Nuevas novelas han puesto de moda el síndrome -en familias de profesionales, se entiende- de las crisis de parejas cuarentonas. Escritas por escritores cuarentones, también se entiende. Ya ven, están de moda los ajustes de cuentas en familias inbunchadas.
Toquen madera.
Teresa Calderón tiene un nombre reconocido dentro de la poesía chilena. Pero, de pronto, le picó el bicho de la narrativa. Publicó cuentos en Vida de Perras y ahora ha publicado una novela, Amiga Mía, con la que Teresa Calderón ganó el más importante de los premios nacionales, el Premio del Consejo Nacional de Arte y Cultura, año 2004.
Amiga mía, digámoslo de entrada, es un viaje interior al estilo de C. G. Jung.
Catalina e Isabel, dos cuarentonas santiaguinas, beben café en el Tavelli de Providencia. Catalina le hace leer a Isabel un cuento donde ella está metida en un sueño que es, a la vez, el sueño inicial de las películas capitales del sueco Bergman, Fresas Salvajes. El personaje contempla su propio cadáver. En la película, Borg, que así se llama el protagonista, decide emprender el viaje en coche con su nuera que se ha ido de casa de su hijo tras una discusión por su embarazo. Durante el viaje para en la casa donde pasaba sus vacaciones de niño, donde crecen fresas salvajes y tuvo su primer amor. Y mediante asociaciones libres de imágenes oníricas descubrirá que el triunfo, la culpa y la muerte son centrales en su vida.
Catalina recuerda brumosamente que debe hacerle caso a los sueños, “conoce al instante los graves escritos de Artemidor”, como dice el poema Idus de Marzo, de Constatino Cavafis, que Catalina también rememora. Así, las imágenes misteriosas del sueño de Catalina, dan origen, en la novela de Teresa Calderón, a un viaje interior de dos amigas, con vidas malgastadas y la juventud perdida. Las relaciones afectivas se convertirán en el centro de la novela, la creación de una imaginería y un tejido fantasioso que pasan a constituirse en realidades existenciales, premoniciones y profecías. En esa zona de evaporación se usa una técnica narrativa fragmentaria que conduce a una pantalla iridiscente, para descubrir el contenido latente del sueño.
La novela de Teresa Calderón, con ese aire brumoso y difuso, con reiteradas referencias literarias, transcurre entre amores viejos decepcionados, trágicos y románticos, la soledad y el abandono, la infidelidad y el alcoholismo. Son, en suma, memorias, sesiones psicoanalíticas, pedazos de diarios, esbozos y resonancias donde aparece el desgarro, la soledad y el anhelo de amor.
La novela Amiga mía, como la película Fresas Salvajes, es pesimista y triste. No puede ser de otro modo: es una historia de la desilusión.
Se molestó Gonzalo Contreras por las críticas a su último libro La Ley Natural (2004). Por cierto, su molestia es con “ciertos críticos jóvenes con ambiciones literarias que pretenden descalificar a la generación anterior. El crítico Alvaro Bisama afirmó que Contreras, tiene “formas narrativas al borde de la inanición.” Alejandro Zambra escribió: “algunos percances en el manejo de los tiempos verbales y ciertos problemas en la construcción de la verosimilitud resultan enormemente distractivos y finalmente amagan los méritos del relato.”
Francisco Bertrán, el personaje, es un arquitecto cuarentón que va a recibir al aeropuerto a Bárbara, su sobrina de 15 años, media holandesa y media chilena, y que está embarazada. El padre de la chica, Pascal Bertrán, aparece luego de improviso en Santiago con una mujer, Muriel. Y la hija Bárbara no quiere irse con su padre, desea quedarse con su tío Francisco, que está en proceso de separación de su mujer, Diana.
Yo creo que el principal problema de la novela de Contreras no es la verosimilitud, ni su lenguaje opaco (algo que otros admiran en Contreras). Tampoco su notoria facilidad para urdir historias, lo que yo considero un real mérito.
El tema es otro.
El personaje Francisco Bertrán, es un arquitecto pagado de sí mismo, que ve con suma desconfianza el mundo exterior y a su entorno. Principalmente le hostiga su hermano Pascal, medio volado, medio hippie, medio vagabundo, y medio cínico–es decir, distinto, ambiguo y sin certezas. Y le hostiga pues Francisco Bertrán se cree central, no marginal. El cree que su forma de vida –mediocre, gris- es esencialmente canónica, políticamente correcta. En eso, el personaje, por más que le ocurran cosas, por más que la vida le grite evidencias, no cambia nunca. Si la realidad no se me parece, yo cambio la realidad.
Es la Ley natural.
Me saco de encima a mi hermanito tontorrón y caprichoso y ya está.
Gonzalo Contreras ha dicho que su novela es la novela del cambio. Se supone que Francisco Bertrán entró al cambio. Sí, todo ha cambiado, pero Francisco sigue igual de presumido. Francisco, a pesar que todo cayó a su alrededor, sigue siendo el pedante antipático. “Ahora, acalladas las voces, todo volvía al orden, al desorden, acostumbrado” (Lampedusa) Francisco ve cierta pureza o cierta salvación, en una niña excéntrica y abandonada de quince años, tema por lo demás ya planteado en La Ciudad Anterior, la primera novela de Contreras. En esa primera novela Feria –el protagonista- elucubra también la posibilidad de quedarse con una joven también en situación de abandono (hija de un desaparecido).
Hum. ¿Es el ordenador de vidas difusas?
Inicialmente, Amalia Espejo de Sagüez también es una siútica fastidiosa, una dama cuarentona que no me gustaría tener ni de amante, ni de mamá, ni de amiga. Inicialmente. Es la protagonista de la bien urdida novela, con una habilidad en los diálogos, Imperfecta Desconocida de Sonia González. Amalia está casada con el médico Marco Sagüez, tiene tres hijos: Raimundo, Salomé y el pequeño Cristóbal, un niño enfermo de Gatum, un síndrome físico y mental. Tiene una empleada, Margaret, muy central en la novela, una amiga que se llama Rosicler y su analista el señor Casas. Esta dama menopaúsica, dueña de casa y fundamentalmente ociosa, se dedica a escribir cartas a los periódicos, su apostolado. Amalia no sabe lo que es un juego de rol, ni que es la música metal, pero se sabe de memoria Rojo y negro de Stendahl. Sin embargo, vaya sorpresa, de joven se declaró revolucionaria, miren lo que es la vida, y estuvo alguna vez en al escalinata de la Biblioteca Nacional de Santiago, vociferando lemas.
¿Cuándo comienza a cambiar? Cuando tiene una relación amante-maternal con un hombre de 20, Leonardo Mariángel. Amalia le coloca el seudónimo de Julián Sorel, (el personaje de Rojo y Negro). Lo que viene es un ahá, miren, lo que es la vida. Cambia, de algún modo, cambia esta señora, muda de aires y empieza a establecer contacto con sus hijos.
Todo se derrumba también en esta novela, pero, para mi gusto, no podía pasar de otra manera, pues nadie puede freírse eternamente en una paila.
Amalia, que ha descubierto el veneno que hay en el agua estancada, debería leer ahora el ensayo Del Amor de Stendahl. El viejo lo sabía todo: “El amor es la única pasión que se paga con la moneda que ella misma fabrica.”
De Escritores de la Guerra, Foro Nórdico de Aura latina, 2004.
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Me parece conocido este fragmento jeje
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