Inverosímil.
Estamos en el año 2009.
Y sin embargo, el escritor venezolano Gustavo Guerrero, consejero de Gallimard, aún discute en un empalagoso artículo titulado Critica del panorama en Letras Libres, el exotismo del realismo mágico o el izquierdismo de la revolución cubana, como fenómenos literarios que habrían sido, según él, paradigmáticos y predominantes (metarrelatos o “panoramas” los llama él).
A consecuencia de eso, sostiene Guerrero, la literatura latinoamericana no existe más y, también sostiene Guerrero, la flacuchenta tesina de que ahora la literatura latinoamericana es un producto disímil, difícil de enmarcar en una estética particular, y que se encuentra más bien en la línea de la posmodernidad.
Sorprende lo antigualla.
Añejo, pues eso ya lo representó inicialmente desde la Zona de Contacto de El Mercurio el chileno Alberto Fuguet y su segundo abordo, Sergio Gómez, en los primeros años 90. Esas movidas publicitarias colocaron, finalmente, un solo tema en debate. El asunto del posicionamiento del escritor en el mercado, la desesperación del reconocimiento, las ganas de convertirse en un negocio, el deseo de respetabilidad literaria. Es decir, el tedio y la complacencia en el hoyo, en el culo del mundo. En realidad ningún tema literario.
Y, vaya cómo ha pasado el tiempo desde entonces.
Mas, parece que, a pesar de la tinta que corrió debajo de los puentes, ese facilismo alucina aún a Guerrero. Gustavo Guerrero revive el asunto del Mcondo y su réplica mexicana del Crack para argumentar que la actual narrativa latinoamericana es un híbrido.
Pero a Gustavo Guerrero lo atajó bien y fácil otro Gustavo, el peruano Gustavo Faverón Patriu, en un artículo llamado justamente Sobre un artículo de Gustavo Guerrero.
Sostiene Faverón, con razón, que han habido líneas estéticas muy diversas y poderosas en América, y no sólo el realismo mágico. Argumento cierto y fácil, muy fácil de probar.
Además, sostiene Faverón, que la corriente del realismo mágico, no es sólo latinoamericana. Está en la obra de Rushdie o Morrison o Mahfuz o el último Mulisch. Yo podría agregar que ya estaba presente en varios otros buenos y ya antiguos escritores escandinavos como los premios nóbeles, Laxness y Lagerlöf. Asimismo, eso se reproduce en los nuevos escritores como el islandés Gudbergur Bergsson, el danés Peter Høeg o el noruego Kjartan Flögstad, y su realismo ártico.
Guerrero afirma que el desconocimiento y la geografía provocan la balcanización de las letras latinoamericanas y una dificultad para conocer lo que ocurre en nuestros países. Y así afirma: “siempre se consigue más información sobre América Latina en Europa o en Estados Unidos que en la propia América Latina.”
El neófito no se entera como van las literaturas nacionales. Mas, es difícil de creer que le ocurra a un escritor activo. Peor aún, es difícil de aceptar que para enterarse de literaturas latinoamericanas, uno debería viajar a Europa. (Al parecer, un editor en Europa, que camina de su departamento a su trabajo, necesita simplificaciones)
Voy a poner el ejemplo chileno, país que más conozco, porque viajo por nuestras ciudades y por que me relaciono con escritores y hablo con ellos. Y no sólo hablo, también a veces, ceno y bebo con ellos. Y, para hacerla corta, mi conclusión es que una de las corrientes más fuertes es el nuevo realismo.
Lo ha dicho también en un excelente artículo el escritor chileno Iván Quezada, a raíz de la lectura de las novelas Fumador y otros Relatos, de Marcelo Lillo; Las Manos al Fuego, de José Gai; y Los que sobran, de Mario Silva: “Además, creo yo, surge de una necesidad colectiva por volver a compartir valores como la historia, la intuición, la conciencia omnisciente del escritor y el arte con sentido.”
Es la misma línea está el escritor mapuche Javier Milanca y su realismo chungo o Jorge Marchant Lazcano. Y una de las figuras indiscutibles de la nueva literatura latinoamericana es el chileno Roberto Bolaño, cuyo “panorama” es un ambicioso realismo cult-pop.
Esa nueva narrativa realista responde a la gramática de la post globalización.
Retoma realidades latinoamericanas fuertes, en ambientes de desecho, en esos suburbios de las ciudades, en la frontera de lo legal, lo duro y lo bizarro. Se admite aquí que vivimos entre la fragilidad y la violencia, en un presente desolador: catastrófico en términos de equidad y justicia social, siniestra en materia de respeto a los derechos humanos y apocalípticos para la salud ecológica del planeta. Es una literatura que fortalece un nuevo círculo para presentar una realidad muy chunga, de mala calidad, difícil y peliaguda que dejó el paso de la globalización en América Latina.
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