Anoche con espadas soñé.
Soñé
con una batalla anoche.
Soñé
que combatí a tu lado
armada
y fuerte, anoche.
y
los monstruos cayeron a tus pies
Nuestras
filas se cerraron y cantaron
en
la quieta amenaza de la oscuridad.
Soñé
con la muerte anoche.
Soné
que yo caía a tu lado
con
llagas mortales, anoche.
Tú
no notaste que yo caía
Tu
boca seria.
El
escudo con mano firme sostienes
y sigues
tu camino de frente
Soñé
con rosas anoche.
Soñé
mi muerte buena y hermosa-
Eso
soñé anoche.
Pongo mi mano en el corazón y declaro que la poeta sueca
Karin Boye no es invento mío, como se rumorea a veces. En las horas frías de mi
remoto exilio en Suecia, leí encantado a Karin Boye. Hoy, en la apocalíptica pandemia
traduzco sus libros de poesía. Releo su legado, su magnífico ritmo de oleadas
sonoras surgidas de su fantasía personal.
Durante los hermosos años de anarquía que siguieron al
tratado de Versalles de 1919 -fin de
la guerra y de la pandemia-, Boye vivió la vida que deseó, como una Lady Gaga o
una Madonna. Era vital, de espléndidos ojos azules. Gentil. Graciosa. Pelo
corto a la moda.
En la Universidad de Uppsala estudió idiomas, útil para su
elocuencia.
Durante los felices años veinte fue activa en asociaciones femeninas
y en revistas culturales, fue crítica literaria y traductora. Era una influencer, (se dice hoy) y de avant-garde, (se decía entonces).
Bailó en los bares lésbicos El Dorado y Silhouette de Berlín,
antes de que Hitler los prohibiera. Estuvo en Moscú antes de la sangrienta purga
de Stalin.
Vida sexual activa. Se casó con el escritor Leif Björk. Relación
breve con el profesor Victor Svanberg. En Berlín, según escribió en una carta, se
acostó con una gigoló griega. Desde 1934 vivió con la joven judía alemana
Margot Hanel.
En abril de 1941 viajó a Alingsås a la casa de Anita
Nathorst, su amiga desde la universidad de Uppsala. El 23 de abril Boye desapareció
y el pueblo puso en marcha su búsqueda. El
granjero Carl Gottfridsson la halló muerta apoyada en una roca, tres días
después, “aparentemente dormida”.
El ave rapaz de la muerte siguió volando en círculos. Un mes
después, Margot Hanel de 29 años, su conviviente, abrió los grifos de gas de la
cocina. No tenía ganas de seguir en este mundo.
“Si tú no existes más, por qué existiré yo”.
Suecia era un bunker de eremitas calientes. El país de la medida
justa, (logom). La prelacía despolitizó su vida. Antes de entrar al
Walhalla, el salón nórdico de los caídos, le inventaron el rol de sufrida. En el olimpo sueco de diosas y dioses,
la convirtieron en la “santa Karin Boye”. Disimularon su vida real. Un punto de
dolor, cuando la vida les duele, mis queridos suecos prefieren el silencio.
“Hacerse el sueco”.
Nuevas biografías indican que tal vez Boye no deseaba
suicidarse. Incluso se habría congelado. Incluso hacían 10 grados bajo cero por
la noche.
Al final de los años 30 fue una época ruda para una mujer:
guerra, totalitarismo, corrupción, opresión y misoginia. Fácil de ser injuriada.
Tánatos es un tema en su poesía. Sí. ¿Y qué?
¿Los genios no deben pensar en la muerte, acaso?
La forma de morir no determina una obra.
Karin Boye soñó con espadas.
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