lunes, mayo 05, 2008

Pablo Salvat y el derecho a la ciudad

Andrés Palma me recomienda la reflexión de Pablo Salvat, profesor de la Universidad Alberto Hurtado y del Programa de Gerencia Social y Políticas Públicas de FLACSO Chile. Al él le resultó interesante y a mí me pareció interesante. Es posible que a ustedes también les parezca lo mismo.

El derecho a la ciudad es un derecho humano escrito por Pablo Salvat

Hablamos en primer lugar de Santiago, aunque claro está podríamos extender algunos de estos juicios más allá. Sí, nuestra principal urbe. Cada vez más extendida, cada vez con más gente. Al mismo tiempo una ciudad cada día más difícil para vivir en ella. Sin mucho ruido, nos enteramos ahora (mostrador.cl) que estaría en discusión un proyecto de modificación del Plan Regulador Metropolitano, el cual implica ampliar el radio urbano en aproximadamente 11 mil hectáreas , 9 mil de ellas son hoy rurales.
Por cierto, sobre esto no hay debate público ni consulta a los ciudadanos. Consecuencia: con ello solo puede aumentar la ya complicada y estresante vida urbana. Sin embargo, ¿Tendrá que ser así? Nuestra elite y los medios de comunicación, tan buenos para andar comparando e inventando motes que nos distinguirían de los vecinos, no aplican ese criterio evaluativo en un sentido más global y abarcante. No lo aplican para ver y comparar el trato a las ciudades y el ambiente que tienen muchos países europeos, en relación al nuestro. Pocas veces se preguntan, por ejemplo, como han hecho los alemanes o lo suizos para conservar ciudades –si se quiere, a escala humana-, y al mismo tiempo, generar lo que se llama “progreso” o modernidad. Acá, ambos movimientos parecen incompatibles en nuestro país: o usted vota por la modernización de la vida citadina, o usted vota por permanecer en el pasado. O, a usted le gustan los árboles, parques, jardines, buenos espacios comunes, o, desea feas y frías carreteras y pasos bajo nivel, autopistas con peajes, autos por miles. A usted le gustan los edificios bien hechos, con áreas verdes, seguros, que guarden cierta proporción con el entorno, o usted es un egoísta porque no quiere que las grandes inmobiliarias decidan en qué lugar, de cuántos pisos y de qué materiales estarán hechas casas y edificios, aunque la gente viva después como en un hormiguero o en un corral de ovejas. A poco andar de estas reflexiones, nos topamos nuevamente con el sacrosanto principio o santa tríada que rige nuestros destinos personales y sociales hace ya más de veinte años: don dinero, señor mercado y señora propiedad. No, pues. Cómo se le ocurre que va a haber, por ejemplo, eso llamado planificación urbana participativa, sea a nivel comunal o más general, que se viene aplicando en Europa hace más de vente años. Como vamos a tomar en consideración las necesidades y deseos de las personas concretas que, cuál más cual menos, quisieran que el principio de calidad de vida presidiera sus moradas y el entorno de éstas. No, que la calidad de vida la decida el señor mercado y los suyos pues. Donde se pueda pagar por ella, bueno, habrá más calidad de vida y algo más de respeto por el medio ambiente. Donde no se pueda, hay que conformarse con lo que hay, y por supuesto alentar el aumento gradual de la planta de carabineros. ¿Las consecuencias? Están a la vista. La nuestra, es de las capitales con peor salud mental de sus habitantes. Por ejemplo, sufrimos el flagelo del tráfico de drogas bastante expandido que genera una nueva violencia desconocida, amén de liquidar el tejido social; un transporte que de público sólo tiene el nombre y el hecho que no moviliza otro tipo de seres vivos; altos niveles de contaminación, no sólo por emisiones de gases y partículas de diverso tipo, sino también -debido a la mala educación en el uso de automóviles y aparatos tecnológicos-, altos niveles de contaminación acústica. Pareciera que el temor a la soledad y a encontrarnos con nosotros mismos, alentase la producción de ruido permanente. Tenemos una ciudad social, económica y clasistamente segmentada y segregada. Por eso, ya pocos pueden andar o dormir muy tranquilos en cualquier punto de la ciudad. Si no lo cree, es cosa de ver el amurallamiento progresivo, la privatización creciente de la vida de barrio, en particular, en el sector oriente, guardias, alarmas y rottweilers mediante. ¿Donde están los cuidados y respetados espacios públicos? Ojalá con plazas y áreas verdes, árboles y jardines. ¿Dónde una ética del cuidado para con lo que hacemos a diario en nuestras casas, departamentos o en la calle? Esos males están a la vista. Todos los días los noticiarios los remachan en nuestras cabezas. Sin embargo, parece que ya nada nos conmueve: los delitos brutales que inspira la pasta base y similares; el maltrato a mujeres, ancianos y niños, a los más vulnerables; bandas de jóvenes que juegan armados como en el antiguo oeste, sin importarles las consecuencias. ¿No será que nuestra ciudad en vez de progresar se está feudalizando? Pero, no pues. Es más importante jugar el jueguito del pequeño poder y andar destituyendo ministros, o ver cual candidato repetido vende más de lo mismo. Y por supuesto, sobre todo, respetar la santa tríada: don dinero, señor mercado y señora propiedad. ¿Miopía interesada? ¿Hasta cuándo? A lo mejor entonces estamos aun a tiempo y no sería tan descabellado realizar un “nuevo” derecho, “el derecho a la ciudad”, descubierto por el filósofo Henri Lefevbre hace más de cuarenta años, como otra expresión de esa gran conquista ciudadana llamada derechos humanos. ¿Es mucho pedir?

* Dr. en filosofía de la Universidad de Lovaina, profesor de la Universidad Jesuita Alberto Hurtado

imagen Broken Sword

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