El noruego Peter Wessel Zapffe (1899-1991) escribió en 1933 el ensayo “El último Mesías”.
Según él, el hombre se encuentra en soledad, lacerado y roto, separado del
mundo. Está marcado como un otro y como un destructor de mundos. Las voces de
los espíritus primordiales, los ecos del vacío fértil, no le hablan ya al
hombre. El hombre perdió la capacidad de escucharlos. El hombre grita al viento
pidiendo reconocimiento y a cambio, no escucha nada más que sus sollozos de
niño.
Lean el
ensayo de Peter Wessel Zapffe
El último Mesías. Por Peter Wessel Zapffe
Una noche en tiempos idos hace ya mucho, el
hombre despertó y se vio a sí mismo. Se vio desnudo bajo el cosmos, sin hogar
en su propio cuerpo. Todo se disolvió ante su inquisidor pensamiento, y
maravilla sobre maravilla, y horror sobre horror se revelaron en su mente.
Entonces
la mujer despertó también y dijo que era hora de partir y matar. Y él asió su
arco y flecha, el fruto nupcial entre espíritu y mano, y salió bajo las
estrellas.
Pero
conforme las bestias llegaban a sus veneros donde él solía asecharlas, ya no
sintió en su sangre aquel instinto de saltarles encima, sino un gran salmo
sobre la hermandad del sufrimiento entre todo lo vivo.
Ese
día no regresó con presas, y cuando lo encontraron a la siguiente luna, yacía
muerto en el venero.
II
¿Qué
sucedió? Una falla en la misma unidad de la vida, una paradoja biológica, una
abominación, una absurdidad, una exageración de naturaleza desastrosa. La vida
sobrepasó su objetivo, reventándose a sí misma. Una especie había sido armada
en exceso –por espíritu creada, pero carente de todopoderoso, pero igualmente
una amenaza a su propio bienestar.
Su
arma era como una espada sin empuñadura o mango, una navaja de doble filo
hendiéndolo todo; pero aquel que ha de blandirla debe agarrar la navaja y virar
un filo hacia sí mismo.
A
pesar de sus nuevos ojos, el hombre seguía enraizado a la materia, su alma
girando en ella y subordinada a sus ciegas leyes. Pero aun así él miraba a la
materia como extranjero, comparándose contra cualquier fenómeno, viendo a
través y localizando sus procesos vitales.
Él
llega a la naturaleza como huésped no invitado, en vano extendiendo sus brazos
para rogar conciliación con su creador: La naturaleza ya no contesta, realizó
un milagro con el hombre, pero luego ya no le conoce. Perdió su derecho a
residir en el universo, ha comido del Árbol del Conocimiento y ha sido
expulsado del Paraíso.
Él
es poderoso en el mundo cercano, pero maldice su poder que fue comprado con su
armonía de alma, su inocencia, su paz interior en el abrazo de la vida. Así que
ahí está con sus visiones, traicionado por el universo, maravillado y temeroso.
La
bestia también conoce el miedo, en truenos y tempestades y en la garra del
león. Pero el hombre se volvió temeroso de la vida misma-de hecho, de su propio
ser. La vida-que para la bestia era sentir el juego del poder, era calor y
competir y batallar y hambre, y entonces por último inclinarse ante la ley
vigente. En la bestia el sufrimiento está autocontenido. En el hombre horada
agujeros hacia un miedo del mundo y una desesperanza de la vida. Incluso
mientras el niño surge al río de la vida, los rugidos de la cascada de la
muerte se levantan alto sobre el valle, siempre más cercano, y lagrimeando,
sollozando en su alegría.
El
hombre observa la tierra, y esta respira como un gran pulmón; cada vez que
exhala, vida encantadora pulula de todos sus poros y emerge hacia el sol, pero
cuando inhala, un quejido de ruptura pasa a través de la multitud, y los
cadáveres azotan la tierra como granizos.
No
solo su propio día podría él ver, los cementerios se retorcían ante su mirada,
los lamentos de milenios enterrados ululaban contra él desde las horrendas
figuras decadentes, sueños de madres vueltos-a-la-tierra. La cortina de futuro
se recorría a sí misma para revelar una pesadilla de repetición sin fin, un
inconsciente malgasto de materia orgánica.
El
sufrimiento de miles de millones humanos penetra en él a través de la puerta de
la compasión, pues todo cuanto sucede levanta una risa para burlarse de la
demanda de justicia, su más profundo principio de orden.
Él
se ve emerger en el vientre de su madre, levanta su mano en el aire y ésta
tiene cinco ramas; ¿de dónde este número diabólico cinco, y qué tiene que ver
eso con mi alma? Él ya no es obvio a sí mismo, toca su cuerpo en absoluto
horror; éste eres tú y hasta aquí llegas y no más lejos. Dentro de si lleva una
comida, que ayer era una bestia que por sí misma husmeaba por ahí, ahora la
absorbo y la hago parte de mí, ¿Y dónde comienzo y termino yo?
Todas
las cosas se encadenan entre sí en causas y efectos, y todo cuanto él quiere
entender se disuelve ante el escrutador pensamiento. Pronto ve la mecánica
incluso en la lejana y querida totalidad, en la sonrisa de su amada también hay
otras sonrisas, una bota rasgada con los dedos del pie.
Eventualmente,
los rasgos de las cosas son rasgos sólo suyos. Nada existe sin él, cada línea
apunta de regreso hacia él, el mundo es meramente un eco fantasmal de su propia
voz -salta gritando estridentemente y queriendo vomitarse a si mismo sobre la
tierra junto con su impura comida, siente el asomar de la locura y quiere
encontrar la muerte antes de perder incluso tal capacidad.
Pero
al colocarse frente la inminente muerte, comprende también su naturaleza, y el
significado cósmico del paso por venir. Su creativa imaginación construye
nuevas, temerosas perspectivas tras la cortina de la muerte, y ve que incluso
ahí no hay santuario alguno.
Y
ahora puede discernir el esquema de sus términos biológico-cósmicos: Él es el
desamparado cautivo del universo, mantenido para caer en posibilidades sin
nombre. A partir de este momento, se halla en un estado de pánico implacable.
Tal
sensación del pánico cósmico es central a cada mente humana. De hecho, la raza
parece destinada a perecer en cuanto toda efectiva preservación y continuación
de la vida sea abolida, tan pronto toda la atención y energía del individuo se
destine a soportar, o atender, la catastrófica alta tensión interna.
La
tragedia de una especie que se torna inadecuada para la vida, al
sobre-desarrollar una capacidad, no se confina a la humanidad. Así se cree, por
ejemplo, que sucumbieron ciertos ciervos en épocas paleontológicas cuando
adquirieron cuernos excesivamente pesados.
Las mutaciones deben considerarse ciegas, que
trabajan y avanzan sin ningún contacto de interés con su ambiente.
En
estados depresivos, la mente sería la representación de tal cornamenta, con
todo su fantástico esplendor clavando en el suelo a quien la porta.
III
¿Por
qué, entonces, la humanidad no se ha extinguido desde hace mucho tiempo,
durante las grandes epidemias de locura? ¿Por qué solamente un muy reducido
número de individuos perece al no poder soportar la tensión de la vida – cuando
el conocimiento les da más de lo que pueden aguantar?
La
historia cultural, así como la observación de nosotros mismos y de otros,
permite la siguiente respuesta: La mayoría de la gente aprende a salvarse a sí
misma al limitar artificialmente su contenido de conciencia.
Si
los ciervos gigantes, a intervalos convenientes, hubiesen roto los arpones
exteriores de sus cornamentas, pudieran haber durado más tiempo.
Aún
con fiebre y dolor constante, de hecho, traicionado su idea central, el meollo
de su particularidad, ya que la mano de la creación les dio la vocación de ser
el portador de cuernos de los animales salvajes.
La
ganancia en persistencia, se perdería en significación, en grandeza de vida; es
decir, una continuación sin esperanza, una marcha no hasta la afirmación, sino
avanzando en la perenne recreación de sus ruinas, una raza autodestructiva
contra la voluntad sagrada de la sangre. La identidad de propósito y de
fenecimiento es, tanto para ciervos gigantes como para humanos, la trágica
paradoja de la vida.
En
una devota Bejahung (simbolización, afirmación), el último Cervis Giganticus
portó el escudo de su linaje hasta su final.
El
ser humano se salva a sí mismo y prosigue. Desempeña, para extender una frase
usual, una más o menos auto-consciente represión de su perjudicial exceso de conciencia.
Este
proceso es virtualmente constante durante nuestro despertar y horas activas, y
es un requisito de adaptabilidad social y de todo aquello comúnmente referido
como vida sana y normal. Incluso la psiquiatría trabaja con la premisa de que
lo‘saludable’ y viable va al parejo de lo máximo en términos personales. La
depresión, el ‘miedo a la vida’, la negación a nutrirse y otros por el estilo,
se toman como muestras de estado patológico al que hay que dar tratamiento.
Sin
embargo, frecuentemente, tales fenómenos son mensajes de un más profundo, más
próximo sentido de la vida, frutos amargos de una genialidad del pensamiento o
de sentimiento, en la raíz de tendencias anti-biológicas. No es que el alma
esté enferma, sino una falla en su protección, o bien que está siendo rechazada
porque se experimenta-correctamente- como una traición al más elevado potencial
del ego.
El
conjunto de vida que hoy vemos ante nuestros ojos está, desde lo más íntimo
hasta lo más externo, enmarañado en mecanismos represivos, sociales e
individuales que pueden ser detectados hasta en las fórmulas más triviales de
la vida cotidiana.
Aunque
toman una multifacética y extensa variedad de formas, parece legítimo por lo
menos identificar cuatro clases importantes, que desde luego ocurren en
cualquier combinación posible: aislamiento, anclaje, distracción, y
sublimación. Por aislamiento me refiero a una cabal y arbitraria expulsión de
todo pensamiento o sentimiento preocupante o destructivo. ( Engstrom: "Uno
no debe pensar, ese solo confunde").
Una
variante perfecta y casi embrutecedora se halla entre ciertos médicos, quienes
para autoprotegerse solamente ven el aspecto técnico de su profesión. Puede
también decaer al gamberrismo puro, como entre los pequeños delincuentes y los
estudiantes de medicina, donde cualquier sensibilidad hacia al lado trágico de
la vida es suprimida por medios violentos (jugar balompié con cabezas de
cadáveres y cosas así).
En
la interacción diaria, el aislamiento se manifiesta en un código general de
silencio mutuo: sobre todo hacia los niños, para que no de pronto se asusten
brutalmente por la vida que apenas comienzan, y conserven sus ilusiones hasta
que puedan permitirse perderlas. A cambio, los niños no deben incomodar a los
adultos con recordatorios intempestivos del sexo, del escusado, o de la muerte.
Entre
adultos están las reglas de 'tacto', un mecanismo exhibido abiertamente cuando
desalojan, con ayuda policíaca, a un hombre que llora en la calle.
El
mecanismo del anclaje también sirve desde temprana edad; los padres, el hogar,
la calle se convierten en cosas habituales al niño y le dan un sentido de
seguridad. Esta esfera de experiencias es la primera y quizás más feliz,
protección contra el cosmos al que nos enfrentaremos en la vida, un hecho que
sin duda explica el muy debatido “apego infantil”; la cuestión de si eso tiene
tintes sexuales carece de importancia aquí.
Cuando
el niño descubre más adelante que esos puntos fijos son tan “arbitrarios” y
“efímeros” como cualquier otro, tiene una crisis de confusión y de ansiedad y
rápidamente busca algún otro anclaje. “En otoño, iré a la escuela
secundaria".
Si
por algo falla la substitución, entonces la crisis puede tomar un rumbo fatal,
o bien puede ocurrir lo que yo denomino un espasmo de anclaje: Uno se aferra en
los valores muertos, escondiendo lo mejor posible, a uno mismo y a otros, el
hecho de que son inservibles, que uno está espiritualmente en bancarrota.
El
resultado es sempiterna inseguridad,“complejo de inferioridad”,
sobrecompensación, desasosiego. Cuando este estado entra en ciertas categorías,
se hace acreedor a tratamiento psicoanalítico, cuyo objetivo es completar la
transición hacia nuevos anclajes.
El
anclaje puede caracterizarse como la sujeción a puntos internos, o la
construcción de murallas alrededor, de la lacrimosa batalla de conciencia.
Aunque típicamente inconsciente, también puede ser totalmente consciente (uno
“adopta un propósito”).
Los
anclajes públicamente útiles son recibidos con simpatía; quien “se sacrifica
enteramente” por su anclaje (la compañía, la causa) es idolatrado. Él habrá
establecido un poderoso baluarte contra la disolución de la vida, y otros por
sugestión se benefician de la fuerza de él.
En
una tosca forma, como acción deliberada, aparece entre “playboys decadentes”
(uno debe casarse oportunamente, y entonces las ataduras vendrán por sí
mismas"). Así que uno establece una necesidad para su vida, exponiéndose a
un mal obvio desde el propio punto de vista, pero que es un calmante de los
nervios, un contenedor de altas paredes para una sensibilidad ante una vida
cuya crudeza va en aumento.
Ibsen
presenta, en Hjalmar Ekdal y Molvik, dos causas de florecimiento (mentiras
vivientes”); no hay diferencia entre su anclaje y el de los pilares de la
sociedad a excepción de la improductividad práctico-económica de la primera.
Cualquier
cultura es un gran y redondeado sistema de anclajes, cuyas ideas culturales
centrales constituyen los firmamentos de soporte.
La
persona promedio se conforma con tales firmamentos colectivos; su personalidad
se le da prefabricada. La persona de carácter termina su construcción,
apoyándose más o menos en esos firmamentos centrales y colectivos que heredó
(dios, iglesia, estado, moralidad, destino, leyes de la vida, la gente, el
futuro).
Mientras más cercano esté un elemento de
estímulo a los firmamentos principales, más peligroso será tocarlo. Aquí
normalmente se establece una protección directa mediante códigos penales y
amenazas de enjuiciamiento (inquisición, censura, el enfoque Conservador hacia la
vida).
La
capacidad de carga de cada segmento o bien depende de que aún no se haya
reconocido su naturaleza ficticia, o de que, de todos modos, se le reconozca
como necesaria. De ahí surge la educación religiosa en las escuelas, que hasta
los ateos apoyan porque no conocen otra manera de conducir a los niños hacia
formas sociales de comportamiento.
Cuando
la gente se percata de la falsedad o de la redundancia de los segmentos, se
esforzarán por substituirlos por unos nuevos (“la limitada duración de Las Verdades”)-
y de ahí fluyen todas las distensiones espirituales y culturales que, junto con
la competición económica, conforma el dinámico contenido de la historia
universal.
El
ansia por bienes materiales (poder) no se debe tanto a los placeres directos de
la riqueza, ya que nadie puede estar sentado en más de una silla o seguir
comiendo cuando ya quedó saciado. Mas bien, el valor que una fortuna representa
para la vida consiste en la riqueza de oportunidades para el anclaje y la
distracción que permiten a su dueño.
Tanto para los anclajes colectivos como para
los individuales ocurre que cuando un segmento se rompe, hay una crisis que es
más grave cuanto más cercano está el segmento a los firmamentos principales.
Dentro
de los círculos íntimos, protegidos por murallas externas, tales crisis son
ocurrencias cotidianas y casi indoloras (contrariedades); incluso pueden
observarse jugarretas con los valores de anclaje (bromas, jerga, alcohol).
Pero
durante tales juegos uno puede accidentalmente rasgar un agujero de lo eufórico
a lo macabro. El pavor “de ser” nos mira directo a los ojos, y en un trago
mortal percibimos cómo las mentes están colgando de hilos de su propio tejido,
y que un infierno acecha por debajo. Los meros firmamentos fundacionales
raramente podrán ser reemplazados sin grandes espasmos sociales y sin riesgo de
disolución total (reforma, revolución).
Durante
tales eventos los individuos crecientemente se van quedando abandonados a sus
propios mecanismos de anclaje, por lo que la cantidad de fallas tiende a
aumentar. El resultado son depresiones, excesos y suicidios (oficiales alemanes
luego de la guerra, estudiantes chinos después de la revolución). Otro defecto
del sistema es el hecho de que los distintos frentes de peligro generalmente
requieren muy distintos firmamentos.
Conforme
se construye una superestructura lógica sobre cada uno, prosiguen choques entre
incompatibles formas de sentir y de pensar. Luego la desesperación puede entrar
a través de las grietas.
En
tales casos, una persona puede obsesionarse, con gozo destructivo, desarmando
el artificial aparato del conjunto de su vida y comenzando, con entusiasta
horror, a barrer cabalmente con la misma.
El
horror surge de la pérdida de todos los valores de cobijo, del éxtasis de su
ahora despiadada identificación y la armonía con nuestro más profundo secreto
de la naturaleza, del desquiciamiento biológico, de la continua disposición
hacia la condenación.
Amamos
a los anclajes porque nos salvan, pero también los odiamos por limitar nuestro
sentido de libertad. Siempre que nos sentimos suficientemente fuertes, nos da
placer ir juntos a enterrar un expirado valor de moda. Los objetos materiales
adquieren aquí un significado simbólico (el acercamiento Radical a la vida).
Cuando
un ser humano ha eliminado los anclajes que le están a la vista, cuando solo le
quedan puestos aquellos que le son inconscientes, entonces él se auto-nombrará
una personalidad liberada. Una manera de protección muy popular es la
distracción.
Uno
restringe la atención al mínimo crítico, al continuamente llenarla y adornarla
de impresiones. Esto es típico incluso en la niñez; sin distracción el niño
incluso sería insufrible a sí mismo. "Mamá, ¿ahora qué hago?" Una
niñita inglesa que visitaba a sus tías noruegas entró desde su cuarto,
diciendo:
"¿Y ahora qué sigue?"
Las
cuidadoras con tino le dijeron:
¡Mira, un perrito! ¡Fíjate como están pintando
el palacio!
El
fenómeno es demasiado familiar como para requerir mayor demostración. La
distracción es, por ejemplo, la táctica de vida de la 'alta sociedad'. Podría
comparase a una máquina voladora hecha de material pesado, pero que incorpora
un principio que la mantiene en el aire cada que se le aplique.
Debe
siempre estar en movimiento, pues el aire solo la sostiene momentáneamente. El
piloto con el hábito pudiera adormecerse y ser displicente, pero la crisis es
grave en cuanto el motor flaquea. Frecuentemente la táctica es totalmente
consciente. La desesperación puede morar justo debajo y surgir a borbotones, en
sollozos repentinos. Cuando se han agotado todas las opciones distractivas
surge la irritación, que puede ir desde una suave indiferencia hasta una fatal
depresión. Las mujeres, generalmente menos propensas a ejercicios
intelectuales, y por consiguiente más seguras sobre su vida que hombres,
preferentemente emplean la distracción.
Un
considerable mal del encarcelamiento es la negación a la mayoría de las
opciones distractivas. Y como las condiciones para desahogarse de otras maneras
también son escasas, el preso tiende a permanecer cercano a la desesperación.
Los actos que comete para desviar el escenario final tienen su justificación en
el mismo principio de supervivencia.
En
tal momento él experimenta su alma dentro del universo, y no tiene otro motivo
que la abismal insoportabilidad de tal condición. Presumiblemente son raros los
ejemplos absolutos de pánico a la vida, pues los mecanismos protectores son
refinados y automáticos, y hasta cierto punto incesantes.
Pero
incluso el terreno adyacente lleva la marca de la muerte, la vida es aquí
apenas soportable y a grandes esfuerzos. La muerte aparece siempre como escape,
uno olvida las posibilidades del más allá, y dado que la manera de percibir la
muerte en parte depende de sentimientos y perspectivas, pudiera ser una
solución bastante aceptable. Si alguien en
status mortis pudiera esgrimir una pose (un poema, un gesto, el “morir
de pie”), es decir un anclaje final, o una última distracción ( por ejemplo la
muerte de Aases, personaje de una obra de Ibsen), entonces tal destino para nada
es lo peor. La prensa, auxiliando al mecanismo del ocultamiento, siempre
hallará razones para no alarmar; “ se cree que la última caída en el precio del
trigo…”; Cuando un humano se quita la vida por depresión, ésta fue una “muerte natural por causas espirituales”.
La
moderna barbaridad de 'salvar’ al suicida se basa en una espeluznante
incomprensión a la esencia existencial. Solamente una limitada porción de
humanidad puede conformarse con meros “cambios”; ya sean de trabajo, de vida
social, o de entretenimiento. La persona culta exige conexiones, líneas, una
progresión en los cambios. A la larga nada finito satisface, uno está siempre
en camino, recogiendo conocimiento, haciendo una carrera. El fenómeno se conoce
como 'anhelo' o“tendencia trascendental”.
Cada
vez que se logra una meta, el anhelo avanza; por lo tanto su objeto no es la
meta, sino el mismo logro de eso -el gradiente, no la altura absoluta-, de la
curva representativa de nuestra vida. La promoción de soldado raso a cabo puede
aportar una experiencia más valiosa que la de coronel a general. Cualquier base
de “optimismo progresivo”es removida por esta esencial ley psicológica.
El 'anhelo' humano no solo está marcado por un
“esfuerzo hacia”; sino también por un “escape de”. Y si empleamos la palabra en
un sentido religioso, sólo encaja la última descripción. Pero en esto nadie aún
ha aclarado de que “anhela” alejarse; a saber, el valle de lágrimas terrenal,
la insoportable condición propia.
Si la conciencia de este predicamento es el
nivel más profundo del alma, según se argumentó antes, entonces también se
entiende porqué el anhelo religioso se siente y se experimenta como
fundamental.
En
contraste la ilusión de que conforma un criterio divino, que abriga la promesa
de su propio cumplimiento, es expuesta por estas consideraciones ante una luz
ciertamente melancólica.
El
cuarto remedio contra el pánico, la sublimación, es una cuestión de
transformación más quede represión. Gracias a dones estilísticos o artísticos,
el mismo dolor de la vida puede ocasionalmente convertirse en valiosas
experiencias.
Los
impulsos positivos atrapan al mal y lo confrontan ante sus propios límites,
amarrándolo en sus aspectos pictóricos, dramáticos, heroicos, líricos o hasta
cómicos. A menos que la peor picadura del sufrimiento sea embotada por otros
medios, o negado el control de la mente, tal utilización es improbable (
Ilustración: El escalador no disfruta de la vista del abismo mientras se ahoga
de vértigo; y solo hasta que tal sensación es más o menos superada él la
disfruta, anclado).
Para
escribir una tragedia uno debe en alguna medida liberarse de -la traición-, el
sentimiento mismo de la tragedia y mirarla desde un enfoque externo; es decir,
estético.
Aquí
está, a propósito, una oportunidad para la más salvaje danza a través de
niveles irónicos siempre mayores, hacia el más embarazoso círculo virtuoso.
Aquí uno puede perseguir a su propio ego a través de numerosos hábitats,
disfrutando de la capacidad de las varias capas de conciencia para despejarse
unas a otras.
Este
mismo ensayo es una tentativa típica de sublimación. El autor no sufre, él está
llenando las páginas y será publicado en un diario.
El
'martirio’ de las solteronas también muestra una clase de sublimación –ellas
así ganan en significación.
Sin
embargo, la sublimación parece ser el menos común entre los medios protectores
aquí mencionados.
IV
¿Será
posible para las “naturalezas primitivas” renunciar a estos calambres y
cabriolas (jugueteos) y vivir en armonía consigo mismas en la serena dicha del
trabajo y el amor?
Mientras
puedan ser considerados como humanos, pienso que la respuesta debe ser no. La
mayor argumentación que puede hacerse sobre la llamada gente natural es que
están algo más cerca del maravilloso ideal biológico, que nosotros la gente artificial.
Aun
cuando hasta ahora hemos podido salvar a la mayoría durante cada tormenta,
hemos sido auxiliados por lados de nuestra naturaleza que apenas, modesta o
moderadamente, se han desarrollado.
Esta
base positiva (que como simple protección no puede crear vida, sólo
obstaculizar su titubeo) debe buscarse en el naturalmente adaptado
aprovechamiento de la energía dentro del cuerpo y las partes biológicamente
provechosas del alma, sujetas a tales dificultades como aquellas debidas
precisamente a limitaciones sensoriales, a debilidad corporal, y a la necesidad
de trabajar para la vida y el amor.
Justamente
en esta finita tierra de dicha entre los frentes es que la progresista
civilización, la tecnología y la estandardización tienen una degradante influencia.
Pues mientras una fracción cada vez mayor de las facultades cognoscitivas se
retira del juego contra el ambiente, hay un creciente desempleo espiritual.
El
valor de un adelanto técnico hacia la empresa de la vida, debe juzgarse por su
aportación a facilitar la ocupación espiritual del humano. Aunque las fronteras
son borrosas, quizás las primeras herramientas para cortar pudieran mencionarse
como un caso de invención positiva. Otras invenciones técnicas enriquecen
solamente la vida del mismo inventor. Ellas representan un burdo y despiadado
robo a la reserva común de experiencias de la humanidad, y deberían invocar el
más rudo castigo si se hacen públicas a pesar de un veto de censura.
Uno
de tales crímenes, entre muchos otros, es el uso de máquinas voladoras para
sondear tierras inexploradas.
En
un solo y vandálico golpe, así se destruyen florecientes oportunidades de
experiencias que podrían beneficiar a muchos, si cada uno con esfuerzo, obtuvo
su justa parte.
La
actual fase de fiebre crónica de la vida está particularmente manchada por esta
circunstancia. La ausencia de actividad espiritual basada naturalmente
(biológicamente) aparece, por ejemplo, en el persistente recurso hacia a la
distracción (entretenimiento, deportes, radio; “el ritmo de los tiempos”).
Las
condiciones para el anclaje no son tan favorables –todos los sistemas
colectivos de anclajes están siendo pinchados por las críticas, y la ansiedad,
repudio, confusión; la desesperación se filtra por las grietas (“cadáveres en
el cargamento” – idiomático Danés -- obscuros secretos escondidos en algún
sitio).
El
comunismo y el psicoanálisis, aunque carecen de factores comunes en otros
sentidos, ambos intentan (pues el comunismo tiene también una reflexión
espiritual ) por nuevos medios variar otra vez el viejo escape; aplicando
respectivamente, violencia y astucia para hacer que los humanos encajen
biológicamente, al aprisionar su sobrante de crítico de entendimiento.
La
idea, en cualquier caso, es misteriosamente lógica. Pero otra vez, no puede aportar
una solución final. Aunque una degeneración deliberada a un nadir más viable
puede ciertamente salvar a la especie en el corto plazo, por su naturaleza no
podrá encontrar paz en tal dimisión, o de hecho no hallar ninguna paz en
absoluto.
V
Si
continuamos estas consideraciones hasta su amargo final, entonces no hay duda
en la conclusión.
Mientras
que la humanidad proceda imprudentemente en su falso espejismo de estar biológicamente predestinada al triunfo, nada
esencial cambiará.
Mientras
que sus números crecen y la atmósfera espiritual se espesa, las técnicas de
protección tendrán que asumir un carácter cada vez más brutal.
Y
los seres humanos persistirán en el sueño de salvación y afirmación y en un
nuevo Mesías. Pero cuando muchos salvadores hayan sido clavados a los árboles y
apedreados en las plazas públicas, entonces vendrá el último Mesías.
Entonces
aparecerá el hombre que, como el primero de todos, se atreva a desvestir su
desnuda alma y a entregarla viva al más extremo pensamiento del linaje, la idea
misma de condenación.
Un
hombre que ha penetrado la vida y su territorio cósmico, y cuyo dolor es el
dolor colectivo dela Tierra.
Con
qué gritos furiosos las multitudes de todas las naciones no gritarán pidiendo
mil veces su muerte, cuando como un paño su voz envuelva a todo el planeta, y
el extraño mensaje haya resonado por primera y última vez:
- La
vida de los mundos es un río rugiente, pero la Tierra es una charca y un
reflujo.
- La
marca de la condenación está escrita en sus frentes
-¿cuánto
tiempo patalearán contra los pinchazos?
-
Pero existe una conquista y una corona, un rescate y una solución.
-
Conózcanse a sí mismos, sean infértiles y dejen a la Tierra silenciosa tras de
ustedes.
Y
cuando hubiere hablado, se volcarán sobre de él, guiados por los promotores de
la paz y las parteras, y lo enterrarán con sus propias uñas.
Él
es el Último Mesías.
Un hijo de un padre, y descendiente de aquel
arquero primitivo junto al venero.