Escribir sobre esto sangra un poco. Seré pudoroso.
Fui a ver “Crime Video” en el Teatro Fines Terrae, la obra número 100 del brillante comediógrafo, Marco Antonio de la Parra. Dirigida por Francisco Krebs.
Un día de 1986, desde la ciudad de Malmö, donde entonces vivía mi frío exilio, crucé el frío mar del Öresund en un ferry desde el puerto de Malmö al puerto del centro de Copenhague.
Allí había una agradable boghandel, una librería que vendía libros en español.
Créanme.
Ahí estaba el primer libro de cuentos de Marco Antonio de la Parra, (1986): “Sueños eróticos / Amores imposibles”. Las Ediciones del Ornitorrinco.
Volví en el ferry Copenhague-Malmö.
Allí me bebí una cerveza danesa Tuborg.
Hojeé el libro de Marco Antonio de la Parra.
Entonces, se me prendieron varias neuronas en el hipocampo, donde está la memoria a largo plazo.
“Sueños eróticos / Amores imposibles” entró en la lista de los libros que me susurraron: “por aquí va la cosa”.
En mis manos estaba el presente literario de Chile.
Eran trasgresiones de calidad y originales, un conjunto de relatos de ruptura, ambiguos, con sucesiones de imágenes de sueños y fantasías plurisensoriales.
Ahora al ver “Crime Video” de Marco Antonio de la Parra recordé que en 1976 fui al Teatro Nacional de Chile en Morandé 25.
Tantos años han pasado.
En 1976, José Ricardo Morales, uno de los fundadores del teatro experimental de la Universidad de Chile, estrenó su pieza “Orfeo y el desodorante o el último viaje a los infiernos”, con dirección de Enrique Noisvander y un elenco del Departamento de Arte de la Representación.
La crítica a la obra fue muy negativa.
Se rumoreó que suspenderían la obra.
Escuché ese pelambre en la escuela de teatro de la Universidad de Chile.
Yo escuché el brutal descuere o despellejamiento pues, en ese mismo momento, 1976, yo había tomado un curso electivo de historia del teatro chileno, en la escuela de teatro en el palacio Matte de Santiago.
La obra era un cacho, decían todos allí. Profes y alumnos.
Era una obra discursiva, intelectualizada.
Se suponía, -o eso se decía-, que era una sátira de la sociedad de consumo.
Pero era incongruente.
Nada coincidía con nada.
Por lo demás, en 1976, en el contexto de la peor época de la dictadura militar el consumismo no era nuestro problema.
Nada era verdadero ni es falso.
Orfeo es un cantante; Eurídice, una modelo.
Frente a eso, el director Enrique Noisvander montó un show paralelo.
Noisvander era famoso por sus montajes espectaculares.
De Noisvander yo había visto el montaje de época o de esencia contemporánea de “Educación Seximental” (1972), una obra del genio de Carlos Alberto Cornejo.
“Educación Seximental” está en la lista de las obras que me susurraron: “por aquí va la cosa”.
En 1976, el montaje de Noisvander de la obra de Morales tuvo un gran despliegue de luces en un piso o plataforma de acrílico con iluminación colorida desde abajo.
El escenario parecía una discoteque.
Entonces.
Algo así me pasa hoy con la obra de Marco Antonio de la Parra, “Crime Video”.
Incongruentes clichés del True Crime.
Una pareja de policías en un bosquecito de un pueblo donde nunca pasa nada, buscan evidencias de un crimen de una joven muchacha.
Obviamente, la obra tiene una declaración de intenciones de ser humor negro.
Por ejemplo, hablan un español neutro, como los doblajes de las series.
Pero, no me llega.
De nuevo: el contexto del país es más nervioso que eso.
El True Crime no es mi problema existencial.
Me aburro, entonces me distraigo.
Y así, por otro lado, el director Francisco Krebs monta -como Noisvander en 1976- un set de filmación espectacular, con iluminadores, sonidistas y un director.
7 actores para crear un set de grabación.
Divertido.
Logrado.
La obra de Marco Antonio de la Parra va para un lado, la escenografía y el montaje por el otro.
Quizás a Marco Antonio de la Parra no le importa fracasar.
Ha logrado tantas veces el éxito.
A veces, quizá, es preferible fracasar a ser una parodia de sí mismo.
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