UNO
Suecia fue un país neutral y pacífico. Pero hoy el gobierno sueco distribuye el folleto Om Kriget kommer, si la guerra viene.
Creo que el momento preciso en que empezó la decadencia sueca fue en 1986. Ese año, un bastardo indigno de ser humano asesinó a Olof Palme, el primer ministro más carismático de la historia de Suecia. Ese día, yo, exiliado chileno de la Generación Boomer, lloré, como si volviese a morir el compañero Salvador Allende. Fue el sueño roto más triste de mi exilio en Suecia.
Hoy en Chile, en este fin del mundo, viven en paz unos jubilados inmigrantes suecos. Gozan del sol y de las playas. Leen novelas policiales suecas y comen kanelbullar. Comen pastelitos de canela como los conejos comen zanahorias. Son el Club de la Canela. Una vez al año, para mantener sus santas tradiciones, se visten con sotanas blancas y le cantan a Sankta Lucia, O helga natt.
Y por otro lado, vivimos Los Justicieros Fracasados, los JotaEfe. El escritor Stieg Larsson de la Trilogía Millenium, un ser de anclaje, en Estocolmo me dijo un día:
—Formemos una cofradía secreta de justicieros criminológicos para buscar al asesino de Olof Palme. No creemos en la fucking policía sueca.
—Cuenta conmigo, le respondí.
Los Justicieros emocionales queríamos ser relevantes en la historia.
En los Justicieros Nórdicos estaba también el cineasta chileno Rodrigo Goncalves, editor de esta revista, Off The Record. Rodrigo vivió en Suecia y tiene una hija sueca.
Pero en 2004 murió Stieg Larsson. Iba subiendo las escaleras y le dio un ataque cardiovascular. Mala raja. Entonces Los Justicieros quedamos atrapados en un bucle del tiempo. Una especie de bloqueo o burnout. Y el maldito asesino sigue vivo.
Felizmente, un detective privado, hijo de chilenos-suecos, sintió el llamado divino, salió de su zona de confort multicultural y con ganas de triunfar dijo:
—Quiero encontrar al hijo de perra.
—Sé persistente, no como nosotros, le dije melancólico.
Rodrigo Goncalves recién me dijo:
—Desclasifica todo, por favor. Escribe sobre lo que está pasando en Valparaíso.
—Ok, le dije.
EL CAMINO DEL HEROE DE POR SÍ ES TRISTE
El detective privado se hace llamar M.B. o eMeBe, un homenaje literario a Mikael Blomkvist, el investigador en la saga Millenium de Stieg Larsson.
Camina por una calle de Valparaíso vestido con moderno traje y chaleco. Entra a una galería de arte. En la puerta hay un bandera Sueca y abajo un letrero que dice:
DOOTY LONKO-ANDERSSON
Artista publicitaria experta en Lo Nórdico.
Da conferencia sobre Suecos Modernos
Dooty parece una vedette con su exótico vestido tan ajustado que casi se le salían las costuras. Dooty es una fusión de latinidad nórdica. Su padre chileno era admirador de Madonna. Su madre sueca la educó en la luterana moral del feminismo nórdico, estilo Pippi Långstrump. Le gustaba bañarse en el frio mar Báltico, así conserva su figura de hermosura.
El detective eMeBe adora a Dooty, su amada. La besó y le acarició su culo.
Dooty empezó a dar su conferencia sobre Lo Nórdico a un público de jóvenes de Valparaíso.
Dooty es enérgica y rápida. Voz de soprano, cálida y clara, como si un rayo de sol hubiese entrado por la ventana. Procaz al hablar, sus dedos se movían como si tocara el piano en el aire:
“Lo neo nórdico creó una era de ají putamadre. Cojonudo amor a la naturaleza, a la igualdad, la paz y el bienestar. Instituciones inclusivas. Cojonudo amor al diseño funcional. Cojonuda era visual. Como las actrices Ingrid Bergman, Anita Ekberg y Harriet Andersson en Un verano con Monika del cineasta Ingmar Bergman”.
Dooty apunta a la muralla donde hay fotos de ilustres suecos. Un Panteón de eminencias: ABBA, Olof Palme, Ingrid Bergman, Anita Ekberg, Greta Garbo, Ingmar Bergman, Stieg Larsson, Max Von Sydow, Björn Borg.
“Olof Palme expresó la sensibilidad de época. Marchó contra la guerra y por la paz. Era flexible e inteligente. Hablaba español, alemán, francés e inglés coloquial y matizado. De vida simple y audacia apropiada. Caminaba mucho, como los que piensan mucho. Usaba corbata oscura y delgada. Como Los Beatles. Como las vanguardias. Como los franceses de la nouvelle vague. Como Godard o Truffaut. Como el compañero Salvador Allende. Vanguardias de los 60 contra la guerra.”
De pronto sonó un disparo.
¡Blaaam!
La bala entró desde la ventana al corazón de Dooty.
La bella Dooty se afirmó en una foto de Olof Palme que se raja de arriba a abajo. Tambalea. El detective la coge.
Ella balbucea algo que no se entiende. Buble, buble.
Así muere la belleza de la Generación Z.
Se escuchan pasos veloces que huyen afuera.
El detective rabioso manchado con sangre de su novia, saca su pistola. Corre tras una sombra que se esconde en las calles de Valparaíso.
Se siente un samurái, un Rōnin, un avenger vikingo.
La sombra asesina desaparece como un animal misterioso.
Al final, el detective lo pierde, exhausto y colérico.
Llueve. Los goterones suenan en las latas de los techos.
Plinking, plinking.
Entró a un bar. Se apoyó en la barra. Llora.
En una esquina oscura hay un hombre bizco, 73 o 75 años, con cara borrosa como se ven los rostros en las pesadillas. Tiene una gorra de milico sueco.
El barman es clásico: chaleco gilet negro, camisa blanca, humita y bigote. La cara más aburrida del mundo. El detective le dice
—El asesino de Olof Palme está en Valparaíso.
—¿Y quién es Olof Palme?
—¿No sabes quién es Olof Palme?
—No. Yo soy nada más un barman…
—El primer ministro de Suecia. Lo mataron cuando yo vivía allá.
—¿Tú estabas allí?
—Yo tenía 10 años cuando mataron a Olof Palme. Mi papa era un exiliado y lloró.
Hace un silencio y grita:
—¡A Olof Palme lo asesinó un chileno!
Su voz retumbó en el bar
—No grite, señor, que parece loquito.
—¿Crees que estoy loco? ¿eh?
—Hay gente que se obsesiona con conspiraciones…
—No estoy loco…El asesino de Palme ahora mató a mi novia.
El hombre turnio de la esquina se levantó. Es tan feo como si llevara el invierno en el alma. Se acercó y le susurró al oído, como un bufido de serpiente.
—¿Gorrión Rojo?
—¿Qué?
Se acercó más.
— Gorrión Rojo. Es la contraseña
—¿Contraseña?
—Yo también estuve en Estocolmo la noche que mataron a Palme.
—¿Tú?
—Todo ser humano tiene algo que contar, ¿no? Trabajé en Suecia.
—¿En qué?
—Trabajo sucio en la embajada chilena de la calle Drottninggatan. Yo sé quién mató a Olof Palme.
El feo hace un silencio y una mueca con su grueso labio.
—El que mató a Olof Palme fue...
Entonces, se escuchó un disparo por la ventana.
Una bala le cruzó la cabeza del hombre feo y le salió por su ojo bizco.
Cayó sobre el mesón.
Gotas de sangre saltaron sobre el rostro del detective.
Afuera el sonido de un auto que arranca.
—¿Quién mato a Palme?
—Fue...
La sangre le saltó por la boca. Y el hombre feo murió.
El detective eMeBe salió a la puerta manchado de sangre.
Agachó la cabeza con ira o como si fuese a rezar.
Un relámpago iluminó Valparaíso, una ciudad que parece que va a derrumbarse.
Vencido se consume interiormente, como una vela que se derrite ante el fuego.
—Un francotirador me sigue: un asesino serial.
El detective sintió un dolor en el diafragma, como un trasfondo de profundo rencor.
DOS
¡Bzzz, Zas, Zum, Pataplúm, Bum!
Así suenan los fantásticos fuegos artificiales de año nuevo en la bahía de Valparaíso, espectáculo que cientos de chilenos y turistas admiran y disfrutan desde la playa.
Con toda esa vistosa parafernalia llega el año 2025.
Con sus ojos azul pardo de Greta Garbo, la sueca Anna Ersdotter ve el asombroso entretenimiento frente al mar con un grupo de bulliciosos y alegres amigos. Es la presidente del centro Sueco- Chileno de cultura de Valparaíso, Svensk-Chilenska KulturCentrum. Anna había llegado a Chile por esos caminos misteriosos que tiene el destino: un gran amor.
Estaba junto a su hermana Petra que vino desde Suecia a pasar las fiestas de fin de año con su hermana.
Anna y Petra continuaron la alborozada fiesta hasta el amanecer en un caserón con amplio patio iluminado con lucecitas de colores.
Anna y Petra bailaron boogie-woogie, alegres y divertidas, tal como cada fiesta de año nuevo lo hacían de niñas en su casa, en su natal Höor, un pequeño y adorable pueblo donde reside el pintoresco espíritu y color sueco.
My boogie woogie, boogie woogie, boogie woogie country girl Rock 'n' rollin' is her need
Los amigos las animan con las palmas. Las dos suecas coreografían ritmos rápidos, enérgicos y vibrantes. Vuelan sus rojos vestidos elegantes con brillantes de lentejuelas. Ríen hasta el amanecer.
Pero, en la noche del 1 de enero, Anna Ersdotter apareció muerta en un roquerío de la playa Las Torpederas de Valparaíso.
El primero en llegar al lugar del crimen fue el detective privado EMeBé, vestido con la sofisticada moderación de la masculinidad sueca, un vestón azulino de lino y corte recto.
El agua del mar bañaba los blancos pies descalzos de Anna. Resaltaban sus uñas lacadas de rojo con esmalte Vogue que costaba varios dólares.
—Qué en paz descanse.
Miró el cadáver de Anna con detenimiento.
—No hay nada más revelador que un crimen.
Pronto llegó la BRICE, la Brigada del Crimen de la Policía de Investigaciones, la PDI. Procedieron a rodear el lugar con huinchas amarillas de barricada que decían. “No pasar. Lugar del crimen.”.
—Es un asesinato ritual, les dijo de inmediato EMeBé.
—¿Por qué lo dices? preguntó un inspector de la PDI.
—Fíjate en el símbolo que le dibujaron en su espalda.
—Parece una serpiente.
—Es el símbolo rúnico de Loki, el dios del engaño de la mitología nórdica. Traicionero y hábil para deslizarse entre las sombras. Es la terrible sociedad secreta de Loki.
El de la PDI revisó el cuerpo y notó que le faltaba parte de un brazo. Se lo habían cortado como una rodaja.
—¡Dios Mío!, exclamó EmeBé.
—¿Qué?
—Son caníbales, comen a sus víctimas.
—¿Sacaron una lonja del brazo para freírlo?
—Sí, ritual de Secta Loki.
La PDI tomó fotos y rastreó toda la playa Las Torpederas.
Los funcionarios de la morgue levantaron el cadáver. Se la llevaron en una camioneta blanca hasta la morgue del Hospital Van Buren en la subida del cerro El Litre.
Al otro día, el 2 de enero, Petra llegó al Servicio Médico Legal a reconocer el cadáver de su hermana Anna, acompañada de EMeBé.
Toda la alegría de la noche de año nuevo se había transformado en profundo pesar por su amada hermana asesinada.
—¿Por qué mataron a mi hermana Anna?, se preguntó Petra entre sollozos desconsolados.
Le cerró los ojos azules a su hermana Anna. Le puso unas monedas suecas en los ojos.
—Te dará fuerza para seguir adelante, le dijo.
De pronto suena el teléfono de Petra.
—Petra, no contestes el teléfono, le dijo EMeBé.
—¿Por qué no?
—La sociedad secreta de Loki es una poderosa fuerza racista que ejercen el control mundial a través de los dispositivos digitales.
—¿Secta Loki? —Son una constelación que manipula tu identidad digitalmente. Luego ejercen control de tus sueños y tu percepción extrasensorial. Acechan en los sueños. Te inventan pesadillas negras. Así pierdes consciencia emocional.
—¿Consciencia emocional?
—Con programas maliciosos o malware manipulan fácil a los ultra conectados.
—Mi hermana Anna era nomofóbica, dijo Petra, siempre tenía el teléfono móvil a mano para estar conectada, era su obsesión.
—La Secta Loki ya ha matado a tres.
—¿Por qué?
—Creo que no tienen un plan. Simplemente odian y matan a los mestizos.
Entonces el detective EMeBé blasfemó en sueco:
—¡Förbannad jävel!
Rápidamente la alteración emocional se desplazó al corazón de la colonia sueca de Valparaíso. Cundió el miedo, pero también creció la indignación. En el cerro Concepción de Valparaíso se erige la hermosa Iglesia Luterana de La Santa Cruz, coronada con una torre y un campanario. Al día siguiente, el día 3 de enero, se realiza allí un responso por la bendita alma de la querida Anna Ersdotter.
Por la tarde, la iglesia se comienza a llenar de jóvenes de la colonia chilena sueca. Estaban sacudidos por la aprensión, pero no eran indolentes.
El detective EMeBé vigilaba desde el segundo piso de la iglesia luterana.
A las 8 en punto comenzó a sonar la estremecedora música barroca del grandioso órgano de la iglesia luterana, un instrumento de 1884.
En ese preciso momento entró a la iglesia el embajador de Suecia en Chile, Göstaff Johansson, acompañado de su bella esposa peruana, Rosita Pachacútec.
EMeBé se estremeció:
—El embajador corre peligro. Es la carnada perfecta para el asesino serial y racista.
TRES
Terrible golpe a la colonia sueca chilena.
Primero, mataron a la bella Dooty, una graciosa especialista en arte nórdico, experta en la obra performática del artista Kjartan Slettemark. Dooty era la novia de EmeBé, M.B., el joven detective privado que investigaba al asesino de Olof Palme en Valparaíso.
Luego, un veterano bizco fue asesinado en un bar del puerto. El hombre bisojo, que miraba a dos lados simultáneamente, había estado exiliado en Estocolmo el día que mataron al primer ministro Olof Palme, en 1986.
Después, durante las fiestas de año nuevo 2025, asesinaron a la alegre y extrovertida Anna Ersdotter, la presidenta del centro Sueco-Chileno de cultura de Valparaíso. Su cuerpo apareció tirado en la playa Las Torpederas. Le faltaba una parte de un brazo. Se lo habían cortado como una rodaja. El detective EmeBé creyó que los asesinos eran caníbales, como las feroces viejas sectas que comen carne del enemigo.
El detective EmeBé estaba convencido que el motivo de los brutales asesinatos era político-social. Sugería que el asesino pertenecía a una sangrienta secta secreta, La Secta Loki, una constelación racista que manipula las identidades con Inteligencia Artificial. Ejercen control freudiano o junguiano de los sueños y de la percepción extrasensorial de las audiencias. Acechan en los sueños e inventan pesadillas negras.
Terror tecnológico terrible en la frontera de la manipulación de los sueños. Control mental y creación de ideas falsas, que consiste en introducir fake news en la memoria de las audiencias sin su consentimiento o incluso sin su conciencia, que evoca la persuasión subliminal.
El detective fue al Café del Poeta de la Plaza Aníbal Pinto. Allí estuvo horas navegando en internet. La noticia del sorpresivo surgimiento de la IA China, DeepSeek, estaba en todos los portales del mundo. Fue un golpe bajo para la arrogancia de los Estados Unidos.
El detective leyó el artículo de un científico alemán en el diario El País: “La guerra cultural entre chinos y norteamericanos se da en la mente de las audiencias”.
Según el artículo la inteligencia artificial ayuda a manipular las imágenes que surgen mientras las audiencias sueñan, cuándo entran en la fase de movimientos oculares rápidos o REM. En la fase del sueño profundo se activa un modelo de inteligencia artificial multimodal, entrenado con datos cerebrales. Llegan señales a través de hologramas de ultrasonidos que penetran el tejido humano e inducen el sueño lúcido y reinterpretan los sueños de las audiencias. Cuanta más atención la audiencia presta a esos mensajes en las redes, los sueños tienen más influencia en sus mentes. Y ejercen un dominio de los miedos y las pesadillas.
Esa tarde leyó también una terrible noticia que, sin embargo, pasó desapercibida. En las afueras de Malmö, Suecia, se produjo una peligrosa epidemia de locura, comparable a las demencias contagiosas que asolaron a los pueblos europeos en la Edad Media. Unos vecinos se creen poseídos y dominados, como un rebaño humano, por seres invisibles, aunque tangibles, que se alimentan de sus vidas mientras duermen.
El detective EmeBé pensó: ¿Cómo puede la Inteligencia artificial manipular los sueños y la creatividad?
EmeBé llamó al prestigioso Instituto Karolinska de Estocolmo.
—Aló, ¿con el profesor Marcello Ferrada de Noli, por favor?
El profesor de Marcello Ferrada de Noli era una de las mentes más brillantes del exilio chileno en Suecia, un reputado académico en ciencias del comportamiento. En Concepción había sido uno de los fundadores del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, en los años 60. Ahora era un liberal de izquierda y tenía amplios contactos con los sabios neurocientíficos del mundo.
—No, el profesor Ferrada de Noli se ha jubilado, ahora vive en Italia, —le contestaron desde el Instituto Karolinska.
Esa misma tarde, al salir del Café del Poeta de la plaza Aníbal Pinto, el detective sintió fiebre. Se sintió dolorido o más bien triste.
—¿De dónde vienen esa misteriosa tristeza, desaliento y angustia? se preguntó consternado.
—Algo me ha alterado los nervios y ensombrecido el alma con efectos rápidos, sorprendentes e inexplicables. Tengo la angustiosa sensación de un peligro que me amenaza, la aprensión de una desgracia inminente, el presentimiento de un mal aún desconocido que parece que germina en mi carne y en mi sangre.
—¿La espantosa secta Loki me ha contagiado?
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
Petra Ersdotter se levanta de la cama. Tiene tatuada en su espalda un árbol Yggdrasil. Símbolo de libertad, las jóvenes suecas son la generación más requetetatuada del mundo, una vieja tradición vikinga. Se puso su kimono de seda negro con flores. Miró por la ventana al mar de Valparaíso. El sol otoñal dorado sobre el mar no la conmovió. Nacida en la apacible Höör de Suecia, ahora era una herida desterrada, una flor de hielo. El viento marino le susurraba sarcasmos en su crispado corazón. ¿Qué es el viento? ¿Qué es Valparaíso al despertar? Nada.
Un gato de pelaje atigrado cruzó efímero por la ventana. Miau. El maullido le apuñaló el recuerdo de Sissi, su gata en Höör, una ronroneante adicta a la leche tibia y las sardinas frescas. Sintió una pena, melancolía sutil. El color durazno de sus mejillas se desvaneció en un color ceniza fría. Afuera, el aire danzaba con la ofrenda del otoño, pero dentro de Petra, un invierno se aferraba a su espíritu.
Se sirvió una taza de café, tan amargo como sus pensamientos. Se sentó junto a Miguel Emebé, su prometido.
A Miguel le gustaban las mujeres lindas y algo posesivas.
En los ojos azules de Petra flameó una llama pálida, el fuego helado de los celos. La escandalosa pelea de celos en la fiesta de anoche entre Petra y la poeta llamada Grace Kelly, era un viral en las redes sociales.
Petra le dijo:
—¿Me has mancillado con esa kallikantzara, esa malévola criatura con pezuñas de la fiesta de anoche en Playa Ancha? —su voz era un filo de hielo que congeló el vapor del café.
Miguel suspiró:
—Ella intentó… atracar el bote. Un roce. Nada más.
—¿Atracar el bote? —Petra pitó las palabras como si fueran veneno—. Esa kallikantzara intentó robarme.
—Fue… un momento. Mucho licor. No significó nada.
—Jugó contigo, Miguel.
El desayuno fue quejas y lamentos. Al fin, Petra se levantó, la determinación flameó en sus ojos.
—Iré a buscar a esa… kallikantzara, le cortaré sus pezuñas. Pagará su osadía.
—No, Petra, por favor. No te rebajes a su nivel.
Ella lo miró, su labio tembló ligeramente.
—Entonces… dame una prueba. Dame un hijo, Miguel. Un lazo que nos una más allá de cualquier kallikantzara.
—¿Un hijo?
Petra se acercó. Se abrió su suave kimono negro de seda. Se sentó a horcajadas sobre él.
—Te voy a coger, Miguel. Coger con el alma… crearemos un vínculo que la kallikantzara no romperá.
Lo atrajo hacia ella.
El timbre resonó.
En el umbral apareció Marcello de Noli. Ochenta y tres años. Vestido de cuero negro, gafas de sol como un motoquero de Valparaíso. Su cabello níveo, sus cejas dispersas. Nacido en las alturas de Copiapó, de ancestrales leyendas de hechicería, fue una de las mejores mentes de su generación. En los años 60 fundó el Mir con Miguel Enríquez. Fue declarado muerto. Sobrevivió a los operantes de Pinochet: cárcel, tortura. Deportado a Suecia adquirió fama internacional en el Instituto Karolinska de Estocolmo. Fue parte del círculo de Olof Palme, Harry Schein e Ingmar Bergman, genios de habilidades diversas, que crearon la Teoría de las Abstracciones en la isla de Fårö.
Para Petra y Miguel era más que un resucitado: era una leyenda viva. Un Mentor de misterioso carisma justiciero, sabio de la ciencia, los misterios cósmicos, la neurología de vanguardia y la comprensión arcana de la magia.
Sus primeras palabras los golpearon como pulso electromagnético:
—Sus vidas mentales han sido infiltradas. Sus sueños… hackeados. Esto no es aleatorio. Esas interfaces los escuchan, rastrean sus sinapsis, predicen sus patrones de pensamiento.
—¿Quiénes son? —preguntó Petra con una incipiente paranoia tecnológica.
—Tecno-Oligarcas. Sicópatas de las redes neuronales digitales de TikTok, FaceNet, TwitterStream. Simples, pero efectivos: con las redes neuronales convolucionales detectan patrones estadísticos, construyen maquetas para definir emociones. Programan alucinación o ruina entrópica. Su objetivo es infame: incubar una generación resentida, sin autoestima, incapaz de sueños propios o de percibir las injusticias.
Marcello prosiguió con voz grave:
—“Estamos ante un conflicto frontal entre los consorcios tecnológicos y la conciencia colectiva.” Esa premonición es del presidente Salvador Allende en su discurso ante la ONU, en el año 1972. Anticipó, con su Proyecto Cybersyn, el auge de la inteligencia artificial.
Lo que el mentor reveló, resonó con inquietante familiaridad distópica:
—La ficción de los Tecno barones es la privatización absoluta, la obsolescencia del Estado-Nación, ascender sobre la miseria planetaria y alcanzar su inmortalidad. Es el hiper-elitismo que Allende denunció hace medio siglo. Yo estuve allí, a su lado.
—¿Con Salvador Allende? —Miguel apenas podía procesar la conexión histórica.
—Fui testigo de su visión. Luego, narradores proféticos como Philip K. Dick, William Gibson, Neal Stephenson cartografiaron esta distopía en sus ciber-relatos: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, Neuromante, Snow Crash… Los Tecno-Barones, amos de poder virtual, ahora requieren más litio para sus baterías cuánticas y más agua para sus granjas de servidores. Hay un Damnum Infecto.
—¿Damnum Infecto?
—Sí, daño latente, la catástrofe que se cierne. Para consolidar su reino digital implantan mentiras en el inconsciente colectivo. Deben ganar bio-elecciones, violentar matrices culturales, llenar paisajes oníricos con clichés o charlatanerías. No les interesa la verdad. Quieren humillar. Asedian las mentes, desestabilizan los equilibrios neuronales. Imponen la pesadilla algorítmica.
—¡Oh! —exclamó Petra, con escalofrío.
—Pero toda codificación tiene su decodificación, toda opresión su resistencia: nosotros creemos en el poder de ideas generadas por sugestión consciente, inducidas por la esperanza. Nosotros somos los berserkers.
—¿Berserkers?
—Guerreros de élite de la mente. En Suecia fundamos el MIR, Man in Red, una sociedad secreta de neuro-berserkers. Nuestra hermandad clandestina batalla en el control interno, la neurociencia radical como arma para la liberación.
—¿Y nosotros qué podemos hacer? —preguntó Miguel, sintiendo el peso de una responsabilidad inminente.
—El destino los ha elegido. Deben venir conmigo. En Valparaíso, crearán una célula de resistencia: el MIR, Man in Red, facción neurociencia. Combatirán a los canallas Tecno-Oligarcas con ferocidad.
Petra y Miguel intercambiaron una mirada cargada de incertidumbre y excitación.
—¿Están dispuestos a quemar sus puentes digitales? —inquirió Marcello.
Titubearon.
—Quizás sí… —murmuró Miguel.
—Excelente. Nuestro punto de encuentro en la red clandestina será la pulpería El Cuchillo Negro de Valparaíso.
Antes de partir, extrajo de su vetusta billetera una pequeña piedra verdosa, de una densidad casi nula.
—Un GAN.
—¿GAN?
—En islandés arcaico, gandr: una piedra de poder mágico de los arcaicos Berserkers nórdicos.
Por la ventana vieron a Marcello alejarse en una moto.
Miguel interrogó a Petra:
—¿Lo hacemos, Petra? ¿Nos unimos a los neuro-berserkers?
—Sí —respondió Petra, y añade con una posesividad primal: Pero también quiero un hijo tuyo. Desde este instante, tu código genético me pertenece.
Su kimono de seda negro resbaló. Se sentó a horcajadas sobre él. Su espalda mostró el tatuaje Yggdrasil, en movimiento.
A Miguel les gustaban las mujeres bellas y algo posesivas. Se dejó hacer.
OCHO
¿Qué locura se apoderó de mí?
Piensa Petra Ersdotter, como un grito silencioso, cuando recibe su guagua recién nacida:
¿Por qué desee con tantas ganas tener esta guagua?
La pregunta taladraba mi mente mientras sostenía a mi pequeña, un diminuto bulto de vida y misterio entre mis brazos temblorosos. La sala de partos, apenas unos minutos antes un torbellino de dolor y pujo, ahora se sentía extrañamente silenciosa, como si el universo entero contuviera el aliento.
Antes de venir a Chile nunca pensé en tener una hija.
Con mi hermana Anna, y como muchas amigas mías, allá en la tranquila y liberal Höör de Suecia, las nuevas generaciones de mujeres renegamos de la maternidad. Nadie podía criticarnos. Éramos felices y éramos populares. Teníamos racionados los placeres. Eran un juego. Nos divertíamos. Íbamos vestidas a la moda, a veces teatrales, a veces estrafalarias y llenas de color en el verano. Paladear vinos, bailar, follar después.
Llenaba mi tiempo libre, pero no mi corazón.
¿Tener hijos? No. No estaba de moda.
Con mi hermana Anna veíamos la maternidad como algo lejana. No era para nosotras.
Pero los hechos se precipitaron, se revolcaron en un remolino interminable de acontecimientos.
Vine a visitar a mi hermana Anna a Chile. Fue una alegría verla.
Pero después que celebramos el año nuevo en Valparaíso, el estallido de fuegos artificiales sobre el Pacífico aún resonaba en mis oídos cuando la noticia me golpeó como un rayo: mi hermana Anna apareció muerta en la playa Las Torpederas. La habían trozado, le había cortado la piel…
¡Qué tristeza!
Me contaron que su muerte se debía a viejas conspiraciones que yo no alcanzaba a comprender.
¿Qué mundo es este?
En medio de la tristeza del luto y la confusión estaba Miguel Emebé, el detective que me consoló.
Tan bien me confortó que perdí la cabeza por Miguel.
Necesitaba a alguien a quien amar.
Sí, necesitaba a alguien a quien amar, a quien aferrarme en ese abismo de sinrazón.
Nunca, nunca me había sucedido que perdiera el control emocional.
¡Oh, cómo me cogía!
Miguel amaba como nadie.
¡Me volví loca en esas noches porteñas de delirio con Miguel!
Era mío.
Como una adicta, yo siempre quería más.
Era un fuego que devoraba mi sensatez.
Pensé que era lo más asombroso que me había ocurrido en mi vida, el bálsamo perfecto para mis heridas.
Luego, como una sombra que se alarga, aparecieron los celos, como algo irracional, feroz.
Y no quise perderlo. La idea de perderlo era un tormento insoportable. Y fue en esa desesperación, en ese miedo atávico a la soledad, donde brotó el deseo incomprensible. El deseo de ser madre.
Fue la suma. Surgió el deseo incomprensible de ser madre.
Quería tener una hija de Miguel.
Quería hacerlo con todas mis ganas.
Y ahora, aquí está.
Una niña hermosa en mis brazos. Un ser perfecto, nacido de una decisión impulsiva, de una necesidad desesperada por aferrarme a algo, a alguien. El nacimiento, un milagro esperado con una alegría tan contradictoria.
Y ahora, ¿qué hago con una niña hermosa en mis brazos aquí en Valparaíso?
¿Qué hago en Valparaíso?
El nacimiento de mi bebé sanita, es algo que esperé con alegría.
Pero ¿qué hago en Valparaíso?
Eso es algo que me está rompiendo el corazón.
¿Qué hace una sueca como yo, de 28 años de edad, en Valparaíso con una guagua en mis brazos? ¿Qué hago yo, una sueca de veintiocho años, desarraigada y rota, con un bebé en sus brazos en esta ciudad caótica, bañada por el mismo mar que se llevó a mi hermana?
Un velo de lágrimas cubre mis ojos.
No sé, no sé qué me pasa.
No quiero llorar, pero lloro. No quería llorar. Había jurado no derramar más lágrimas. Pero las lágrimas, traicioneras y obstinadas, saladas y amargas, caen por mis mejillas.
NUEVE
La brisa salina se mezcló con un fuerte olor a pichí. Petra Ersdotter y Miguel Emebé caminan por el puerto. Ella llevaba su guagua dormida en brazos. No podían creer lo que estaba sucediendo en Valparaíso. El olor a pichí era tan fuerte que hasta su guagua, en su sueño infantil, soltó un leve gemido de disgusto, o tal vez, un gemido de asco.
Llegaron a la pulpería “El Cuchillo Negro” del barrio Puerto. Buscaban el punto de una reunión clandestina del movimiento de resistencia cuyo lema era:
¡Contra la canalla Tecno-Oligarca! ¡No al control de las mentes!
Cuando ingresaron al Cuchillo Negro el bar parecía haber sido tomado por corpulentos sicarios del tren de Aragua, sujetos de quisca y cuentas pendientes. Besaban a unas chimbirocas de cortas minifaldas.
En otro rincón, casi invisibles en la penumbra, había un grupo de diluidos nuevos artistas, grafiteros y poetas veinteañeros de la Universidad de Playa Ancha que toman vino “Cartonier”, comen salchichas de manteca con pan de soya y merquén. Dos gatos piñuflas, zarrapastrosos, esperan que caiga un trozo de longaniza.
Petra los saluda y, confundida, les pregunta por si saben de una reunión.
Una chica se rascó la cabeza. Era delgada y parecía una leve sombra con su vestido y sus pantis negros y su maquillaje albo de vampiro. Ella le respondió con curiosa voz gutural:
—No. Nosotros somos del colectivo “Síndrome Burnout”.
—¿Síndrome Burnout?
—Sí, estamos acabados emocionalmente. Sin energías.
—Jua jua jua…
Todo el grupo lanzó una carcajada.
Ella agregó con ácido y cruel cinismo:
—Somos de Valparaíso Patrimonio de la Inhumanidad.
—Jua jua jua…
Con sus sarcasmos el grupo de jóvenes estallan de nuevo en carcajadas.
Sus risotadas retumban en el lúgubre local
Al ver la cara de desconcierto de Petra, la mujer vampira agrega suavizándose levemente:
—Oye, Gringa…
—Me llamo Petra…
—Oye, Gringa Petra: en este puerto solo hay escaleras al infierno, grietas, violencia, drogas, soledad, desolación y desesperanza. Barrios quemados. Tala. Dolor. Los quiltros andan apiñados y se tomaron el poder. Los guarenes son los okupas de la Avenida Argentina.
A Petra Ersdotter y Miguel Emebé les costó entender que estaba sucediendo.
Petro y Miguel se habían imaginado El Cuchillo Negro como un faro de resplandor o dulce crepúsculo aterciopelado, pero, en cambio, era un abismo.
La pulpería El Cuchillo Negro, donde se reuniría un nuevo movimiento de resistencia, era solamente un sucucho de sicarios y un reducto de jóvenes porteños, que entre el polvo, el fracaso y la pena, sienten dolidos que la vida carece de sentido y valor. Desangrándose, se queman el corazón a fuego lento. Beben vino Cartonier como si intentaran olvidarlo todo.
Una bartender vestida con chaleco negro y chaqueta blanca estaba detrás de un largo mostrador de madera. Colgaba papeles con los pedidos de los paisanos y les servía tragos. La muchacha era bonita, porteña buenamoza: tenía unos grandes dientes frontales prominentes como de coneja, nariz pequeña y respingada, labios finos, ojos grandes y expresivos.
Sonrió de modo sencillo y dejó ver sus dientes frontales. Desde lejos les hizo una señal.
Petra y Miguel se acercaron con algo de esperanza.
—Me llamo Alicia.
Sacó un reloj de su chaqueta y aplicó una clave. Así con un leve clic una pequeña puerta se abrió detrás de ella.
—Entren ahí, dijo.
Su voz era mandante pero hermosa, como si silbara por entre sus grandes dientes frontales.
Petra y Miguel empujaron la puerta y vieron una escalera que daba a un difuso y largo túnel subterráneo.
Una nueva curiosidad repentina los llevo a cruzar la entrada secreta y bajar pensando que irían a un sitio mejor que este.
Así Petra, Miguel y su guagua comenzaron una aventura subterránea, tratando de no tropezar en la penumbra.
Al final había un salón con 20 nativos digitales de la generación Z. Jóvenes tranquilos. Silenciosos. Trabajaban en computadores y líneas de celulares encendidos. Era una moderna plataforma tech que les permitía acceder, crear, gestionar o intercambiar contenido, servicios o productos a través de la web o aplicaciones.
—Aquí se construye una realidad paralela—, dijo Alicia, la dientes de coneja—. Una de las formas de rebelión actuales pasa por Internet, la tecnología es un espacio de contrapoder.
Petra y Miguel quedaron por un momento boquiabiertos.
—Desde aquí, jóvenes porteños difuman en su ordenador y su teléfono móvil las fronteras entre lo real, lo digital y la imaginación.
—¿De qué se trata?
—Se trata de ser libre. Crear un mundo paralelo que tiene capacidad de desplazar la realidad, transformar las cosas.
Petra y Miguel estaban un poco asustados.
—Es conocido como el reality shifting chileno.
—¿Qué es el reality shifting?
—Es una práctica imaginativa híbrida que genera nuevos mundos a través de la imaginación y la fantasía donde podemos proyectar y jugar con nuestra identidad y nuestros sueños.
—¿Se puede transformar el mundo a través de la imaginación y los sueños digitales? preguntó Miguel.
Alicia, la mujer con cara de coneja, rápidamente lo apuntó con el dedo índice y contestó con fe, imperativa:
—Es primordial que entiendan de una vez que llegar a destino solo se logra si transitamos en armonía, apoyándonos entre todos, sin distingos odiosos que no hagan detener o ralentizar la marcha. No se trata de ser el único o el primero en llegar a la meta. Se trata de que juntos crucemos el mismo horizonte. No es necesario ser el primero para ser uno. Así muy pocas cosas son imposibles.
FINAL
¡Nooo!
El grito desgarrador de Lisbeth Palme destrozó el aire
gélido de la calle Sveavägen en Estocolmo. Su marido, Olof Palme, el primer
ministro sueco, se desplomó. Una bala por la espalda le destrozó la columna
vertebral, le reventó los pulmones, le arrancó el aliento. El cuerpo del líder
cayó inerte, una herida abierta le había dejado un orificio. El primer
ministro, muerto. La vida de una hermosa nación se detuvo en un solo instante,
un viernes de febrero de 1986. Una terrible ciclogénesis, un abrupto cambio atmosférico
mental.
Esa muerte de esa noche triste se grabó en mi memoria. En
Malmö, donde vivía, el teléfono no dejó de sonar, un repique incesante que
parecía un lamento. Ring, ring, ring. Eran mis queridos amigos, los chilenos
vecinos del Grupo Holma, refugiados que habíamos construido una vida en ese
barrio de exiliados, los queridos holmeños como Enrique Pérez, Héctor Rozas, Rubén
Aguilera, Ana Catalán y Julia Carbonell.
El holmeño y profesor César Astudillo lloró, con una voz
rota por el dolor:
"Es como si hubieran matado al presidente Salvador
Allende".
En ese momento, la muerte tuvo eco en el corazón de un
exiliado. César redactó una emotiva nota de condolencias, compramos flores y las
llevamos al Rådhuset, la Plaza Mayor. El aire estaba saturado de un dolor
colectivo, cientos de personas con flores en las manos lloran, lloran como un
pueblo dolido.
Buscando consuelo al desamparo, los holmeños caminamos al acogedor
Café Siesta, nuestro refugio en el Gamla Väster, el barrio viejo. Kerstin y
Anna, las dueñas, tenían la misma congoja en la mirada. Las suecas platicaban
un español con acento andaluz. Kerstin y Anna se complementaban: una era bella
y la otra simpática. Ellas también lloraron, apenadas amigas suecas, aunque la
bella lloró más, según recuerdo ahora. Compartimos el café amargo, y el peso de
una pérdida y el desconcierto que se sentía muy personal, muy nuestra. A los hombres
chilenos nos gusta sufrir en público, por un pasado melancólico. Al contrario, las
mujeres chilenas son risotonas. Así nos completamos.
Luego, un misterio conspirativo se posó sobre nosotros como
una sombra. El cineasta Rodrigo Goncalves estudió cine en el Instituto sueco de
cine, donde el maestro Ingmar Bergman se paseaba con su boina negra. Rodrigo escuchó
rumores sobre actividades oscuras en la embajada de Chile en Estocolmo. La sensible
sospecha paranoica, como una bruma fría, propia de cicatrices de exiliados, se
extendió rápidamente entre nosotros: el asesinato fue un operativo de asesinos
chilenos. ¿Agentes de la dictadura de Pinochet mataron a Olof Palme?
El talentoso escritor sueco Stieg Larsson comenzó su propia
investigación, una búsqueda obsesiva en las entrañas de Estocolmo. Nos reunimos
con él, compartimos información, intentando dar luz a la oscuridad. Pero el
destino, cruel, intervino. Stieg Larsson subió una escalera, sintió un dolor
agudo y se desplomó. Su corazón, que había luchado tanto por la verdad, se
detuvo. Y con él, toda la investigación.
El tiempo pasó. La mayoría de la vida del exilio es empalagosa,
como mirar envejecer a una papa. El tedio lleva a la desmotivación, a la
desilusión, a la apatía, incluso a la depresión.
Pero la memoria no se desvaneció.
Hubo luego un gesto artístico. La Escuadra Sueca se convocó en
Estocolmo. No era un grupo, sino un pacto, una comunidad de resistencia
creativa. Levantar a los caídos y oprimir a los grandes.
Durante tres días:
poetas, escritores, artistas, exiliados que habían transformado el desarraigo,
el torpor, en arte: escritores de todo el mundo nos reunimos en Estocolmo,
unidos por el arte y el exilio: el artista Juan Castillo y el poeta uruguayo,
Roberto Mascaró, los poetas chilenos Sergio Infante, Carlos Geywitz, Juan
Cameron, Galvarino Santibáñez, Adrián Santini, Sergio Badilla, los jóvenes
artistas ácratas del centro Luna Negra. Jesús
Ortega, Rubén Aguilera. El poeta Gonzalo Millán llegó de Holanda, Tito
Valenzuela de Inglaterra, Walter Hoefler de Alemania, Fernando Rodríguez de
Noruega, Mariano Maturana de Bélgica. De Chile: Teresa Calderón, Andrés Morales,
Carmen Berenguer, Diego Maquieira y Elicura Chihualaf.
Lo pasamos estupendo. Como encontrar agua después de varios
días en el desierto.
Luego, el tiempo volvió a pasar como pasa una nube pasajera
con luna menguante. El tiempo y la fugacidad.
Oh, cansa ser emigrante.
Volví a Santiago, volví como si buscara algo que perdí,
quizá el andar liviano.
Caminé por Santiago y me pregunté a qué edad comienza la
vejez.
Me enteré que los antiguos sabios hindúes no contabilizaban
la vida en años.
Dejé de pensar en la edad, pero el espíritu de la Escuadra
Sueca me siguió cuando ahora, el dinámico Rodrigo Goncalves puso en marcha su
nuevo proyecto audiovisual en Valparaíso. La colonia sueco-chilena ha crecido
en Chile, y con ella, resuena un eco del pasado.
Sostiene Goncalves que se rumorea, a pesar del tiempo, que en
Valparaíso hay gente que sabe cosas certeras sobre la muerte de Olof Palme.
No es paranoia: son nuestras obsesiones, nuestras profundas
cicatrices.
El detective Miguel Emebé, un joven sueco-chileno, decidió
que era hora de reabrir la herida. Como una reencarnación. Como un karma. “Seguiremos
buscando al asesino”.
Pero la verdad tuvo un precio mortal.
A los pocos días, la tragedia lo golpeó. Dooty
Lonko-Andersson, su novia y experta en cultura nórdica, fue asesinada en una
galería de arte en Valparaíso.
La muerte de Dooty Lonko-Andersson fue solo el principio.
Después, en un bar del puerto, un veterano bizco, un
exiliado que había vivido en Estocolmo en 1986, una bala le cruzó la cabeza,
saliendo por su ojo bizco. Con su último aliento, le susurró a Miguel una clave
escalofriante: “Gorrión Rojo”.
La siguiente víctima fue la sueca Anna Ersdotter, la joven encargada
del Instituto Sueco-Chileno. La encontraron muerta en la playa Las Torpederas.
En su piel, alguien había tatuado el símbolo rúnico de Loki, el dios del
engaño.
En medio de ese torbellino de muerte y desolación, Miguel y
Petra Ersdotter, la hermana de Anna, se
unieron en un amorío desesperado. Buscan consuelo en los brazos del otro, una
forma muy erótica de lidiar con el dolor de la muerte presente. Petra sintió que Miguel era el hombre de su
vida.
Con encanto ligero la sueca Petra le dijo a Miguel:
“Yo soy Virgo y tú eres Escorpio, signos compatibles”.
Y Petra, como prueba de su amor superior, en medio del
desvarío anhelante, tuvo un hijo con Miguel.
Llenos de amor, Miguel y Petra se incorporaron a una red de
agitadores digitales, a la caza de una verdad que parecía no querer ser
encontrada, en un mundo que les parece cruel.
Su búsqueda llevó a Miguel y Petra al oscuro bar Cuchillo
Negro del fosco Barrio Puerto. Era una fachada de un nuevo movimiento de
resistencia. En el subterráneo, una moderna red de jóvenes ciber activistas se
ocultaba de las sombras que los acechaban. La noche caía sobre Valparaíso, y la
Escuadra Sueca, renacida digitalmente en la juventud, se preparaba para una
batalla final.
De eso es lo que les he contado en esta historia terrible y
dolorosa en una unidad de diez capítulos. Una uña reencarnada. Una cicatriz de
una misma herida. (Horacio aconseja no inventar asuntos nuevos.)
Sostiene el cineasta Rodrigo Goncalves que la búsqueda de la
verdad triunfará, aunque corramos el riesgo de volver a fracasar. Eso es
interesante.
“Porque escribí resistí, porque escribí estoy vivo” (Enrique
Lihn).