viernes, abril 21, 2023

'Vida y muerte de Miguel', cuento de Pedro Almodóvar, de su libro 'El último sueño'


 'Vida y muerte de Miguel' por Pedro Almodóvar.

Algunos familiares y futuros amigos asisten al nacimiento de Miguel, todos observan atentos al sepulturero que ejecuta su trabajo sin prisas. El rostro de los más allegados expresa la natural resignación y el dolor que conlleva un acontecimiento tan triste. Miguel, todos conocen su nombre, va a nacer en circunstancias trágicas. Eso también lo saben todos los presentes.
Desde el primer momento puede conocerse el tiempo que va a durar la vida del recién nacido. Según las imprevisibles reglas de la naturaleza, la Vida es un periodo acotado cuya extensión se conoce desde el momento de nacer. Los documentos con los que nace cada individuo, que aparecen espontáneamente en cualquier lugar, aclaran la fecha en que el ciclo vital terminará. Para unos es antes, para otros después, en esta decisión nadie interviene, solo el Azar. Ese es uno de los grandes misterios de la vida. La edad del recién nacido está en relación con sus límites, el del principio y el del final. Por ejemplo, una persona que haya nacido con cuarenta años de vida, después de su primer aniversario dirá que vive desde hace un año y le faltan treinta y nueve para su muerte.
A Miguel no le han visto todavía, el sepulturero es lento. Por lo que se ha hablado de él, parece que va a nacer bastante joven, la madre lo sabe y a duras penas contiene las lágrimas. Aparece el ataúd de madera que le contiene, en la profundidad de la zanja. Como es costumbre, con desgano y escasas fuerzas, los familiares arrojan un puñado de tierra como saludo al que va a nacer. Los padres lloran con amargura, una de las tías anima con tópicos a la madre.
–No importa cuál sea su vida, no durará siempre; al final tendrá como todos una muerte liberadora.
–Sé que mi pobre hijo nacerá de forma trágica –se queja transida la madre.
–No pienses ahora en eso –insiste la tía.
La madre se lamenta entre gemidos:
–Nacer tan joven... Miguel no hizo nunca mal a nadie.
Los hombres encargados del desentierro extraen con unas cuerdas el ataúd que contiene a Miguel: esta es la primera fase del alumbramiento. El cura termina la ceremonia con unas oraciones, deseándole felicidad en su futura vida, y los amigos de la familia cogen la caja sobre los hombros y la conducen hasta un coche funerario que a su vez la conducirá a su casa.
Los padres, unos tíos, Elena, futura amiga íntima y la persona que más sabe de las circunstancias de su nacimiento, así como algunos amigos de la familia, se dirigen en sus coches a la casa de los padres. Allí empiezan las despedidas, intentan animarlos y les ofrecen su ayuda para lo que sea. La madre los mira desorientada, no entiende a qué tipo de ayuda se refieren y ellos tampoco, pero es una fórmula que todos adoptan, como un ritual. Solo se queda en la casa Elena, la futura amiga, y la tía.
Los encargados de la funeraria depositan en la habitación la caja y la destapan. Ya es posible contemplar el cuerpo marmóreo y rígido de Miguel.
Llaman a la puerta, llega una señora que pide hablar con la madre...
–En estos momentos no puede atenderla –le dice Elena, que sale a recibirla.
–Me lo figuro –dice la señora–, le explicaré: tengo un apartamento para alquilar, últimamente estaba vacío y hoy, de repente, lo he encontrado lleno de libros, ropas y objetos, por sus características, pertenecientes a un hombre joven, he buscado la documentación y aquí la tengo, enseguida he supuesto que se trataba de un nacimiento. Viene la dirección de sus padres también. Si quiere usted venir a recoger algún traje o lo que necesiten...
–Imagino que, si todo lo que ha encontrado es de Miguel, él se irá a vivir allí. Recogeré solo algo de ropa. A ver, deme la documentación, porque puede tratarse de otro nacimiento.
Elena lee entero el documento.
–Sí, es este, en efecto, se llama Miguel. Si usted ha encontrado su habitación repentinamente ocupada debe de estar ya al nacer.
–Yo a ti te conozco –dice la mujer.
–Sí, nos habremos visto alguna vez.
–Eso me parecía. ¿Necesitan alguna cosa más?
–No, gracias, ya solo queda esperar. Gracias por avisar.
Elena vuelve a la habitación donde han velado el cuerpo de Miguel. Cuatro candelabros rodean la caja destapada. La madre comenta:
–¡Qué joven es! Parece dormido y como sorprendido y asustado. ¡Pobrecillo, mi niño! ¿No han aparecido sus cosas todavía?
–Sí –responde Elena–, acaba de venir una señora a decirme dónde va a vivir Miguel después de nacer.
–Entonces ¿no vivirá con nosotros? –pregunta la madre decepcionada.
–No.
–¿Cuánto tiempo va a vivir?
–Veinticinco años. Mira.
La madre recoge con precipitación el documento que le extiende Elena donde se establecen la fecha de su nacimiento y la de su Muerte.
–Me gustaría ir a ese apartamento y ver cómo va a vivir los primeros días –dice la madre.
–No hay tiempo –dice la tía–, y tú allí no pintas nada. Tenemos que darnos prisa, después de esto ya debe de quedar muy poco para que nazca.
Como es costumbre, tienen que velar al futuro ser. Elena y los familiares que han llegado se turnan en el velatorio. El tiempo se arrastra pesadamente, la noche se hace interminable. Al día siguiente, un poco más descansados, a pesar de no haber dormido, los que aún quedan en la casa de los padres se disponen para la inevitable y última etapa del nacimiento.
El cuerpo de Miguel, vestido, no muestra ninguna particularidad.
–¡Qué va a ser de él, veinticinco años solamente! –grita de pronto la madre.
–Vamos a desnudarle –dispone la tía–, le pondremos la ropa que han mandado de su apartamento. No se ve ninguna señal de violencia y a su edad es raro que nazca a causa de una enfermedad... La expresión de su rostro da miedo. –Una expresión de asombro y dolor.
–¡Sí, pobrecillo! Vamos a desnudarle –solloza la madre.
Le quitan con cuidado el traje oscuro, en el pecho descubren la herida que le ha producido un disparo. Elena ya le había hablado a la tía sobre algunos detalles trágicos del nacimiento, pero de un modo confuso. La madre llora ante la segura amenaza que pesa sobre su hijo. Ella querría hacer algo, la impotencia frente a la tragedia le destroza el corazón.
–Mujer, por suerte no todo va a ser así –la anima su hermana–, después de la tragedia seguro que su vida tendrá también momentos de felicidad y placer. A pesar del rictus ese, es un chico guapo. Ha salido a tu marido.
Después de desnudarlo, le lavan y le dejan en la habitación solo. Se aproxima el final de la parte más dolorosa. Solo queda el hecho consumado del nacimiento real. En el caso de Miguel, por su juventud y la herida que muestra en el pecho, se le supone una primera etapa difícil, pero para sus familiares la vida continuará de otro modo, habrá desaparecido el actual dolor y a lo sumo quedará una inquietud más o menos honda por el destino de Miguel.
Es difícil saber con anticipación detalles concretos de su futuro próximo, pero basándolo en las condiciones del nacimiento se pueden predecir sus efectos naturales, y las circunstancias que rodean el de Miguel no son tranquilizadoras. Esa herida en el pecho augura un disparo que le hará nacer dentro de poco, pero no saben dónde ocurrirá. Falta poco tiempo para que sea disparada la bala que provocará su nacimiento. Por mucho que limpien la sangre del pecho, está cada vez más viva. A las personas que acompañan a los padres la espera se les hace eterna y deciden irse cada uno a su casa, incluida la joven Elena.
La madre está destrozada. Por fin llegan unos hombres a recogerle, en el instante de la separación la madre grita enloquecida «No, no, Miguel, no». Sabe lo que ocurrirá, los hombres se llevan a su hijo para que nazca después de recibir un disparo. La negación de la madre muestra su absoluta impotencia, no puede hacer nada para evitar su trágico nacimiento. La sangre de la herida brota a borbotones. Los hombres acarrean el cuerpo inerte, formando un cortejo fúnebre a la deriva. Caminan por la calle donde viven los padres de Miguel, atraviesan un parque polvoriento, guiados por la intuición caminan sin rumbo –como si estuvieran hipnotizados o en trance– durante veinte minutos hasta que el cadáver se les cae de las manos al suelo y con un extraño movimiento se incorpora. Cuando consigue estar completamente vertical, los brazos abiertos como si estuviera bailando, da un grito espeluznante; es el grito que todos los hombres esperaban, el grito iniciático que demuestra que Miguel está vivo. Los hombres que le acarrearon se van corriendo a un bar que hay enfrente. Ocurre todo en cuestión de segundos.
Un hombre algo mayor que Miguel, con la cara enmascarada por el odio, le dispara con una pistola desde la acera de enfrente (junto a la puerta del bar donde se acaban de meter los hombres que transportaron a Miguel hasta allí).
Miguel acaba de nacer, da sus primeros pasos semiinconsciente. La herida del pecho ha desaparecido súbitamente. Miguel empieza su vida con la seguridad de que algo fatal va a ocurrirle y que no va a tener tiempo ni manera de evitarlo. En la esquina de enfrente el hombre que le disparó le grita:
–¡Déjala, déjala!
–Quién será, por qué me grita de ese modo si no le conozco –se pregunta Miguel, molesto de que su primera experiencia vital sea tan violenta. ¿Por qué ese hombre le grita con tanta hostilidad? Miguel se le acerca y le amenaza–: ¡Como sigas así, haré que te detengan!
–No vas a tener tiempo, como no la dejes estoy dispuesto a acabar contigo–. Mientras dice esto, palpa nervioso la pistola que todavía lleva caliente en el bolsillo.

domingo, abril 16, 2023

Pedro de Valdivia y la naturaleza de los santiaguinos. Revista Off The Record

 A Alonso de Ercilla le llaman el padre de la literatura chilena. Pero. Ercilla era español. Nunca visitó Santiago. “La Araucana”, un proyecto imperial, se publicó en Madrid en 1569. En 3 siglos nadie la leyó en Santiago. Recién se publicó en Chile en el año 1888. Casi nadie la leyó. Se editó en 1910, la llamada edición del centenario. ¿No fue Ercilla una bizarra apropiación del siglo XX?



jueves, abril 06, 2023

Los Millennials del Barrio Yungay 2 [Los acontecimientos son reales. Los personajes, imaginarios] Por Omar Pérez Santiago Revista Off The Record, Abril 2023


Irita apareció en la cocina tras llegar de la calle. En su bello rostro lucía un delicado maquillaje en tonos pálidos, casi flemáticos, obra del estilista Pali del barrio Italia, con delineador de ojos Khol y labios glossy. Su cabello lo llevaba tocado hacia arriba, como si fuera una novia, y adornado con unos pendientes de plata y turquesa.
Al entrar, percibió un delicioso aroma que le abrió el apetito. El presidente Gabbe estaba ahí, con un delantal cubierto de harina, preparando la cena (Taggliata à la Gabbe). Se encontraba de buen humor, se movía al ritmo de Inner Circle (Sweat, A La La Long). Saludó a Irita con un beso.
—Hola, hermosa. La cena está lista y hay ostras al limón y merkén y un vino Chardonnay enfriándose en el refri.
Gabbe le sirvió en una pequeña mesa redonda de madera.
Irita se emociona al sentir el agradable ambiente.
—Oh, hombre deconstruido. Me gusta.
Irita se quitó el blazer verde palta y se quedó con una refinada camisa blanca satinada (posiblemente de Zara).
Irita se comió una ostra y tomó un sorbo de Chardonnay (tal vez de Casablanca). Se sintió muy satisfecha y usando un modismo, afirmó:
—Uy, quedé chuuuk.
Gabbe había promovido un momento romántico de ensueño.
Pero, el ambiente se congeló cuando Irita dijo:
—Reconociste públicamente que quieres tener hijos.
—Sí, me lo preguntó un periodista.
—Y ¿qué vas a hacer al respecto?
—Le dije también al periodista que eso es una cuestión de dos.
— Eso es un deal breaker.
—¿Sí?
—Es ruptura de un acuerdo previo. Mira el chismorreo en las redes.
—¿Es el chismorreo de las followers en los  podcasts de las  influencers feministas?
—¿No empieces, Gabbe? Esos podcasts son bacanes.
Gabbe sirvió dos platos de Tagliata humeante.
Se acercó y la abrazó por detrás.
—Parece que andas tirando el carro…
Ella le hizo un gesto irónico mientras empezó a comer.
—Aún te molesta que despidiéramos a tu amiga del ministerio de cultura. ¿eh?
—¿Quieres un viernes con política inmersiva?
—A ver, creo que ya estamos inmersos en la trama.
—Me molesta que resucites a las dinastías boomers del PPD o del MAPU y los pongas en el ministerio de cultura.
—¿Por qué?
—Fortalecen la distopía. Vuelven como zombis para dar pan y circo a una juventud arrinconada en sus barrios por la droga y la delincuencia.
—Te gusta la hipérbole, Irita. Te molesta que hayamos bajado a tu amiga del ministerio de cultura.
—Más me molesta que las mujeres seamos el pato de la fiesta. Y me molesta ver exhumar zombis.
—Pero, dime, Irita ¿dejamos el arte  reducido a sólo categorías  identitarias y a demandas de representación tribales?
—Pero, dime, Gabbe ¿quieres arte despolitizado?
—No. Pero tampoco podemos invitar a la Feria del Libro de Buenos Aires sólo a escritores comunistas.
—Eso también es una exageración, Gabbe. No te hagas el Larry.
Gabbe levantó los platos y trajo un postre helado, tan helado como el ambiente.
—Fue el ministro Gorgy quien me sugirió un nuevo secretario de cultura.
—Gorgy se ha convertido en el ministro de  Guardar las Apariencias. 
—Es difícil gobernar cuando, por ejemplo, una diputada se acuesta  con un futbolista y luego llama al alto mando de Carabineros para defenderlo.
—Me fastidia también que en esta mesa siempre terminemos hablando de la opinión del ministro Gorgy.
A pesar de su enfado, ella tendió a sonreír.
Después de comer en silencio, la discusión les causó un gran estrés emocional. Gabbe se acercó dulcemente a Irita
—¿Por qué después de una discusión de pareja aumenta el deseo sexual, Irita?
Ella sonríe. Se besan.
—El sexo de reconciliación es más rico.
—¿Crees que el sexo de reconciliación conduce al orgasmo feminismo?
La deriva de la conversación es un intenso preámbulo erótico que  acaba en las sábanas del dormitorio, un destino de placer inmersivo y lujurioso.
Después, Irita, con su cuerpo sudoroso y delgado se dirige al baño del dormitorio usando sus elegantes bragas (quizá marca Hipster de Intime).
—Siento malas energías en el baño, dice ella al volver.  
Gabbe fue el baño, puso atención en un bloque de cristal labrado con forma de huevo en una esquina. En ese instante, un temblor sacudió el lugar y dos tirones le indicaron que se trataba de un sismo de grado 5.6. El huevo de cristal se hizo añicos y un socavón se abrió ante sus ojos, revelando un desconocido sótano. La sorpresa invadió a Gabbe. Espeluznante anomalía. La aparición del portal creó un agujero a un mundo ignorado.
—¡Mierda!
Gabbe llamó a Irita gritos.
Ambos, —ella flaca, él achaparrado—, desnudos, se abrazaron, embargados por la turbación, frente al inédito portal.
—¡Oh! Mira Gabbe, mira allá...



(Continuará)

Proyecto Patrimonio


 


Escenas de la vida posmoderna: intelectuales, arte y videocultura en la Argentina de Beatriz Sarlo

Hace treinta años, el diario La Época de Chile publicó mi reseña del importante libro de Beatriz Sarlo, "Escenas de la vida posmodern...