domingo, diciembre 29, 2013

Evangelio según mi zombi de Rubén Aguilera.

Eran las postrimerías de los años 80, finalizaban los tan mentado años 80. Rubén Aguilera era joven en 1989, según veo en la fotografía del libro bilingüe, Los escarabajos (Aura Latina) de 1989.
Recuerdo además su obsesión para que su libro quedara tal como él lo soñaba. Obsesiones de escritores, eso de soñar un libro,  cosas difíciles de entender por el entorno. Rubén había estudiado arte, y uno de sus gustos era pasarse metido en museos, y copiar cuadros, y tenía la manía de valorar a los libros por sus calidades estéticas. Manía de escritor. Deseaba que su libro “Los escarabajos”, que él había diseñado y dibujado, fueran contra un fondo oro. No sé que hizo la imprenta Team Offsett de Malmö para darle el gusto al poeta. Escarabajos de Oropel. Así salió esa edición bilingüe sueco/español de Aura latina, con espléndida versión sueca de Clemens Altgard, poeta fundador de la Pandilla de Malmö.

viernes, diciembre 27, 2013

“¿Hay algún autor no mediocre que sea razonable?” Mario Levrero conversa con Pablo Silva Olazábal

 “¿Es razonable un perro?”
“Conversaciones con Mario Levrero” de Pablo Silva Olazábal, editado por Lolita ediciones, es otro libro que he leído con interés.   Mario Levrero el escritor uruguayo, librero, editor de revistas, guionista de cómics y creador de crucigramas conversa con  Silva Olazábal sobre el arte y la verosimilitud del relato,  el cine, los dibujos animados, la telepatía, de la imagen como núcleo, los miedos al plagio, a esos textos que parecen dictados por textos ajenos.
Por ejemplo:
Levrero habla sobre un relato (que dice) que escribió y en que el personaje al despertar nota que su mujer que duerme a su lado, tiene una máscara. El hombre sale a la calle y se da cuenta que todo es fachada. Pero Levrero intuye el plagio y lo destruye. Luego un amigo le muestra un libro donde había el mismo cuento, con otro estilo, quizás, pero el mismo argumento. Levrero no recuerda el autor. Pablo Silva Olazábal recuerda a Levrero la película The Truman show dirigida por Peter Weir y protagonizada por Jim Carrey. Ahora sabemos que The Truman Show tenía su base en la serie de televisión La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone), que estuvo al aire entre 1959 y 1964 y que fue el  criadero base donde se engendraría lo que vendría luego en el terreno de la fantasía y la ciencia-ficción, auspiciado por la imaginación de Rod Serling. Lo sé bien, pues mientras escribía mi novela recién publicada, “Allende, el retorno”, (un Salvador Allende que despierta 40 años después de muerto y cree que está en una serie de la Dimensión Desconocida), vi de nuevo toda esa serie, que no ha envejecido mal.
Parece que todo es circular.
O Levrero conversa sobre un cuento que (dice) escribió para enviar a un concurso y le puso espejos porque en el jurado estaba Borges.
Eso dice. Vaya uno a saber. Lavrero lo hace verosímil.
Por eso este libro es interesante para escritores viejos y jóvenes y fue escrito en base a la correspondencia digital que mantuvo Silva Olazábal con Levrero entre los años 2000 y 2004. Incluye una carta al editor Francisco Mouat, una entrevista a Levrero realizada por el periodista Álvaro Matus, un ensayo de Ignacio Echeverría y fotografías del autor 
Mario Levrero (1940-2004):
“Para mi gusto, la crítica es una actividad innecesaria, improductiva, muchas veces destructiva.”
“Cuando el yo busca, es difícil que encuentre, porque estorba, quiere dirigir demasiado en algo que no sabe.”
“En mi caso, la literatura es más bien compulsiva. Más o menos como el cigarrillo o la comida.”

Mérito de Pablo Silva Olazabal, (n. 1964) que maneja la técnica de la entrevista con agudeza, por nada tiene un excelente programa de radio donde entrevista a autores,  el programa de radio La Máquina de Pensar, donde una vez hablamos él y yo, sobre Tomas Tranströmer y la poesía nórdica.  Ha publicado los cuentos “La Revolución Postergada” (2005), “Entrar en el juego” (2006) y la novela “la huida inútil de Violeto Parson” (2012).

Julio Ramón Ribeyro y sus entrevistas

Julio Ramón Ribeyro, el gran narrador y ensayista peruano, afirmaba que no le gustaban las entrevistas. Se consideraba tímido. “No me atrae en absoluto la fama” “Me incomoda que la gente me reconozca”. “Quienes me conocen saben que soy hombre parco, de pocas palabras, que sigue creyendo, con el apoyo de viejos autores, en las virtudes del silencio.
Paradojalmente, Lolita Ediciones ha publicado un libro titulado “Las respuestas del mudo”, de las entrevistas que Ribeyro dio  a diversos medios; recopilados, con prólogo y notas del crítico peruano Jorge Coaguila.
 Ribeyro, un escritor del que se ha dicho, con una broma muy literaria, que fue “el mejor  escritor peruano del siglo 19”, por su predilección por Balzac, Stendhal, Flaubert y Maupassant y las técnicas narrativas decimonónicas, creo que más que mudo,  le cansaba más bien la repetición de las preguntas de los periodistas. ¿Por qué te fuiste de Perú? ¿Cómo escribes?
Ribeyro tenía un sentido de la ironía tan fino en sus cuentos; y alejándose del naturalismo, aumentando el desfase, se fueron convirtiendo algunos en cuentos alegóricos y fantásticos, donde trata el asunto del doblaje o el doppelgänger, que yo valoro mucho, temas que fueron popularizados por Hoffman, Poe, Cortázar y Borges, pero que en realidad son temas presentes en los viejos cuentos de la humanidad.
Pero, se dice que la narración breve dejó atrapado o marginalizado a Ribeyro del boom literario latinoamericano, pues el cuento, como género, no tenía “buena prensa”. “Los libros muy largos me inquietan un poco”
Este es un libro que resultó valioso para mí. Quizás lo sea también para varios de ustedes.
  

domingo, noviembre 03, 2013

ALLENDE EL RETORNO. por Reinaldo Carreño Campos

Allende le tomó el rosto con las manos y le besó sus labios, rosa adorable. Besó en el momento oportuno. Imposible resistirse. Ella colocó las manos sobre los hombros que olían a humedad. Por un instante pareció que todo se movía en la habitacíon, parecían olas, raíces, navajas, dos astros que caen en el tiempo”.


En aquel tiempo en que medio gobernaba el compañero Allende, no todo era miel sobre hojuelas. En esa Escuela de Ciencias Políticas y Administrativas de la Universidad de Chile, que hoy es la casa de los comandantes en jefe de Carabineros de Chile, quien sabe hasta cuando, no toda la gente de izquierda era muy estudiosa.

Pero él era una excepción, estudiaba y hacía política. Yo le tenía, confianza y respeto, era una persona consecuente, lo que ya era bastante. Llegó el 11 de septiembre y muchas cosas pasaron. Con el tiempo él se fue al exilio externo a Suecia y luego a España. Yo recibí una beca obligatoria -que desde luego no pude rechazar- de exilio interno, diáspora en mi propio país. Ambos sufrimos segregación. Cada uno sobrevivió como pudo. Ambos amamos, procreamos, gozamos y sufrimos.

Quizás por soledad más que por vocación, que no lo sé. Quizás por ese afán irrefrenable de decir algunas cosas con claridad de modo que algunos no se den cuenta, que tampoco lo sé. Lo cierto es que ambos nos hicimos escritores, un poco a medio tiempo digamos. Escritores de distinto cuño. Él más al comic y al cuento, yo más al ensayo y la poesía. Pero escritores al fin. Digo yo. Hijos de dos exilios distintos.

Y he aquí que nos sorprende a todos en este Chile re - unido, mientras las alamedas intentan ensancharse, con esta audaz novelacuentohistorieta, de calidad y originalidad indudable, sobre el retorno del compañero Allende. Estupenda idea teológica sin duda. Como aquel otro señor, el compañero también venció a la muerte. Claro que todo esto en forma literaria, a no confundirse.

Disfruté la lectura, la releí. Me sentí orgulloso de mi compañero de universidad. Aun tenemos patria ciudadanos. Con delicada maestría el libro nos va mostrando los principales hitos del compañero Allende: hijo de Valparaíso, fundador del Partido Socialista, sus hijas, orador nato, amante exquisito, burgués, líder, bronce eterno.

Y además relata una historia propia, nueva, pujante, una novela dentro de una historia.

Como en la novela de Dostoyevski nos preguntamos: ¿Qué diría o haría el compañero Salvador si de verdad volviera a nuestro país?

Por lo mismo le dije le dije en la Primavera del Libro hace unos días: “Tienes que sacar muchos más Allende El Retorno, como la Marcela Paz con su Papelucho. Como Goscinny y Uderzo en Asterix y Obelix.

Quiero que Allende viaje a Punta Arenas, que camine por Antofagasta, que navegue por Internet. Que tome Terremoto en La Piojera. Que expropie las cabritas de los cines. Que retorne el mar para los chilenos, ese que tanto defendió. Que saque tarjeta en La Polar. Que compre en Costanera Center. Que hable de nuevo en Radio Magallanes on-line.

Quiero más Allende.
Nos hace falta.
Gracias Omar Pérez Santiago por habernos traído de vuelta al compañero presidente.

Reinaldo Carreño Campos

martes, septiembre 10, 2013

Yves Bonnefoy: La poesía es la sociedad renovada


Por Angela García
Ángela García : Cada vez surgen nuevos festivales de poesía en el mundo y crecen los auditorios de la poesía. ¿Cómo ve usted este fenómeno de apreciación de la poesía a través de estos eventos?
Yves Bonnefoy : Esta observación al comienzo, querida Ángela García: después que he visto, con ocasión de nuestro encuentro en Malmö, el film sobre el festival de Medellín, que me ha producido tanta emoción... Por diversas razones se me ha hecho imposible, en el pasado, ir a Medellín, yo sabía también que en el futuro no podría, experimenté un vivo pesar de que fuera así, y estaba entonces presto a ver el film con el gran interés que inspira la simpatía.

lunes, septiembre 09, 2013

Juan Carlos Cárdenas, héroe verde y azul,: “Soy feliz, pero tengo mucha rabia”

juan carlos
Juan Carlos Cárdenas, médico veterinario, director de Ecocéanos,  una vida de  lucha por el  medio ambiento chileno, en particular del  mar. Sus disputas  por el medio ambiente son legendarias. Un héroe verde y azul que ha alertado desde hace muchos años sobre los graves atropellos a la biodiversidad del mar  por empresas depredadoras. Cárdenas es un veterano luchador que enlaza varias generaciones de defensores de la naturaleza, el ecologismo, la sostenibilidad y conservación.
Merece un aplauso.
Aquí, en una entrevista muy personal entrega otra faceta, y habla sobre la felicidad, el amor, la violencia contra la mujeres y la sabiduría.

miércoles, septiembre 04, 2013

Urge púrpura la niebla: genealogía del sentimiento gótico siniestro en la poesía peruana


Elton Honores Vásquez1

Gonzalo Portals Zubiate2 (Lima, 1961) asiduo amante del horror, lo gótico, lo siniestro y lo fantástico, rara avis de la poesía peruana, acaba de publicar esta nueva edición de Urge púrpura la niebla. Poesía peruana de filiación siniestra (2008)**, libro que me toca presentar esta noche.
Lo siniestro puede ser definido como “lo funesto, lo aciago, [o] la (…) inclinación a la maldad” (V: 3949); pero ¿desde cuando este sentimiento -llamémosle así- ha estado entre nosotros?
Lo que haré, será establecer un diálogo con las ideas de Gonzalo respecto de la poesía siniestra antologada, y ejemplificar con algunos fragmentos, este tipo de poesía.

Etapa cementérica

Para Portals, lo siniestro irrumpe con claridad en el Romanticismo de mediados del siglo XIX, dada la inclinación estética de una línea del romanticismo, hacia lo tenebroso, lo fúnebre y la muerte. Si en algo se caracteriza esta etapa inicial del sentimiento gótico y siniestro, es en la inclinación y referencia hacia la muerte. Así, ésta es referida a través de un espacio concreto y físico: el cementerio. La muerte se construye como algo físico a un cuerpo-presencia, que observa y monologa.
Inevitablemente esta primera etapa, que define el autor como: “Cementérica”, en la que los poetas “acuden como quien asiste a un confesionario a intentar exculpar sus penas o a demandar la recuperación de la amada o del tiempo escabullido” (19), está marcada por el tópico del “vanitas”: es decir, la vanidad del mundo (belleza, poder, juventud) contra la que irrumpe la muerte, y homologa a todos (“Dichoso quien no ha perdido flores de su juventud!, escribe C. A. Salaverry).
En esta etapa se mezcla también el sueño barroco de “la vida como un sueño” y cierto remanente de la poesía mística, por la religiosidad implícita en algunos versos. E incluso, una imagen heredada de la poesía española, en versos de Manrique: “La vida es un río que va a dar hacia el mar/ que es el morir”, pues el espacio marino, aparecerá constantemente no solo en esta etapa sino también en las otras posteriores, con clara alusión a la muerte.
De este primer grupo de autores, llama la atención el poema de Justa García Robledo, quien en 1871 publica “A la luna”, con cierto guiño erótico insólito para el período:
[...]
Yo corría cantando alegremente,
Entusiasmada por tu puro brillo.
Risueña contemplabas mi carrera,
Y acariciabas con tu luz plateada,
Mi negra y abundante cabellera
En mis desnudos hombros derramada.
Hurtando el aire a mi jardín florido
Sembraba aromas con su raudo vuelo;
Y alzaba suavemente mi vestido
Cual si quisiera levantarme el cielo.
Portals incluye en este grupo a Mariano José Sanz, Carlos Augusto Salaverry, Clemente Althaus, Constantino Carrasco, Ricardo Rossel y Justa García Robledo.

Etapa del horror casero

La segunda etapa es denominada por el autor “Horror casero”. En ésta “el elemento tétrico o tenebroso comienza a adueñarse de los espacios (…) de ?puerta calle hacia adentro’ ” (19). Hay, aquí, evidentemente, una vuelta hacia el mundo interior desde la perspectiva de la fantasía.
La muerte deja de ser un hecho percibido, para convertirse en una experiencia del sujeto, lo que provoca una crisis, expresada en una subjetividad, que llega por momentos al paroxismo verbal. La muerte ya no es un “espacio”: es un cuerpo, una presencia. La influencia del modernismo, además de Poe y de Baudelaire, hace que en esta segunda etapa, irrumpa también lo demoníaco o lo satánico.
Este grupo incluye a autores disímiles como Manuel González Prada, Arturo Villalva, Federico Barreto, José María Eguren, José Santos Chocano, Roger Luján Ripoll, Luis Alayza Paz Soldán, Abraham Valdelomar, Pedro S. Zulen, Renato Morales de Rivera, César A. Rodríguez, César Vallejo, Miguel A. Urquieta, Augusto G. Berríos, Federico Boñalos, Luis Berninsone, Ernesto More, Alberto Rivera y Piérola, Alcides Spelucín, José Choino, Carlos Dante Nava, Germán Campos, Ramiro Pérez Reinoso, César Cáceres Santillana, Daniel Ruzo, Magda Portal, Alberto de Zuleta, Armando Bazán, José Torres de Vidaurre, Alfonso de Silva [seudónimo de Alfonso Silva-Santisteban], Enrique Peña Barrenechea, Xavier Abril y Rafael Arenas y Pezet.
De este grupo, destaca, Renato Morales de Rivera, quien en “Fantasía Sabática” (1940), escribía:
Helados, cruentos
y pestosos
vientos de la inesperanza
pudren todos los sentimientos
generosos (…)
un rojo, incandescente
velo de maldición
anubla lentamente
toda la visión de lo real.
En sus tranquilas
seculares cavernas
se derrumban las normas
eternas,
y aquella transfiguración monstruosa de las formas
pone el horror en mis pupilas
y el pánico en mi corazón. (…).
Otro autor es Augusto G. Berríos, quien en “Búcaros negros” de su libro Los poemas estrangulados (1943), dice:
Ya la muerte
araña negra
fatiga mi noche
y me aprieta entre sus garfios
el corazón:
copa
donde tantos dioses
abrevaron jugos
de luna:
mis neuronas crepitantes.
Y Luis Berninsone, figura importante dentro de esta tradición poética soterrada, con un libro completo adscrito a lo gótico, titulado Walpúrgicas (1917). En el poema “¡Aleluya al bardo maldito!”, escribe:
Salve al bardo maldito embrujado en lo estrambótico…! (…)
¡Al del hórrido empíreo, macabramente caótico,
y de seráficos gnómides: dantesca corte espectral…!
¡Y que en el lúbrico sábado de su aquelarre neurótico,
decrépita bruja estupra ¡sensualmente sepulcral! (…)
Y en “Himno a la noche”, concluye:
(…)
Virgen de báquicos senos de lirio ¡te quiero violar!
¡Símbolo negro, en la flor de tu sexo, espectral calavera!
¡Noche! No importa ni que ósea floresca en tu sexo… en la flor…!
¡Maga astrológica! es vano… no puede el encanto: tus SUEÑOS
¡Circe, yo voy aspirando el perfume de flores del Mal…!

Etapa del tenebrismo social

La tercera etapa, es denominada por Portals como el “Tenebrismo social”, caracterizado a partir de la obra de Manuel Moreno Jimeno, como “la exposición flagrante del dolor” (20); sumándose a esta etapa la “hondura psicológica” (20) de Juan Ríos. A ellos se agregan Mario Puga, Carlos Alberto Fonseca [seudónimo de Nelly Fonseca Recavarren], Aníbal Portocarrero, Gladis Basagoitia Dazza, Roger Darío de la Vega, Florencia del Río y Marco Antonio Guerrero Caballero.
En esta etapa caben autores importantes de la tradición poética como Jorge Eduardo Eielson, Manuel Scorza, Gustavo Valcárcel y Efraín Miranda (“Enfermo en la tierra deseo vivir en el agua. Junto al peñón elevado de la isla mi cuerpo es profundo, y en el fondo de mi alma refleja total oscuridad”, p.163), miembros de la llamada Generación del cincuenta.
Es oportuno considerar esta tercera etapa como la de madurez en la expresión del sentimiento siniestro, pues se consigue un equilibrio entre el sentimiento y la forma. Quizás sea importante destacar la obra de Juan Ríos, quien en “Infierno recuperado”, escribía:
(…)
Y mientras el triunfal gusano ruge, los cadáveres se pudren en las vitrinas de la muerte. Porque el hombre es más pequeño que su sombra. Y nadie muere sin dolor, nadie olvida sus insidiosos sueños, nadie se resigna a dejar de ser lo que jamás ha sido.
(…)
No hablo del infierno. De la feroz ciudad estoy hablando. De la feroz, llagada ciudad con sus cien establos acezantes donde los cuerpos se entregan los hailinos jaguares de la sífilis. No. No hablo del vicio, sino del hedor. No hablo del prostíbulo. Hablo del vientre pútrido del hambre, la cloaca…
(…)
Sin vida yacen los solitarios dentro de sus palpitantes ataúdes.
(…)

Etapa de la metafísica de lo oscuro

Una cuarta etapa es definida por Portals, como la “Metafísica de lo oscuro”, expresado en Juan Ojeda -poeta de los años sesentas-, casi como único autor de tránsito, entre la última etapa. Ojeda escribía en “Crónica de Boecio”:
[...]
Así, hemos elegido, tal vez,
un lenguaje que los dioses, ahítos ya de días,
abominan con innoble desencanto.
Tierra de los dioses que el hombre habita,
y bajo el murmullo del tiempo
una muerte segura.
Pero los dioses se cuidan
de ser demasiado terrestres,
Y esa es nuestra futilidad.

Etapa de emulsión de los fueros internos

Esta última etapa, que domina básicamente la producción de los años ochentas en adelante, es definida por Portals como una etapa “enmarañada, atomizada por fantoches y aprendices de vampiros, remedos de héroes góticos (…)” (20); en donde la expresión de lo siniestro se “estabiliza” como sentimiento, lo cual, inevitablemente, hace que sean más los elementos comunes, que los propiamente originales. Evidentemente nos encontramos ante una poesía que asimila la perspectiva cinematográfica y que recurre a una presencia constante: el vampiro.
En esta etapa se ubica la obra de Miguel Cabrera, Óscar Málaga, Javier Huapaya, Patrick Rosas, Enriqueta Beleván, Carlos López Degregori, Michel Mitrani, Guiliana Mazzetti, Enrique Hulerig, Mauricio Piscoya, Monserrat Álvarez, Leo Zelada y Raúl Solís.

Coda

¿Qué podemos desprender de este breve panorama del sentimiento poético siniestro, y sobre todo, de la excelente antología de Gonzalo Portals? Que lo siniestro, como muchas otras líneas temáticas -como el horror, lo gótico, lo fantástico- han sido y siguen siendo temáticas excluidas. Aquello que sale de la normalidad será siempre perturbador.
Además, el sentimiento de lo siniestro se formaliza a lo largo de nuestra tradición poética, a partir de símbolos como la muerte y el sueño que se homologan; además de la noche y la luna, como espacios del caos y de la irracionalidad; a ellos se suman los aquelarres, lo demoníaco y cierto elemento religioso, que permite al hablante poético interpelar, de modo directo o indirecto, a Dios como el Hacedor del mundo.
Poesía de las sombras, de lo oscuro, esta poética de lo siniestro cuestiona nuestra existencia, nos interroga respecto a nuestra condición de “cuerpos”, provocando una tensión entre lo real y lo ideal. La muerte es así transgredida y subvertida al punto de señalar -tan magistralmente- como Juan Ríos: “¡Solo sabrás la verdad cuando veas a los difuntos beber sangre!”.
Lima, 06 de septiembre de 2008
* Texto con leves modificaciones leído en la presentación Urge púrpura la niebla (Poesía peruana de filiación siniestra) (2008) de Gonzalo Portals, realizada en el “II Festival Oscuro” de Lima, el día sábado 06 de septiembre de 2008, a las 11:00 pm., en el Mao Bar.
** Disponible en la librería Commentarios.

1 Elton Honores Vásquez (Lima, 1976). Bachiller en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Bachiller y Licenciado en Educación por la misma universidad. Es especialista en narrativa fantástica peruana. Ha publicado reseñas y artículos de investigación en diversas revistas de literatura, además de un estudio sobre lo fantástico en el Perú, titulado “Oficio del buen sepulturero: Exhumación de la narrativa fantástica peruana”, incluido en La estirpe del ensueño (2008). Ha sido ponente en eventos nacionales e internacionales de literatura. Formó parte del Comité Organizador del I Coloquio Internacional de Narrativa Fantástica: “Manifestaciones de lo fantástico peruano” (2008). Tiene concluida la tesis de licenciatura: El cuento fantástico en la narrativa del cincuenta: 1950-1959.
2 Gonzalo Portals Zubiate (Lima, 1961). Escritor, periodista e investigador independiente. En poesía ha publicado Piedecuesta (1993) Premio Copé de Poesía, Confirmaciones de un descreído (1995) Casa de tablas (1997), Itinerario del cuerpo (1998), Histología (2000). En narrativa: Astro regente: Luna (1996), El designio de la luz (1999), Reyezuelo (2000). En el campo de la investigación ha publicado La estirpe del ensueño. Narrativa peruana de orientación fantástica (3ra edición del autor, 2008). Junto a Rubén Quiróz y Carlos Carnero, editaron Los otros (2006), en donde rescatan cuatro libros de poesía peruana: Peces de Betún (197?) de Mercedes Delgado, Los puentes (1955) de Augusto Lunel, Walpúrgicas (1917) de Luis Berninsone, Idiota del Apocalipsis (1967) de Guillermo Chirinos Cúneo.

lunes, agosto 19, 2013

POESIA INGENUA Y POESIA SENTIMENTAL


Poesía Ingenua Y Poesía Sentimental. de la gracias y de la dignidad.
Federico Schiller

 HAY en nuestra vida momentos en que dedicamos cierto amor y conmovido respeto a la naturaleza en las plantas, minerales, animales, paisajes, así como a la naturaleza humana en los niños, en las costumbres de la gente campesina y de los pueblos primitivos, no porque agrade a nuestros sentidos, ni tampoco porque satisfaga a nuestro entendimiento o gusto (en ambos respectos puede a menudo ocurrir lo contrario), sino por el mero hecho de ser naturaleza. Todo espíritu afinado que no carezcapor completo de sentimientos lo experimenta cuan-do se pasea al aire libre, cuando vive en. el campo ocuando se detiene ante los monumentos de tiempos pasados; en suma, cuando el aspecto de la simple naturaleza lo sorprende en circunstancias y situaciones artificiales.

El novelista ingenuo y el sentimental por Pamuk

Las novelas son segundas vidas. Como los sueños de los que habla el poeta francés Gérard de Nerval, las novelas ponen al descubierto los colores y las complejidades de nuestras vidas y están llenas de gente, rostros y objetos que creemos reconocer. Cuando nos sumergimos en una novela, y al igual que sucede en los sueños, a veces es tan honda la impresión que nos causa la extraordinaria naturaleza de las cosas que leemos, que olvidamos dónde estamos y es como si estuviésemos rodeados de la gente y los acontecimientos imaginarios que estamos presenciando. En esas ocasiones, tenemos la sensación de que el mundo ficticio que descubrimos es más real que el propio mundo real. El hecho de que esas segundas vidas puedan parecernos más reales que la realidad significa a menudo que sustituimos las novelas por la realidad, o al menos que las confundimos con la vida real. Sin embargo, nunca nos quejamos de esta ilusión, de esta ingenuidad. Al contrario, al igual que en algunos sueños, queremos que la novela que estamos leyendo continúe y esperamos que esta segunda vida siga evocando en nosotros un sentido constante de realidad y autenticidad. A pesar de lo que sabemos sobre la ficción, nos enfadamos y nos molesta que una novela no sea capaz de mantener la ilusión de que refleja una vida real.
Al soñar asumimos que los sueños son reales; así son los sueños por definición. De modo que al leer novelas asumimos que son reales, pero en algún rincón de nuestra mente también sabemos que nuestra asunción es falsa. Esta paradoja se deriva de la naturaleza de la novela. Empecemos recalcando que el arte de la novela reside en nuestra capacidad para creer simultáneamente en estados contradictorios.
Leo novelas desde hace cuarenta años. Sé que podemos adoptar muchas posturas con respecto a la novela, que podemos confiarle nuestra alma y nuestra mente de diversas maneras, que podemos tomárnosla en serio o a la ligera. Y de ese mismo modo, gracias a la experiencia he aprendido que hay diversas formas de leer una novela. Algunas veces leemos de un modo lógico, en ocasiones con los ojos, otras con la imaginación, otras con una pequeña parte de la mente, otras del modo en que queremos, otras del modo en que quiere el libro, y en otras con todas las fibras de nuestro ser. Hubo un tiempo en mi juventud en el que me entregué por completo a las novelas, en que las leía con gran atención, incluso con gran entusiasmo. Durante esa época, desde los dieciocho años hasta los treinta (de 1970 a 1982), quería describir lo que pasaba en mi cabeza y en mi alma del modo en que un pintor representa con precisión y claridad un paisaje animado, complejo y vívido, lleno de montañas, llanuras, rocas, bosques y ríos.
¿Qué sucede en nuestra mente, en nuestra alma, cuando leemos una novela? ¿Cómo es posible que esas sensaciones interiores difieran tanto de lo que sentimos cuando vemos una película, miramos un cuadro o escuchamos un poema, aunque sea una epopeya? Una novela puede, de vez en cuando, proporcionar los mismos placeres que una biografía, una película, un poema, un cuadro o un cuento de hadas. Sin embargo, el único y verdadero efecto de este arte es, en esencia, distinto del efecto de otros géneros literarios, del cine y de la pintura. Y quizá pueda empezar a mostrarles esta diferencia hablándoles de cosas que hacía antes y de las complejas imágenes que suscitaron en mí cuando en mi juventud leía novelas de forma apasionada.
Al igual que el visitante del museo que desea ante todo que el cuadro que está mirando deleite su sentido de la vista, yo prefería la acción, el conflicto y la riqueza del paisaje. Disfrutaba de la sensación de observar en secreto la vida privada de un individuo y de explorar los recovecos más oscuros del paisaje general. Sin embargo, no quiero transmitirles la impresión de que la imagen que albergaba en mi interior era siempre turbulenta. Cuando leía novelas en mi juventud, en ocasiones dentro de mí aparecía un paisaje tranquilo, profundo y amplio. Y en ocasiones las luces se apagaban, se acentuaban el blanco y el negro y luego se separaban, y las sombras se agitaban. En ocasiones me maravillaba la sensación de que todo el mundo estaba hecho de una luz muy diferente. Y en ocasiones se imponía la penumbra que lo engullía todo, el universo entero se convertía en una única emoción y un único estilo, y yo entendía que disfrutaba de esto y percibía que estaba leyendo el libro para sumirme en esa concreta. Mientras me veía arrastrado lentamente al mundo de la novela, me daba cuenta de que las sombras de los actos que había realizado antes de abrir las páginas de la novela, al tomar asiento en la casa de mi familia de Besiktas, en Estámbul –el vaso de agua que había bebido, la conversación que había mantenido con mi madre, los pensamientos que me habían pasado por la cabeza, los pequeños rencores que había albergado–, se desvanecían poco a poco.
Sentía que el sillón naranja en el que estaba sentado, el cenicero apestoso que tenía al lado, la habitación enmoquetada, los niños que entre gritos jugaban al futbol en la calle, y los pitidos de los ferrys a lo lejos se desvanecían en mi mente: y que un nuevo mundo aparecía palabra a palabra, frase a frase, ante mí. A medida que leía página tras página, este nuevo mundo cristalizaba y se volvía más claro, como esos dibujos invisibles que aparecen lentamente cuando se vierte un reactivo en ellos; y líneas, sombras, hechos y protagonistas se iban definiendo. Durante estos instantes iniciales, todo aquello que retrasaba mi entrada en el mundo de la novela y que me impedía recordar e imaginar los personajes, los hechos y los objetos me angustiaba e irritaba. Un familiar lejano cuyo grado de parentesco con el verdadero protagonista había olvidado, la ubicación imprecisa de un cajón que contenía una pistola, o una conversación que intuía que poseía un doble significado pero que era incapaz de discernir... Este tipo de cosas me molestaban mucho. Y mientras mis ojos se deslizaban sobre las palabras con afán, deseaba, con una mezcla de impaciencia y placer, que todo encajara sin más demora. En tales momentos, todas las puertas de mi percepción se abrían de par en par, como los sentidos de un animal asustadizo liberado en un entorno completamente ajeno, y mi cabeza empezaba a funcionar mucho más rápido, casi en un estado de pánico. Mientras centraba toda mi atención en los detalles de la novela que tenía en las manos, para amoldarme al mundo en el que estaba entrando, me esforzaba para visualizar las palabras en mi imaginación y para crear mentalmente todo lo que se describía en el libro.
Al cabo de un tiempo, el esfuerzo intenso y extenuante daba sus frutos y el amplio paisaje que yo quería ver se abría ante mí, como un inmenso continente que surgía refulgiendo con toda su intensidad después de que se hubiera levantado la niebla. Entonces podía ver lo que se narraba en la novela, como alguien que miraba tranquila y plácidamente por una ventana para recrearse en las vistas. La descripción que hace Tolstoi de cómo Pierre observa la batalla de Borodino desde lo alto de una colina, en Guerra y paz, se ha convertido para mí en el paradigma de cómo se debe leer una novela. Muchos de los detalles que percibimos que la novela teje con delicadeza y prepara para nosotros, y que creemos que debemos tener presentes en la memoria mientras leemos, aparecen en esta escena como si se tratara de un cuadro. El lector tiene la impresión de que no se encuentra entre las palabras de una novela, sino ante una pintura paisajística. Aquí, la atención del escritor para el detalle visual, y la capacidad del lector para transformar las palabras en una gran pintura paisajística a través de la visualización, son decisivas. También leemos novelas que no tienen lugar en amplios paisajes, en campos de batalla o en la naturaleza, sino que están ambientadas en estancias, en sofocantes atmósferas interiores: La metamorfosis de Kafka es un buen ejemplo de ellos. Leemos esas historias como si estuviéramos observando un paisaje y, al transformarlo en un cuadro en nuestra mente, nos acostumbrásemos a la atmósfera de la escena, dejándonos influir por ella y, de hecho, buscándola de forma constante.

lunes, agosto 05, 2013

Reconocimiento a Luis Martínez Solorza: Trece años de Letra.s5.com



Luis Martínez Solorza, vinculado a la real modernidad, durante 13 años, ha compilado las actuales reseñas diarias, que  se publican en  papel y en digital, y subirlas de inmediato a su sitio Escritores y Poetas en español,  una ventana eficaz al sistema de referencia críticas del sistema literario chileno,  que maneja un envidiable archivo de autores, quizás uno de los más visitados por los activos escritores y críticos literarios chilenos.
Esa tarea, de modo directo, abierto y con mucha dignidad, lo ha realizado por iniciativa propia, Luis Martínez Solorza, de modo autónomo, sencillo y amable.  Un verdadero aporte a la cultura literaria. Su página ha funciona, de algún modo, como complemento a la  antigua sección de Referencias Críticas de la Biblioteca Nacional, que compila los recortes de reseñas críticas a los libros en diarios y revistas, pero sólo en papel.

viernes, agosto 02, 2013

Realismo ácido de Jorge Marchant Lazcano






La novela de Jorge Marchant Lazcano, “La promesa del fracaso”, contiene una profunda pena y desdicha.
La obra de Marchant Lazcano -que alcanza las 350 páginas en 17 capítulos divididos en 3 partes más un preámbulo y un epílogo-  reafirma su calidad natural para contar historias y crear personajes, con pasajes compasivos, lúcidos, muy teatrales o cinéticos, donde a veces escribe como un experto guionista, esta vez sobre una familia triste de los años 50.
Un personaje principal de la novela, la señora Paz Munizaga va en la micro y conversa con su vecina Sara Fisher, a la que apenas conoce:
“-¿Usted es judía? –lanzó las palabras de pronto, sin saber por qué se lo estaba preguntando.
-Sí, mis padres eran judíos –le dijo la mujer, mirándola.
-No me imagino cómo es ser judío…no sé…ser distinto…
-Yo no soy tan distinta, ya ve usted…”
No es fácil hablar sobre la identidad, porque la tendencia inmediata es extenderlo a un pastiche, a una parodia, a algo suave y que no duela. No estamos acostumbrados a escuchar el dolor de los demás, porque tampoco somos capaces de oírnos a nosotros mismos. Olvidaremos las experiencias que contienen dolor.
Pero, el escritor Marchant Lazcano no está para parodias, ni para bromas, ni para contener el olvido.  
Ni nihilista, ni postmoderno.
Estéticamente, Jorge Marchant Lazcano es un escritor en la tradición del realismo chileno (como lo es la mayoría de la narrativa), aunque, en este caso, contenga un lirismo sin adornos, sutiles, invisibles sucesiones de hechos cotidianos, donde parece que no pasa nada y pasa de todo, como con la soda caústica que deja los cuerpos en huesos- con un narrador omnisciente o externo y austero pero que pasa hábilmente a la segunda persona, con técnica sutil- o adquiere un punto de vista femenino, con un pulcro tratamiento sicológico, donde aparecen tenues y dolorosas desavenencias de una familia de un funcionario bancario, que sobrecoge.  Realismo ácido.
Los matices y pormenores de esa familia que -en la nebulosa del momento- parecía constituir el epítome de la modernidad, una clase media pequeña, pero que la publicidad y la cultura pop hicieron ver como central de la época. Y el cine y la televisión crearon una mitología visual de esas parejas de esos suburbios. Queda claro en la novela que esa familia sufría un grave trastorno disocial: ellos eran minoría, pero creían ser mayoría. Ellos eran especiales como flores del desierto, pero ellos creían ser arbustos de la montaña.
Jorge Marchant Lazcano creó una señora dueña de casa, Paz Munizaga, madre de tres hijos, en casa recién pintada, pero que no sabe amar, o tal vez no sabe qué amamos cuando amamos. Una acotada Madame Bovary de la avenida Colón de Las Condes, cuando era un nuevo suburbio de clase  media construido con la Ley Pereira de 1948, que permitía exenciones tributarias para casas económicas. Y en esas casas de dos pisos, su hijo Javier sabe, tiene conciencia que sus padres no se aman. Algo triste e incómodo, que Marchant Lazcano desarrolla con decoro y coraje. Una historia que se desenvuelve silenciosa y lacerante.  Paz Munizaga es la mamá de un joven homosexual que tampoco aprende a amar. Es decir, es una mujer que es marginalizada en el amor, como su hijo. Javier, no es raro, se reconoce en su madre.
“Paz Munizaga sentía estar cansada, cansada por nada, era cierto, apenas cansada de ser una mujer que desconfiaba más de la cuenta.”
Falta tiempo aún para que lleguen las mujeres rebeldes de nuestra generación.
La novela aparece como un ensayo fatal de la pequeña ideología de la arrogancia silenciosa de los prejuicios. 
Una época ya pasada y de la que no queda nada. Pero Marchant Lazcano rescata el sustento narrativo:  sólo queda, quizá, una forma de aplanar, de invisibilizar.
No había allí en esas familias ningún fanatismo, ningún cínico. No, al contrario. Eficientes aplanadores. Seres tibios de tina, cuerpos arrugados de agua tibia. Pertinentes, moderados, decentes. Piadosos. Sin errores. Eran tan pegajosos que todo amigo que se les acercaba demasiado corría el riesgo de volverse  pusilánime. No conocían la ideología del exceso. No había debate, controversia, ni la dignidad del escándalo. No. Nadie quería chispas. Nadie quería excesos. No se discutía sobre lo esencial. No había profetas. No había quien descubra una fe revolucionaria, se cayera del caballo, y que revitalizara el hecho de vivir. Eran personajes maleables que desajustan. Seres respetuosos, pero erróneos, equívocos, errantes, inseguros, temerosos. Buenas personas. Pero tiemblan frente al diferente.
Paz Munizaga no será Madame Bovary, ni la Ana Karenina. 
Su destino será otro, será el destino de los saturados emocionales.
Y los demás personajes vulnerables de la novela, (su marido, sus vecinos, su hermana, quién sea),  fingiendo que esa era la vida que querían. Dubitativos, dudosos, no  querían ver, para no tener que aceptar. 
Es muy evidente que, por lo menos en la novela, no lo pasaban bien creyendo que ellos y su antejardín eran el modelo chilensis de vivir, el estado de la civilización. Tampoco lograban ver que todo estaba fuera de lugar. No veían que había un profundo desajuste. 
Y si algo se puede decir de esos personajes “perfectos”, construidos por Marchant Lazcano, es que eran sutil y tristemente  sordos.
Sordos y solos.
Solos.
Es fatal.
No hay final feliz en la aguda novela de Marchant Lazcano.
Pena y desdicha.
Falta aún un tiempo para que esos personajes, o sus hijos, descubran que el conflicto no es entre distintos, sino entre ricos y pobres.