lunes, julio 31, 2006
Cambio cultural según Playboy
Via Briefblog
sábado, julio 29, 2006
Bianca Jagger y Borges
Mick Jagger arrodillado frente a Borges
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viernes, julio 28, 2006
mago negromante en Argentina: Aleister Crowley
jueves, julio 27, 2006
Rolling Stones, The Beatles, David Bowie, Led Zeppelín, Ozzy Osbourne, Borges, Crowley
The Beast Mr. A. Crowley |
Este señor del ocultismo había pasado piola, ignorado, hasta que los rockeros, en una nueva época de transgresión, lo levantan en andas.
Los Beatles colocaron a Aleister Crowley en la carátula de uno de los discos más significativos del rock, Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band (1967), bajo un texto que decía: «Gente que nos gusta».
Rolling Stones se inspiraron en Crowley para su album Their Satanic Majesties Request (1967) y especialmente en su canción Simpathy for the devil .
David Bowie habla de Crowley en su álbum Hunky Dory (1972), en su tema Quicksand.
Jimmy Page (Led Zeppelin) incluyó en una de sus canciones el lema del Libro de la Ley de Crowley : «Haz lo que quieras». Más aún, Jimmy Page vivió en la casa de Aleister Crowley, en el lago Ness. Había sido una iglesia que se quemó hasta los cimientos, con toda la congregación adentro.
Ozzy Osbourne de Black Sabbath, grabó Mr. Crowley, homenaje al satánico Aleister Crowley:
Mr. Crowley, what went wrong with your head
¿Y el argentino Jorge Luis Borges?
La relación de Borges con el ocultismo también está documentada.
Alvaro Abós ha explicado la vigencia de Xul en la obra de Borges.
martes, julio 25, 2006
Ideología de la obra única y los narradores chilenos
“Es muy duro ser escritor en un país
donde no te consideran de los suyos.”
Roberto Bolaño
El día que dejé de creer en Santa Claus, lo recuerdo ahora con nostalgia, sentí un aire fresco, una malicia y un don irónico ingresó a mi vida. Ya nada sería lo mismo. Los tiempos de dejar de creer son relativos y esplendorosos, unos caemos antes que los otros.
El profesor Rodrigo Cánovas y sus colaboradores Carolina Pizarro, Danilo Santos y Magda Sepúlveda en Novela Chilena, nuevas generaciones el abordaje de los huérfanos (1997) analizaron detenidamente la generación de narradores del 87. Se sostenían, técnicamente, en otros dos prominentes profesores, José Promis y Cedomil Goic.
Del profesor Goic, Cánovas tomó la periodización generacional, hoy ampliamente aceptada. Goic distingue seis generaciones: la generación de 1927 (nacidos entre 1890 y 1904), la de 1942 (nacidos entre 1905 y 1919), la de 1957 (1920-1934), la generación del 72 (nacidos entre 1935 y 1949), la del 87 (nacidos entre 1950 y 1964) y la generación del 92 (nacidos entre 1965 y 1979). Cada generación tiene quince años de gestación, de los treinta a los cuarenta y cinco y quince años de vigencia, de los cuarenta y cinco a los sesenta.
Del profesor Promis, Canovas mira el proceso de ejecución de las generaciones. José Promis postula que cada generación contiene un orden estructural singular. Así, la generación del 57 corresponde a la novela del escepticismo, a la generación del 1972 corresponde la novela de la desacralización.
Canovas acepta la periodización de Goic y define a la generación del 87 como la nacida entre los años 1950 y 1964, pero, furtivamente, incluye a una hornada de autores de la generación del 72: José Leandro Urbina (1949), Damiela Eltit (1949), Ana María del Río (1948), Darío Oses (1949), Luis Sepúlveda (1949), Jaime Hales Dib. (1949), Eugenio Mímica (1949). Cánovas considera que estos autores tienen una producción cercana “al espíritu de la nueva generación”.
Estos autores tienen, efectivamente, una vasta obra y su impacto es reconocido. Justamente, los escritores nacidos en esos años son muchos y potentes. Habría que incluir además a escritores interesantes como Adolfo Pardo (1949), Jaime Casas (1949), Martín Faunes (1949), Javier Campos (1947) o Juan Pablo Uribe-Etxeverría (1949). En consecuencia, instalarlos, de muto propio, en la generación 87 desvirtúa el análisis.
En estricto sentido, si hablamos de escritores de la frontera, con propiedad esos escritores son los (la) muchachos (a) nacidos (a) en el año 1950: Jorge Marchant, Roberto Rivera, Radomiro Spotorno, Desiderio Arenas, Mario Banic, Eugenia Brito, Hernán Rivera Letelier y Sergio Marras.
En cambio, Canovas no incorporó, entre otros, a novelistas como Michell Bonnefoy, y Alejandro Pérez, autores de exilio. Y, miren lo que son las cosas, tampoco consideró a Roberto Bolaño, también autor de exilio, aceptado casi unánimemente hoy como el príncipe de nuestra generación. Bolaño había ya publicado tres novelas, (publicó su primera novela en 1984, Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, que realizó en colaboración de Antoni García Porta. Con esta novela obtuvo el Premio Ambito Literario; La pista de hielo (1993), ganadora del Premio de Narrativa Ciudad de Alcalá de Henares, y La senda de los elefantes (1993), ganadora del premio de novela corta Félix Urabayen y publicada luego con el título de Monsieur Pain).
¿Raro, verdad?
Cánovas excluyó a Roberto Bolaño, el verdadero eje de nuestra generación y, de ese modo, sin quererlo, se invalidó a sí mismo.
Con estas desacertadas premisas, Cánovas identifica las características de la generación. La novela de la generación del 87 habla de la Orfandad, el delirio de un huérfano, afirma.
Casi ya no vale discutir esta deducción. Ya lo dijo el escritor y profesor Ricardo Cuadros, toda la literatura universal puede leerse como literatura de los huérfanos.
El discurso de Canovas pretendió – ya no lo logró– ser un macro-relato único, paradigmático y, por eso mismo, normativo y didáctico. Una historia literaria oficiosa o académica y por otro lado, no menos significativa, de la prensa y la difusión editorial. Era la unión perfecta. La academia y el mercado, por fin, de acuerdo.
El profesor Cánovas sobrevaloró la vitrina comercial para así contentar a autores y editores y a los sujetos de la normalización. Lo suyo fue, es fácil decirlo ahora, un gran invento. Un gran invento ideológico.
Su estética y su ética intentaron legitimar la novela que sonaba en el mercado, principalmente aquella que producían los escritores formados en el taller de José Donoso, estipulándola como eje central de la nueva narrativa. Lo demás eran escrituras marginales. Canovas intentó legitimar un conformismo, un pacto que probablemente –yo no creo en la ingenuidad- no sea independiente del conservadurismo del mundo cultural de mitad de los años 90. De este modo, su visión enmascara el supuesto “consenso” estético que afectaba al arte. Cánovas, hay que decirlo, fue alumno de Donoso en Estados Unidos.
El estudio de José Canales y Emerson Tropa, La novela de la generación de 1980. La escritura del antipoder (1995) mantiene la periodización de Goic. Y, a partir de allí, realizan una verónica –con algo de elegancia- para afirmar que la generación de los ochenta son los nacidos en los años 50. Algo que no está del todo mal, teniendo en cuenta que los escritores nacidos después de los 60 son hoy una minoría (12 escritores, el 10 %). Aunque, al igual que Cánovas, incorporan a escritores de la generación del 72 (Oses, Eltit, Urbina) y también soslayan a Bolaño, a Bonnefoy y a Alejandro Pérez.
La sociedad Canales & Tropa afirma que la generación de los ochenta, es literatura del antipoder, al incorporar fórmulas desacralizadoras de la novela como formas paraliterarias (característica que, por lo demás, Promis le otorgaba a la novela de la generación del 72).
Esta conclusión, aunque de otro signo, también es ideológica, es decir, ilusoria.
Si no es una escritura de Orfandad ni del Antipoder,
¿Cual es entonces el tema de la visión de la generación del 87?
La sola pregunta me parece pérfida.
No hay ninguna fórmula. No hay centros. No hay metanarrativas.
Hay libros muy diferentes en su complejidad. No creo que se deba racionalizar, encauzar, canalizar, o sea, domesticar la narrativa de nuestra generación. Simplemente los libros se miden por sus méritos propios.
¿A qué cuento viene esto de estandarizar la fabricación literaria de una generación?
Tenemos una literatura plural, con estilos, conocimientos e historias diferentes. No hay una versión de lo real. Hay de todo: El pastiche, la mezcla de estilos, tonos, géneros, niveles de lenguaje, lo lúdico y lo paródico, irónica, el humor, la incorporación de iconos de la cultura de masas junto a elementos de la llamada alta cultura, la presencia de lo metaficcional.
Hay obras buenas y no tan buenas en mi generación.
Pero, ¿un discurso? ¿Una ley?
¿No estaremos ya asaz viejos para creer en Papá Noel?
© Omar Pérez Santiago
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viernes, julio 21, 2006
Homenaje a Mario Martínez: Nuestra levedad actual se traduce en silencio, falta de compromiso, limitada solidaridad
Ahí va el texto:
Mario Martínez y La insoportable levedad del ser
Por Jorge Araya Moya
Conocí a Mario por el año 85 cuando estaba trabajando como monitor del Icheh; en el período previo me había correspondido estar en las primeras líneas como dirigente en la UC. La visita de Mario con un grupo de la USACH, buscaba apoyo para preparar a los militantes DC para disputar la federación de estudiantes con Andrés Rengifo a la cabeza.
Mario acompañaba pero estaba más interesado en las ideas, se cuestionaba sobre nuestra estrategia para acabar con la dictadura, creo que Mario tenía conciencia clara de que todas las batallas se subordinaban a la gran batalla por terminar con el régimen autoritario.
Mario había leído a Gandhi, Helder Cámara, Luther King: ¿Era posible esta estrategia de no violencia en medio de una dictadura que no tiene el control de la opinión pública, que no rinde cuentas ante nadie, que ya se encuentra aislada internacionalmente?.
¿Tenía sentido nuestra opción por la no violencia si veíamos compañeros que pasaban de 40 días en huelga de hambre sin que nadie con poder real hiciera algo?.
Todas nuestras acciones día a día eran no violentas (francamente nuestras eventuales salidas de madre eran cosa de niños en ese contexto) en algunas jornadas marchábamos en la universidad o la calle, en otras, estábamos en algún acto solidario, estábamos en paro o en toma, panfleteando, pintando, discutiendo sobre nuevas acciones, guitarreando a veces, reinventando la marcha de la Patria Joven, sólo con jóvenes a lo largo del país.
De campamento para levantar la candidatura de Campusano o Pedro García a la presidencia de esa sociedad ideal que sólo existía por algunos días, en un rincón de Vilches.
Mario se cuestionó honestamente, buscó con profundidad y descarnado interés, se comprometió, y asomado para denunciar la miseria de ese régimen, encontró la muerte.
Le escuché decir a un camarada que participó en la Comisión Rettig que era sorprendente ver que entre los detenidos desaparecidos o muertos por la dictadura hubo un número significativo de Demócratas Cristianos, sorprendente observación en un Partido que poco los ha recordado y reivindicado; pero Mario es joven con nosotros, lo conocimos. Estábamos presentes con él, como ahora, para saber quienes somos.
Contrasta, es cierto, tanto testimonio para llegar a las limitadas condiciones que parecemos tener ahora en Democracia.
Contrasta la honestidad de nuestro movimiento con el silencio de estos días, que no es silencio de conformidad.
Contrasta el heroísmo con nuestros miedos actuales.
El protagonista de “La insoportable levedad del ser” pasa de ser un prestigiado médico a un improvisado limpiador de vidrios, luego un lejano campesino que muere, sin que importe ya nada, a nadie.
A él no le interesó la política, pero si la verdad.
Mario con todo el poder de la vida de un joven, con toda nuestra entrega y testimonio, fue muerto, silenciado para siempre.
La gran batalla que le interesaba a Mario se ganó, son otras las condiciones, es distinto el valor de la vida en estos días.
La gran metamorfosis afecta a otro, que pasa de gran dictador a asesino, ladrón y traficante de armas o cocaína. En este caso, se restituye el valor que corresponde, según el peso humano y valórico del personaje.
Nos queda, sin embargo, un murmullo de inconsistencia, una crítica imagen de lo logrado en estos años.
Me queda el temor de que el poder autoritario y aplastante haya sido reemplazado por los estrechos caminos de nuestra democracia, un sistema que exige perfiles muy específicos de lo políticamente correcto, hasta moldearnos para ganar el ingreso al red set criollo u olvidarnos higiénicamente.
Nuestra levedad actual se traduce en silencio, falta de compromiso, limitada solidaridad. ¿Dónde están muchos de nuestros camaradas?. Hay quienes se han quedado sin trabajo, hay quienes ya no creen.
¿Tiene una generación una segunda oportunidad para ser mejores que el sistema en el cual viven?.
Jorge Araya Moya, (Dirigente PUC 81 al 85. Candidato JDC 1987)
miércoles, julio 19, 2006
Liga de los separados: nuevo movimiento nacional dibujado por Christiano
Christiano se separó. Pero a partir de allí ha construido una nueva realidad en el cómic, una pandilla de divorciados que se solazan en su propia tragedia (o liberación, según como se lo mire). Según cuenta la plaqueta publicada por la Nueva Gráfica Chilena, este grupo de "elite" ha sido formado por un tal Osmar P. Santolalla, que, al parecer (no me consta, repito:no me consta) es un ex-marido recurrente. Los primeros antecedentes de la liga radican en los lejanos años 60 (siglo xx) donde Trevor Armando Cuicosorriaga publicó, luego de varios matrimonios fallidos, un libro de auto ayuda para recien separados. La idea de la Liga de separados es genial y absolutamente necesaria para estos varones a la deriva, tal como podrá darse cuenta cualquier señor recientemente separado (de derecha o izquierda o todo lo contrario). La perversidad de los sentimientos que surgen de la disolución y desilusión de la pareja, son limados por unos pájaros dolidos que se quejan, e intentan devolver aletazos de ahogado. Glú, glú, glú. Pero, al final, -qué diablos- están presos o se justifican en sus propios sentimientos sensibleros. El humor escrupuloso y humanista que ya había aparecido en la pareja de gatos Cucho y Cata, serie que Christiano (que entonces estaba en pareja) publicó en el diario La Nación, hasta que llegó el actual director del diario (o fue el director anterior? ya ni me acuerdo), se replica ahora en estos señores de la Liga que han descubierto de nuevo, (algo obligados, claro) la bohemia santiaguina y el gusto algo amargo, algo picante, de bablar de la mujeres, y sobre todo de esa casta creciente y sumamente peligrosa que son las Ex-mujeres, se entiende. Aunque de pronto parecen que los miembros de liga van a ser unos anarquistas de resabios nietzchianos, al final, terminan siendo, en la versión de Christiano, un grupo de escrupulosos. Esto es comprensible y algo obvio, pues un separado (sobre todo si es reciente) nunca sabe cuando termina de nuevo acostado en la cama con la ex-mujer, que tanto odió en el bar, que tanto peló en el bar. Entonces, toda la culpa la tuvieron los amigotes...ustedes saben.. Cosas de separados... La lIga de los separados está pintada para ser publicada de modo regular en un diario o en una revista (una revista moderna, modernísima, pero a la chilena) . A ver quien se atreve... |
lunes, julio 17, 2006
Entrevista a Ramón Díaz Eterovic (alter ego de Heredia): envidias y descalificaciones que se produce con el Premio Nacional de Literatura
Ramön Díaz Eterovic y Omar Pérez Santiago |
Ramón Díaz Eterovic. Punta Arenas, 1956. Ha publicado los libros de poemas "El poeta derribado" y "Pasajero de la Ausencia"; los libros de cuentos: "Obsesión de Año Nuevo", "Atrás sin golpe" y "Ese viejo cuento de amar”, y las novelas: "La ciudad está triste", "Solo en la Oscuridad", "Nadie sabe más que los muertos", "Nunca enamores a un forastero" "Angeles y Solitarios", "Correr tras el viento", "Los siete hijos de Simenon", “El ojo del alma”, “El hombre que pregunta” y “El color de la piel”. También es autor de la novela infantil: “R y M investigadores”. Algunos de sus cuentos han sido incluidos en antologías publicadas en Italia, Croacia, España, Argentina, México, Ecuador, España, Italia, Portugal, Uruguay, Colombia, Cuba, Bulgaria, Puerto Rico y Chile. Fue director de la revista de poesía “La Gota Pura” (1980-1995) y Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile (1991-1993). En Chile ha obtenido una treintena de premios, entre los que destacan el Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura (1995) y el Premio Municipal de Santiago (los años 1996 y 2002). Ha sido finalista en los premios Casa de las Américas (Cuba), premio Planeta Argentina de Novela, y premio Dashiell Hammett de la Asociación Internacional de Escritores Policíacos. El año 2000 obtuvo el premio Las Dos Orillas del Salón del Libro Iberoamericano de Gijón. Sus novelas han sido publicadas en Portugal, España, Grecia, Francia, Holanda, Alemania, Croacia, Argentina e Italia.
Entrevista publicada en Escritores de la Guerra, Foro Nórdico, 2004 y Universidad Bolvariana ediciones, 2007.
Textos
© Omar Pérez Santiago
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domingo, julio 16, 2006
Periodista chileno recibe importante premio en Washington, Estados Unidos
Mi estimado Víctor Hugo Durán ha recibido un importante premio durante la sesión plenaria de la 13ª Conferencia Mundial Tabaco o Salud que se inauguró este miércoles en la capital estadounidense. Como ustedes deben recordar, Víctor Hugo publicó en 2005 en el diario El Mercurio, una serie de importantes artículos sobre las tabacaleras. Por este trabajo recibió el viernes recien pasado el Premio al Mejor Trabajo Periodístico en materia de Tabaco. Los premios fueron entregados por Heather Selin, de Organización Panamericana de la salud; Laurent Huber del Framework Convention Alliance y Beatriz Champagne, de la Interamerican Heart Foundation. ¡Felicitaciones, amigo! ¡Felcitaciones Victor Hugo Durán! |
sábado, julio 08, 2006
Blogs educativos, los edublogs, se expanden entre profesores proactivos
En España ya existe el aulablog, un sitio de blogs de profesores.
Ya se habla de pedablogia y se discute y se mejora el uso educativo de las bitácoras digitales, los edublogs.
En Chile también existen los blogs de profesores.
Pero sobre todo existen blogs de los cursos, donde colacan fotos de las actividades de los niñas y niñas así como mensajes, materiales y recomendaciones para los padres y madres.
Como este de El Pizarrón.
Hay un incipiente debate sobre esta iniciativa
domingo, julio 02, 2006
El penal más largo del mundo
El penal más fantástico del que yo tenga noticia se tiró en 1958 en un lugar perdido del valle de Río Negro, en Argentina, un domingo por la tarde en un estadio vacío. Estrella Polar era un club de billares y mesas de baraja, un boliche de borrachos en una calle de tierra que terminaba en la orilla del río. Tenía un equipo de fútbol que participaba en el campeonato del valle porque los domingos no había otra cosa que hacer y el viento arrastraba la arena de las bardas y el polen de las chacras.
Los jugadores eran siempre los mismos, o los hermanos de los mismos. Cuando yo tenía quince años, ellos tendrían treinta y me parecían viejísimos. Díaz, el arquero, tenía casi cuarenta y el pelo.
El blanco que le caía sobre la frente de indio araucano. En el campeonato participaban dieciséis clubes y Estrella Polar siempre terminaba más abajo del décimo puesto. Creo que en 1957 se habían colocado en el decimotercer lugar y volvían a sus casas cantando, con la camiseta roja bien doblada en el bolso porque era la única que tenían. En 1958 empezaron ganándole a Escudo Chileno, otro club de miseria.
A nadie le llamo la atención eso. En cambio, un mes después, cuando habían ganado cuatro partidos seguidos y eran los punteros del torneo, en los doce pueblos del valle empezó a hablarse de ellos.
Las victorias habían sido por un gol, pero alcanzaban para que Deportivo Belgrano, el eterno campeón, el de Padini, Constante Gauna y Tata Cardiles, quedara relegado al segundo puesto, un punto más abajo. Se hablaba de Estrella Polar en la escuela, en el ómnibus, en la plaza, pero no imaginaba todavía que al terminar el otoño tuvieran 22 puntos contra 21 de los nuestros.
Las canchas se llenaban para verlos perder de una buena vez. Eran lentos como burros y pesados como roperos, pero marcaban hombre a hombre y gritaban como marranos cuando no tenían la pelota. El entrenador, un tipo de traje negro, bigotitos recortados, lunar en frente y pucho apagado entre los labios, corría junto a la línea de toque y los azuzaba con una vara de mimbre cuando pasaban a su lado. El público se divertía con eso y nosotros, que por ser menores jugábamos los sábados, no nos explicábamos como ganaban si eran tan malos.
Daban y recibían golpes con tanta lealtad y entusiasmo, que terminaban apoyándose unos sobre otros para salir de la cancha mientras la gente les aplaudía el 1 a 0 y les alcanzaba botellas de vino refrescadas en la tierra
húmeda. Por las noches celebraban en el prostíbulo de Santa Ana y la gorda Leticia se quejaba de que se comieran los restos del pollo que ella guardaban en la heladera. Eran la atracción y en el pueblo se les permitía todo. Los viejos les recogían de los bares cuando tomaban demasiado y se ponían pendencieros; los comerciantes les regalaban algún juguete o caramelos para los hijos y en el cine, las novias les consentían caricias por encima de las rodillas. Fuera de su pueblo nadie los tomaba en serio, ni siquiera cuando le ganaron a Atlético San Martín por 2 a 1.
En medio de la euforia perdieron, como todo el mundo, en Barda del Medio y al terminar la primera rueda dejaron el primer puesto cuando Deportivo Belgrano los puso en su lugar con siete goles. Todos creímos, entonces, que la normalidad empezaba a restablecerse. Pero el domingo siguiente ganaron 1 a 0 y siguieron con su letanía de laboriosos, horribles triunfos y llegaron a la primavera con apenas un punto menos que el campeón.
El último enfrentamiento fue histórico por el penal. El estadio estaba repleto y los techos de las casas también. Todo el mundo esperaba que Deportivo Belgrano repitiera los siete goles de la primera rueda. El día era fresco y soleado y las manzanas empezaban a colorearse en los arboles. Estrella Polar trajo más de quinientos hinchas que tomaron una tribuna por asalto y los bomberos tuvieron que sacar las mangueras para que se quedaran quietos.
El referí que pitó el penal era Herminio Silva, un epiléptico que vendía las rifas del club local y todo el mundo entendió que se estaba jugando el empleo cuando a los cuarenta minutos del segundo tiempo estaban uno a uno y todavía no había cobrado la pena por más que los de Deportivo Belgrano se tiraran de cabeza en el área de Estrella Polar y dieran volteretas y malabarismos para impresionarlo. Con el empate el local era campeón y Herminio Silva quería conservar el respeto por sí mismo y no daba penal porque no había infracción.
Pero a los 42 minutos, todos nos quedamos con la boca abierta cuando el puntero izquierdo de Estrella Polar clavó un tiro libre desde muy lejos y se pusieron arriba 2 a 1. Entonces sí, Herminio Silva pensó en su empleo y alargó el partido hasta que Padín entró en el área y ni bien se le acercó un defensor pitó. Ahí nomás dio un pitazo estridente, aparatoso y sancionó el penal. En ese tiempo el lugar de ejecución no estaba señalado con una mancha blanca y había que contar doce pasos de hombre. Herminio Silva no alcanzó siquiera a recoger la pelota porque el lateral derecho de Estrella Polar, el Colo Rivero, lo durmió de un cachetazo en la nariz. Hubo tanta pelea que se hizo de noche y no hubo manera de despejar la cancha ni de despertar a Herminio Silva. El comisario, con la linterna encendida, suspendió el partido y ordenó disparar al aire. Esa noche el comando militar dictó estado de emergencia, o algo así, y mandó a enganchar un tren para expulsar del pueblo a toda persona que no tuviera apariencia de vivir allí.
Según el tribunal de al Liga, que se reunió el martes, faltaban jugarse veinte segundos a partir de la ejecución del tiro penal y ese match aparte entre Constante Gauna, el shoteador y el gato Díaz al arco, tendría lugar el domingo siguiente, en el mismo estadio a puertas cerradas. De manera que el penal duro una semana y fue, si nadie me informa lo contrario, el más largo de toda la historia. El miércoles faltamos al colegio y nos fuimos al pueblo vecino a curiosear. El club estaba cerrado y todos los hombres se habían reunido do en la cancha, entre las bardas. Formaban una larga fila para patearle penales al Gato Díaz y el entrenador de traje negro y lunar trataba de explicarles que esa era la mejor manera de probar al arquero.
Al final, todos tiraron su penal y el Gato atajó unos cuantos porque le pateaban con alpargatas y zapatos de calle. Un soldado bajito, callado, que estaba en la cola, le tiró un puntazo con el borseguí militar y casi arranca la red. Al caer la tarde volvieron al pueblo, abrieron el club y se pusieron a jugar a las cartas. Díaz se quedó toda la noche sin hablar, tirándose para atrás el pelo blanco y duro hasta que después de comer se puso un escarbadientes en la boca y dijo:
-Constante los tira a la derecha.
-Siempre -dijo el presidente del club.
-Pero él sabe que yo sé.
-Entonces estamos jodidos.
-Sí, pero yo sé que él sabe -dijo el Gato.
-Entonces tírate a la izquierda y listo -dijo uno de los que estaban en la mesa.
-No. El sabe que yo sé que él sabe -dijo el Gato Díaz y se levantó para ir a dormir.
-El Gato esta cada vez más raro -dijo el presidente el club cuando lo vio salir pensativo, caminando despacio.
El martes no fue a entrenar y el miércoles tampoco. El jueves, cuando loencontraron caminando por las vías del tren estaba hablando solo y lo seguía un perro con el rabo cortado.
-¿Lo vas a atajar?- le preguntó, ansioso, el empleado de la bicicletería.
-No sé. ¿Qué me cambia eso?- preguntó.
-Que nos consagramos todos, Gato. Les tocamos el culo a esos maricones de Belgrano.
-Yo me voy consagrar cuando la rubia de Ferreyra me quiera querer -dijo y silbó al perro para volver a su casa.
El viernes, la rubia de Ferreyra esta atendiendo la mercería cuando el intendente del pueblo entró con un ramo de flores y una sonrisa ancha como una sandía abierta. Esto te lo manda el Gato Díaz y hasta el lunes vos decís que es tu novio.
-Pobre tipo -dijo ella con una mueca y ni miro las flores que habían llegado de Neuquén por el ómnibus de las diez y media.
A la noche fueron juntos al cine. En el entreacto el Gato salió al hall a fumar y la rubia de los Ferreyra se quedó sola en la media luz, con la cartera sobre la falda, leyendo cien veces el programa sin levantar la vista.
El sábado a la tarde el Gato Díaz pidió prestadas dos bicicletas y fueron a pasear a las orillas del río. Al caer la tarde la quiso besar, pero ella dio vuelta la cara y dijo que el domingo a la noche, tal vez, después que atajara el penal, en el baile.
-¿Y yo cómo sé? -dijo él.
-¿Cómo sabés qué?
-Si me tengo que tirar para ese lado.
La rubia Ferreyra lo tomó de la mano y lo llevó hasta donde habían dejado las bicicletas.
-En esta vida nunca se sabe quién engaña a quién -dijo ella.
¿Y si no lo atajo? -preguntó él.
Entonces quiere decir que no me querés -respondió la rubia, y volvieron al pueblo.
El domingo del penal salieron del club veinte camiones cargados de gente, pero la policía los detuvo a la entrada del pueblo y tuvieron que quedarse a un costado de la ruta, esperando bajo el sol. En aquel tiempo y en aquel lugar no había emisoras de radio, ni forma de enterarse de lo que ocurría en una cancha cerrada, de manera que los de Estrella Polar establecieron una posta entre el estadio y la ruta.
El empleado del bicicletero subió a un techo desde donde se veía el arco del Gato Díaz y desde allí narraba lo que ocurría a otro muchacho que había quedado en la vereda que a su vez transmitía a otro que estaba a veinte metros y así hasta que cada detalle llegaba a donde esperaban los hinchas de Estrella Polar.
A las tres de la tarde, los dos equipos salieron a la cancha vestidos como si fueran a jugar un partido en serio. Herminio Silva tenía un uniforme negro, desteñido pero limpio y cuando todos estuvieron reunidos en el centro de la cancha fue derecho hasta donde estaba el Colo Rivero que le había dado el cachetazo el domingo anterior y lo expulsó de la cancha. Todavía no se había inventado la tarjeta roja, y Herminio señala la entrada del túnel con una mano temblorosa de la que colgaba el silbato.
Al fin, la policía sacó a empujones al Colo que quería quedarse a ver el penal. Entonces el arbitro fue hasta el arco con la pelota apretada contra una cadera, contó doce pasos y la puso en su lugar. El Gato Díaz se había peinado a la gomina y la cabeza le brillaba como una cacerola de aluminio.
Nosotros los veíamos desde el paredón que rodeaba la cancha, justo detrás del arco, y cuando se colocó sobre la raya de cal y empezó a frotarse las manos desnudas, empezamos a apostar hacía dónde tiraría Constante Gauna.
En la ruta habían cortado el tránsito y todo el Valle estaba pendiente de ese instante porque hacía diez años que el Deportivo Belgrano no perdía un campeonato. También la policía quería saber, así que dejaron que la cadena de relatores se organizara a lo largo de tres kilómetros y las noticias llegaban de boca en boca apenas espaciadas por los sobresaltos de la respiración.
Recién a las tres y media, cuando Herminio Silva consiguió que los dirigentes de los dos clubes, los entrenadores y las fuerzas vivas del pueblo abandonaran la cancha, Constante Gauna se acercó a acomodar la pelota. Era flaco y musculoso y tenía las cejas tan pobladas que parecían cortarle la cara en dos. Había tirado ese penal tantas veces -contó después- que volvería a patearlo a cada instante de su vida, dormido o despierto.
A las cuatro menos cuarto, Herminio Silva se puso a medio camino entre el arco y la pelota, se llevó el silbato a la boca y sopló con todas sus fuerzas. Estaba tan nervioso y el sol le había machacado tanto sobre la nuca, que cuando la pelota salió hacía el arco, el referí sintió que los ojos se reviraban y cayó de espalda echando espuma por la boca. Díaz dio un paso al frente y se tiró a su derecha. La pelota salió dando vueltas hacía el medio del arco y Constante Gauna adivinó enseguida que las piernas del Gato Díaz llegarían justo para desviarla hacia un costado. El gato pensó en el baile de la noche, en la gloria tardía y en que alguien corriera a tirar la pelota al córner porque había quedado picando en el área.
El petiso Mirabelli llegó primero que nadie y la sacó afuera, contra el alambrado, pero el árbitro Herminio Silva no podía verlo porque estaba en el suelo, revolcándose con su epilepsia. Cuando todo Estrella Polar se tiró sobre el Gato Díaz, el juez de línea corrió hacía Herminio Silva con la bandera parada y desde el paredón donde estábamos sentados oímos que gritaba: “¡no vale, no vale!”.
La noticia corrió de boca en boca, jubilosa. La atajada del Gato y el desmayo del árbitro. Entonces en la ruta todos abrieron las botellas de vino y empezaron a festejar, aunque el “no vale” llegara balbuceado por los mensajeros como una mueca atónita.
Hasta que Herminio Silva no se puso de pie, desencajado por el ataque, no hubo respuesta definitiva. Lo primero que preguntó fue “qué pasó” y cuando se lo contaron sacudió la cabeza y dijo que había que patear de nuevo porque él no había estado allí y el reglamento decía que el partido no puede jugarse con un árbitro desmayado. Entonces el Gato Díaz apartó a los que querían pegarle al vendedor de rifas de Deportivo Belgrano y dijo que había que apurarse porque esa noche él tenía una cita y una promesa y fue otra vezbajo el arco.
Constante Gauna debía tenerse poca fe, porque le ofreció el tiro a Padini y recién después fue hacía la pelota mientras el juez de línea ayudaba a Herminio Silva a mantenerse parado. Afuera se escuchaban bocinazos de festejo y los jugadores de Estrella Polar empezaron a retirarse de la cancha rodeados por la policía.
El pelotazo salió hacía la izquierda y el Gato Díaz se fue para el mismo lado con una elegancia y una seguridad que nunca más volvió a tener. Costante Gauna miró al cielo y después se echó a llorar. Nosotros saltamos del paredón y fuimos a mirar de cerca a Díaz, el viejo, el grandote, que miraba la pelota que tenía entre las manos como si hubiera sacado la sortija de la calesita.
Dos años más tarde, cuando él era una ruina y yo un joven insolente, me lo encontré otra vez, a doce pasos de distancia y lo vi inmenso, agazapado en punta de pie, con los dedos abiertos y largos. En una mano llevaba un anillo de matrimonio que no era de la rubia de los Ferreyra sino de la hermana del Colo Rivero, que era tan india y tan vieja como él. Evité mirarlo a los ojos y le cambié la pierna; después tiré de zurda, abajo, sabiendo que no llegaría porque estaba un poco duro y le pesaba la gloria. Cuando fui a buscar la pelota dentro del arco, el Gato Díaz estaba levantándose como un perro apaleado.
-Bien, pibe -me dijo-. Algún día, cuando seas viejo, vas a andar contando por ahí que le hiciste un gol al Gato Díaz, pero para entonces ya nadie se va a acordar de mí.
Escenas de la vida posmoderna: intelectuales, arte y videocultura en la Argentina de Beatriz Sarlo
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