miércoles, diciembre 19, 2007

Poetas del Valle de Elqui

La Serena tiene hermosas playas donde colocar la toalla en el verano y gente amable en una ciudad que crece. Y siempre hay un arte literario muy fértil e intenso. Los artistas están sentados en una tradición acaudalada: Manuel Magallanes Moure, Carlos Mondaca, Víctor Domingo Silva, Braulio Arenas. Y Gabriela Mistral, la poderosa Gabriela, Nóbel en 1945. Y ahora la generación de los 80 que se extiende.
La generación poética latinoamericana de los años 80 sufría de insularidad. El poeta se sentía solo y aislado, por que el poeta estaba solo y aislado, es tan simple. Se trata, pues, de un derrumbe total. No era una dicha vivir en Latinoamérica. Claro que no. Se sufre de insularidad, muro y hundimiento. Esa ansiedad de que llegue una carta, una noticia desde lejos. O esa ansia de que por los medios de comunicación se cuele algo que salve, que ilumine aunque sea por un día. El argentino Luis Benítez: “Nuestra generación fue un puñado de hombres solos / una pizca de mujeres destruidas, / un manojo de nadas sin zapatos, / el racimo de las viñas de la ira. / Yo que agonizo / me permito evocarte aunque mi recuerdo / te cause asco, nena, asco profundo”.
Contra la fatalidad sólo queda la opción del exilio. Chao, me viro. Vivir en Latinoamérica era un letal error, literalmente un suicidio. Y si fatalmente no se podía emigrar, estaba el inxilio. En realidad, es el "islidio", reclusos en una isla.

Por primera vez, son poetas fuera del Estado. Antes, algo ligaba al Estado: una universidad, una beca, una fundación, un sindicato, un partido político o un club. Ahora, no tenían banderas, como cantaban Los Prisioneros. En Argentina, Uruguay, Perú o Paraguay, todos padecieron lo mismo. Es una generación, por primera vez, nacida al margen. Pateando piedras. Las razones las conocemos, no seguiré metiendo el dedo en la llaga. Nadie los apoyaba y nadie los apoyaría.
Pero en esas islas aparece una nueva ética: rechazan la renuncia y enfrentados al hastío, no dejan de inventar “peñas”, “retiros”, revistas, talleres de poesía, libros. Literatura entre las ruinas. La Serena también era una isla, un encierro geográfico. La ciudad tenía un solo camino de salida y de entrada (no tenía caso arrancar al desierto). Los poetas estaban tan confinados que no osaban ni siquiera mirar el mar, a pesar que son costeños. Sólo la playa y la arena. Tampoco el cielo nortino tan pródigo de estrellas, tan inspirador. Apenas ven las nubes. Su imagen predilecta es la ciudad de noche.
Ante la ruina, qué le vamos hacer, los poetas en Latinoamérica se reunieron en bares y peñas. Pero los serenenses, originales, se juntaron en un Café, un Café que ya no existe, pero igual es leyenda: el Café Tito´s. Publican numerosas revistas y trípticos (que alguna institución serenense debería recopilar y exponer). Mucha gente decente actuó culturalmente en La Serena, tal como están nombrados en la justa introducción a la Antología de la poesía del valle de Elqui tomo I, de uno de los pilares, Arturo Volantines. Están representados en la antología Vivian Benz, Elba Jiménez, Susana Moya, Pablo Baeza, Yair Carvajal, Oscar Elgueta, Samuel Núñez, Bartolomé Ponce, Patricio Rodríguez, Sergio Rodríguez Saavedra, Ricardo Rozas y Arturo Volantines.
Resumamos: la nueva poesía nace autónoma y a la orilla de las instituciones. El poeta asume un riesgo personal. Es decir, desde ahora cada poeta es libre de ser metapoético (Viviana Benz: “Sobre cadáveres / ruinas en la cima de las ruinas” o Ricardo Rozas: “ansío ser el ala / cambiando su curso / con sólo un latido”) o coloquial (Oscar Elgueta). Unos serán más sobrios y económicos en la utilización del lenguaje, casi epigramáticos (Yair Carvajal: “La muerte no es violenta. / Es suave. / Cuando el hambre / es el que / dispara.”). Suavemente surrealista (Elba Elena Jiménez). De influencia Beatnik (Samuel Núñez: “Los soldados de películas / han perdido, / todos se han dado cuenta”). Lárico (Sergio Rodríguez Saavedra). Un atrayente neobarroquismo de ficha origenista (Arturo Volantines: “La diabla cabalga indolida, a trote lento, / bestial y huidóbrica, por los llanos del cielo, / así la Carta della terra nuova retornará a la tinieblas”). En fin, Susana Moya escribe con influencias punk y contestataria: “Adicta de luna llena / me identifico loba / hereje ontológicamente / casta hasta cuando estoy en celo”

¿La poesía imita la realidad o es un modo de fugarse del mundo? En los autores serenenses se percibe una tendencia a que este viejo dilema pierda sentido. Tienden a un arte real e irreal, a la vez. O mejor dicho, tienden a una transrealidad. Una suerte de virtualismo. Verse a sí mismo desde afuera, o desde al lado. Hay un tendencia a acercar la voz lógica (la poesía que se basa en la realidad) y la voz órfica (la poesía metafísica).

Así nacen los mitos. La Serena ya no es isla, las instituciones ya no están al margen de la cultura.

Hay otras antologías dignas de leerse como la de Juvenal Ayala, Antología poética del Norte, Poetas de los Ochenta (1966). Colecciona a los nortinos: Carlos Marchant, Mayo Muñoz, Walter Rojas, Oscar Arancibia, José Martínez, Jorge Aracena, Guillermo Ross-Murray, Jaime Ceballos, Cecilia Castillo, Hernán Rivera Letelier, Luis Kong, Eduardo Díaz, Milko Cepeda, Sacha Díaz, Alvaro López, Wilfredo Santoro, Fernando Rivera, Gabriel Indey, Juan García Ro, Eduardo Aramburu, Juan Soñador Rivera, Samuel Núñez, Arturo Volantines, Elba Elena Jiménez, Bartolomé Ponce, Ramón Urbina, Julio Miralles, Susana Moya y Oscar Elgueta.

Sé que los escritores del norte, como los de otras zonas de Chile, sufren no tener eco. Los medios “nacionales” eluden referencia a la creación de provincias.

De nuevo, el próximo verano veremos todos los días en la tele primeros planos y paneos lentos de bellos culos y tetas serenenses tirados en la playa. ¿Pero habrá, para la tierra de Gabriela Mistral, un solo día, un sólo minuto del verano para la creación poética?

Publicado en Utopista Pragmático Nr 111 Santiago octubre-noviembre 2003, suplemento del diario La Nación

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