viernes, octubre 24, 2008

Familias del Villa María. Nueva novela de Jorge Marchant Lazcano

Amigo, amiga, te aviso: voy a contar el final de la novela El amante sin rostro de Jorge Marchant Lazcano.

La resumo de este modo:
La niña Isabel Reymond Court tiene trece años y se enamora carnosamente de su primo hermano de veintiún años, Juan Sebastian Reymond Capdeville, estudiante de derecho en la Universidad Católica. La nena Isabel -influida ella por la lectura de unos libros, tal como le ocurrió al Quijote de La Mancha- perdió la razón de calentura un verano en el fundo de su abuela.

Efectivamente, la lectura mórbida de la novela de José Donoso, El Lugar sin límite, que Isabel le robó a su primo, la convierte en una loca enamorada. Esa novela de José Donoso trata sobre un prostíbulo del pueblo Estación El Olivo, un lugar sin límite donde prevalece el senador latinfundista, Alejandro Cruz. Don Alejo le apuesta a la Japonesa, una meretriz, que embelese a Manuela, un travesti. La apuesta consistía en realizar "un cuadro plástico" entre la Japonesa y la Manuela. La travesti duda, pero piensa en su futuro y en su dependencia del senador macuquero. Y acepta. Y de esa relación sexual morbosa e interesada nace la Japonesita. Más tarde, Pancho Vega, un pendenciero y camorrista, llega al prostíbulo y busca a la Japonesita.

Esas historias picantosas de Donoso son las que activan el erotismo vegetal de Isabel durante varias noches con su primo Juan Sebastian, en el verano del 1968, cuando los primitos cachonderos veraneaban juntos. Es sexo animal, la antitesis del amor cortés.

Más tarde, Silvia, la madre de Isabel, se dedicaría a encubrir el embarazo con un aborto y al final toda la familia hace como que no pasó nada. Se borró todo.

Una relación carnal con un primo hermano puede ser un bullicio y una especie de pecado original que, en este caso, los acompañará para siempre. El ejercicio pleno de la sexualidad aparece maléfico y puede generar un nudo gordiano. Este es el caso de las familias Reymond Court y Reymond Capdeville, un puñado de seres tan altaneros como afectados.

En realidad, esta es una historia sobre ese amor truncado. Y, al parecer, no hay nada peor, (o nada mejor, según desde donde se le mire) que los amores interruptus, amores fantasmas.

Ya que les conté el final, ahora les cuento el principio.
La novela comienza 40 años después. Isabel está casada con un gringo en Nueva York, con quien ha criado dos hijos. Y su primo fogoso, Juan Sebastian, ahora es un Obispo católico, un “príncipe de la iglesia” al que se le acusa, por cierta prensa, de homosexual o pedófilo y que se ha refugiado en Nueva York.

El punto de la novela es este: historias sobre el fingimiento, la represión y la frialdad emotiva de familias burguesas chilenas. Un tipo de familia minoritaria, pero que, como clase social, han impuesto sus humos hegemónicos al resto de la sociedad, predominio cultural al estilo Gramsciano. Llamemos a esas familias, Familias Villa María, pues, como en la novela de Marchant Lazcano, educan a sus hijas “pelolais” al Colegio Villa María. Y sus familias se constituyen también en especies de conventos con abadesas. Esas abadesas son unas tías mandonas, autoritarias, pobladas de prohibiciones y de encubrimientos sobre los nexos parentales y el fantasma del concubinato y el incesto. Esas señoras, que también retrata José Donoso en sus novelas, normalmente son odiosillas y plomotes, y persistentemente se las arreglan para ocupar un rol preponderante.

El universitario Juan Sebastian luego se hace sacerdote y vive en otra familia piramidal y clasista, que también promueve los mismos temores sexuales y las mismas prohibiciones y que reproduce las mismas programaciones adeníticas. Monseñor, “un cuerpo encerrado en la vestidura de un sacerdote”, parece que llevaba el diablo debajo de sus sotanas. Y finalmente parece que estaba perdiendo la batalla contra ese demonio.
Isabel, por su parte, alejada de su familia chilena en Nueva York, parece vivir eternamente en un oscuro objeto del deseo que sublima en los libros (una técnica de contención, de suspensión sexual). El libro, ese objeto que la perdió sexualmente cuando niña, es ahora su salvación.

Estamos frente a una renovada fábula del discreto encanto de la burguesía. Aquí la leyenda redentora es sobre el secreto que debe ser sepultado en un hueco para la eternidad. La educación sentimental: amores no logrados, pasión inacabada y que se condensan eternamente en la memoria.

El “amante sin rostro” no es Dios. Es su representante en la tierra, un Obispo: Monseñor Juan Sebastian Reymond. No es la primera vez que Jorge Marchant Lazcano escribe sobre abadesas y conventos, civiles o no, ya lo había hecho muy bien en su novela La joven de blanco.

El amante sin rostro no es una novela sobre la decadencia de la familia en general, pues hoy día hay muchos y diversos tipos de familias, como se muestra, por ejemplo, en la novela de Marchant Lazcano (la hija adoptiva de Isabel, Ana Marie, tiene una relación lésbica y estable con una gringa, y Ana Marie decide tener un hijo, consensuado con su primo Matías. ¡Miren qué cosa, no hay cómo igualar a las familias!).

Repasemos entonces: la novela es sobre un tipo específico de familia que hemos llamado, con objetivos didácticos: las Familias Villa María Academy, una minoría de padres y madres bienintencionados que llevan a sus hijas cuicas y mimadas a un colegio turulato. Es una minoría nacional pero que, sin embargo, implantó un protozoo en otras clases sociales, unos microbios desde los que crecieron como aliens nuestras tías pelmas que escandalizan por todo, esas “mujeres que no imaginan cochinadas”. Esas tías que consideraron “rara” a Isabel, “rara desde que era niña chica”.

¿Qué chileno no tiene una tía áspera, metiche e intrusa, hinchada de censuras y monomanías, brujildas, tías que se estremecen cuando alguien dice pico o chucha, o que abren los ojos como lechuzas cuando un joven se corta el pelo a lo mohicano, a lo Beatles o lo hippie, por que según ellas lo único varonil es el corte a lo milico? Aunque esas tías no hayan ido nunca a un colegio tipo Colegio Villa María Academy de la Congregación de las Hermanas Siervas del Inmaculado Corazón de María, igual las tías con sus ademanes arribistas, aspiracionales y fuera de curso, son capaces de emporcarle la vida al más paciente.

Recomendaré además la novela como una metáfora de la capacidad de encubrimiento que han tenido esas familias, (reitero: llamadas sólo con fines didácticos, Familias Villa María). Familias que mandan sus retoños a colegios privados con mensualidades en UF y que son expertas en encubrir en sus closets sus “anomalías”, sus “rarezas”. Por lo demás, y a propósito, es el mismo tipo de familia que ha sido experta en ocultar lo que ha sucedido en la terrible vida social y política chilena de los últimos 40 años. Ellos no vieron nada, ellos no supieron nada.

En fin.

Una colega me ha contado, cuando le he hablado del libro de Jorge Marchant Lazcano, que en unos talleres literarios que ella da para jubilados ABC1, los vejestorios están muy ávidos de saber lo que realmente pasó en el país. Quieren saber cómo desaparecía la gente, cómo eran los curas y obispos rojos y los sindicalistas que eran relegados a pueblos sin nombre. Los dos únicos diarios permitidos, (los únicos diarios aún existentes), nunca les contaron nada.

Quieren cachar algo, antes de apagarse para siempre.

Ahora deseo ser honesto (o más bien decoroso) y decirles que para simplificar y facilitar (y facilitarme) el texto, he hecho trampa. Un fraudillo estilístico. El libro de Jorge Marchant Lazcano es más complejo y considera otros niveles narrativos, paralelismos de los que yo no he hablado, y que le otorgan grados de circularidad y de amena ambigüedad a la novela. Pongo un ejemplo: un sobrino de Isabel llega a Nueva York, (ciudad numérica en que uno no puede perderse), Matías Reymond, y, de algún modo, él es el testigo discreto, algo silencioso y algo tímido, del desencadenamiento y del caos de la realidad novelada. Este joven escritor participa en un taller de literatura y cavila desde sus lecturas la vida que le toca presenciar.

En su carrera literaria, Jorge Marchant Lazcano ha ido enfrentando sus temas y sus fantasmas con seria honestidad. A mucha diferencia de otros colegas que se entregan fáciles a la farandulización de la literatura, y que desarrollan el lado cómodo, a veces trivialmente liviana, o, pero aún, a veces, se convierten en travestis, y terminan escribiendo exactamente lo contrario de lo que piensan y lo que sienten.

Jorge Marchant Lazcano, en su ya plena, valerosa y madura carrera literaria, ha escrito una novela resuelta, sustantiva y muy recomendable.

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