El año 82 se produce un encuentro mundial de escritores en el Ateneo de Madrid. Nicanor Parra llegó desde Chile. También se coló allí una división juvenil de poetas chilenos que estudiaban en Barcelona: Mauricio Electorat, Cristóbal Santa Cruz y Andrés Morales. Y en Madrid estaban ya otros pollos: Radomiro Spotorno, León Canales, Gonzalo Santelices y Jaime Collyer. Al encuentro llegó esa vez también desde París otros dos chavales, Gustavo Grillo Mujica (que publicó libros de poesía en París) y José María Memet de 24 años. Desde Suecia bajó el treintañero pero siempre dandy, Sergio Badilla.
A la tribu chileno-española habría que sumar, por otro lado, a los residentes en Cataluña, Luis Sepúlveda y Roberto Bolaño. Así también a Sergio Macias y Omar Lara que se instaló con su editorial en España en 1981 después de unos años en Rumania.
Vivirán entonces como traductores, porteros de hoteles y de camping. Spotorno nos contó el otro día en el bar El Cuervo de Santiago, que alguien intentó vivir imitando consoladores para venderse en los incipientes Sex-shops del destape madrileño. La rosca se reunía en el piso de Spotorno en el barrio El Retiro, donde él guisaba unos ya mitificados tallarines con aceite de oliva y pimiento morrón mientras bebían vino de La Rioja. El único que no bebía vino era Andrés Morales, que sólo bebe whisky con agua.
Era la época en que Spotorno viajaba también a Italia a la casa de la tiernísima sexy-woman Marcela Osorio y donde, según se jactó un día, la vio deslizarse en cueros.
Spotorno publicó una antología que se llamó, Puente Aéreo. Jóvenes Escritores Chilenos en España (1985). Después en Chile publicó Glosario del amor chileno y en 1994 la novela La Patrulla de Stalingrado, en la portada una ilustración de Andrés Gana. Relata una noche de alcohol, cocaína y sexo entre Santiago y Valparaíso de una pandilla que se reúne tras la muerte de uno de sus compinches, se van de copas, pelan a las hembras y visitan un burdel. Mariano Aguirre trató bien y con simpatía a la novela. Pero Guillermo Chandía dijo que era grosera e intrascendente. Javier Edwards en El Mercurio dijo que la novela era "un pretexto para ejercitar cierta técnica expresionista". Y Eduardo Guerrero del Río la consideró "elemental en su estructura" en el diario La Segunda.
La Pandilla de Stalingrado es una novela tabernaria y chucheta, es cierto. Y no puede ser de otro modo, si es una novela picaresca. Tiene apuros de estructura, también es cierto. Pero esta novela del desencanto tiene más vitalismo y brío que otras novelas publicadas entonces con más éxito de crítica. Y, a pesar de sus yerros, la novela de ritmo ágil, inteligente y cínica, mirada en el tiempo de diez años, se salva.
¿Cómo se explica entonces? Hace diez años, la regencia quería el país como patio de colegio, donde todos, por fin, nos portaríamos bien. Recuerden que aún nadie decía una chuchada por la tele. La novela de Spotorno, el especialista en pasta, no era políticamente correcta. (Las novelas divertidas, hasta hace poco, eran una ofensa a la rutina de fomedad y almidón. Vean: Roberto Merino realizó una antología de cuentos de humor chileno, pero los cuentos no hacen reír, son más fomes que un día sin comer. Asimismo, hay colecciones de cuentos eróticos que caldean menos que estufa eléctrica).
La rosca de chilena-española dio un nuevo take off: Mauricio Electorat ganó el premio Biblioteca Breve 2004, con su novela La burla del tiempo. Electorat llegó a Barcelona en 1981 cuando tenía 21 años y se licenció de Filología Hispánica. Luego en 1987 se trasladó a París. Su primera novela, El paraíso tres veces al día, (1995) fue premiada por el Consejo Nacional del Libro y la Lectura y el Municipal de Literatura.
Durante el verano frente al mar de Isla Negra leí la novela. Un tal Alfredo Martín trabaja de portero en un hotelucho de París, conoce a una tal Valérie Wong de orígenes asiáticos, dealer que trabaja para el tío Wong, narco. Alfredo es pollito nuevo. Valérie es una dura, una yonqui de glamour canalla y, como ustedes ya prevén, arrastrará a Alfredo a un espacio barriobajero de cuchillazos, travestis y traiciones. La novela está bien escrita pero, ustedes ya saben, eso no subraya mucho para mí. La novela negra, en su percepción clásica, ajusta cuentas con las lacras sociales y el poder. Y esta novela habla sobre sexo y dinero, pero elude los temas del poder y de los ideales.
Electorat publicó luego cuatro cuentos en Nunca fui a Tijuana y otros relatos (2000). Yo enfatizo dos: La Noche a ti debida y Yo nunca fui a Tijuana.
La noche a ti debida es la nostalgia de un señor, Tito Cáceres, que vaga por Roma y a la salida de un cine cerca de la Vía del Corso, se encuentra con Sole, su ex-novia de adolescente de hace 25 años atrás. Nostalgia de la primera etapa del transplantado. Tito cuenta velozmente un hecho tras otro. En el segundo cuento ocurre algo análogo, han pasado décadas y un personaje -de nombre Bonilla- ajusticiará al homicida de su padre. Es la venganza de su padre, Jorge, un comandante de la Marina chilena que fue asesinado por sus camaradas después del golpe militar de 1973. El tiempo ha pasado, pero la condena igual está por realizarse.
La burla del tiempo, la novela del premio, será presentada por Mauricio Electorat en los próximos días en Santiago. Es previsible que Electorat vaya una tarde al depto de Spotorno frente al Parque Forestal, a gustar tallarines con salsa de pimentón, con varios de esos compinches que, tiernos en Madrid, soñaban invadir el "mundo literario".
Utopista Pragmático, Abril 2004