lunes, julio 01, 2013

Sin intermediarios, cuento de Daniel Tobar, 1990

Ilustración de José Luis Liard



Pancho dejó la puerta abierta para que ella, camino del trabajo, entrara a hacer la visita corta, rápida, intensa y deleitante, después desaparecía como si todo hubiese sido un sueño que se repetía todos los días de semana. Sábado y domingo la echaba de menos pensando en que estaría con su marido.
Cuando no alcanzaba a despertar le zarandeaba el cuerpo de ella metiéndose bajo la sábana caliente. Pero esto a ella no le gustaba. Le reprochaba porque quería que Pancho estuviese en pie delante de su máquina de escribir, no por un sentido moralizante o por ética escandinava del trabajo, sino porque a ella le gustaba simplemente encontrarle delante de la máquina. Entonces apenas le saludaba desde la puerta donde tiraba sus zapatos de un lado y la cartera de otro y, como presa de una fuerza oculta, se metía debajo del escritorio, aparecía de rodillas mirando hacia el cielo mientras sus suaves manos se deslizaban a gusto y Pancho sentía el contacto directo.
En Malmö aprendió muchas cosas, una de ellas fue la de que los intermediarios no sirven para nada. Por eso ya no envió nunca más sus artículos que caían en manos de un redactor de segunda clase e inquisitorio tiraba los trabajos al tiesto de la basura.
-Qué chucha, para qué quiero intermediarios, solía decir en estas ocasiones. Se fue directamente donde el jefe redactor de las páginas culturales, platicó de esto y lo otro, le invitó al Tva Krögare a saborear un Bardolino, como quien invita a un viejo amigo y de palmoteo en la espalda le dijo que tenía organizada una charla, que el jefe podía hablar de lo que le viniera en gana, después cedió solito, y sin que Pancho se lo dijera, el jefe, antes de despedirse, dijo: tus artículos envíalos directamente a mi oficina. Entonces Pancho aguzó el lápiz, sacó su libreta, anotó el número de teléfono, y dijo también: antes que me olvide, desde ya está invitado a la fiesta por la publicación de mi novela, un chao, cuídate y toma, aquí tienes mi tarjeta, donde, escrita con letras doradas, se anuncia, entre otras capacidades, la de periodista.
Así, directo, sin caricias intermedias su manos bajan el cierre, Pancho siente las uñas que las adivina pintadas.
Que sea directo, le dijo a Rolf Lundel, político de la ciudad. Mire, si usted quiere nos tomamos la ciudad, pero tome nota; lo hacemos sin el aparato de su partido que es un monstruo que ha perdido el contacto con las masas. Hagamos política directamente. En Rosengard; mijita, baile conmigo y vote por mí porque yo represento sus intereses, que no la engañen más los políticos estos, como se puede imaginar que ellos la van a representar, y que siga la cumbia y un valsecito también, usted mijita ya no necesita más darle el voto a esos pelotudos…, conmigo va segura, usted me dice que cosas quiere sacar o poner en la ciudad y yo veo que la cosa se cumpla directamente.
Sin intermediarios de segunda mano ni fuentes prostituidas de la prensa taquillera y sensacionalista, se fue directamente a entrevistar a los tranquilos y recelosos campesinos en el corazón de la región de Skane, los que no querían saber nada de los cabezas negras. Haga un reportaje, le dijo el diario, y Pancho en el papel de periodista entró en una peluquería donde entrevistó al peluquero que le cortó el pelo, afeitó y hasta arregló los bigotes, sin saber que Pancho iba con la intención de preguntar todo lo que preguntó. Escribió grandes reportajes donde también incluyó la entrevista con la cajera del IKA detrás del mostrador, una rubia de falda corta ajustada con medias negras transparentes que tornaban la carne más viva y preguntó si le gustaban los ojos café y el cabello oscuro, porque para que vamos a estar con cosas que desvirtúan la verdad, pensaba Pancho, si la palpitación de la sangre no tiene colores, qué rica que está mijita.
Cuidado con la uñas que ya están metidas al otro lado del cierre en busca del contacto directo con el volcán anquilosado que espera impaciente todas las semanas las caricias  de la carne que le harán erupcionar dejando en libertad el chorro de palabras que van formando las frases que resumen lo que dijo la rubia aquella vez en el pueblo donde el diablo buscó refugio después de la segunda guerra mundial.
Ella vuelve puntual a las cuatro y media de la tarde después del trabajo, otro alto en el camino hacia casa, Pancho la espera y nunca pregunta por su marido, de que serviría saber algo, si lo que importa es el ahora, sin iglesias ni lazos ideales que dirimen la carne que siente ahora por dentro mientras mira el cuadro también vivo y directo pintado en la ventana que se llenó de verde la noche anterior  como si hubiese pasado una mano pintando los árboles y plantas y todo está más verde que nunca, hasta el canto de los pájaros es verde y ya no me gusta nada la idea mijita que pase sólo de visita…, parece que la primavera llegó a despertar esos que nos pone como los gatos, pájaros, leones…, cuando han estado encerrados en la cárcel blanca de invierno.
El teléfono suena: que Pancho no te olvides de pensar en la presentación de la novela “la época de los encubridores”, que mira que hay mucha gente invitada. Invitada no te quiero más, le dice a ella antes que continúe el trayecto hacia su casa a encontrar a su marido que seguro que mira el reloj parado junto a la ventana. Te puedes quedar aquí una noche, porque mijita quizá usted sabe o no sabe que cuando se va quiero que llegue el otro día y sea de mañana donde levantado con un café caliente junto a la máquina la espero sin escribir nada, porque me doy vueltas como nunca antes, no sé qué me pasa mijita, será la primavera, que encubre y desvela de manera magistral, se  nota que el autor Albano ha descubierto una de esas dimensiones que subyacen, pero que el genio del escritor las relaciona de tal manera que nos crea un mundo que no habíamos visto nunca, pero que es como si hubiese estado latente en nosotros desde siempre. Ya es tarde, ahora es hora de presentar al poeta venido desde lejos, ojalá no lea muchas poesías porque sino Jesús se va a enojar arguyendo de que en realidad no se trata de él, sino del guitarrista Claes, y que tú sabes la puntualidad, la idiosincrasia de este pueblo, además que entrenamos unos tangos de puta madre, abrimos y cerramos con Gardel, ah, pero te digo, metimos un tema tabú para los gardelianos argentinos.
La sorpresa le llegó un día lunes por la noche porque no llegó después del trabajo como de costumbre, y lo hizo cuando Pancho ya estaba por salir en dirección al Café Barbro. Ella traía dos bolsas de ropa, le sorprendió en la puerta y le dijo lo que retrasó a Pancho, bueno quédate aquí le respondió este. Ah, que rico se va a quedar conmigo mijita, y se quedó esa noche y muchas más, y ya no hizo más pausas después del trabajo ni en las mañanas y su mano femenina puso su toque en todo el departamento de Pancho, los calcetines y ropa tiradas fueron a dar a un canasto plástico, la loza no se acumuló más en el lavaplatos, que mostró su color brillosos de antaño y desapareció el polvo y las tazas del escritorio se fueron en bandeja hasta la cocina.
Escritor de nacimiento, dijo Pancho sobre el poeta que escribía  poesías que adoraban al diablo, es la canción a lo maldito, a lo negro, a aquello que está y no está, es una veta de la cual saca su poesía el orgullo de esta noche, después  a presentar al grupo tanguero, y ya cuando todos se van, los tangos se cantan entre amigos, que Claes quédate, acompaña con la guitarra y Claes le saca la funda y ella ya no le saca más nada, ni en la tarde ni en las mañanas porque ahora debajo de la sábana es más directa y su cuerpo es  como cuerpo y no como fantasma que aparece y desaparece rápido como si no hubiese llegado nunca.
Pancho llegó a despedirse porque se iba de vuelta, pero mentira, dijo, no me vuelvo a ninguna parte porque ya esa pregunta se deshizo hace mucho tiempo,  diluyendo la interrogante que comía sus entrañas desde que dejó Chile por primera vez. Pero, ahora qué importaba; el mundo se achicó y ya no soy de aquí ni soy de allá, no me voy ni vuelvo; viajo, le dijo a un poeta joven de la “Patota de Malmö”, que de muy buen corazón le había llevado una botella de vino de la mejor calidad que Pancho destapó ahí mismo pensando que este nunca llegaría a ser poeta porque el sentido de la calidad se palpa sin las intermediarias palabras que todo lo matan, sino que se vive cada una de ellas, directamente .
-Puta, que vino más malo, cabrito.
Después de la tomatera escribe de día a la luz que tira el cielo por la ventana y de noche se va hasta el Café Zaratrusta donde anima la llegada de un grupo de bailarines americanos, hablará una feministas y un político de la ciudad que escucha el que compra una entrada con un ejemplar aherrojado del último cuento de Pancho escrito al sabor cosquilloso que le sube de sus entrañas hasta el pecho y que vuelve a repetirse y repite las frases una y otra vez hasta que la cacofonía se esfuma de sus dedos que tranquilos se distraen sintiendo los dedos rojos, metidos sin intermediarios entre los miembros primitivos creados por la especie para continuar la larga cadena de la sangre.
Vinagre le sabía el estómago en las mañanas ya en pie frente a la máquina, distraído mirando por la ventana los copos de nieve que se posaban en tercio pelo sobre un palo del jardín que hubiese querido ser él con su estómago abierto para que le helaran y deshicieran la tomatera de la noche anterior hablando con el político Rolf Lundel. El escritor nunca está separado de nada le dijo a Rolf Lundel, está  siempre en simbiosis con lo social, está aquí y allá, aunque no se vea, pero se siente directamente que le soba ya al otro lado después de haber pasado la frontera del cierre que ya no existe más y que ya no baja más porque el contacto es directo con las uñas aquellas que no se pintaban de rojo y que cuidaba cada noche, porque sabía que a  Pancho le daban cosquilla rica cuando le rozaban como sin rozar tratando de pasar al otro lado, pero que ahora clavan directamente. El escritor también echa de menos a su pueblo, a los suyos, extraña las mañanas que ya se esfumaron porque ahora la tiene toda para él, de noche, sábado y domingo y todos los días, pero ya no tiene más las uñas suaves, ni las mañanas ni los atardeceres de pie junto al escritorio, ahora es toda suya y no de pedazos. Uno extraña muchas cosas,  señor Rolf Lundel, pero también tiene deberes.
Ella se levanta para ir al trabajo, se despide de un beso que ahora se lo da en la mejilla mientras duerme y ya no es en medio del contacto directo cuando Pancho está de pie, ni sus dedos con uñas pitadas rozan el marcador erecto que le indicaba que ya era hora, que llegaría en cualquier momento, a veces en medio de una frase que quedaba inconclusa, sin acabar, sin ser dicha porque qué importaba decir aquello, mejor acabar como consejero en el ministerio que continuar escribiendo artículos que a la humanidad nada le importan.
Hagamos una despedida, dijeron,  en el Café Macondo; chao, que te vaya bien, dijimos, ella se despide de un beso y tal vez no vuelva más porque cada mañana se levanta más temprano como para que el tiempo le alcance para visitar a otro, antes de llegar al trabajo, y de vuelta también se demora. A quién estará acariciando, qué cielos estará mirando y yo aquí.
Cuento escrito a máquina de Daniel Tobar, 1990

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