Teresa Calderón, Andrés Morales, Carmen Berenguer, Elicura Chihuailaf, Diego Maqueira, Sergio Badilla, Daniel Moore, Pancho Pérez Santiago. Se cumplirán 20 años del encuentro “Reconstrucción del tiempo” que se organizó en Estocolmo en 1989.
Había escuchado malos comentarios de la película Clavel Negro.
Sí, pero como película es mala, me dijo un huevón. Ya. Así fue como dejé que el tiempo pasara, huevón yo también.
He visto esta tarde de mayo, antes de almorzar, la película El Clavel Negro. Y este sábado de mayo he ido a almorzar con una sentida emoción.
Y me parece que los comentarios eran definitivamente falsos. Estoy seguro que el tipo no vio la película. Eso es común. Hay confundidores sociales que comentan películas que nunca han visto. Así como hay críticos literarios y profesores de literatura, que nunca han leído el libro que comentan. (Cómo hablar de los libros que no se han leído, Pierre Bayard).
El Clavel Negro, coproducción de México, Suecia, Dinamarca y Chile, dirigida por los suecos Ulf Hultberg y Asa Faringer, es una película sobre Harald Edelstam, embajador sueco al momento del golpe de Estado de 1973 en Chile.
Y lo primero que me parece plausible es la sensación de terror que recrea la película, el evidente ambiente de terror que produjo la instauración de la dictadura de Pinochet. Me parece plausible ese terror, cuando veo la película, por que yo viví ese terror real, cuando era muy joven.
Edelstam asumió como territorio sueco a la embajada de Cuba, cuando los milicos iban a masacrar a sus funcionarios. El embajador Edelstam concurrió al Estadio Nacional transformado en campo de concentración, en busca de la liberación de más mil detenidos torturados y que seguramente serían asesinados por las fuerzas del general Pinochet. Harald Edelstam se mantuvo hasta que el régimen militar lo expulsó del territorio nacional.
Sorprende la actitud tan aplomada y consecuente del diplomático Harald Edelstam. Tal como se dice al final del film, Edelstam marcaba la diferencia del anodino cuerpo diplomático internacional.
Se dice que Harald Edelstam ha sido olvidado en Suecia. Puede que sea verdad. Pero, ¿Y en Chile? ¿Qué han hecho los gobiernos?
En Chile, el único reconocimiento al héroe Harald Edelstam es la biblioteca municipal de San Miguel, que lleva su nombre, iniciativa del alcalde Palestro.
La labor de Edesltem para salvar a más de 1300 personas de la muerte, no habría sido posible sin la participación de Mario Luis Iván Lavanderos Lataste. Su figura también aparece destacada en esta película. Pero en Chile, si que nadie habla de él.
El mayor del ejército chileno Mario Luis Iván Lavanderos Lataste colaboró con Edelstam para trasladar a un centenar de uruguayos del Estadio Nacional de Chile hacia la legación sueca, con lo que evitó que fueran asesinados, el 16 de octubre de 1973. Al mayor Mario Iván Lavanderos Lataste lo mataron el 18 de octubre de 1973 en el casino de oficiales de la Academia de Guerra del ejército.
En una sociedad de creciente fluidez (Zygmunt Bauman) los discursos fragmentados logran espacio. Y por lo menos, en una elección que tiene tiempos muy acotados, la fluidez juega un rol y proyecta un ambiente de urgencia apremiante en las reorientaciones electorales, que debe ser tomado en serio.
Marco Enríquez-Ominami ¿Cómo ir de líquido a sólido?
Un liderazgo líquido. No tiene nada muy premeditado, pero le resulta. El candidato alternativo líquido muy bien posicionado en algunas de las últimas encuestas. Los medios digitales, los medios líquidos, lo apoyan. Esas relaciones son, al estilo de la levedad del ser de Kundera, débiles vínculos humanos, lazos provisionales y frágiles. Tiene el aura de la cultura de celebridades. Pensiero débole, pensamiento débil (Vattimo): especialista en sloganes y publicidad. Las comunidades de Marco Enríquez-Ominami son artificiales, líquidas, frágiles. Pero genera, en su lado positivo, un sentimiento de libertad y seducción.
Marco Enriquez Ominami, tiene que pasar, sin embargo, de líquido a sólido. Su fluidez no le permite soportar un peso, se deforma. El pie forzado es su inscripción. Tiene los tiempos cortos. En cuatro meses necesita 36 mil firmas sólidas. Inscribirse es costoso y se necesita dólares sólidos. Esto significa que el candidato tiene que concentrar sus fuerzas en solucionar este problema de solidez, tiene que arraigar judicialmente a muchas almas errabundas: llevar a una notoria a 36 mil ciudadanos líquidos.
Jorge Arrate: de sólido a líquido
Los sólidos mantienen la forma y tienen una clara definición espacial. Y de algún modo, con tendencia al estancamiento. Jorge Arrate, hace un año atrás, nadie hubiese creído en él. Desde que hace un año atrás, un pequeño grupo se reunía en una oficina de la calle Teatinos hasta hoy, proclamado candidato del Junto Podemos, Jorge Arrate resolvió un gran tema: tener el sustento orgánico para hacer una campaña. Un sustento sólido. Tuvo, hasta el último minuto, gran paciencia. Su estoicismo y su olfato político estaban intactos. Su núcleo es el pensamiento fuerte, frente al pensamiento débil.
Su ventaja es que es un político sólido, contundente e inequívoco. Pensamiento fuerte” (pensiero forte). Pero, en el actual contexto, es contundente y nutritivas como las lentejas. Su problema es que los votantes líquidos son más relativos, y, a menudo, la gente no está convencida de lo que quiere, pero sí sabe que no quiere lentejas.
De aquí en adelante, el líder de la izquierda de la izquierda clásica, del puño en alto, Jorge Arrate, enfrenta la gran tarea de captar votos líquidos. Debe competir con el carácter rígido y compacto de sus aliados comunistas, que no están para bromas, ni para aceptar de buenas a primeras el carácter más desideologizado de una parte importante de los votantes. Quizás la candidatura debería poner el acento en licuarse, por lo menos alguna de sus áreas, sin que sea traumático para su alianza, que ve con desconfianza el espectáculo efímero.
Arrate y Enríquez: ¿líquidos y sólidos unidos?
Arrate y Enríquez deben hacer en los próximos cuatro meses caminos inversos. Hacia lo líquido uno y hacia lo sólido el otro. Puede ocurrir, que esas fuerzas se crucen en un punto intermedio y descubran que lo que tiene uno, no lo tiene el otro. Y que se necesitan. Y en ese camino descubran que ambas fuerzas son parte de un todo mayor. Y descubran además, la era del compromiso mutuo. Quizás, en ese momento, por ahí por septiembre del 2009, una poderosa fuerza electoral habrá nacido. Sería la oportunidad de repensar todas las cosas.
Me escribe Luisa Maria Miralles desde Barcelona para contarme que el fin de semana visitó Toulouse, ciudad que fue sede del Gobierno republicano en el exilio y domicilio de la mayor concentración de refugiados españoles tras la Guerra Civil.
Para entender cabalmente eso, debo retrotraerme muchos años atrás.
Luisa y yo éramos dos jovencitos que caminaban por Santiago, desde la escuela de Ciencias Políticas (Cipol) de la Universidad de Chile, en la calle Triana de Providencia, hasta su casa en los alrededores de la Avenida Matta con Vicuña Mackenna. Allí conocí a su madre Quiteria y a su padre Isidro, republicanos españoles.
Allí en esa casa, España era un suspiro. Me da triste emoción acordarme de cómo vivía ese Isidro su exilio.
Isidro fue anarco sindicalista, secretario del departamento de agricultura del Consejo de Aragón y cuando fueron derrotados los republicanos españoles por el fascismo, él se quedó en las guerrillas de Los Pirineos. Al iniciarse la segunda guerra mundial, se sumó a la resistencia francesa. Cayó preso y lo internaron en un campo de concentración alemán. De allí logró escapar. Isidro entró a liberar París, junto a cientos de españoles, antiguos miembros del Ejército Popular Republicano. Por amor a Quiteria, Isidro llegó a Chile y aquí en el nuevo mundo nació Luisa Maria, mi amiga de juventud.
Un héroe, un hombre valiente en una casa de Santiago. Con el tiempo, uno aprecia más a los corajudos, que no esquivan su destino, cuando los llama.
Era una época dura y negra para nosotros también. Nosotros éramos una hueste de Cipol, resistentes a la dictadura chilena. Imaginativos y audaces, pero desarmados. Entonces empiezan a caer (José Bomcopte, Jaime Caldés: muertos. Luego es Héctor Reyes y otros varios, que pasaron largo tiempo en la cárcel)
Un día de esos muere Franco en noviembre de 1975 y Luisa, un tiempo después, llegada la democracia en España, ella acompaña a sus padres de retorno a Zaragoza.
Años después, un día me tocó a mí. Rodearon mi casa en la madrugada. Yo ya estaba avisado y pasé muchos y tensos meses clandestinos.
Unos años después, a comienzo de los años 80, iniciando mi exilio, llegué a Zaragoza, donde visité a los padres de Luisa.
El viejo combatiente había sufrido un ataque y estaba inválido. No podía hablar. Se emocionó con mi visita y me empezó a mostrar viejas fotos, que guardaba en unas cajas de zapatos, de su época de resistente. Me habló a media lengua de sus camaradas muertos en la batalla, o que nunca volvieron del campo de concentración. Mientras su esposa intenta distraerlo con recuerdos más floreados.
Recuerdo que fue un día muy conmocionado en Zaragoza. Desgarrador, emotivo, lúcido, conmovedor. Me pareció que yo era un estereotipo, adquirí conciencia que yo era una capa más de ese exilio. Contemplo en Isidro, mi futuro. Allí también pensé en Luisa y curiosamente, en mi propia hija, Claudia, que nacería en el exilio y que ahora, (qué singularidad) vive también en España.
Luisa María, espíritu migratorio, jardín errante, ahora me escribe y me cuenta que busca con ansias reconstituir la historia de sus padres. Va a la búsqueda de su propia historia también. Busca la convicción expresiva para hablar también de su Chile, de nuestro Chile, y sé que, versátil y talentosa, está encontrando esa voz.
Luisa me habla de unos textos de la Gabriela Mistral sobre la guerra civil española recién publicados, "Almácigo". En su blog, Luisa ha publicado este poema de Gabriela Mistral a Guernica, que ahora yo, por mi parte, reproduzco aquí: Árbol de Guernica Volverá a ser verde y ancho el roble, el roble nuestro. Mordido de la metralla, no del rayo de los cielos, volverá a brotar contadas una hoja por cada Euskaro y será a la semejanza nuestra y tierno. Mientras, andamos errantes sin criar roble en otros suelos, con un gajo sollamado que se aprieta contra el pecho. Volverá a ser en Euskadia el abra, el árbol y el ruedo del corro de manos dadas, y el himno al Dios verdadero, confesado y silencioso como la encina sin viento. Los heridos y aventados y los que a mitad de ruta dizque se quedaron muertos, todos volveremos, todos, el árbol, al ruedo. Mientras tanto parecemos casa en noche de saqueo. Y desvariados que dicen en refrán “Guernica” y “fuego”. Sigue entero y da, mascado en un brote verde un sabor de salmuera que resbala si lo muerden niño o viejo. Y con él, caído el sol, comulgan y esperan ellos. Mientras tanto caminamos tocando a puertas de acero de los que han la libertad y siguen sordos y ciegos. Crece con nuestras fés y voluntades y tuétanos. Crece al día y a la noche aunque le den pez y fuego y aunque zumben su despojo alguaciles y patán ebrio. Mientras tanto le rezamos sobre el jergón a dos leños: el de Cristo y el de Ignacio entrecruzados y ardiendo. Por islas, por archipiélagos, al asar pez y catar vino bárbaro tenemos sobre nosotros la sombra del buen roble que da silbo y oreo. Cortados como la sarta y la madeja, escupidos en la noche tártara partida del bombardeo, cada uno caminó cargando flor y madero cortado de él y llevándolo. Mientras que cortamos el aire, en la lengua sin orígenes decimos el Padrenuestro y el roble allá lo corea, fiel, hirviendo y recto.
Madre: En el fondo de tu vientre se hicieron en silencio mis ojos, mi boca, mis manos. Con tu sangre más rica me regabas como el agua a las papillas del jacinto, escondidas bajo tierra. Mis sentidos son tuyos, y con este como préstamo de tu carne ando por el mundo. Alabada seas por todo el esplendor de la tierra que entra en mí y se enreda a mi corazón.
Madre: Yo he crecido, como un fruto en la rama espesa, sobre tus rodillas. Ellas llevan todavía la forma de mi cuerpo; otro hijo no te las ha borrado. Tanto te habituaste a mecerme, que cuando yo corría por los caminos quedabas allí en el corredor de la casa, como triste de no sentir mi peso.
No hay ritmo más suave, entre los cien ritmos derramados por el primer músico, que ese de tu mecedura, madre, y las cosas plácidas que hay en mi alma se cuajaron con ese vaivén de tus brazos y tus rodillas.
Y a la par que mecías me ibas cantando, y los versos no eran sino palabras juguetonas, pretextos para tus mimos.
En esas canciones, tú me nombrabas las cosas de la tierra: los cerros, los frutos, los pueblos, las bestiecitas del campo, como para domiciliar a tu hija en el mundo, como para enumerarle los seres de la familia, ¡tan extraña!, en la que la habían puesto a existir.
Y así, yo iba conociendo tu duro y suave universo: no hay palabrita nombradora de las criaturas que yo no aprendiera de ti. Las maestras sólo usaron después de los nombres hermosos que tú ya habías entregado.
Tú ibas acercándome, madre, las cosas inocentes que podía coger sin herirme; una hierbabuena del huerto, una piedrecita de color, y yo palpaba en ellas la amistad de las criaturas. Tú, a veces, me comprabas, y otras me hacías los juguetes: una muñeca de ojos muy grandes como los míos, la casita que se desbarataba a poca costa ... Pero los juguetes muertos yo no los amaba, tú te acuerdas: el más lindo para mí era tu propio cuerpo.
Yo jugaba con tus cabellos como con hilillos de agua escurridizos, con tu barbilla redonda, con tus dedos, que trenzaba y destrenzaba. Tu rostro inclinado era para tu hija todo el espectáculo del mundo. Con curiosidad miraba tu parpadear rápido y el juego de la luz que se hacía dentro de tus ojos verdes; ¡y aquello tan extraño que solía pasar sobre tu cara cuando eras desgraciada, madre! Sí, todito mi mundo era tu semblante; tus mejillas, como la loma color de miel, y los surcos que la pena cavaba hacia los extremos de la boca, dos pequeños vallecitos tiernos. Aprendí las formas mirando tu cabeza: el temblor de las hierbecitas en tus pestañas y el tallo de las plantas en tu cuello, que, al doblarse hacia mí, hacia un pliegue lleno de intimidad.
Y cuando ya supe caminar de la mano tuya, apegadita cual un pliego vivo de tu falda, salí a conocer nuestro valle.
Los padres están demasiado llenos de afanes para que puedan llevarnos de la mano por un camino o subirnos las cuestas.
Somos más hijos tuyos; seguimos ceñidos contigo, como la almendra está ceñida en su vainita cerrada. Y el cielo más amado por nosotros no es aquel de las estrellas límpidas y frías, sino el otro de los ojos vuestros, tan próximo, que se puede besar sobre su llanto.
El padre anda en la locura heroica de la vida y no sabemos lo que es su día. Sólo vemos que por las tardes vuelve y suele dejar en la mesa una parvita de frutos, y vemos que os entrega a vosotras para el ropero familiar los lienzos y las franelas con que nos vestís. Pero la que monda los frutos para la boca del niño y los exprime en la siesta calurosa eres tú, rnadre. Y la que corta la franela y el lienzo en piececitas y las vuelve un traje amoroso que se apega bien a los costados friolentos del niño, eres tú, madre pobre, ¡la ternísima!
Ya el niño sabe andar, y también junta palabritas como vidrios de colores. Entonces tú le pones una oración leve en medio de la lengua, y allí se nos queda hasta el último día. Esta oración es tan sencilla como la espadaña del lirio. Con ella, ¡tan breve!, pedimos cuanto se necesita para vivir con suavidad y transparencia sobre el mundo: se pide el pan cotidiano, se dice que los hombres son hermanos nuestros y se alaba la voluntad vigorosa del Señor.
Y de este modo, la que nos mostró la tierra como un lienzo extendido, lleno de formas y colores, nos hace conocer también al Dios escondido.
Yo era una niña triste, madre, una niña huraña como son los grillos oscuros en el día, como es el lagarto verde, bebedor del sol. Y tú sufrías de que tu niña no jugara como las otras, y solías decir que tenía fiebre cuando en la vacía de la casa la encontrabas conversando con las cepas retorcidas y con un almendro esbelto y fino que parecía un niño embelesado.
Ahora está hablando así también contigo, que no le contestas, y si tú la vieses le pondrías la mano en la frente, diciendo como entonces: "-Hija, tú tienes fiebre".
Todos los que vienen después de ti, madre, enseñan sobre lo que tú enseñaste y dicen con muchas palabras cosas que tú decías con poquitas; cansan nuestros oídos y nos empañan el gozo de oír contar. Se aprendían las cosas con más levedad estando tu niñita bien acomodada sobre tu pecho. Tú ponías la enseñanza sobre esa como cara dorada del cariño; no hablabas por obligación, y así no te apresurabas, sino por necesidad de derramarte hacia tu hijita. Y nunca le pediste que estuviese quieta y tiesa en una banca dura, escuchándote. Mientras te oía, jugaba con la vuelta de tu blusa o con el botón de concha de perla de tu manga. Y éste es el único aprender deleitoso que he conocido, madre.
Después, yo he sido una joven, y después una mujer. He caminado sola, sin el arrimo de tu cuerpo, y sé que eso que llaman la libertad es una cosa sin belleza. He visto mi sombra caer, fea y triste, sobre los campos sin la tuya, chiquitita. al lado. He hablado también sin necesidad de tu ayuda. Y yo hubiera querido que, como antes, en cada frase mía estuvieran tus palabras ayudadoras para que lo que iba diciendo fuese como una guirnalda de las dos.
Ahora yo te hablo con los ojos cerrados, olvidándome de dónde estoy, para no saber que estoy tan lejos; con los ojos apretados, para no mirar que hay un mar tan ancho entre tu pecho y mi semblante. Te converso cual si estuviera tocando tus vestidos; tengo las manos un poco entreabiertas y creo que la tuya está cogida.
Ya te lo dije: llevo el préstamo de tu carne, hablo con los labios que me hiciste y miro con tus ojos las tierras extrañas. Tú ves por ellos también las frutas del trópico -la piña grávida y exhalante y la naranja de luz-. Tú gozas con mis pupilas el contorno de estas otras montañas, ¡tan distintas de la montaña desollada bajo la cual tú me criaste! Tú escuchas por mis oídos el habla de estas gentes, que tienen el acento más dulce que el nuestro, y las comprendes y las amas, y también te laceras en mí cuando la nostalgia en algún momento es como una quemadura y se me quedan los ojos abiertos y sin ver sobre el paisaje mexicano.
Gracias en este día y en todos los días por la capacidad que me diste de recoger la belleza de la tierra, como un agua que se recoge con los labios, y también por la riqueza de dolor que puedo llevar en la hondura de mi corazón sin morir.
Para creer que me oyes he bajado los párpados y arrojo de mí la mañana, pensando que a esta hora tú tienes la tarde sobre ti. Y para decirte lo demás, que se quiebra en las palabras, voy quedándome en silencio...
1923
En: Gabriela piensa en... Roque Esteban Scarpa (comp.), Santiago de Chile, Ed. Andrés Bello, 1978.
Eduardo Marcelo Cocca, profesor de la Universidad Kennedy de Argentina, dictaba cinco asignaturas, entre ellas, Ejercicio y Administración Farmacéutica y Legislación Farmacéutica.
El profesor averiguó con sus alumnos el costo de un descongestivo nasal en gotas, droga base nafazolina. El resultado dio el costo por frasco, 0,03 centavo, precio de venta 11,25 pesos. Una ganancia por unidad de 37.500 %.
El 5 de junio de 2007 es invitado a la Cámara de Diputados, en una jornada sobre “Ética y medicamentos“ y frente a legisladores, funcionarios gremialistas y farmacéuticos, planteó el caso del descongestivo nasal con el que ganan el 37.500 %.
Inmediatamente lo sacaron de la cátedra de Farmacia.
Nunca supe si mi vecino se llamaba Gunnar o Gunnay, pero algunos aseguran que se llamaba Gennar.
Era verano y yo subía la escalera con Luisa, una sueca-española que, al subir, mecía una minifalda amarilla ajustada con un cinturón de metal.
Mi vecino Gunnar, (Gunnay o Gennar) abrió la puerta. Tiene 80 años y arrastra los pies. Es algo sordo y vive solo. Todos los días alguien del seguro social le trae una colación que se la deja en la puerta. Mi vecino se gasta su pensión en copete, una vez al mes, pues no le alcanza para más. Ese día se bebe el vodka (aqua vita) y luego discute en voz alta con los animadores de la televisión. No entiendo bien lo que dice, por que el viejo tiene un dialecto cerrado y curado, pero se escuchan sus gritos a través de la muralla. La primera vez que Luisa escuchó los gritos del viejo estaba semi desnuda en un sillón, mientras yo le besaba un pezón. Como noté que se desconcentró le dije:
-No te preocupes, es Gunnar (o Gunnay, o Gennar)
En la puerta mi vecino se me acerca y por su actitud sumisa sé que va pedirme algo. Me pide, con su jerga endemoniada, que le haga el favor de ir a comprarle una stekkorv, un salchichón, que nosotros llamamos gordas. Una salchicha rica en colesterol, grasienta y de mal olor, pero barata.
Luisa entró a mi departamento y yo bajé al supermercado. No me molesta ir a comprarle. Yo nunca fui boys scout. Pero de chico, mi madre me enseñó a ayudar a desvalidos.
El viejo me estaba esperando y su puerta estaba entreabierta. Instintivamente entré a su departamento. Decir departamento es una convención que aquí debería ser puesto en cuestión. Les explico. Era un pasillo donde a un lado había una cocinillla y al otro lado un pequeño baño, y de inmediato la única pieza, una sala fétida con una cama, una mesita sobre la que había un televisor portátil, en blanco y negro, y una silla. Pobreza sórdida, seca, visceral.
Miro hacia al otro lado y allí me encuentro con un altar.
¡La puta que lo parió!
El veterano conchesumadre tenía colgado un retrato de Adolfo Hitler, rodeado de flores de plástico y velas encendidas.
El viejo culíao…
-¿Qué es esto? grité.
-No, me dijo, titubeando en su dialecto sueco de lumpen, es es es es basura, que tengo que botar.
-Sí, le dije, y me lo va a botar ahora mismo.
-Sí, sí, dijo el viejo Gunnar, (o Gunnay, o Gunnas) arrastrando las patas.
Pensé que se iba a poner a lloriquear. Ver gimotear a un viejo tonto es lo último que podría aguantar hoy día. Mejor me di media vuelta y me fui.
Hay gente sola que se inventa un amante.
Este vecino se inventó un dios huevón.
Así son las putas cosas de la vida.
En mi departamento Luisa había preparado un aperitivo.
Su minifalda amarilla me distrajo.
Ya para mí otra cosa no importa.
De Memorias eróticas de un chileno en Suecia, 1992