Un domingo de marzo de 1986, el poeta danés Michael Strunge, 27 años, desapareció para siempre. Las noticias conmovieron a sus jóvenes lectores. Los días siguientes los diarios danese se llenaron de poemas conmemorativos. En el funeral, sus amigos y familiares se reunieron en el Café Cruz Karport, en el mismo lugar donde un año antes Strunge había presentado su obra reunida. Los años transcurridos desde entonces lo ha ratificado como uno de los más grandes poetas daneses. Y se ha convertido en un culto, leído por los jóvenes y estudiantes y sobre su tumba llegan jóvenes a dejar corazones rojos.
Permítanme esta vez contar una historia.
Erase una vez un país frío
Malmö.
Inicios de los años 80.
Una ciudad de 200 mil habitantes en el sur de Suecia.
¿A quien se le puede ocurrir venir a vivir a Malmö?
Vivía mi exilio en un país frío. O sea, estaba solo, en un país frío.
Hay que pasar el invierno, pensé.
Pensé literalmente: hay que pasar el invierno.
Le arrendé a un amigo su departamento en la Gamla stan, el barrio viejo, en el centro de Malmö en Repslagaregatan. Mi amigo era ecológico, no estaba conectado a la calefacción central, y tenía un calentador a leña. Ya en el Kalevala, poemas épicos finlandeses, o en las sagas nórdicas medievales, la naturaleza era implacable. El frío nórdico es leyenda.
Borges afirmó que el frío puede tener valores morales.
No sé.
Duele el frío, sobre todo por las mañanas, con el vaho que salía de mi boca, me tenía que levantar, caminar por el hielo, tomar el bus, e ir a hacer clases en una escuela de la periferia, Rosengard, a ganarme la vida de modo digno, aunque latero.
El frío y la oscuridad.
Los calendarios de los antiguos nórdicos eran nocturnos: contaban el tiempo por noches.
Me iba oscuro y volvía oscuro. Hay quienes asocian el invierno a la mala onda, al estado gélido de las cosas o incluso al desastre financiero de una nación. Es decir, una metáfora de la adversidad. No es mi caso. El combate al frío literal lo enfrenté con la técnica de la cebolla: camiseta, remera, otra remera, dos poleras, pulóver, y un buzo encima; además de calzoncillos largos bajo el jeans y dos pares de medias.
(La técnica más adecuada fue, sin duda, dormir allí, a veces, con una sueca, una compañera de trabajo, de curvas encantadoras, con la que dormía cucharita.)
Una tarde escucho gritos en la calle, me asomé por la ventana que daba al pasaje. Un hombre joven con el pecho descubierto y blandiendo una linda espada, al estilo Ninja, hacía ejercicios orientales. Una vecina se puso nerviosa y llamó a la policía:
Ring, ring.
-si, aló, aquí hay un loco en la calle.
Por lado y lado del pasaje se lleno de policías, a bastante distancia del samurai. El Ninja se puso en actitud de combate, hizo unos cándidos movimientos, muy atléticos, y la policía le disparó 11 balazos.
Bam, bam, bam.
Lo mató. Eficiencia policial. El espectáculo era deplorable e innecesariamente violento.
No se puede jugar con la policía sueca, pensé.
Lo execrable de Malmö era el día sábado a las tres de la tarde cuando la gente dejaba la ciudad y se producía el vacío y la soledad. Todo cerrado. Caminar por Malmö al caer la tarde, los postigos cerrados, y el viento, el viento infame que todo lo empeora en Malmö, era casi fantasmal. ¿Dónde estaba la gente? La imagen era pecaminosa. El aburrimiento, el pavor al vacío. Se había acabado el entretenimiento. ¿Qué hacer? Había que buscar al otro, el espacio público, el encuentro.
Artistas celebran la llegada de la luz
En el patio interior vi un taller. Un pintor iba y volvía a la tela con su pincel. Pude ver que tenía calentando sobre la estufa una botella de vino . Esa es otra técnica de combatir el frío, pensé, y bajé. En ese mismo patio que daba a Jakobsnilsgatan vivía Fredrik Eklund, jugador de ajedrez y de fútbol y novelista que recién publicaba su primera y excelente novela, Levántate, Malmö y anda (Stuv Malmö Kom). También vivía Kalle Olsson, pintor, que tenía una guarida donde preparaba licor clandestinamente.
Ya se habrán dado cuenta: había caído en una madriguera de artistas.
El día 13 de diciembre era el día de Santa Lucía. En el trabajo, en las escuelas, las guarderías, los hospicios, se elige a la más bella, que en la oscuridad de la mañana, se viste enteramente de blanco con una corona de flores y luces. Cantan: Sankta Lucia, Sankta Lucia. En el patio también, hicimos nuestro propio Luciadagen, pasamos la noche bacantes cantando a Lucía, la virgen de la luz, para que nos diera su saber.
Jardines Errantes en Café Siesta y símbolo sopaipilla
Por las tardes me sentaba en el café Siesta en una esquina de Langgatan, a una cuadra de mi congelador. El Café Siesta lo regían entonces dos suecas: Kerstin y Anna. Hablaban un español muy chévere, muy andaluz, habían vivido un tiempo en España. El chico Gastón de Temuco, protomapuche, vivía al frente en un segundo piso, y acostumbraba a cruzar la calle también a tomar café en el Siesta. Como se ve, el destino había decidido que el Café Siesta se convirtiera en el centro cultural de una trupp de latinoamericanos (Julio Numhausser, Rubén Aguilera, Jesús Ortega y más tarde Jorge Calvo y Juan Cameron). También bajaba de vez en cuando el poeta de la transrealidad Sergio Badilla. Por las tardes, y los sábados por la mañana, charlábamos con damas, mientras bebíamos café y comíamos kakor, pasteles muy gustosos.
Se globalizarían los objetos, los computadores, los programas de la tele, etc.
Nosotros, en cambio, nos tribalizaríamos.
Seríamos tribu.
La tribu, era una posibilidad, una estética. Lo folk inviste lo urbano desde adentro. Era la Aldea Global y unos indios chilenos, nosotros, llegan a las urbes del primer mundo. Nuestros territorios culturales, -el Mapocho, por ejemplo, o las sopaipillas- los renovábamos en el imaginario. Si no había zapallo para las sopaipillas, le metíamos zanahoria rayada. Da lo mismo. Es la idea, el concepto, el símbolo de la sopaipilla. Somos unos animales que tratan de rehacer simbólicamente la sopaipilla. La cultura es simbólica y sintética, es imaginación humana.Ya no sabemos dónde estamos, ya no sabemos dónde vamos. Nos convertimos en una minoría cultural.
Hicimos un rito y un pacto en el Café Siesta: seremos tribu.
Literal.
Nos convertiremos en minoría étnica con conciencia de sí, luego seremos una minoría cultural. En la sociedad posmoderna, la tribu es el medio de comunicación, la pantalla, para comunicarnos con el mundo.
Estábamos perdidos, es cierto, pero buscamos una vivencia de sentido en el amor y la amistad, en el arte y el erotismo, en la belleza y la bondad.
Organizamos con Cesar Astudillo y Rubén Aguilera los días de Aura Latina, en una sala de arte de la comuna, en que mezclamos música, literatura y pintura. Afichamos la ciudad y tuvimos fiestas culturales. Formamos una editorial, Aura Latina. A los meses publicamos un primer libro con suecos y latinos, de esas jornadas, se llamó Irrande Trägardar (Jardines errantes, una metáfora del primer posmoderno, Octavio Paz: éramos errantes). Allí estaban los suecos Fredrik Ekelund, Lasse Söderberg, Oscar Hemer, Cristina Claesson y los chilenos Jesús Ortega, Rubén Aguilera y Jorge Calvo, entre varios otros. La editorial publicó luego a Lasse Söderberg, Ulf Malmqvist, Jesús Ortega, Rubén Aguilera, Jorge Calvo
Es natural que muera lo que vive
Debo recordarle a los jóvenes que hubo alguna vez, los años 70, una literatura que se llamó comprometida. La contracultura de los años 60 había derivado en una cultura de compromiso literal. Parece broma pero, por ejemplo, en Escandinavia la corriente de literatura maoísta era muy fuerte.
Sí, escuche usted bien, Mao Tse Tung, China comunista.
En Noruega, por ejemplo, eran novelas politizadas y antimetaforistas, escrita a nombre de la lucha de clases y que, tampoco es broma, se leían por miles.
Le llamaron la Nueva sencillez. O Neorrealismo.
Era la época de apogeo de la crítica social. La política mundial se había vuelto perceptible, la cultura occidental se puso en tela de juicio y nació el movimiento de solidaridad con Vietnam. Los estudiantes leían marxismo y los reportajes e informes constituía una nueva ola literaria. Siempre se preguntaba por el mensaje. ¿Cuál es tu mensaje?
Pero, lo que sube, baja. Flujo y reflujo.
"Todo lo que es acaba" (Erda, la diosa que teje el destino).
La literatura militante de la década del 70 cedió lugar a una literatura más privada. Los jóvenes luchadores suecos ya estaban en proceso de reciclarse, se casaban y se ponían a criar hijos. Nos estábamos privatizando, éramos ahora individuos, trabajábamos aislados.
Además, ciertas nubes ennegrecieron el cielo nórdico: La catástrofe en la plataforma de petróleo Alexender Kjelland en Noruega, los efectos de la radiactividad producida luego de la catástrofe de Charnobyl, en la Unión Soviética y el asesinato del primer ministro sueco Olof Palme. (Dije Olof Palme e hice una reverencia).
Recapitulemos: Me estaba aburriendo.
Me tenían harto la literatura grandilocuente, ampulosa, total, abarcadora y la poesía combativa. Incredulidad en los "metarrelatos" que en la Modernidad habían hecho concebir al hombre la esperanza en el poder de la razón para mejorar el mundo. Estaba realmente cansado de confesiones sobre la vida íntima cotidiana y de estilos carentes de forma. Quería, de todos modos, franqueza, algo de caos y de fantasía, una literatura sofisticada, es cierto; sutil, es cierto. Irónica y erótica, mejor. Los riesgos también de caer en un viejo realismo acechaban también. ¿Hacia adonde arrancar?
Ahora ya lo sabemos: Venía el fragmento. "Pequeños relatos", los juegos lingüísticos sin pretensión alguna de soberanía. Jorge Luis Borges; el neo ensayismo, la parodia. Digamos la verdad: no sabíamos de que hablar, balbuceos y gestos. La réplica, el simulacro y la tecnología. Escepticismo radical, la paradoja y el principio de contradicción. Textos ex-céntricos, golpe al principio de unidad, obras "abiertas", la alegoría. intertextual, pastiche y la parodia. Humor e ironía, Signos rúnicos. Algo del más allá, algo demónico, tabuizado o prohibido: Necromacia en las tumbas de los vikingos. La música rock, el punk, la conciencia corporal, el neo romanticismo y el neo simbolismo. Los himnos religiosos, conciencia ecológica. Un subjetivismo interior, formas híbridas, realismo fantástico.
De todo. Daba lo mismo.
Y el erotismo, una forma rica de escapar o de encontrarse.
La pandilla de Malmö
El poeta Hakan Sandell vivía en un cuchitril en un tercer piso de Engelbreksgatan, donde tenía una cama antigua, libros, ropas tiradas por aquí y por allá. En ese escenario lo entrevisté para el desaparecido diario Arbetet, con el que yo colaboraba por unos cuantas coronas, que ayudaban a mi economía de profesor. Hakan Sandell habló contra la anticuada, conservadora y autoreferente hegemonía cultural de la capital, Estocolmo.
Sentí que teníamos algo en común. Ambos éramos marginados. Yo, desde la cultura inmigrante, él, desde nuestro pueblerino Malmö.
Cada fin de semana organizábamos actividades artísticas en el Fredman de la Folkuniversitet que dirigía Ingmar Holm. Le propuse a Hakan Sandell hacer una lectura de poesía en el Fredman. Estaba de moda entonces realizar recitales poéticos. Hakan me propuso que incluyéramos a otros poetas. Entonces me envió a hablar con Clemens Altgard. Al contrario del depto de Hakan: el depto de Clemens era ordenado y compuesto. Me mostró unos afiches con sus poesías al estilo Dadá que tenía en la muralla, me habló de unas bandas punk, me ofreció un valioso licor italiano y me regaló un libro de Michael Strunge, que él había traducido al sueco. Clemens era un estratega, había estudiado en la Universidad de Lund y los que estudian en Lund saben mucho sobre el surgimiento de las vanguardias.
Publiqué la entrevista en el diario Arbetet.
Clemens tradujo luego el poemario del chileno Rubén Aguilera, Los Escarabajos, que tuvo una acogida espectacular. Poul Borum, el crítico danés, lo consideró i Estra Bladet, uno de los mejores libros del año.
Los tobillos de las mujeres de mi pueblo
La pandilla de Malmö live en el Fredman, decía el afiche: Hakan Sandell, Clemens Altgard, Lukas Moodyson, Kristian Lunberg , Per Linde y Martti Soutkari. Fredman se llenó de punks, vestidos de furioso negro que compraban en el second hand de Södra Förstagatan. Había algo de limpieza y juego en la Pandilla de Malmö que era muy atractivo para el público joven. El punk escandinavo no era, como en Inglaterra, una rebelión contra los valores monárquicos, contra la autoridad. Era una rebelión contra un complejo de inferioridad. Tenían ganas de ser escuchados por lo que eran.
La idea era la siguiente: "Chicos, háganlo ustedes mismos, y además en su dialecto". Hakan Sandell, un tímido, y su julepe escénico lo intentó superar bebiendo. Estaba alumbrado, como Bukovsky rockero. Pero, igual fue una gloria literaria. Su poema La pequeña chica de blue jeans, por ejemplo, atrajo la atención del negro público joven, que lo alababa con desmesura.
Rubén Aguilera y yo lo llevamos en andas a su cuartucho y allí en su inmenso camastro lo dejamos tirado. Luego bajamos y nos fuimos a terminar la noche en el Jazzcafé, un atrayente cervecería al lado del canal en Södra Promenaden y que regentaban unos amigos africanos, y que Rubén Aguilera, con su ridículo humor, bautizó como el Café de los Negros.
De inmediato se me viene a la cabeza una técnica de seducir por los tobillos: una chica sueca calzaba unas finas sandalias. Rubén se acercó le tomó los tobillos que ella mantenía sobre el apoyo de una silla y le dijo:
"Tus tobillos se parecen a los de las mujeres de mi pueblo, Antofagasta"
-"¿Y como son los tobillos de las mujeres de tu pueblo? preguntó la sueca.
-"Finos y delgados".
Resumen: los años 80 fue una época que pasaron cosas entretenidas.
A partir de esas entrevistas que aparecieron en el diario Arbetet de Amiralsgatan, publicamos en Aura Latina, el libro de la Pandilla de Malmó, una antología al español de los nuevos poetas de Malmö, que fue lanzada en Santiago de Chile. Incluí en la antología al danés Michael Strunge.
La pandilla de Malmö, en los 90, tendió a disolverse, sin medios de comunicación importantes, con editoriales periféricas, y con contactos débiles con las grandes mafias literarias de Estocolmo. El centralismo cultural sueco no fue capaz de oír algo importante que pasaba en su periferia. Pero, la Pandilla de Malmö sentó las bases de algo heavy, que yo creo, recién ahora, comienza a invocarse.
The Danish Connection
Desde Copenhague, nos llegó la noticia tempranamente. Aún no se construía el puente, el barco cruzaba el estrecho en 45 minutos, un viaje recomendable. Sentados en el bar del ferry, beber cerveza Turborg y mirar el mar.
Y en Copenhague, se decía, bullía, nacía una nueva onda poética.
Su líder se llamaba Michael Strunge.
Fue un niño tranquilo, leía mucho. En la escuela era un buen alumno y muy despierto. En 1977 se mudó a vivir solo. Quería ser poeta y conquistar el mundo. Envió 200 poemas a la revista Hvedekorn de Poul Borum y le publicaron 13. Así adquirió confianza.
El joven Michael Strunge, un poeta profético, al estilo de Whitman, Blake y Rimbaud, daba que hablar. Y, no podía ser de otro modo, nos contagió y una vez estuvo invitado, leyendo sus poemas en una galería de arte de Malmö. Estaba algo nervioso, con aspecto de monje sonriente, vestido, obviamente de negro. Y entonces comenzó con sentido musical y rítmico.
Strunge era un escritor enérgico. Fuerte, pero a la vez frágil.
Y productivo: en siete años escribió 11 libros, con los que produjo una revolución poética nórdica, una nueva época de oro, junto a Pia Tafdrup, Søren Ulrik Thomsen, Bo Green Jensen, F.P.Jac.
El poeta como visionario, un neo romántico, inspirado en el modernismo de Rimbaud y Baudelaire, y la música rock, en su variante punk: Sex Pistols, Iggy Pop y David Bowie.
Sueños y visiones y la angustia de perder los sueños y las visiones. Strunge se movía entre la alegría de vivir, soñar un mundo mejor y la profunda depresión de un mundo frío y solo. Se le decía joven salvaje o poeta azul. Fue un fundador de la más nueva poesía danesa, una poesía sonora, llena de finesas sintácticas de la metáfora, la simbología y la mitografía.
Su poesía hermética, fragmentaria, era de una notable tensión erótico místico o religioso. Para mí, además, su poesía de sueño y fantasía, se relataba a la de mi compatriota Gonzalo Rojas de La Miseria del Hombre del año 1948. Efectivamente, Rojas y su poesía circular y luminosa se estaba poniendo también de actualidad en Sudamérica. El hombre moderno que busca un alma, en un viaje interior, ante su naturaleza neurótica y dividida.
Strunge ya era, en vida, un mito y un culto más allá de Dinamarca.
La poesía de Strunge nos inundó tempranamente.
Del mismo modo que los latinoamericanos nos preguntamos a veces, si existe una literatura latinoamericana, los nórdicos se preguntan si hay una literatura nórdica. Tengo la sensación, sin ser historiador literario, que durante los años 80, surgió una breve literatura nórdica. Hubo curiosidad más allá de las fronteras. Michael Strunge, se convirtió en un mito escandinavo, y se traducía en Estocolmo en la revista KLO y también en Malmö por nuestro amigo, Clemens Altgard, de la Pandilla de Malmö. Fue entonces cuando yo también comencé a traducirlo al castellano. Como un homenaje y tributo a su influencia, varios de su poemas los traduje al castellano y los publiqué en el libro La Pandilla de Malmö (1989).
En 1978 Strunge debuta con su libro Livets hastighed, Velocidad de la vida y ese año también es internado por primera vez en el siquiátrico. En 1981 escribe tres libros y por primera vez intenta suicidarse. Cinco años después es hospitalizado de nuevo.
En una visita a casa, el domingo 9 de marzo de 1986, el poeta, 27 años, escribió su nombre en la puerta de su departamento del cuarto piso en la calle Webers en el barrio Østerbro de Copenhague y corrió por la ventana diciendo:
"Miren, puedo volar".
Algunos dicen que él estaba en una profunda sicosis y no sabía lo que hacía. Otros dicen que fue la puesta en escena de su auto referencia: él creía que podía volar.
Permítanme esta vez contar una historia.
Erase una vez un país frío
Malmö.
Inicios de los años 80.
Una ciudad de 200 mil habitantes en el sur de Suecia.
¿A quien se le puede ocurrir venir a vivir a Malmö?
Vivía mi exilio en un país frío. O sea, estaba solo, en un país frío.
Hay que pasar el invierno, pensé.
Pensé literalmente: hay que pasar el invierno.
Le arrendé a un amigo su departamento en la Gamla stan, el barrio viejo, en el centro de Malmö en Repslagaregatan. Mi amigo era ecológico, no estaba conectado a la calefacción central, y tenía un calentador a leña. Ya en el Kalevala, poemas épicos finlandeses, o en las sagas nórdicas medievales, la naturaleza era implacable. El frío nórdico es leyenda.
Borges afirmó que el frío puede tener valores morales.
No sé.
Duele el frío, sobre todo por las mañanas, con el vaho que salía de mi boca, me tenía que levantar, caminar por el hielo, tomar el bus, e ir a hacer clases en una escuela de la periferia, Rosengard, a ganarme la vida de modo digno, aunque latero.
El frío y la oscuridad.
Los calendarios de los antiguos nórdicos eran nocturnos: contaban el tiempo por noches.
Me iba oscuro y volvía oscuro. Hay quienes asocian el invierno a la mala onda, al estado gélido de las cosas o incluso al desastre financiero de una nación. Es decir, una metáfora de la adversidad. No es mi caso. El combate al frío literal lo enfrenté con la técnica de la cebolla: camiseta, remera, otra remera, dos poleras, pulóver, y un buzo encima; además de calzoncillos largos bajo el jeans y dos pares de medias.
(La técnica más adecuada fue, sin duda, dormir allí, a veces, con una sueca, una compañera de trabajo, de curvas encantadoras, con la que dormía cucharita.)
Una tarde escucho gritos en la calle, me asomé por la ventana que daba al pasaje. Un hombre joven con el pecho descubierto y blandiendo una linda espada, al estilo Ninja, hacía ejercicios orientales. Una vecina se puso nerviosa y llamó a la policía:
Ring, ring.
-si, aló, aquí hay un loco en la calle.
Por lado y lado del pasaje se lleno de policías, a bastante distancia del samurai. El Ninja se puso en actitud de combate, hizo unos cándidos movimientos, muy atléticos, y la policía le disparó 11 balazos.
Bam, bam, bam.
Lo mató. Eficiencia policial. El espectáculo era deplorable e innecesariamente violento.
No se puede jugar con la policía sueca, pensé.
Lo execrable de Malmö era el día sábado a las tres de la tarde cuando la gente dejaba la ciudad y se producía el vacío y la soledad. Todo cerrado. Caminar por Malmö al caer la tarde, los postigos cerrados, y el viento, el viento infame que todo lo empeora en Malmö, era casi fantasmal. ¿Dónde estaba la gente? La imagen era pecaminosa. El aburrimiento, el pavor al vacío. Se había acabado el entretenimiento. ¿Qué hacer? Había que buscar al otro, el espacio público, el encuentro.
Artistas celebran la llegada de la luz
En el patio interior vi un taller. Un pintor iba y volvía a la tela con su pincel. Pude ver que tenía calentando sobre la estufa una botella de vino . Esa es otra técnica de combatir el frío, pensé, y bajé. En ese mismo patio que daba a Jakobsnilsgatan vivía Fredrik Eklund, jugador de ajedrez y de fútbol y novelista que recién publicaba su primera y excelente novela, Levántate, Malmö y anda (Stuv Malmö Kom). También vivía Kalle Olsson, pintor, que tenía una guarida donde preparaba licor clandestinamente.
Ya se habrán dado cuenta: había caído en una madriguera de artistas.
El día 13 de diciembre era el día de Santa Lucía. En el trabajo, en las escuelas, las guarderías, los hospicios, se elige a la más bella, que en la oscuridad de la mañana, se viste enteramente de blanco con una corona de flores y luces. Cantan: Sankta Lucia, Sankta Lucia. En el patio también, hicimos nuestro propio Luciadagen, pasamos la noche bacantes cantando a Lucía, la virgen de la luz, para que nos diera su saber.
Jardines Errantes en Café Siesta y símbolo sopaipilla
Por las tardes me sentaba en el café Siesta en una esquina de Langgatan, a una cuadra de mi congelador. El Café Siesta lo regían entonces dos suecas: Kerstin y Anna. Hablaban un español muy chévere, muy andaluz, habían vivido un tiempo en España. El chico Gastón de Temuco, protomapuche, vivía al frente en un segundo piso, y acostumbraba a cruzar la calle también a tomar café en el Siesta. Como se ve, el destino había decidido que el Café Siesta se convirtiera en el centro cultural de una trupp de latinoamericanos (Julio Numhausser, Rubén Aguilera, Jesús Ortega y más tarde Jorge Calvo y Juan Cameron). También bajaba de vez en cuando el poeta de la transrealidad Sergio Badilla. Por las tardes, y los sábados por la mañana, charlábamos con damas, mientras bebíamos café y comíamos kakor, pasteles muy gustosos.
Se globalizarían los objetos, los computadores, los programas de la tele, etc.
Nosotros, en cambio, nos tribalizaríamos.
Seríamos tribu.
La tribu, era una posibilidad, una estética. Lo folk inviste lo urbano desde adentro. Era la Aldea Global y unos indios chilenos, nosotros, llegan a las urbes del primer mundo. Nuestros territorios culturales, -el Mapocho, por ejemplo, o las sopaipillas- los renovábamos en el imaginario. Si no había zapallo para las sopaipillas, le metíamos zanahoria rayada. Da lo mismo. Es la idea, el concepto, el símbolo de la sopaipilla. Somos unos animales que tratan de rehacer simbólicamente la sopaipilla. La cultura es simbólica y sintética, es imaginación humana.Ya no sabemos dónde estamos, ya no sabemos dónde vamos. Nos convertimos en una minoría cultural.
Hicimos un rito y un pacto en el Café Siesta: seremos tribu.
Literal.
Nos convertiremos en minoría étnica con conciencia de sí, luego seremos una minoría cultural. En la sociedad posmoderna, la tribu es el medio de comunicación, la pantalla, para comunicarnos con el mundo.
Estábamos perdidos, es cierto, pero buscamos una vivencia de sentido en el amor y la amistad, en el arte y el erotismo, en la belleza y la bondad.
Organizamos con Cesar Astudillo y Rubén Aguilera los días de Aura Latina, en una sala de arte de la comuna, en que mezclamos música, literatura y pintura. Afichamos la ciudad y tuvimos fiestas culturales. Formamos una editorial, Aura Latina. A los meses publicamos un primer libro con suecos y latinos, de esas jornadas, se llamó Irrande Trägardar (Jardines errantes, una metáfora del primer posmoderno, Octavio Paz: éramos errantes). Allí estaban los suecos Fredrik Ekelund, Lasse Söderberg, Oscar Hemer, Cristina Claesson y los chilenos Jesús Ortega, Rubén Aguilera y Jorge Calvo, entre varios otros. La editorial publicó luego a Lasse Söderberg, Ulf Malmqvist, Jesús Ortega, Rubén Aguilera, Jorge Calvo
Es natural que muera lo que vive
Debo recordarle a los jóvenes que hubo alguna vez, los años 70, una literatura que se llamó comprometida. La contracultura de los años 60 había derivado en una cultura de compromiso literal. Parece broma pero, por ejemplo, en Escandinavia la corriente de literatura maoísta era muy fuerte.
Sí, escuche usted bien, Mao Tse Tung, China comunista.
En Noruega, por ejemplo, eran novelas politizadas y antimetaforistas, escrita a nombre de la lucha de clases y que, tampoco es broma, se leían por miles.
Le llamaron la Nueva sencillez. O Neorrealismo.
Era la época de apogeo de la crítica social. La política mundial se había vuelto perceptible, la cultura occidental se puso en tela de juicio y nació el movimiento de solidaridad con Vietnam. Los estudiantes leían marxismo y los reportajes e informes constituía una nueva ola literaria. Siempre se preguntaba por el mensaje. ¿Cuál es tu mensaje?
Pero, lo que sube, baja. Flujo y reflujo.
"Todo lo que es acaba" (Erda, la diosa que teje el destino).
La literatura militante de la década del 70 cedió lugar a una literatura más privada. Los jóvenes luchadores suecos ya estaban en proceso de reciclarse, se casaban y se ponían a criar hijos. Nos estábamos privatizando, éramos ahora individuos, trabajábamos aislados.
Además, ciertas nubes ennegrecieron el cielo nórdico: La catástrofe en la plataforma de petróleo Alexender Kjelland en Noruega, los efectos de la radiactividad producida luego de la catástrofe de Charnobyl, en la Unión Soviética y el asesinato del primer ministro sueco Olof Palme. (Dije Olof Palme e hice una reverencia).
Recapitulemos: Me estaba aburriendo.
Me tenían harto la literatura grandilocuente, ampulosa, total, abarcadora y la poesía combativa. Incredulidad en los "metarrelatos" que en la Modernidad habían hecho concebir al hombre la esperanza en el poder de la razón para mejorar el mundo. Estaba realmente cansado de confesiones sobre la vida íntima cotidiana y de estilos carentes de forma. Quería, de todos modos, franqueza, algo de caos y de fantasía, una literatura sofisticada, es cierto; sutil, es cierto. Irónica y erótica, mejor. Los riesgos también de caer en un viejo realismo acechaban también. ¿Hacia adonde arrancar?
Ahora ya lo sabemos: Venía el fragmento. "Pequeños relatos", los juegos lingüísticos sin pretensión alguna de soberanía. Jorge Luis Borges; el neo ensayismo, la parodia. Digamos la verdad: no sabíamos de que hablar, balbuceos y gestos. La réplica, el simulacro y la tecnología. Escepticismo radical, la paradoja y el principio de contradicción. Textos ex-céntricos, golpe al principio de unidad, obras "abiertas", la alegoría. intertextual, pastiche y la parodia. Humor e ironía, Signos rúnicos. Algo del más allá, algo demónico, tabuizado o prohibido: Necromacia en las tumbas de los vikingos. La música rock, el punk, la conciencia corporal, el neo romanticismo y el neo simbolismo. Los himnos religiosos, conciencia ecológica. Un subjetivismo interior, formas híbridas, realismo fantástico.
De todo. Daba lo mismo.
Y el erotismo, una forma rica de escapar o de encontrarse.
La pandilla de Malmö
El poeta Hakan Sandell vivía en un cuchitril en un tercer piso de Engelbreksgatan, donde tenía una cama antigua, libros, ropas tiradas por aquí y por allá. En ese escenario lo entrevisté para el desaparecido diario Arbetet, con el que yo colaboraba por unos cuantas coronas, que ayudaban a mi economía de profesor. Hakan Sandell habló contra la anticuada, conservadora y autoreferente hegemonía cultural de la capital, Estocolmo.
Sentí que teníamos algo en común. Ambos éramos marginados. Yo, desde la cultura inmigrante, él, desde nuestro pueblerino Malmö.
Cada fin de semana organizábamos actividades artísticas en el Fredman de la Folkuniversitet que dirigía Ingmar Holm. Le propuse a Hakan Sandell hacer una lectura de poesía en el Fredman. Estaba de moda entonces realizar recitales poéticos. Hakan me propuso que incluyéramos a otros poetas. Entonces me envió a hablar con Clemens Altgard. Al contrario del depto de Hakan: el depto de Clemens era ordenado y compuesto. Me mostró unos afiches con sus poesías al estilo Dadá que tenía en la muralla, me habló de unas bandas punk, me ofreció un valioso licor italiano y me regaló un libro de Michael Strunge, que él había traducido al sueco. Clemens era un estratega, había estudiado en la Universidad de Lund y los que estudian en Lund saben mucho sobre el surgimiento de las vanguardias.
Publiqué la entrevista en el diario Arbetet.
Clemens tradujo luego el poemario del chileno Rubén Aguilera, Los Escarabajos, que tuvo una acogida espectacular. Poul Borum, el crítico danés, lo consideró i Estra Bladet, uno de los mejores libros del año.
Los tobillos de las mujeres de mi pueblo
La pandilla de Malmö live en el Fredman, decía el afiche: Hakan Sandell, Clemens Altgard, Lukas Moodyson, Kristian Lunberg , Per Linde y Martti Soutkari. Fredman se llenó de punks, vestidos de furioso negro que compraban en el second hand de Södra Förstagatan. Había algo de limpieza y juego en la Pandilla de Malmö que era muy atractivo para el público joven. El punk escandinavo no era, como en Inglaterra, una rebelión contra los valores monárquicos, contra la autoridad. Era una rebelión contra un complejo de inferioridad. Tenían ganas de ser escuchados por lo que eran.
La idea era la siguiente: "Chicos, háganlo ustedes mismos, y además en su dialecto". Hakan Sandell, un tímido, y su julepe escénico lo intentó superar bebiendo. Estaba alumbrado, como Bukovsky rockero. Pero, igual fue una gloria literaria. Su poema La pequeña chica de blue jeans, por ejemplo, atrajo la atención del negro público joven, que lo alababa con desmesura.
Rubén Aguilera y yo lo llevamos en andas a su cuartucho y allí en su inmenso camastro lo dejamos tirado. Luego bajamos y nos fuimos a terminar la noche en el Jazzcafé, un atrayente cervecería al lado del canal en Södra Promenaden y que regentaban unos amigos africanos, y que Rubén Aguilera, con su ridículo humor, bautizó como el Café de los Negros.
De inmediato se me viene a la cabeza una técnica de seducir por los tobillos: una chica sueca calzaba unas finas sandalias. Rubén se acercó le tomó los tobillos que ella mantenía sobre el apoyo de una silla y le dijo:
"Tus tobillos se parecen a los de las mujeres de mi pueblo, Antofagasta"
-"¿Y como son los tobillos de las mujeres de tu pueblo? preguntó la sueca.
-"Finos y delgados".
Resumen: los años 80 fue una época que pasaron cosas entretenidas.
A partir de esas entrevistas que aparecieron en el diario Arbetet de Amiralsgatan, publicamos en Aura Latina, el libro de la Pandilla de Malmó, una antología al español de los nuevos poetas de Malmö, que fue lanzada en Santiago de Chile. Incluí en la antología al danés Michael Strunge.
La pandilla de Malmö, en los 90, tendió a disolverse, sin medios de comunicación importantes, con editoriales periféricas, y con contactos débiles con las grandes mafias literarias de Estocolmo. El centralismo cultural sueco no fue capaz de oír algo importante que pasaba en su periferia. Pero, la Pandilla de Malmö sentó las bases de algo heavy, que yo creo, recién ahora, comienza a invocarse.
The Danish Connection
Desde Copenhague, nos llegó la noticia tempranamente. Aún no se construía el puente, el barco cruzaba el estrecho en 45 minutos, un viaje recomendable. Sentados en el bar del ferry, beber cerveza Turborg y mirar el mar.
Y en Copenhague, se decía, bullía, nacía una nueva onda poética.
Su líder se llamaba Michael Strunge.
Fue un niño tranquilo, leía mucho. En la escuela era un buen alumno y muy despierto. En 1977 se mudó a vivir solo. Quería ser poeta y conquistar el mundo. Envió 200 poemas a la revista Hvedekorn de Poul Borum y le publicaron 13. Así adquirió confianza.
El joven Michael Strunge, un poeta profético, al estilo de Whitman, Blake y Rimbaud, daba que hablar. Y, no podía ser de otro modo, nos contagió y una vez estuvo invitado, leyendo sus poemas en una galería de arte de Malmö. Estaba algo nervioso, con aspecto de monje sonriente, vestido, obviamente de negro. Y entonces comenzó con sentido musical y rítmico.
Strunge era un escritor enérgico. Fuerte, pero a la vez frágil.
Y productivo: en siete años escribió 11 libros, con los que produjo una revolución poética nórdica, una nueva época de oro, junto a Pia Tafdrup, Søren Ulrik Thomsen, Bo Green Jensen, F.P.Jac.
El poeta como visionario, un neo romántico, inspirado en el modernismo de Rimbaud y Baudelaire, y la música rock, en su variante punk: Sex Pistols, Iggy Pop y David Bowie.
Sueños y visiones y la angustia de perder los sueños y las visiones. Strunge se movía entre la alegría de vivir, soñar un mundo mejor y la profunda depresión de un mundo frío y solo. Se le decía joven salvaje o poeta azul. Fue un fundador de la más nueva poesía danesa, una poesía sonora, llena de finesas sintácticas de la metáfora, la simbología y la mitografía.
Su poesía hermética, fragmentaria, era de una notable tensión erótico místico o religioso. Para mí, además, su poesía de sueño y fantasía, se relataba a la de mi compatriota Gonzalo Rojas de La Miseria del Hombre del año 1948. Efectivamente, Rojas y su poesía circular y luminosa se estaba poniendo también de actualidad en Sudamérica. El hombre moderno que busca un alma, en un viaje interior, ante su naturaleza neurótica y dividida.
Strunge ya era, en vida, un mito y un culto más allá de Dinamarca.
La poesía de Strunge nos inundó tempranamente.
Del mismo modo que los latinoamericanos nos preguntamos a veces, si existe una literatura latinoamericana, los nórdicos se preguntan si hay una literatura nórdica. Tengo la sensación, sin ser historiador literario, que durante los años 80, surgió una breve literatura nórdica. Hubo curiosidad más allá de las fronteras. Michael Strunge, se convirtió en un mito escandinavo, y se traducía en Estocolmo en la revista KLO y también en Malmö por nuestro amigo, Clemens Altgard, de la Pandilla de Malmö. Fue entonces cuando yo también comencé a traducirlo al castellano. Como un homenaje y tributo a su influencia, varios de su poemas los traduje al castellano y los publiqué en el libro La Pandilla de Malmö (1989).
En 1978 Strunge debuta con su libro Livets hastighed, Velocidad de la vida y ese año también es internado por primera vez en el siquiátrico. En 1981 escribe tres libros y por primera vez intenta suicidarse. Cinco años después es hospitalizado de nuevo.
En una visita a casa, el domingo 9 de marzo de 1986, el poeta, 27 años, escribió su nombre en la puerta de su departamento del cuarto piso en la calle Webers en el barrio Østerbro de Copenhague y corrió por la ventana diciendo:
"Miren, puedo volar".
Algunos dicen que él estaba en una profunda sicosis y no sabía lo que hacía. Otros dicen que fue la puesta en escena de su auto referencia: él creía que podía volar.
Fue enterrado con la sencillez protestante en el viejo cementerio Assistens de Copenhague, donde también descansan H. C. Anderssen, el escritor de cuentos infantiles y Sören Kierkegard, el filósofo existencialista. La lápida de Strunge es una piedra sobre la que se inscribe con letras de metal:
Vapnet med vinger (Armado con alas).
Michael Strunge.
Sobre ella se colocó otro pedrusco más alto.
Vapnet med vinger (Armado con alas).
Michael Strunge.
Sobre ella se colocó otro pedrusco más alto.
Strunge es un mito. Muchos jóvenes llegan hoy a su tumba y sobre ella dejan, de modo regular, monedas, coronas danesas, y figuras de corazones rojos.
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