frente a la muerte desahuciado en Sanlúcar de Barrameda, Cádiz. Por Pérez Santiago.

 


En 1800 Bernardo cumple 22 años en Cádiz y sus sueños no parecían una realidad. De cabellos castaños y rizados está confuso y pobre, sólo y sin dinero. Qué triste es estar lejos sin contacto con su madre Isabel Riquelme. Sin noticias de su padre Ambrosio O´Higgins, al que el pueblo llamaba Camarón por su pelo rojizo y su carácter terco. Ansioso, Bernardo le escribió algunas veces a su padre sin respuesta.

Bernardo malvivía en la casa de su displicente tutor, el chileno Nicolás de la Cruz, el millonario Conde de Maule (titulo nobilario que se compraba) que chapotea en la opulencia en su confortable palacio  frente a la plaza de la Candelaria, una de las plazas más antiguas de la ciudad trimilenaria de Cádiz, cuna de culturas y mitos.

Bernardo está desolado en una lucha interior. Sin saber nada de su padre Ambrosio, sin saber nada de su madre Isabel. Ahora que tan lejanos están, el largo silencio de sus padres lo abruma. Hace unos años que ya no los ha visto más.

Desesperado, buscando integrar su propia sombra, Bernardo le escribe tan pesaroso a mamá Isabel:

“Le pido por aquel amor de madre debido a un hijo…”

Bernardo decide volver a Chile. Se hace a la vela el 3 de abril de 1800 en la fragata «Confianza». Pero a pocas millas de la costa escucha un fuerte cañonazo. Dos corbetas de guerra inglesas los rodean. Obligados a rendirse, Bernardo es conducido por los ingleses a Gibraltar, donde lo liberan.

Vaga sin comida, sin dinero y en harapos, por largas horas los 40 kilómetros de Gibraltar a Algeciras. Allí, abrumado de cansancio y hambre, ruega, suplica que lo reciban en un barco que parte a Cádiz.

Está en estado lamentable. Golpea de nuevo la puerta de la casa de  Nicolás de la Cruz, el Conde de Maule, su tutor. De nuevo a humillarse para que lo albergue.

—Aquí estoy de nuevo. Sosténgame, mientras consigo un pasaje a América.

Pero aparece un nuevo inconveniente.
Delfín, una corbeta procedente de La Habana  ancló en Cádiz. El barco traía la fiebre amarilla, una infección epidémica que se propagó con rapidez en Cádiz.

Cundió el pánico y la histeria colectiva.

El concejo municipal ordenó arrojar al mar las materias corruptas, limpiar las calles, socorrer las enfermerías.

Aun así, el horror. En Cádiz morirían 10 mil personas, más del 10 % de la población.  Hay consternación, lastimosos sentimientos por los dolidos estragos.

El pueblo sale con Jesús Nazareno en desconsolada procesión.

Nazareno del Amor, Señor de los gaditanos,

No podemos más…Cuánto dolor, cuánta muerte.

Las familias adineradas huyen y buscan refugio en las casas de verano. Nicolás de la Cruz sale en sus carruajes por la plaza Candelaria y huye a Sanlúcar de Barrameda, un prehistórico pueblo de unas 10 mil almas, en el margen izquierdo del estuario del río Guadalquivir.

Bernardo sin alternativa los sigue.

Pero, qué mala suerte, Bernardo se contagia. La fiebre amarilla es implacable y surgen presagios de muerte.

La piel se le pone amarilla. Vomita negro, que no es otra cosa que flema de sangre.  Bacinicas de sangre.

Tenía 22 años. Moribundo en Sanlúcar de Barrameda. Sin su madre Isabel, sin su padre Ambrosio, al que sólo vio una sola vez en su vida.

Le dan infusiones de borraja, un expectorante sedativo; tamarindos diuréticos, astringentes, antipiréticos y antisépticos. Lavativas de agua con alcanfor.

Pero Bernardo no mejora. Desahuciado, a punto de morir, ante la eminencia de la muerte, traen a un cura católico para que le otorgue los últimos sacramentos. El sacerdote le unge con óleo en el nombre del Señor y ora:

Por esta santa unción, el Señor con la gracia del Espíritu Santo, te libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad. Amén.

El cura agregó:

—Adiós, Bernardo.

Pusieron un ataúd barato al pie de la cama.

Muriendo está Bernardo solo en España. Thanatos actúa de modo implacable.

Muriendo como el 20% de los habitantes de Sanlúcar de Barrameda (2.300 víctimas). Se improvisaron cementerios extramuros para enterrar cadáveres, se quemaron enseres contagiados y se desinfectan sus casas.

Así está el pobre Bernardo, con la angustia que le da la conciencia de la inminente muerte, desahuciado por la fiebre amarilla.

—El caso está indudablemente perdido, le dice Nicolás de la Cruz. No hay nada más que hacer, Bernardo.

—¡No! susurra Bernardo, su voz apenas le sale por la asfixia que lo sofoca.

El joven Bernardo no quiere morir.

Entonces, aparece Felipe Hoche, un irlandés amigo de su padre Ambrosio que había estudiado medicina en París.

Hoche desinfectó la habitación con ácido muriático. Le suministró Quinina. Los incas ya conocían la corteza del árbol para curar la malaria.

La fiebre declina. En los días que siguen y con los auxilios médicos de Felipe Hoche, así, casi de milagro, Bernardo se recupera.

Pero a Bernardo le espera otro golpe, ahora un golpe a su honor de hijo.

Su indolente tutor Nicolás de la Cruz le informa:

—Tu padre Ambrosio está indignado contigo, Bernardo. Pues no has sido capaz de hacer carrera alguna.

Bernardo queda atónito.

—Tu padre ya no te reconoce como hijo y me pide que te eche a la calle.

Bernardo sufre el estupor de un hijo dañado en su honor por su propio padre.

Bernardo le escribe una ácida carta a su padre corazón de escarcha:

“Yo, señor, no sé qué delito haya cometido para semejante castigo…!Una puñalada no me fuera tan dolorosa!”

Pero su larga epístola de amargo descargo nunca llegó a manos del veterano Ambrosio.

Su acre padre, Ambrosio O´Higgins, el Conde de Osorno, (titulo comprado)  al que el pueblo llamaba Camarón, muere en Lima a los 81 años y baja a la oscura tierra.

Ambrosio sabía que del mundo no podría llevarse nada al más allá. Quizá, para ir tranquilo a enfrentar a la muerte, Ambrosio tuvo la delicadeza o el remordimiento que lo obliga a redimirse, dejando su herencia a su hijo Bernardo en un testamento.

Ahora, de un momento a otro, Bernardo era rico, un terrateniente propietario de la hacienda Las Canteras en el sur de Chile.

Ya no será más Bernardo Riquelme, el huacho.

Ahora será Bernardo O´Higgins.

Y así sería eterno.

lunes, septiembre 09, 2024

Mapuche urbano y una mujer maya mexicana se besan en Santiago de Chile. Cuento intercultural de Pérez-Santiago. De Nefilim en Alhué, 2011

“Somos demasiado ligeros cuando consideramos a nuestros
ancestros como un conjunto de tontos debido a la monstruosa
inconsistencia (según nos parece) que implica su creencia en
la brujería” 

CHARLES LAMB, Brujas y otros terrores nocturnos.

La entrada del sol anunciaba una espléndida madrugada de verano y parecía que nada malo podía ocurrir.

El mapuche Lautaro Catrileo (que se hacía llamar Lauta), no entendió por qué su novia maya, llamada Guadalupe Moctezuma (que se hacía llamar Lupe), lo abandonó esa madrugada.

— Lauta, es mejor que sigamos como amigos…

Lupe era linda, tenía unos dientes blancos y un pelo negro. Era gótica como era la moda y usaba unos aros con calaveras, las huesudas de nuestra Señora La Muerte, para la buena suerte.

La noche anterior Lauta organizó una fiesta en su departamento con sus compañeros del diario donde él era periodista. El festejo fue un éxito gracias a que uno de sus colegas era chef de cocina por afición. Se llamaba Julián María y se hacía llamar Jota Eme.

(Entonces nadie podía imaginar que Jota Eme moriría después, atropellado en la Avenida de la Muerte).

Jota Eme preparó una variedad de sushi de pepino y salmón. La fiesta fue un logro hasta que una de las chispeantes mujeres invitadas dijo una broma, algo en obvio tono de chanza, al calor de la fiesta.

— Pongan un corrido mexicano…

Eso fastidió a Lupe.

Sí, las mujeres mayas mexicanas siempre han tenido un alto valor de sí mismas y lo sintió como sablazo en el amor propio.

Como una ciega se fue a tumbos y se encerró en el dormitorio de Lauta donde crecía una planta de marihuana.

Cuando todos se fueron, ya estaba entrando el sol, Lauta ingresó a su dormitorio y vio que Lupe había rayado el respaldo de su cama, con tres maldiciones. “Te odio“, “Eres un miserable” y “Nunca te perdonaré”.

Entonces ella se despertó y comenzó la disputa.
Ella le dijo “es mejor que sigamos como amigos”.

— ¿Por qué?

— Has dejado que me insulten tus amigas.

— No es cierto.

— Además aquí ya no hay fuego y cómo voy a respetar a un hombre con tal eyaculación precoz.

Ese golpe Lauta lo sintió duro.

Lupe tomó sus cosas y se marchó.

Lauta trató de reconquistar a Lupe.

— ¿Cuándo volverás conmigo, Lupita? ¿Hay otro en tu vida?

Pero Lupe no respondió.

Lauta estuvo devastado, pues la amaba.

Pero, Lautaro no se derrota fácil.

Un día llamó por teléfono a su amigo Jota Eme y vislumbró una pequeña alternativa: organizar otra fiesta.

Esta vez, su chef amigo, Jota Eme, preparó tacos mexicanos.

(Todavía nadie puede imaginar que Jota Eme moriría sangrientamente).

En la fiesta Lauta conoce una pelirroja de apariencia fugaz, pero solitaria como él, una solipsista emocional que se llama Lucila Godoy y se hace llamar Lucy.

El destino los puso allí fumando un porro en el balcón y algo los unió.

Lauta era un mapuche simpático y le dijo:

— Yo te conozco de antes.

— Yo también, pero no recuerdo de dónde, replicó Lucy.

— ¿De dónde vienes tú?

— Del Valle de Elqui.

— Una vez estuve allí…

Su memoria porosa les dio un aire de intimidad y con la ayuda de la marihuana se rieron como niños.

Al otro día, Lauta empezó a nadar en la pileta de la YMCA y ganó en armonía.

Y Lauta y Lucy empezaron a salir, a divertirse juntos y -así son las cosas- se hicieron pareja.

Una noche Lauta bebía un vodka tónica mientras navegaba en Internet, leía revistas marginales, veía algo de porno soft y se fumaba un porro de su propia cosecha. Su ansiedad por Lupe se había disipado. Se estiró en su silla pleno de confort.

En ese mismo momento llegó un email de Lupe, la mexicana.

“Quiero pasar a buscar un cancionero que se me quedó en tu casa. Lo necesito para repasar unas canciones en guitarra.”

Lauta le respondió de inmediato:

— Conchetumaire…

Y con un click en el mouse se lo mandó por email.

Un segundo después, Lauta pensó: “quizás bebí demasiado vodka”.

Instantáneamente, Lupe leyó la respuesta a su email. Y le surgió una gran rabia. No se supo qué conjuros convoca Lupe esa noche, pero lo más probable es que ella haya invocado a su señora de la Santa Muerte. Acarició las huesudas que colgaban de sus orejas, y realizó la oración de la suplantación.

No sabemos mucho de invocaciones.

Pero algunas horas después, a las siete de la mañana, Lauta recibió una escalofriante noticia por teléfono.

Jota Eme, su mejor amigo, en mitad de la sombría noche, había muerto atropellado en la calle de la Muerte, a la hora de la Muerte, tipo tres de la mañana.

Lautaro (o Lauta) siente cierta tristeza, una extraña melancolía que lo abate.

Lautaro Catrileo lijó, pulió y repintó el respaldo de su cama para borrar los grafitis malignos de Guadalupe Moctezuma, últimos vestigios de un amor muerto.

Lautaro regó su planta de marihuana y pensó, con una marejada de nostalgia y melancolía:

— La Santa Muerte quizá se equivocó de dirección esta vez.


Omar Pérez Santiago,

del libro Nefilim en Alhué, Mago editores, 2011

Revista Alerce. Año 5, N° 44, Abril de 2018. 



 

domingo, septiembre 08, 2024

VENGO DE UNA ÉPOCA. TODO PASABA EN LA GRAN AVENIDA Revista Off The Record, Junio de 2022.

 Vengo de una época en que los libros que leíamos eran las novelas de Julio Cortázar, Rayuela de 1963 o de Gabriel García Márquez, Cien años de Soledad de 1967.

Le debo la obligación de leerlas al profesor Muñoz (de cuyo nombre recordar no puedo), del Colegio Claretiano en la Gran Avenida de San Miguel.


El profe, que no era muy alto y se empinaba para escribir en el pizarrón, nos contagió su entusiasmo por los escritores del boom.
(Es un decir. En verdad, estábamos forzados a leer. No había resúmenes de Google)
Vengo, pues, a reivindicar la labor del profe.
En el cuento de Cortázar, “La señorita Cora”, de Todos los fuegos el fuego, 1966, Pablo, un estudiante de 15 años, (como yo), tenía que operarse el apéndice. La señorita Cora, la linda enfermera, debía afeitarlo allá abajo.
El pudor de ese Pablo, era mi pudor.


O el cuento “Reunión” del mismo libro, sobre un revolucionario que desembarca en una isla con un grupo de camaradas, para iniciar la revolución. Se presume que el protagonista era el asmático Che Guevara y su camarada Fidel Castro en Cuba.


El cuento tiene un epígrafe de una cita del Che de sus pasajes de guerra revolucionaria publicado en el 1961:
“Recordé un viejo cuento de Jack London, donde el protagonista, apoyado en un tronco de árbol, se dispone a acabar con dignidad su vida.”
El cuento del norteamericano Jack London se llamaba “Encender una hoguera” de 1908. Un hombre y su perro luchan contra la naturaleza, el frío de Yukón.

Va a morir de hipotermia.
En algún momento pensó en matar a su perro para usarlo de protección. El perro se da cuenta de las malas intenciones y le toma distancia.
Finalmente, el hombre desea morir con dignidad.
MORIR DE PIE CON DECORO.
Era, en el fondo, una cristología moderna.
La ilusión del bien y el mal. Un mito laico religioso de redención con la mediación de un Cristo en la cruz.
Morir por la causa.
Un cariño a la entrega moral de cuño apocalíptico.
Esa era la fe que me inspiraba esa literatura.
La literatura parecía pegada a la vida.
Las obras que leíamos eran nuevas. Casi recién publicadas.
Vengo de una época en que me parecía que cuando se escribían esas obras, las cosas dramáticas que se contaban allí estaban ocurriendo.
Era algo real maravilloso, estar dentro de la película.
Por ejemplo. El Che viajaba en avión desde Argelia. El escritor cubano Roberto Fernández Retamar tenía en el bolsillo el cuento de Cortázar, “Reunión”. Le dijo al Che: “Un compatriota tuyo ha escrito este cuento donde eres el protagonista”. El Che dijo: “Dámelo”. Lo leyó, se lo devolvió y dijo: “Está muy bien pero no me interesa”. El escritor cubano movió sus ojos planos y se ajustó su boina como disculpándose.
Al Che no le interesó un cuento donde él era protagonista.
El Che moriría en 1967, en Bolivia, con decoro.
Y se transformó para muchos jóvenes, para mí, en un Cristo y en una imagen de polera.
Un día de 1970 apareció en las portadas de los diarios una foto de mi amigo Rigo Quezada, estudiante del liceo 6 de San Miguel. Era dirigente de la Federación de estudiantes Secundarios de Chile. Llevaba pelo largo y zapatos rotos como indigente. Lo habían arrestado en la selva de Chaihuín, cerca de Valdivia, por intentar formar una escuela de guerrillas, con la fe del Che.
Poco después, mismo año, a unos pasos del Colegio Claretiano, el alcalde de San Miguel, el socialista Tito Palestro, con rara voz de barítono, inauguró en la Gran Avenida, una estatua de bronce del «Che» Guevara, “para que la juventud se inspire”.


TODO PARECÍA QUE OCURRÍA EN LA GRAN AVENIDA.
Ese mismo año vi caminar a Julio Cortázar por Santiago.
Iba entrando a La Moneda a saludar al presidente Allende.
Una amiga gritó con femenina voz puberfónica:
¡Mira ahí va Cortázar!
Corrimos.
Cortázar, como un gigante, sobresalía por su altura entre periodistas de tamaño chilensis.
Cortázar medía más un metro noventa, o algo así.


Así pasaron las cosas, en esa época de la que vengo.
Vengo de una época en que la literatura y la realidad parecían una sola.

SADEL, Sociedad de Derechos de las Letras.

 




Corporación Cultural de Viña del Mar.