Entre medio de la luces de Navidad y Año Nuevo, de sus aperitivos y de sus siestas, he terminado de leer el libro de Harold Bloom, Shakespeare, la invención de lo humano.
El entusiasmo de Bloom por Shakespeare es contagioso y su tesis central es que el autor isabelino es el más importante autor de todos los tiempos por la cantidad de personalidades sicológicas profundas y congruentes consigo mismas, que Shakespeare construyó: Julieta, Ricardo II, Berowne, Rosalinda, Falstaff, Hamlet, Lear, Yago, Cleopatra, Edmundo, Edgar, Macbeth, Hamlet o Lear.
“En Shakespeare, los personajes se desarrollan más que se despliegan, y se desarrollan porque se conciben de nuevo a sí mismos. A veces esto sucede porque se escuchan hablar, a sí mismos o mutuamente. Espiarse a sí mismos hablando es su camino real hacia la individuación, y ningún otro escritor, antes o después de Shakespeare, ha logrado tan bien el casi milagro de crear voces extremadamente diferentes aunque coherentes consigo mismas para sus ciento y pico personajes principales y varios cientos de personales menores claramente distinguibles.”
Parece, con esta obra, a ratos brillantes, con su revisión histórica y sentido interno, el neoyoarquino Bloom opaca a sus enemigos, la que el llama “Escuela del resentimiento”, como el estructuralismo, los estudios multiculturales y de género, que tienden a eliminar la eminencia estética.
Libro provocador, ajeno al academicismo fútil y a la corrección política, ambicioso y sostenedor de tesis con calidad argumentativa.
Libro provocador, ajeno al academicismo fútil y a la corrección política, ambicioso y sostenedor de tesis con calidad argumentativa.
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