jueves, abril 02, 2015

Los suecos son un pueblo terrible fome, según un extendido prejuicio

Hay un prejuicio que dice que los suecos son un pueblo terrible fome. Tan fome como el pueblo chileno. 

Una monomanía que echaron a correr los compañeros brasileños. Recuerdo que en las fiestas, suecos y chilenos nos encerrábamos en la cocina a beber vino tinto y a hablar cosas tristes. Hablábamos cosas tristes y melancólicas mientras los compañeros brasileños bailaban. Y al transcurrir la fiesta, nosotros, suecos y chilenos, más tristes y curaos y los compañeros brasileños más alegres y bailarines.
Los chilenos que llegamos alguna vez a Suecia, aprendimos rápidamente la tradición de sacarnos los zapatos al entrar a una casa, a pesar del olor a pata, y aprendimos a pagar religiosamente el impuesto mensual para ver la televisión abierta, el impuesto más difícil de controlar por Impuestos Internos. Chilenos tan fomes y comportados como los suecos. 

Nos mimetizamos fácil.
En esa época había cosas que sorprendían en Suecia. Recuerdo haber llamado por teléfono a su oficina al canciller sueco , por un asunto literario al que deseábamos invitar, y para mi sorpresa, el canciller Pierre Schori, fue el que contestó el teléfono en persona.
Era la misma época en que el rector de la Universidad de Lund, una de las más antiguas y prestigiosas de Europa, llegaba en la mañana a su trabajo en bicicleta y la estacionaba junto a las bicicletas de cientos de estudiantes.
Suecos fomes, digan ustedes si quieren, pero gratamente sencillos y cercanos.

Del mismo modo, creo que el humor en la literatura sueca, como en nuestra literatura, es escaso. O es un humor de coserías, leve y quisquilloso. Pero sin carcajadas. A lo más una sonrisa educada, similar al humor de la columna de Liberty Valance de la revista del sábado de El Mercurio.
Desgraciadamente, eso ocurre también con la literatura chilena clásica o con la narrativa de nuestros esforzados escritores jóvenes, a los cuales suelo leer de vez en cuando.
La risa parece que les da alergia en su literatura.

Pero ahora, entre el calor y los paseos del estío, acabo de terminar la novela “La analfabeta que era un genio de los números” del sueco Jonas Jonasson, en la traducción de Sofía Pascual Pape. La novela de 410 páginas es de una excepción notable. No todos los suecos son cabezones como Ingmar Bergman, ni sociales como Stieg Larsson. 

Esta una novela delirante. Si casi no parece sueco.
Jonasson es periodista y es autor de “El abuelo que saltó por la ventana y se largó”, novela sobre la rebelión de un abuelo que se echa por la ventana a vivir otra vida, y que ya vendió 8 millones de ejemplares y fue hecha una película, que es la más vista en toda la historia del cine sueco.

La protagonista de “La analfabeta” se llama Nombeko Mayeki, nació en Soweto en 1961, limpiadora de letrinas públicas en el gueto de Johannesburgo, con habilidad innata para las matemáticas. Fue servidora de un inútil ingeniero de nombre Engeltbrecht Van der Westhuizen. La historia paralela la protagoniza Ingmar Qvist de Södertälje, un republicano bajo tutela moral del escritor Vilhelm Moberg. Ingmar tuvo dos hijos Holger 1 y Holger 2. 

En la novela de seis partes y 24 capítulos, aparecen una chica antisistema, un desertor de Vietnam, agentes del Mossad, de la CIA, el presidente chino, el primer ministro sueco Fredrick Reinfeld, el rey sueco Gustav Adolf, un rey sencillo y cercano, algo fome (si es sueco), pero es un campechano que le gusta beber cócteles.

Con un estilo directo, una novela que avanza rápido, con un humor desatinado, extravagante, muy poco sueco, muy poco sueco, pero muy recomendable.

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