Por Patricio Melillanca, periodista, Rahue, Los
Lagos.
El Barrio Lastarria es histórico. Visitado por
cineastas, escritores y artistas de la mejor factura. Por sus callecitas se
atraviesa de la Alameda al Parque Forestal y al Museo de Bellas Artes, desde
el Cerro Santa Lucia o Cerro Huelen hasta el río Mapocho y desde allí a
Recoleta, al Mercado Municipal y el barrio la Chimba. Pérez Santiago, escritor, traductor y viajero, posee
una narrativa caracterizada por una exploración de la identidad, la memoria y
la experiencia migratoria. Un viaje transcultural que entrelaza la literatura
chilena y nórdica. Con su pluma segura, sin siutiquerías y con gran
conocimiento de la literatura chilena y universal, Pérez-Santiago publica su
nueva novela “Barrio Lastarria”, en el que aparece la cotidianidad, la
juventud y luego la mirada aguda y ya reposada frente a la muerte que fue
protagonista en estas calles. Barrio Lastarria está escrita con
vitalidad ¿De dónde procede el tema? Dios me libre de ser chismoso. Pero la novela procede
del amor, del amor joven, de alegre sonreír. Y procede del ineludible paso
del tiempo, la alta velocidad de la vida, una verdad que punza, que pica como
los mosquitos. Un día eres un pobre muchacho ansioso de amor y al otro día usas un lindo bastón. Fin. Se
acabó. Todo se funde como un copo de nieve. Se terminó. Gracias por la
atención. El protagonista tiembla. No es un viejo indulgente. Es mala pulgas. Aunque ningún escritor,
viejo o joven, puede ser indulgente con un tiempo histórico que decepciona. En
las últimas décadas vendieron a Chile como un país de esplendoroso
desarrollo. Pero, la modernización emocional no siguió el ritmo. El dicho sostiene que la tetera no hierve si la
estás mirando. El Barrio Lastarria es un imaginario fantástico entre un río,
el Mapocho; un cerro, el Santa Lucia, el GAM y la Alameda. De tanto ir y
venir, te das cuenta la vida que allí hay adentro. Y es una tetera que hierve:
buble, buble, buble. Dios me libre
también de aburrir con aspectos técnicos. Pero concentrar la acción de la
novela en un espacio reducido es una probada técnica literaria. William
Faulkner inventó Yoknapatawpha, un condado ficticio en el Misisipi. El
mexicano Juan Rulfo inventó su Comala, Gabriel García Márquez su Macondo
y Juan Carlos Onetti su ciudad imaginaria de Santa
María Llama la atención los dibujitos
intercalados en la novela Cuando yo era niño, mi abuelo llegó un día con un
cuaderno de caricaturas que hacían de sus compañeros de trabajo, narigones,
ojos como huevos fritos. Me morí de risa. Empiezas a mirar las cosas de otro modo. Recuerdo
que fue una época muy gráfica, cuando nacieron los afiches y corrían los
comics populares, penetrantes como un bisturí. Eso, me daba risa, me rompía el coco. Y el
género de la novela es omnívoro, come de todo. Invade, anexiona y coloniza
territorios. No tiene miedo. No es pusilánime. |
En la novela “Barrio
Lastarria” la muerte aparece como un personaje muy presente. ¿Por qué?
Tan latente estuvo la
parca para mi generación de jóvenes chilenos que supimos temprano que la vida
podía ser
breve. Vi como sacaban a un vecino de su casa, para nunca más volver. Vi morir
a jóvenes compañeros de la universidad. Todo es ridículo cuando piensas en la
muerte.
¿Es un ajuste de cuentas con las huellas
del pasado, una retrospección?
Todo lo que alguna vez vivió y obró, continúa vivo y
obrando, a veces románticamente y a veces como símbolo. Es la tradición literaria
llamada “La Escuela del Pervivencia”.
¿Lo que pervive en tu novela son los temas
permanentes de Chile?
Quizá perviven los puntos ciegos de mi historia. Mi
pasado continúa ejerciendo una influencia en mi presente. Pero esta pervivencia
no es estática, sino que se ve moldeada por las nuevas interpretaciones y
contextos históricos. Mi pasado no es algo que se quedó atrás, sino que interactúa
con mi presente. Se desplaza, quizá a veces en un mar de melancolía, y se dilata
y contrae dándole un nuevo valor.
La escritora María Luisa Bombal… ¿por qué
tan presente en tu novela?
Es un reconocimiento, un homenaje. Bombal es la más
grande narradora chilena. Inventó la literatura fantástica en Latinoamérica,
antes que Borges.