martes, septiembre 10, 2013

Yves Bonnefoy: La poesía es la sociedad renovada


Por Angela García
Ángela García : Cada vez surgen nuevos festivales de poesía en el mundo y crecen los auditorios de la poesía. ¿Cómo ve usted este fenómeno de apreciación de la poesía a través de estos eventos?
Yves Bonnefoy : Esta observación al comienzo, querida Ángela García: después que he visto, con ocasión de nuestro encuentro en Malmö, el film sobre el festival de Medellín, que me ha producido tanta emoción... Por diversas razones se me ha hecho imposible, en el pasado, ir a Medellín, yo sabía también que en el futuro no podría, experimenté un vivo pesar de que fuera así, y estaba entonces presto a ver el film con el gran interés que inspira la simpatía.

Más lo que me fue revelado ha sobrepasado mi expectativa. En esta inmensa sala, donde se aglomeraban centenares y centenares de jóvenes evidentemente llenos de fervor, animados del deseo de reformar la sociedad, de poner fin a sus injusticias y a sus espantosas violencias, he visto pasar hombres y mujeres que respondían a esta tan hermosa espera con palabras intensamente serias, que eran de la poesía. De ninguna manera, en efecto, se tenía en esta tribuna de aquellos discursos que siguen en la abstracción, por muy generosos que sean, se limitan a las ideas, invadidas ellas mismas, algunas veces, por la ideología. Había cada instante grandes y fuertes imágenes evocando la dramática vida cotidiana de América Latina de una manera sobrecogedora, eran símbolos que hablaban tanto al corazón como al espíritu; y el ritmo unía a todos allí, en la noche, diseminados bajo múltiples luces pero reencontrando todos y todas la esperanza, la gran esperanza insensata pero irresistible, de que el futuro iba por fin a empezar.
La poesía, la poesía misma. La poesía íntimamente asociada a la reflexión y a la acción política, como se debe, y encontrando en esta proximidad, vivida de manera evidentemente libre y atrevida, un aumento de fuerza: Aquel que aporta la conciencia que sabe tomar de su responsabilidad de sus tareas, cuando se tiene también el presentimiento de los poderes, quizá extraordinarios, que yacen en la palabra.
Y me he dicho, también, mirando este pequeño video, y pensando en este gran acontecimiento: y bien, la poesía manifiesta aquí, y así, su utilidad, su necesidad, pero ella revela también su naturaleza esencial, que tan frecuentemente perdemos de vista en nuestros países de Occidente, estas sociedades que apenas sufren, que viven demasiado en la diversión. ¿Qué es la poesía, en efecto? Retomar contacto, plenamente, con las realidades fundamentales de la vida o de la naturaleza, por disgregación de las representaciones conceptuales de las formulaciones abstractas que reducen lo que está en la cosa simplemente, -cosa mensurable, manipulable, comercializable, cosa hecha para incitar al deseo de la posesión y a la ambición del poder, cosa de muerte. La poesía no es la producción de un objeto verbal, el placer, en suma estético, de un simple texto, es una intervención en el mundo, un acto de conocimiento. Grandes ritmos suben del cuerpo en el poema, ellos dislocan en el cambio humano el discurso que rige, que cega y oprime, y es entonces el otro que repara en su dignidad, en su derecho absoluto a ser libremente él mismo, es la democracia que se evidencia de nuevo. La poesía, es la sociedad renovada. ¿Iremos a olvidarlo? Lo vemos entonces en Medellín este acto fundamental de liberación que llama al espíritu, en un diálogo emotivo entre los poetas, venidos de diversos países, y en la gran sala, siempre vibrante.
Después, lo que resalta también de este video, lo que uno está obligado a constatar, a pensar, es que acontecimientos de este tipo, tan espontáneos, tan naturalmente vividos por una comunidad, tan ricos de recursos de la lengua más simple, más directa, esto revela los límites de las obras de nuestra época, que consideran, imprudentemente, que no es la palabra la que cuenta, sino lo escrito, y que escribir, es dejar al lenguaje manifestarse, desplegarse, a través del autor –que está conminado a borrarse en él- en el seno de textos donde aparecen sobre todo los modos de funcionamiento de significaciones múltiples hasta el infinito, y de interpretación nunca acabada. ¡Esta suerte de creación, sí, por qué no, pero que permanezca en este lado del drama del siglo, y de sus problemas! Privilegiar así el lenguaje, es olvidar que ya no es más que una red de palabras, mientras que las palabras no nacen ni mueren, no conocen la necesidad ni sus urgencias, no presienten nada del deseo frustrado, de la injusticia sufrida, no viven ni la infelicidad, ni por consecuencia, las palabras, como tales, las palabras que no atraen de sí mismas para arriesgarlas en el cambio, las palabras no saben lo que es amar, porque amar es precisamente reconocer, en otro ser, lo que en él es más que palabras. –No hay que dejarse obnubilar demasiado por el lenguaje. Más aún pensar en aquellos que esperan que se les hable. He aquí la objeción que creo que Medellín tiene el derecho de hacer, la que uno tiene el deber de escuchar.
No crea, sin embargo, que al mirar esta película he concluido que no había allí sino una sola y única poesía, aquella que va por la calle, a las prisiones, que quiere hablar de la inquietud. Hay obras como aquellas de Medellín, obras que hablan lo simple directamente. Pero hay otras que guardan sus autores en una referencia a sí mismos que es, para los otros, de acceso difícil, y que no hacen alusión a las necesidades y a los males de la sociedad, al punto que se podría pensar que ellas se desinteresan. Pero esto no es el caso, es simplemente que estos poetas llevan el trabajo de disgregación del pensamiento conceptual, este trabajo específicamente poético, en las situaciones de su propia existencia, donde hay muchas trabas a quebrar, alienaciones a combatir. Y se encuentra de hecho, con ellos, con las raíces mismas de la palabra, lo que no puede ser más que un verdadero aporte, a pesar de la apariencia, a la comunidad toda. Yo estoy convencido: la poesía es una, una e indivisible. Baudelaire o Góngora tienen el mismo ideal, el mismo designio, el mismo horizonte delante de sí, poetas que escriben como lo hacen los prisioneros sobre las paredes de su calabozo.
¿Los festivales de poesía, en estas condiciones? Si deben aparecer nuevos festivales, mucho mejor que sea en las circunstancias de Medellín, es decir en las fronteras del mal, en primera línea en el combate contra los fraudes y las injusticias: es ahí que se tiene la más grande necesidad de la poesía. Pero estos encuentros tendrán también la virtud de aproximar estos dos polos que acabo de evocar, y que tienen necesidad el uno del otro.

II
A.G. : Normalmente la poesía habla del porvenir. Normalmente se compara éste con la esperanza. El panorama del mundo contemporáneo es de tal gravedad, está tan lleno de zonas oscuras que parece ingenuo creer en el porvenir. ¿Puede la poesía preservar su canto al porvenir, a la esperanza sin equivocarse en su apreciación del hombre que insiste en autodestruirse?
Y.B. : Es evidentemente la gran pregunta. Siempre he pensado y he escrito muchas veces, que es preciso identificar lo uno en lo otro, la poesía y la esperanza. Y no hay que dudar de esta identidad, pues la poesía, es la que quiere en nuestra relación con el objeto, y con los otros seres, hacer aparecer esta plenitud que es nuestra sola realidad, y por consiguiente nuestro único verdadero deseo, nuestra única verdadera esperanza. Si no hubiese más en nosotros esta esperanza de vida plena, los poemas nos volverían ininteligibles, los poetas no manifestarían incluso la necesidad de escribirlos.
Pero en verdad, ¿qué es la esperanza cuando las circunstancias históricas parecen mostrar que se ahondan o van a hacerlo, sin falta, aspectos esenciales e indispensables de esta plenitud que la poesía quiere restablecer? La tierra misma, que era hasta el presente el lugar mismo de la evidencia, y lo mejor de nuestra confianza, la tierra se deshace de numerosas maneras que parecen irreversibles. En regiones enteras del globo la más espantosa polución y el más ciego comercio extienden el desierto, destruyen las selvas; en otros países el turismo crea parques que dicen naturales pero no ofrecen más que la caricatura de la naturaleza, no son más que la puesta en escena de un espectáculo cuyo texto está escrito por y para la sociedad de consumo, que deja allí sus botellas vacías. Y el nivel de los océanos subirá cubriendo países enteros que están ya entre los más desgraciados y los más pobres. No hay absolutamente que velarse la faz, y nada puede ser más odioso que algunos discursos optimistas. Es necesario preguntarse, por desgracia: sí, ¿qué puede ser la esperanza hoy en el seno de un siglo nuevo que arriesga ser el último?
Pero todo no está quizás echado a perder, y en este caso es imperativo que la esperanza esté ahí, la esperanza propia de la poesía, pues sólo ella puede distinguir lo que es el verdadero bien, e indicarlo y despertar en los espíritus desmoralizados en el fin de los tiempos el deseo de recuperarlo. A despecho de alarmas que es legítimo que sintamos, sí, es necesario al menos seguir esperando, seguir creyendo en un futuro que tenga sentido. Digamos que nuestra época –esta única en la historia, esta la más radicalmente histórica, pues es la existencia misma de la historia que ella pone en peligro-, ve producirse una carrera de velocidad entre, de una parte, las fuerzas de destrucción en la sociedad, pero también, por desgracia en la naturaleza, y de otra parte esta inteligencia, la poesía. ¿Quien ganará? Puede que la imbecilidad y la cobardía de los poderes dejen establecer por siempre los cambios climáticos que pondrán fin a la vida humana, pero hay que, y habrá que pensar hasta el extremo que este no será el caso. Todo como si estuviéramos en un barco en plena tempestad: ¿sería ahora el momento de hacerse las preguntas, no continuaríamos remando, vaciando, buscando con los ojos el faro? La poesía, es apostar al ser. Y aún si todo se desplomara realmente, esto sería su modo de ser verdadero, pues el bien que ella no esperara alcanzar, permanecerá en el pensamiento que uniría los últimos seres humanos en un respecto mutuo y un intercambio de amor. ¡La tierra, la sociedad humana, habría podido ser tan bella! No renunciemos a esta aseveración. No demos a nuestros enemigos la alegría de vernos dejar de esperar.
¡Acordaos! En los campos de exterminio nazis, cuando los cautivos no tenían prácticamente más razones para pensar que iban a sobrevivir, tan débiles como estaban, que a veces algunos de ellos se reunían alrededor de los que sabían poemas de memoria. Numerosos testimonios nos lo han mostrado. Ellos escuchaban “Bienaventurado quien como Ulises hizo un largo viaje”, y gritaban: “más fuerte” cuando la voz del recitante era demasiado débil para llegar hasta ellos. ¿Es porque querían soñar en lo que no habían tenido? No, era por participar todavía de la esperanza que es la poesía, y del hecho mismo, saberse aún humanos de verdad. Por eso, qué absurdo fue, qué falta a la inteligencia fundamental, la de un filósofo famoso, pretender que después de Auschwitz la poesía se tornó imposible. La poesía, la palabra esperanzada e intransigente, era precisamente lo que los nazis querían destruir, y esta filosofía les hacía el juego.
(Como razón de esperanza, creo mucho en la enseñanza, en la escuela. Es de este lado que se precisa hacer el más grande esfuerzo. El niño de antes del pensamiento conceptual tiene la misma experiencia de plena presencia del mundo que los poetas, es preciso ayudarle a no dejarse intimidar por la religión del concepto, la cual no es evidentemente el empleo perfectamente legítimo de este maravilloso instrumento. La escuela es la oportunidad última. Es por las raíces que la vida remonta en las plantas secas).

III
A.G. : Muchos de los dramas humanos de los últimos siglos, guerras y fenómenos de desplazamiento constante tienen como motivo el retorno. ¿Piensa usted que hay una simbología especial en la palabra retorno referida a las sociedades modernas?
Y.B. : Aceptaría de buena gana la palabra “retorno” para calificar lo que busca la poesía. Ella es el deseo de ser partícipe de la inmediatez de las cosas, de los fenómenos; ella tiene una intuición de la unidad inmanente a todo lo que es, y es como si intentara levantar un velo para hacernos retornar a un estado que hubiéramos vivido antes de que el lenguaje conceptual nos impusiera sus lecturas del mundo, siempre parciales. Agreguemos simplemente que este origen, no podemos buscarlo sino anticipadamente, en nuestro trabajo poético sobre la palabra, pues somos seres parlantes, de manera irreversible. Solo los místicos, algunos de ellos, pueden pretender este retorno al ser-del-mundo anterior a las palabras, pero dejando perder, de golpe, su relación con los otros seres, el nexo social. Esto no es lo que quiere la poesía.
Así las cosas, es con mucha tristeza que vemos hoy, tantos seres desplazados por las guerras o las hambrunas soñando en volver al lugar primero de su existencia. Se comprende su deseo, se comprende demasiado bien. En su medio de origen ellos habían tenido, a causa de lugares cargados de sacralidad, ritos, tradiciones, a causa también de la connivencia de palabras, de su lengua y de cosas de su país, una experiencia más rica, más íntima, de la presencia del mundo. Me acuerdo que Paul Celan lamentaba que las palabras que tenía que emplear, en francés o incluso en alemán, para designar plantas, por ejemplo, no fuesen en cierta medida a recortar su experiencia de niño, a causa de un desajuste entre la naturaleza de aquí y aquella cercana de los prados y bosques de la Bukovina natal. ¿Pero estos exilados podrían alguna vez volver a sus casas sino en los furgones de la sociedad industrial que extiende por todas partes la misma uniformidad? Estos sueños de retorno no son más que esto: sueños, con el riesgo de que alimenten ideologías, que no hicieron más que subsistir como caricaturas de lo que quedaba en la memoria. No es con retornos a los modos de ser del pasado que las comunidades de hoy deben buscar apaciguar su sed de presencia en el mundo, es dirigiéndose adelante, para intentar “cambiar la vida”. Con, como lo acabo de decir, la voluntad de pensar que no es nunca demasiado tarde para vencer. 

Malmö, primavera del 2002
Traducción de Lasse Söderberg y Ángela García

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