Hay políticos que se vanagloriaban desde un pedestal diciendo que eran “estadistas llenos de virtudes” y que hoy huelen tóxicos. Ha sido un año pavoroso para ellos. Sobre todo es un annus horribilis para Piñera, el político más dramático del año 2019. El hombre está huesudo y esta extraviado en un laberinto de caminos que se bifurcan. Su ira narcisista le quitó liderazgo y lo arrinconó en un dilema: resistir o resignarse. El ególatra de Narciso mira todo el día su imagen en una fuente. Muere ahogado por culpa de su egocentrismo. Piñera comete un grave error. Así no se gobierna el espacio público compartido, ni ayuda a la convivencia.
Hay políticos singulares, sin embargo. Uno de ellos es el político uruguayo Pepe Mujica de 84 años, según el documental “El Pepe, una vida suprema”, del director serbio Emir Kusturica, disponible hoy en Netflix.
Pepe Mujica se despierta. Saluda a su perrita Manuela de tres patas, de ojos y orejas grandes. Ese día termina su periodo presencial en Uruguay (2010-2015). Se levanta y se pasea en calzoncillos y dice:
“Yo me voy a bañar y me voy a afeitar. Y me pongo un traje. El traje es el mismo que usé cuando asumí la presidencia. Lo mandé a la tintorería y está casi nuevo.”
No hay guardias y las rejas de su casa están abiertas. En la plaza Independencia de Montevideo la gente lo vitorea. Mujica entrega la banda presidencial y él mismo conduce de vuelta su escarabajo azul o Volkswagen hasta su rancho para seguir cultivando flores.
-¿Te arrepientes de algo en tu vida? pregunta Emir Kusturica en el patio de su casa, mientras toman mate.
Mujica se rasca su cabello cano y aprieta sus ojos.
Sí -responde.
Hace otro silencio y contesta: -No haber tenido hijos.
Por la noche con su compañera de toda la vida, Lucia Topolansky, van a una tanguería. Abrazados toman un whisky y tararean el tango “La última curda”, un clásico:
“Contame tu condena. Decime tu fracaso, no ves la pena que me ha herido.”
Pepe Mujica aparece así como el contraste de los políticos oportunistas y deshonestos de hoy.
Kusturica ha mostrado a un veterano político carismático, humilde y con sentido de humor que transitó desde el fracaso de la guerrilla urbana tupamara y la cárcel, hasta llegar a ser un presidente socialdemócrata o impulsor de una democracia social. Kusturica lo hace con su huella estética de desenfadado carnavalesco y surrealismo o realismo mágico que ya estaba en su gran obra “El Tiempo de los gitanos.” (1990).
Échenle una mirada.