Hay quienes no reconocieron –por
flojera, comodidad o interés- que caímos en una sociedad controlada digitalmente por rígidos billonarios,
un autoritarismo tecnológico.
Me sobrecoge. ¿Cómo llegamos allí?
El escritor H.G.Wells inventó la
máquina del tiempo. Si viajamos en esa máquina hasta fines de los años 80 –cuando
los teléfonos
aún tenían cables- veremos que por ahí se inició
una nueva era.
Pinochet
perdía el plebiscito y poco a poco salíamos de una sociedad fracturada.
Yo, como autor implícito, en 1991 iba en un tren a
Berlín. Resopla
la locomotora. Caía el muro de Berlín.
El
mundo cambió. Eso me dio algo de fe. En Rusia y en Chile llegó la incipiente
democracia.
Arthur C. Clark, otro escritor de ciencia ficción, en 1945 creo las bases teóricas
de los satélites artificiales. En 1957 la Unión Soviética lanzó el primer
satélite artificial, el Sputnik. Desde entonces, miles de satélites han sido
lanzados. En
1990, Tim Berners-Lee diseñó la World Wide
Web. La telefonía móvil, sitios de Internet y redes sociales, se convirtieron
en la base de la comunicación.
Vladímir Sorokin, el escritor ruso más
nombrado hoy, llamado el Bolaño Ruso, tenía sus raíces en la contracultura de
los años 80. Mordaz escritor nacido el año
1955, cuyos libros contenían violencia y sexo —como Tarantino—, ironizó sobre la Cofradía de los Flageladores literarios
soviéticos, que decían representar las iras de los desheredados.
Putin dirigía la policía secreta desde 1998, llegó al poder en el 2000. Era una corriente
que nunca perdió el poder del todo. Cambiaron el Lada por un Mercedes.
(Igual
que en Chile, digo yo como autor implícito, donde volvieron a gobernar los nenes de Pinochet)
Allí
estaba el germen de la distopía, la base del autoritarismo tecnológico.
Tal como en La máquina del Tiempo el protagonista
viaja al futuro y no halló una sociedad plena. Al contrario, era un mundo rígido
y en decadencia. Una regresión.
Lo valioso del escritor Sorokin fue
mostrar la desesperación, la soledad y el tedio de una sociedad. Y su proyección distópica donde
se pisotea los ideales de la ilustración, con la corrupción, la ignorancia, la enfermedad y la
muerte.
En
Moscú, Nashi, grupo ultraconservador pro Putin, destruyeron unos libros de
Sorokin. Estaban molestos con la libertad expresión. En una escena de su libro Manteca de cerdo azul (1999) aparece Stalin y el mofletudo
Nikita Jrushchov en rol sadomasoquista.
“Jrushchov se desabrochó el pantalón y se sacó
su largo sexo retorcido y con glande de pezón cuya piel reluciente tenía el
tatuaje de una estrella. El conde se escupió una mano, untó de saliva el ano de
Stalin y, echado hacia atrás, comenzó a introducir con tiernas estocadas su
sexo en el interior del Guía.”
Leí una de las novelas de Sorokin,
El día del oprichnik, metáfora de la regresión. Mezcla de realidad y ficción, entre el Gógol
de Almas muertas y la literatura
fantástica de H.G.Wells.
El protagonista Andrey Komyaga es un oprichnik en la
Nueva Rusia 2027 y narra sus crímenes. (La oprichnina original fue creada por el
déspota ruso Iván el Terrible, su guardia
personal mortífera). Rusia de 2027 es una mezcla de medievo y dictadura
tecnológica. Feudalismo ilustrado gobernado por billonarios. ¿Fin del humanismo, la democracia y la sociedad abierta?
Es una novela, corta, filuda y mucho
de sátira.
Chile
involucionó también hacia una sociedad distópica patriarcal de billonarios rígidos
y corruptos que dominan con la ayuda de
la pandemia, la neurociencia y la realidad virtual. Comercializaron el agua y
cada elemento de la fauna y la flora. Además,
con una débil sociedad civil, el uso de fake
news y ejército de bots, deterioraron la conversación pública. Condenan a
Galileo y deseaban hacernos creer que la tierra es plana.
Quizás
desearon atraparnos con la tecnología de la vigilancia y las teorías de la
alienación, aplicando la precognición
que profetizó otro grande de la
ciencia ficción, Philip K. Dick, en su
cuento El Informe de Minoría.
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