viernes, diciembre 25, 2009

La factoría literaria de la desolación

El copiapino Romeo Murga escribió a comienzos del siglo XX poesía triste y melancólica:

“Lentamente marcho.
Junto a mí, la negra sombra de los álamos”

Textos nunca olvidados e inscritos en el río de la poesía lírica de Hölderlin, Stagnelius, Baudelaire y Rimbaud. O de Georg Trakl que, a comienzos del siglo XX, con su augurio del fin del mundo, sus conjeturas de la desolación, sostenía la añoranza a su casa, su ciudad natal y su terruño.
Es la misma tradición lírica del ruso Esenin:



“Soy el último poeta de la aldea, /
mis cantos son humildes como un puente de madera.”

En 1925 el poeta escribe con sangre un poema y se ahorca:

“Hasta pronto, amigo mío, sin gestos ni palabras,
no te entristezcas ni frunzas el ceño.
En esta vida el morir no es nuevo
y el vivir, por supuesto, no lo es.”

Es de algún modo la corriente de la primera poesía de Gonzalo Rojas en la Miseria del Hombre de 1948.

“Como el ciego que llora contra un sol implacable,
me obstino en ver la luz por mis ojos vacíos,
quemados para siempre.”

O Ajmátova poseída por la visión de un sufrimiento omnipresente, un mundo desierto y amargo:

“Te detuvieron al amanecer.
Yo iba tras de ti como en cortejo fúnebre,
en el oscuro aposento los niños lloraban
y la vela se derretía en el santuario.”

Tristes, tristísimos son también los poetas griegos de la llamada, por reflejo o por descuido, "generación derrotada”, en el desencanto de entreguerras, María Poliduri y Kostas Karyotakis, este último escribió:

"... Bocas que tenéis mucho que decir
y la palabra os elige para tumbas"

Sostiene Pamuk que la Estambul amarga, triste, maltrecha, oscura y pobre es una construcción meta literaria. Amargura literaria que introdujeron los escritores extranjeros que visitaron Estambul: los franceses Flaubert, Gautier, Nerval y los nórdicos Hamsun y Anderssen. Sostiene Pamuk que años después algunos escritores de Estambul “amargos escritores solitarios”, nacionalizaron la oferta de la tristeza como identidad. Y sostiene el premio Nóbel turco que los autores que lamentan la pérdida de la cultura del pasado, explican mejor la vida que vivimos.

La línea lírica de la tristeza prácticamente desaparece entre los años 50, 60 y 70 y emerge, en cambio, la poesía coloquial o conversacional o concreta que inaugura Nicanor Parra con “Poemas y antipoemas” en 1954. La nueva y poderosa escuela irónica, sarcástica y descreída se adueña del espacio poético por casi cincuenta años.

Pero. Las formas poéticas parecen pendulares y ya hacia fin de siglo se agota. Reaparece el yo poético, y la poesía lírica que había excluido la poesía coloquial
Por ejemplo, el madrileño Leopoldo María Panero:

“todos somos unas máquinas de sufrir”
“tú que sólo palabras dulces tienes para los muertos /
y un manojo de flores llevas en la mano /
para esperar a la Muerte”

O la poesía de Bruno K Öjer en Suecia,

“Oye ángel, escucha
oye ángel, escucha a un hombre hermoso
escucha a un hombre hermoso que ya no cree en nada”

o el danés Michael Strunge que se mató tirándose por la ventana gritando “yo puedo volar”:

“Hay demasiada noche
Entre mis ojos”

En 1970 aparece en Chile una antología de Esenin titulada La confesión de un granuja, traducida del ruso por Gabriel Barra y Jorge Teillier. Teillier es la lárica elusión del terruño, la infancia, el hogar y el paisaje rural, la nostalgia del futuro.

“Tal vez nunca debí salir del pueblo /
Donde cualquiera puede ser mi amigo. /
Donde crecen mis iniciales grabadas /
En el árbol de la tumba de mi hermana.”

Los lares de Teillier, la ciudad natal de Trakl, la aldea de Esenin, Estamubul de los poetas tristes turcos, la noche del danés Michael Strunge, poseen un aura personal y biográfica y mística.


Nortinidad
En 1966 la Universidad del Norte publicó “Hombre de cuatro rumbos”, una antología de Andrés Sabella, en celebración del centenario del poblamiento de Antofagasta, ocurrrido en 1886, cuando descubren el Salar del Carmen. Antofagasta era una ciudad nueva y no podían los poetas cantarle a una etapa perdida de gloria de Antofagasta. ¿A qué le cantan entonces los poetas antofagastinos? Andrés Sabella dice que en primer lugar al sol y a las piedras. Y a los espejismos, “Hermosa máscara de la muerte”. Poesía severa, la nortinidad, en que no hay ligereza. Mario Bahamonde, así describe a la pampa en su Antología de la Poesía Nortina, (Antofagasta, 1966): "El desierto hay que sentirlo y, para ello, es necesario compenetrarse de sus elementos: sus arenales de acariciante quietud; sus lomajes y quebradas de extraña configuración; sus cerros y montañas de áspera piel morena cubiertos con el mensaje de la geología; su atmósfera de ondulante sequedad que aprieta las carnes humanas y hace desangrar en cada atardecer el ensueño del horizonte.. ."

Desde mi yermo
El primer libro Desde mi yermo (2009) del antofagastino Patricio Rojas Figueroa no está cerca de la poesía de Sabella y la nortinidad telúrica y pampina. Rojas se inclina, en cambio, a ese hilillo de agua de la poesía triste y melancólica del copiapino Romeo Murga.
Cien años después, Patricio Rojas sostiene un romanticismo con una dicción elegíaca y melancólica, en forma directa y sensitiva –poesía de sentimientos.
“El nicho me visita con su collar de navajas,
Con su aroma sugestivo.”
Un hombre lamenta la desdicha en los versos de la noche, los nichos con sus visitas, el dolor de haber tocado fondo. El sufrimiento que lleva a hablar con su padre, en momento de soledad y crisis.

El retrogardismo, concepto confrontado a la vanguardia, relanza la poesía hacia el encuentro con el pasado. Retrogardismo en el que viene trabajando desde los años 80, otro Antofagastino, autor de Escarabajos (1988), Rubén Aguilera. Ya no se pone el acento en el futuro de la modernidad, sino en el presente y en el pasado. Se asocia también a la poesía de la transrealidad de Sergio Badilla:

“Me pregunto que hará Mahfuz
en su habitación (a estas horas) cuando no relumbra el sol
en sus ojos tristes.”

o la poesía del joven Camilo Brodsky, que, según la escuché el otro día, es una poesía con cultura imaginativa y mucha melancolía que reconstruye un presente imaginario.

“El compañero Presidente mira las adoquinadas
calles de Zurich desde la ventanita izquierda del
Cabaret Voltaire”

El retrogardismo de Patricio Rojas es sonora melancolía del recuerdo y el lado saturnino de la memoria, con un re uso de tópicos de la tradición y un lirismo surrealista de neologismos con un cierto tono anacrónico, críptico, ambiguo e irreal, que regenera una tradición y que desea fraguar a algo nuevo.

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