“Acababa la guerra…La vida no valía nada.
“Regresó el
Ejército Rojo…
“Nos dieron
permiso para excavar las tumbas, para buscar dónde habían sido enterrado
nuestros familiares fusilados. Según la tradición, frente a la muerte hay que
vestir de blanco: chal blanco, camisa blanca. ¡Lo recordaré hasta el último día
de mi vida! La gente iba con lienzos blancos bordados…Todos vestidos de blanco…¿Dónde
habrán guardado todas esas prendas?
“Cavábamos…La
gente se llevaba lo que había encontrado y reconocido. Uno traía un brazo en
una carretilla, otro conducía un carro con una cabeza dentro…Un persona aguanta
poco tiempo entera debajo de la tierra, se habían entremezclado. Con la
arcilla, con la arena.
“No
encontré a mi hermana, me pareció reconocer un trocito de su vestido, me pareció
que era suyo…Mi abuelo me dijo: “Nos lo llevamos, así tendremos algo para
enterrar”. Y pusimos en el ataúd aquel trocito de tela…”
Svetlana Alexiévich. La guerra no tiene rostro de mujer, 2016.
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