Por Omar Pérez Santiago, escritor chileno.
Ilustración: Luis Martínez Solorza
El mundo intuyó un choque sangriento -una carnicería- entre el Papa y el presidente de Argentina.
El duelo fue sin testigos en la Sala Regia del Vaticano.
El presidente, con patillas tipo San Martín, exoftálmico, (es decir, ojos saltones), más bien obeso y aprensivo, se quejó agrio:
— Santo Padre, los zurdos argentinos me acusan de ser tan temible como Pol-Pot que mató a millones de camboyanos.
El Papa cebó yerba mate amargo, como le gusta a un rioplatense. Lo hizo lento pues la vejez ya empezaba a ganarle la partida. Le pasó el mate artesanal con piedras incrustadas, una reliquia guaraní, un santo grial. Le dijo suavemente:
— Javo, los jesuitas popularizamos la ronda de cebar el mate en nuestra patria, ¿sabías?
— No, che Francisco.
— Fue durante las misiones jesuíticas guaraníes. De hecho, este mate es una reliquia. Aquí cebaron mate quienes proclamaron la independencia en 1816 en la Casa de Tucumán, para apaciguar sus ímpetus. Este mate pacificó almas.
Javo tomó el cuenco con dudosa paranoica y sorbió la bombilla de plata.
— Santo Padre, los zurdos peronistas me tienen las pelotas hinchadas.
— Javo, ¿Ha leído a Jorge Luis Borges?
— No.
— Entonces le voy a regalar mi libro preferido.
— ¿Cuál?
— El informe de Brodie de 1970.
Le alargó la primera edición de portada verde.
Javo lo tomó y lo dejó de lado, con desdén. No leía literatura de ficción. A sus 53 años, no era ya hombre interesado en novelerías.
— Javo, le recomiendo el cuento llamado Guayaquil.
— ¿Guayaquil?
— Sí. Bolívar y San Martín, los magnos e inmortales libertadores se reúnen en 1822 en Guayaquil para definir el futuro de América. Un duelo de morir o triunfar.
— Che, mire que interesante, dijo Javo sin entender el curso de la conversación.
— Bolívar y San Martín eran dos fuerzas diferentes. Dos estilos que hacen temblar a Guayaquil. A los hermanos de ideales, los separaba un abismo. Hablan, pero la suerte está echada. ¿No? ¿Querés saber cómo termina el cuento, Javo?
— Sí.
— Dos soles no pueden brillar bajo el mismo cielo. Entre Bolívar y San Martín, uno se impuso.
— ¿Quién fue?
— El que tuvo mayor voluntad. San Martín tuvo miedo frente a Bolívar. Tampoco quiso ser un dictador o un fraccionalista.
Entonces Javo sintió un vahío. Dudó unos segundos, algo inusual en su alma impulsiva. ¿El mate? ¿El mate contenía pasiflora o sedante?
Se sintió transpuesto. Fuera de espacio y lugar.
Tuvo miedo.
Sufre una despersonalización cognitiva. Se dejó ir.
Su otro yo tomó el mando.
Tuvo un loco impulso a inclinarse y a besar el anillo del Papa, el anillo del Pescador hecho de argentum.
El papa retiró de inmediato la mano.
Javo quedó sorprendido.
¿Por qué el Papa no se dejó besar el anillo?
Javo insiste.
Pero, el Papa le da un bofetón.
— ¡Plash!
El Papa se apoya en su bastón, se levanta, agita su sotana blanca y le grita:
— Mirá Chuky, dejá de jugar al nene nihilista de La Naranja Mecánica de Anthony Burgess. Dejá de ser el nietzscheano de El Club de la Pelea de Chuck Palahniuk.
Con los baladros del Papa, Javo se acongojó. Se enfrentó a su sombra. Le dio un crash. Pide perdón.
— Che Francisco, en cierta ocasión, digamos, ósea, digamos…
Divagó con sus muletillas y logró una confesión:
— Vi el fantasma de mi perro, Conan. Pensé que Conan me orientaba. Pero, digamos, ósea, Conan me dio una nota de tristeza. Me dijo: la piedra eternamente quiere ser piedra.
— Y el tigre un tigre.
— Llevo dos meses en la presidencia de Argentina y la he cagado. Mis insultos salen de mi yo herido. Nacen de mi familia disfuncional, mi papá maltratador, digamos, ósea, mi padre sádico.
— ¡Los argentinos no golpean a sus hijos! ¡San Martín prohibió los castigos corporales a los niños en 1816!
— Yo no fui capaz de decirle ¡stop!
— ¡¿Por qué te trajo al mundo ese padre infeliz?!
— Imaginá lo espantoso que fue mi vida, Francisco.
Javo llora como un niño.
— ¡Ayyy! ¡Ayyy!
— Tus lágrimas nacen de apresurar el espíritu para adquirir poderes, dijo el Papa tan duro como su bastón de palo.
— Che Francisco, no tan seas malo, lloro por mí. Snif.
— Javo, ¡no cedas a tus deseos de guerra!
Como si hubiese sonado el gong que anunciaba el fin del round, el presidente se relajó.
Sorbió mate.
— Qué país alucinante nos ha tocado vivir, che pibe.
— ¿Alucinante o delirante?
(Continuará)
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