jueves, diciembre 22, 2005

Don Tottone y el cineasta de izquierda

Don Tottone de Leonardo Ríos

Don Tottone, el asesor del Príncipe

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Leonardo Ríos dibujó, por sugerencia inicial de Julio César Rodríguez, una tira cómica en la ya fenecida revista quincenal Plan B. Don Tottone es un lujurioso, sobrepagado y malas pulgas asesor del Príncipe, que se mueve en el segundo piso de Palacio dando órdenes y humillando a sus subordinados imbéciles y medios pollos. Cree controlar las motivaciones de los mortales y las razones y sinrazones de la baja o subida en las encuestas del gobernante. Un ser esencial y básico de la política moderna. Don Tottone no debe morir.

lunes, diciembre 12, 2005

Jorge González: Truenos y Relámpagos

Le leo un breve cuento a mi hija Antonia de 3 años, sobre una niña que escucha truenos y relámpagos. Mi hija abre los ojos se lleva su manito a la boca y emite un quejido:
-Uy, truenos y relámpagos, dice.
Y luego me pide que se lo lea de nuevo.

Truenos y relámpagos escucho yo también en el libro Maldito Sudaca. Conversaciones con Jorge González. Compré el libro, me puse a leerlo y no pude dejarlo hasta que terminé las 300 páginas. El periodista Emiliano Aguayo establece una larga conversación con el líder de Los Prisioneros y, al igual que mi hija, varias veces abrí los ojos y me llevé la mano a la boca.
Este es un libro de excepción.

El sentimiento artístico ideológico chileno es generalmente la “chimuchina” –una ideología de imberbes. Por eso, se inquietan fácilmente las aguas cuando hay detrás una expresión directa, algo cruda y deseos viscerales, que no pueden ser mitigados por la huevonería ambiente.

González no es un rebelde tardío. Ya nadie puede desconocer que le puso vitalidad, dinamismo, conflicto, lucha, placer y búsqueda hasta renovar la tradición predominante de moderación, resignación, pena y derrota de la música popular chilena.

Naturalmente, la gran pasión de Jorge González es la música. Y en el libro se habla de bandas musicales, influencias, formas de componer, modos de grabar o se revisan las letras de música. Es decir, es un libro que se mete en la artesanía musical, en los problemas de estudio y de mejorar las letras, de la convivencia con los otros músicos y la relación con los estudios de grabación. En ese sentido, el libro es una fuente rica de sugerencias y detalles que agradecerán, en primer lugar, los músicos. González intercambia ideas y opiniones muy directas y sugestivas sobre, entre otros, Violeta Parra, Víctor Jara, la Nueva canción chilena, Canto Nuevo, Los Tres, La Ley, Los Miserables, Chancho en Piedra, Los Electrodomésticos, Mauricio Redolés, De Kiruza, Los Bunker´s, Cecilia, y la música latinoamericana y mundial.

Otro gran tema es la relación de González con los periodistas y los medios de comunicación. Aquí el músico aprovecha de realizar un ajuste de cuentas con ciertos periodistas de espectáculos de El Mercurio, la Tercera o La últimas Noticias, que lo habrían ninguneado de modo persistente. González ironiza con la carrera de “ese oportunista” de Freddy Stock que está en “la chimuchina de pelar artistas”, “lo mismo que hace Iván Valenzuela”. En la radio Rock&Pop dirigida por Iván Valenzuela “no pagaban derechos de autor”. O Rafael Gumucio. “Pero ¿Quién es Gumucio?”, se pregunta González y responde: “Un democratacristiano, y los democratacristianos son siempre así. O “los Caiga quien Caiga” son unos “monitos fachos útiles”. En definitiva, dice González: “hay una generación súper fome, donde está Iván Valenzuela, Alberto Fuguet, Freddy Stock y todos esos.” “Una generación que yo califico de democratacristiana y que es súper ablandadora en la influencia que tuvieron.”
Como se puede deducir, ser democratacristiano es, en este contexto, lo blandengue, lo barrero, lo conveniente y lo oportunista.

Un tercer ámbito del intenso libro es el tema preferido del periodismo de farándula: los cahuines. (¿Quién se acostó con quién?) Y la rendición de cuentas de González también pasa por “ese oportunista de Freddy Stock”, quien en el libro “Corazones Rojos” dejó inscrita una telenovela, una cómoda narración que cuenta que Los Prisioneros se habrían separado la primera vez por líos de faldas. González se habría acostado con la mujer de Narea. Según González, Stock puso en el libro “un montón de cosas de las que él no tenía la certeza, o no las comprobaba o qué sé yo.” Y uno de los claros objetivos de González es arrasar con la idea de que Narea era esencial en el grupo. Narea, González dixit, no puede arrogarse lo que es evidente: Los Prisioneros es esencialmente Jorge González.

Bonus Track: El capítulo donde González habla de su paso por las drogas.

Hay que agradecer la tenacidad y la preparación del periodista Emiliano Aguayo. Las referencias, las citas, las preguntas fundamentadas, el conocimiento de los temas, son la base del éxito del libro. Aguayo demostró que un periodista puede hacer las preguntas difíciles o complejas y salir vivo.

Aquí hay reflexión e inteligencia de un camino de exploración, una demoledora crítica y autocrítica de una personalidad musical que varios periodistas desearán ignorar y trivializar. A esos acomodaticios no les conviene un vital y un polémico con poder interno, desarrollo emocional y espiritual y puesto al servicio de su vocación. Quisieran haberlo metido en cintura. Su peligro es un símbolo. A González muchos imberbes –esclavos de la chimuchina- lo tratan como una enfermedad que debe ser vigilada.

Sin embargo, cualquier alma sensible que haya escuchado su música y que lea el libro, se dará cuenta que hacen falta más espíritus lúcidos, inteligentes y perspicaces, como González. Se extraña esa desmesura y esa pasión –esos truenos y relámpagos- en un medio artístico y de medios donde hay demasiados prolijos, aburridos y perdonavidas.
Ver también Marisol García

jueves, diciembre 01, 2005

El Juez Guzmán y las gallinas

En la última Feria del libro de Santiago estaba el Juez Juan Guzmán Tapia (nacido en 1939 en la República de El Salvador), firmando su libro En el borde del mundo. Memorias del juez que procesó a Pinochet, que fui impulsado a comprar.

El Juez Guzmán resume en los primeros capítulos del libro sus días juveniles, con un estilo poético y de ideas, no narrativo. No es raro. Es su ADN. Su padre (“mi sol”) es Juan Guzmán Cruchaga, poeta y Premio Nacional de Literatura (“Alma, no me digas nada, / que para tu voz dormida / ya está mi puerta cerrada”). Guzmán Cruchaga era diplomático y estuvo destinado en El Salvador, Colombia, California, Venezuela, Argentina. Así el Juez Guzmán creció cosmopolita.

El Juez Guzmán tiene giros meritorios. Como cuando trabajó de receptor judicial y notificaba embargos a familias endeudadas. “Es una obscenidad embargar los bienes de gente que nada posee.” Era una obscenidad hace 35 y no hemos hecho nada. Aún hoy es una impudicia.
Aunque al Juez Guzmán se le pasan algunos lugares comunes (“lengua de Moliére”, “lengua de Shakespeare”), la obra se lee fácil y de modo pedagógico.

Uno de los temas preferido de un joven Guzmán es la frase de Mateo “Bienaventurados los pobres de espíritu por que de ellos es el renio de los cielos.” Son bienaventurados por que pueden vivir sin honores, sin vanidad y sin las cosas materiales, fuera de la suficiencia, la envidia y la codicia.

Las memorias del Juez Guzmán son un efugio para relatar lo que le parece cardinal en su vida y con lo que meritoriamente entrará a la historia: el año 1998 se hizo cargo de examinar una querella presentada contra Pinochet. El centro del libro es el juicio al dictador chileno Augusto Pinochet.

La labor fue una cruz en un sistema judicial que –como él mismo lo dice- estaba invadido de ambiciosazos, intrigantes, discriminatorios, gallinas, soberbios, gruñones y timoratos, todo lo contrario de los pobres de espíritu que el Juez Guzmán admiraba.
Al final, fue censurado por esos superiores y presionado por oscuros intermediarios políticos. El juez Guzmán juzgó a Pinochet. Pero los fácticos lo salvaron de la condena, invocando informes médicos.

Así, el juez Guzmán hizo su periplo y se convirtió él mismo en un subversivo y en un bienaventurado. No llegaría a la Corte Suprema y no tendría honores oficiales al retirarse del poder judicial. No lo necesitaba. Pasará a la historia como un hombre honesto y veraz. Un bienaventurado.

Me crispa que el Juez Guzmán sea una excepción entre los jueces chilenos.
Los magistrados –ellos sobre todos nosotros- deberían ser honestos y justos.
Los jueces cobardes y acomodaticios –las gallinas- deberían ser la minoría.
No fue así en Chile.
El juez Guzmán fue una distinguida excepción.
Un bienaventurado.