jueves, mayo 29, 2025

Cuento: Julia y el huevo de la serpiente. Xilografía de Guillermo Martínez

 

Julia y el huevo de la serpiente

 

Xilografía de Guillermo Martínez

1

La lencería sexy de la joven Julia, rojo italiano de dobles tiras largas, daba más estética y más curvatura a sus nalgas. Ella se sacó de su dedo anular su anillo de piedra preciosa que le había regalado su padre y lo dejó delicadamente en el velador.

El olor sensual de su perfume Coco Chanel, de flor de jazmín y de azahar, hizo temblar a Pedro de éxtasis con un deseo intenso.

—¡Qué bien hueles, Julia!

Julia, con las mejillas encendidas, la cabellera revuelta, apenas alcanzó a sentarse a horcajadas sobre él. 

Pedro eyaculó en sus calzoncillos.

Ella suspiró molesta.

—Shiu…

Julia se bajó de sus piernas.

Bebió un sorbo de cerveza.

Se puso su falda de colores y su blusa de seda abotonada.

—Basta —se dijo a sí misma, aunque el eyaculador precoz alcanzó a oír.

—Perdona...

—Naa, llevamos meses y no funciona. Es irremediable. Tu roca se va a la primera, Pedro —dijo ella con voz ronca pero aterciopelada.

—Pero...

—Basta, no quiero tu bla, bla.

Fue al baño. Se delineó las líneas debajo de sus ojos verdes, mirándose en el espejo.

—Mala suerte la mía. 

La insatisfecha sintió que había entrado en una crisis de estilo y de deseo.

Era el preciso momento de abandonar  a su novio, el eyaculador precoz, un joven estudiante de arte que no conocía el mundo. En lugar de pintar se iba a los bares a hablar sobre unas elusivas teorías sobre un arte metafísico, una forma banal de despilfarro.

Cuando ella volvió del baño su voz de hastío no dudó cuando le dijo:

—Eres bonito pero funcionas a destiempo. Mis expectativas no son tan exigentes. ¡Mira, mira  en lo que me estoy convirtiendo! ¡Mira, mira como mi juventud pasa vacía de emoción!

—Te juro que me esmeraré.

—Eres un diagnosticado eyaculador precoz, además juegas play todo el día, ¿cómo tan enajenado? Eso no es esmerarse.

Se colocó sus zapatos rojos que la hacían verse más alta y más estilizada.

—No me dejes, Julia.

—No soporto tu penuria en la cama. Es malsano.

—Julia, no me dejes.

Pedro estaba como un perro herido, tenía el pecho hundido. Él la amaba como a una bella heroína inalcanzable. Pero sabía que era de locos discutir con Julia. ¿Quién puede discutir con el agua, el viento, o el fuego?

Ella tomó su cámara fotográfica. Pedro estaba en calzoncillos en el centro del desordenado desván, de ropas sucias apiladas. Lo vio bello y frágil. Lo presintió vulnerable y tuvo ganas de preguntarle si estaba perdido o necesitaba algo. Mas no dijo nada.

Ella salió dando un portazo con su caudal de libido insatisfecha. Salir de allí fue como si se bajara de un tren en marcha hacia la muerte.

—Con los hombres hay que saber cuándo partir.

En la calle Julia se dio cuenta que había olvidado en el velador su anillo con la piedra preciosa que le había regalado su padre.

—Nooo.

No quiso devolverse a buscar el anillo y siguió caminando.

—No volveré atrás.

 

2

 

La ciudad nocturna estival estaba movida. Fue el verano más caluroso que se recuerde.

Julia caminó al Stipper´s bar marcando sus tacos y agitando su colorida  falda. 

En sus fines de semana Julia servía tragos en el popular Stipper´s bar de Las Condes del barrio alto de Santiago, donde conocía bien la impostura social de la noche: sin sustancia, sin historia, donde todos sonríen y se preocupan de la imagen. 

Entró y caminó hacia la barra. Saludó a su amigo Johan, un barman sueco de madre chilena. Julia y Johan estudiaban juntos fotografía en un instituto. Habían realizado un innovador cortometraje con tres cámaras fijas que funcionaba a 360 grados y que recibió el halago de sus profes.

Se sentó en la barra.

—Hola, Johan.

—¿Qué pasa, Fröken Julia, señorita Julia?

—Estoy estresada.

—¿Es tu novio, verdad? ¿El nevrotiske?

Johan tenía una grata capacidad de adivinar las emociones y el estado de ánimo de Julia que generaba inmediata confianza.

—¿El nevrotiske?

A Julia le dio risa la mezcla de español con una lengua extranjera.

 —Ja ja ja, nevrostiske. Sí. Mi novio difunto frente a una pantalla y sus juegos en red, su vegetar presentista.

 —¿Vegetar presentista?

 —Depresivo. Y es mi vida, también, una vida sin sentido.

Johan le tendió la mano con una gran sonrisa, se acarició su barba rubia de hipster y se arregló su corbata de lazo.

—Dame tu mejor cóctel, Johan. Necesito un poco de éxtasis. 

—¿Doble?

—Dale con todo, Johan. La moderación me hace fatal.

En una coctelera Johan cortó hielo y lo echó en una copa de cristal, mientras se movía como si estuviese bailando detrás de la barra. La chaquetita de Johan era corta y elegante. 

“Es tierno” —pensó Julia.

Él siempre había tenido una agradable actitud compasiva que generaba en ella un cinismo filial.

Julia, sin quererlo, se focalizó por unos momentos en los glúteos de Johan. Julia sospechaba de la ambigüedad sexual de Johan.

—Tiene un toque de choklad —dijo él cuando le pasó el cóctel.

—No quiero ser un tópico, una outsider más, una típica chica de polera negra.

—Pareces una canción feminist.

—Es que tengo un doctorado en  malestar cultural.

—¡Qué cosas se te ocurren, Julia!

—Malestar cultural: vida vacía de sentido. Insulsa. Trivial. Vacío espiritual.

Ella echó un poco a la broma su infelicidad amatoria. Le mareaba hablar sobre su vida privada. Hay cosas sobre las que a Julia no le gustaba hablar. Se tomó un trago.

—¿En qué andas, fröken Julia?

—Quiero hacer un cortometraje sobre el infierno. Ver el mal.  

—Mira.

Johan le mostró la revista gratuita La Panera, que se regalaba en los pubs.

—Wim Wenders publicó un book llamado Los Píxels de Cézanne.

Julia tomó la edición mensual de la revista La Panera y la hojeó. 

Era un artículo de Wim Wenders sobre los cineastas Ingmar Bergman y Michelangelo Antonioni, que murieron el mismo día, el 30 de julio de 2007.

—Bergman fue autor de El Huevo de la Serpiente.

—Sí. La película la vimos en el instituto.

Julia revisó el artículo. Saboreó su cóctel y con su lengua persiguió un trocito de hielo. 

—Hum. Win Wenders tiene una forma fílmica de escribir, como si fuese un guión de cine. 

Wim Wenders escribía en bloques visuales. En algunos operaba en versos, como si construyera un poema, transformando las frases en imágenes visuales.

—Uno de los amigos de Ingmar Bergman se llamaba Virgot Sjöman y también escribía sus storys en bloques visuales y poétiker. Tenía una teoría de escribir guiones, el Sjöman Style.

—¿Y cómo es el estilo Sjöman?

—Con tres esencias. Primero, skriver en bloques visuales con oraciones cortas: Sustantivo y predicado. Punto aparte. El punto aparte lo hace más fácil de leer. Segundo, prosa leve, direkt y clara. Tercero, la propulsión reside en el estilo, no en la trama.

—Qué lindo. Me gusta. Es lo que yo haré, un guión Sjöman Style sobre un film en camino. Un Road Movie.

—Hágalo, fröken Julia. Usted tiene talent.

—Eres tierno, Johan.

“Estás rico” —pensó Julia.

Tomó su cámara fotográfica e hizo una foto de Johan, a contraluz del neón del bar.

 

3

 

Julia pertenecía a una de las familias más antiguas de Las Condes.

Amó a su padre, un hombre bueno y cariñoso. Cuando ella cumplió 13 años él le regaló una anillo con una piedra preciosa.

En la base sicológica de su empoderamiento femenino estaba vivo el conflicto familiar incestuoso, unos traumáticos trapos sucios.

Su querido padre tenía un hermano llamado Claudio, que desde pequeño envidiaba su suerte.

Un día el padre de Julia apareció trágicamente muerto.

Durante una noche de jolgorio, su padre habría caído desde el décimo piso del departamento.

La versión del tío Claudio fue que habían estado bebiendo y que su padre borracho trató de sentarse en el balcón mientras fumaba un cigarrillo, pero perdió el equilibrio y cayó.

Diez pisos más abajo, se reventó.

A los tres meses su hermosa madre se casó con su tío Claudio.

Julia fingió no entender nada del pronto matrimonio de su madre con su tío, al que percibía como un halcón con garras letales.

Pero la conmovía un cimentado trauma emocional y de encarcelamiento.

Despreciaba a su madre por haberse casado con su tío. Y soñó a veces con decapitar a su tío, el usurpador.

¿Por qué su madre quería casarse con su tío?

¿Por qué?

Así fue.

Un día viernes su tío-padrastro llegó bebido a casa. Se sirvió otro whisky y así empezaría el averno.

Miedo y pánico. Su tío-padrastro se transformó. Ella era pequeña, 13 años y sintió impotencia.  

Ella, a su corta edad, ya sabía que nadie es intachable.

Su padrastro no era bueno y era tétrico.

Julia tenía una ojeriza vigorosa. No confiaba en él, ni menos en la dulzura de la bondad de su madre.

Esa noche hubo gritos y golpes de mesa. 

Igual ella intentó defenderse. 

Decía su verdad cruda, sin modales. Julia era una niña terrible, en el sentido más literario posible: una enfant terrible.

Tal como su tío fue brutal y directo, Julia  era feroz y  directa.

Julia era rencorosa, sí. E indócil.

Julia era valiente. Hay quienes eran violados o destripados y ahí quedaban. Había jóvenes que se quedaban rumiando en la pieza materna hasta viejos, y preferían ver las cosas inclinados en su iPhone.

Julia no.

—Plaff.

La bofetada de su funesto tío-padrastro la lanzó lejos.

Su madre gritó y se abalanzó sobre él.

Saltaron las pinturas de las paredes y temblaron los cristales de las ventanas.

Se separaron.

La relación con su madre, que nunca había sido buena, mejoró.

Por las circunstancias de haber vivido en un infierno. Y por carácter, el material de la que estaba hecha, Julia era una muchacha irónica y taciturna, una lluvia torrencial de pasiones, una femme metal sardónica.

A veces, ella no sabía qué hacer con sus malos recuerdos.

 

4

 

Julia despertó con el absoluto deseo de echarse a andar, el viaje le mostraría su destino.

“No voy a ser cineasta por aburrimiento”.

Mientras la mayoría de sus amigos sobreprotegidos llevaban una vida sedentaria, su interior le decía:

¡Sal! ¡Al camino! ¡Haz tu voluntad!

Esas vacaciones decidió formar parte de los linajes errantes de las autopistas al viejo estilo, en un nuevo arquetipo femenino.

Estaba agobiada por las presiones de su vida, así como por sueños incumplidos.

Mochila y cámara fotográfica.

En su oreja sonaba la banda francesa de metal Eths con la vocalista Candice Clot,  gutural y áspera en las partes duras.

Maman mon cœur voudrait cette nuit s'arrêter.”

Mamá, mi corazón quisiera que esta noche se detuviera

Las letras estaban inspiradas en la dolorosa niñez de la cantante Candice.

“Estilo Virgot Sjöman” —pensó Julia.

Bus en Santiago. Cruzar la cordillera de Los Andes. Mendoza. Subir fotos a Facebook. Al otro día tomó el bus a Córdoba. De Córdoba a Santa Fe. Después de unos días había llegado al lago Yparacaí de Paraguay, un lugar desconocido para ella, salvo una vieja canción llamada, “Recuerdo de Yparacaí”.  

Tomó una barcaza y desembarcó  al otro lado de la costa, en San Bernardino. 

Lo primero que la alertó fue la siniestra voz del botero mulato: 

—En el lago hay un monstruo verde. El lago Ypacaraí, antes de aguas azules, ahora está infectado. No hay futuro. Todas las tierras se convertirán en páramo.

La contaminación había transformado el lago en un mierdal.

Caminó alrededor del lago donde había  ranchos, pubs, discotecas, restaurantes, pizzerías, lomiterías, heladerías, bollerías. 

En el camino se encontró con varias iguanas muertas. No pudo evitar mirarlas con inquietud. Las grabó con su cámara.

“Una premonición” —pensó. 

 

5

 

Miró hacia un montículo. Hotel del Lago, 1888, decía el letrero de la entrada. Un palacete de dos pisos, copia de las casas de la Costa azul francesa.

Entró al hall y fue a la recepción donde tocó un pequeño timbre.

A los segundos, arribó desde una escalera de estilo bastardo de Belle Époque, una joven mujer morena,  vestida con una minifalda blanca y una blusa colorida. Bajó finamente los quince escalones,  que alargaban los muslos de sus piernas.

—Hola, me llamo Adonaí.

—¿Adonaí?

—Sí.

—Divino.

Era una hermosa joven morena guaraní de piel plateada y delicada al caminar. Simpatizaron de inmediato y, a pesar que recién se conocieron, sintieron que eran del mismo linaje de mujeres.

Le entregó la llave de la pieza 19.

 

6

 

Adonaí era también cocinera y esa noche la invitó a la mesa en su cocina. La cocinilla tenía un ventanal al lago y un amable olor de las hierbas, los condimentos y las sales. Aliñó una salsa con ajonjí, hierbabuena y eneldo y se la puso al Chuipa Guasú, un pastel en base de elote y carne de pollo picada con cebollines y azafrán.

El incremento de sus percepciones sensoriales, especialmente el sentido del olfato,  le abrió el apetito.

—Rico.

El ambiente tenía un perfumado calor mientras le charló sobre comidas típicas, sus fusiones y herboristerías de la cultura popular. Sentadas en actitud contemplativa, escuchaban música bajo el crepúsculo rosa.

Adonaí sacó unas copas de cristal. Sirvió un bajativo, un exquisito y alucinógeno licor dulce de hongos traídos de su huerta y preparado por ella, en su botica de hechicera.

—¡Qué fragante!

La guaraní tenía un cálido mundo propio, lento como vegetal, un valle llano y florido que protegía a los perdidos.

Julia abrió su corazón a la espiritualidad. Y sintió sus pies tan leves que parece que la hicieron caminar por las alturas.

Dos mujeres en comunión reconocieron que una mujer no es una cosa entre las cosas.

Se parecían, como si ella fuese su doble andante. Todos tenían un doble, un opuesto y complementario que camina al lado. De algún modo, Julia sintió que Adonaí era ella. O bien, se había encontrado a sí misma. O bien, eran dos gemelas separadas al nacer y que no se habían conocido hasta entonces.

Terciopelado el aire de la noche, como si la brisa contuviera lo divino, se rieron primero con un breve chillido, luego con un breve trueno. La candorosa guaraní de piel como almendra, de pechos gruesos y olor de manzanilla, la magnetizó con la leyenda de Ypacaraí, el lago que se había formado allí después de un diluvio. ¿Y cómo habían nacido los tomates, los repollos acresponados? ¿Y las dulces sayas negras o rojas como el fuego?

Fue tal la armonía y bienestar —se sintieron livianas e ingrávidas— que no se dieron cuenta que estaban tomadas de la mano.

 

7

 

Esa noche Julia no supo qué hora era cuando se tendió endulzada en la cama de la pieza 19.

El sueño se apoderó de sus sentidos y le ofreció ensoñaciones  agradables. Soñó con una pradera verde con lirios y algondoneros.

En algún momento del suave sueño sintió que la rondaba un rumor o creyó escuchar voces en su pieza, no estaba segura. Alguien la buscaba y la asediaba. Sintió que levantaron su camisa de dormir. Algo le trabajaba el sexo, como si fuese un colibrí.

—Oh.

Ella vibró y sollozó.

Sus sensaciones  perversas, confusas y altamente insanas no se detienen sobre su enagua. Los vuelos de la enagua hacían un bisbiseo, un susurro.

Escuchó un gruñido.

Entonces, como si se hubiese hundido en una cruel dimensión desconocida, ella lo vio.

Era un monstruo surgido de la pared. Su figura le pareció incluso sugestiva, con una barba muy cerrada y unos grandes bigotes negros. Se mantuvo  en cuclillas, pero en una posición torcida. Hay además alguna cosa negruzca que se enrosca a su alrededor, como una víbora.

Julia le preguntó:

—¿Quién eres?

Curiosamente, él le respondió:

—Soy un apéndice monstruoso que me sale de la cabeza.

El monstruo parecía que tenía ganas de contar sus desvelos y sus penas.

—Desde hace muchos años que permanezco en esta habitación.

Ese era su principal desazón. Por lo demás, explicaba sin amargura.

Julia tenía miedo, pero se interesó en él.

Era un hombre sangrante y que ahora se sentó en una silla de la pieza, se agarró su gran bigotón como manubrio de bicicleta, dudó, vaciló, dio gritos de dolor y de ira y pronunció palabras raras de un idioma que parecía alemán. Luego tuvo momentos de compasión y vacilación.  Va y viene. Bebió un alcohol desde una botella de Jägermeister. Gritó algo. De pronto, el demoniaco volvió sobre ella con maléficas intenciones. 

¡Razas inferiores!

Eso creyó ella escuchar.

El demonio la intentó manosear.

Manifestó su deseo incontrolable de violar.

Llevaba un tatuaje en un brazo.

A ella le comenzó a doler el bajo vientre, como si tuviera un pequeño bichillo alienígena penetrando su interior. 

Era un dolor reconocible, como si sufriera de un desprendimiento violento del endometrio. Ella vio saltar sangre, una sangre rojiza oscura, una sangre gruesa y marrón negruzca igual al color de la sangre de su menstruación. Un sacrificio de sangre espesa como de moras.

—¡No! ¡No!

Julia saltó de la cama, prendió la lámpara del velador.

El hombre o la bestia se diluyó en luz. No había nadie. No había sangre.

Julia tomó una cobija, se abrigó y fue a abrir la puerta.

Se trabó. No abrió.

Gritó.

¡Adonai!

Julia rompió una ventana.

Salió por el pasillo, un espejo del fondo la confundió y tropezó. A tumbos fue en busca de Adonaí.

 

8

 

En la cocina, Adonaí le preparó un té de pensamientos.

—Beba y cálmese.

—Era un hombre, un hombre de bigote… —balbució Julia mientras sopló la taza hirviendo para evitar quemarse la lengua.

—Oh, dicen que allí en esa pieza se suicidó Bernhard Förster —dijo Adonai.

—¿Quién?

— El racista alemán.

—¿Alemán?

—¿Usted no sabe nada?

—¿Qué?

—Allí se mató Bernhard Förster en 1889 con estricnina.

—¿Quién es Bernhard Förster? 

—Una SF. La Sombra Fraude, un líder mesiánico alemán que fundó aquí la colonia germana en 1886, la Neu Germania, un  loco sueño racista. Creía que eran una raza humana superior. Era una verdadera bestia a la hora de tratar a los guaraníes.

—¡Oh! ¡Me ha cogido un demonio!

—Encaprichado con poseer tu alma.

—¿Por qué a mí?

—Eran rapaces.

—Uh, lo mismo hicieron después los alemanes en La Colonia Dignidad, en el sur de Chile.

—¿Sí?

—La falacia nazi fue un averno llamado Dignidad, un enclave racista liderado por el pedófilo y nazi Paul Schäfer en el sur de Chile.

 De madrugada mientras Adonaí preparaba el desayuno con tortilla, mandioca frita y revuelta con huevos y café, le contó la historia de su pueblo, una breve antropología social. 

—Los sociópatas se creían superiores, pero la selva espesa, las lluvias abundantes, el suelo arcilloso y seco, las picaduras de los mosquitos y los animales salvajes, los derrotó. Lo que iría a ser la tierra prometida aria, fue su infierno. No resistieron y Förster se refugió en la pieza 19 del Hotel. Tomó morfina y estricnina, y murió el 3 de junio de 1889. Su mujer, Elisabeth Nietzsche, lo enterró en el cementerio alemán. 

—¡Oh!

—Llegan muchas cartas para el 3 de Junio, el día de su muerte.

—¿Dónde está el cementerio?

—En el alto. Se puede ir caminando.

Julia terminó de beber su té y salió con su cámara.

Sintió su juvenil pulsión de ir al cementerio. Sentía que algo le estaba diciendo su destino y la llenaba de sentido.

Tenía miedo, sí. Pero quería ir.

“Lo que no me mata, me hace más fuerte”

“Sjöman Style”, pensó Julia.

—Cuídese, Julia. Es el inframundo.

—El miedo no ganará.

 

10

 

Al subir vio una ladera y no le extrañó que la alta zona sombría estuviese rodeada de una leyenda de oscuro misterio que infunde terror. Los arboles crecían muy juntos y sus troncos eran anchos.

Deutscher Friedhofd, decía en el portal del cementerio. 

Julia caminó por la lúgubre y estrecha vía central, la calle del Ataúd, donde había demasiado silencio.

Un gato negro se cruzó intempestivamente y le produjo alucinación y espanto.  

El suelo estaba blando y húmedo y copado de musgo.

Allí encontró la tumba,  una piedra con un epitafio en alemán:

"Die Liebe Höret nimmer auf". 

El Amor nunca falla, (Corintios, 13). 

Prendió su cámara y empezó a grabar.

 

11

 

En 1933, Adolf Hitler visitó a Elisabeth Nietzsche, la hermana de Fredrick Nietzche. La señora era tan diabólica y manipuladora como longeva. Con 85 años ella organizó una interesada ceremonia en homenaje a su hermano.

Usando a su hermano como blasón, ella caminó hacia el Führer y le entregó el bastón de Nietzche. 

—Gracias, Adolf Hitler. Y no olvide a mi Bernard que murió en Paraguay —le siseó como serpiente, la pérfida viuda Elisabeth Nietzsche.

—No lo olvido. Bernhard Förster fue un profeta ario que llegó antes de tiempo —dijo Hitler.

Hitler salió de allí con el bastón en la mano. El lugar estaba lleno de  adeptos fanáticos, que con voz firme y clara y con el brazo derecho extendido y con la palma hacia abajo, vociferaron:

—Heil Hitler, Heil Hitler, Heil Hitler.

Unos días después se realizó otro vulgar esotérico rito funerario nazi con banderas y teas encendidas. En un altar pusieron tierra germana que se bendijo. Esa tierra consagrada de violencia nazi viajó en barco hasta San Bernardino. 

Cuando el barco llegó a Paraguay se organizó otro litúrgico. Nuevamente hay banderas y teas encendidas de odio. 

Efebos alemanes nazis vaciaron los paquetes con tierra alemana sobre la tumba de Bernhard Förster, un antisemita y nazi avant-la-lettre, plagiario, utó­pico, falsificador.

La tierra pura germana para  un cadáver puro ario.

Tumba envenenada de odio racial.

 

12

 

Julia grabó la lúgubre tumba de Bernard Förster.

—Aquí estás, demonio..., rodeado de tu tierra contaminada, violento nazi, él mismo que anoche me asaltó en mi pieza, y me provocó dolores y sangre de menstruación. 

Ahora Julia no estaba soñando. El ambiente era post apocalíptico. Julia sintió miedo. No podía dejar de sentir un temblor, como si la tierra blanda aria se moviera debajo de sus pies.

—¿Está temblando?

La tierra de la tumba se sacudió y vio salir un gusano, y unos necróforos sobre masa putrefacta, quizá el nacimiento sangriento de una criatura demonológica con ojos iluminados.

Dio un grito y saltó hacia atrás.

—Atrás infeliz —gritó Julia.

De su cámara salió un rayo protector, un flash, una magia del caos, una energía mística que incendió la tumba.

Bajó rápidamente hasta el hotel.

Hay cosas que se revelan en el camino, pensó Julia.

La verdad solo se encuentra caminando.

—No son banales, son el mal.

 

13

 

Julia estaba vulnerable.

Ingmar Bergman produjo la película El Huevo de la Serpiente en 1977. Una sociedad apática engendró un huevo de serpiente, un monstruo nazi. Una pesadilla de la que cuesta despertar.

—Un huevo que ahora está creciendo en América Latina —pensó.

Esa noche Julia no quiso dormir en su cama de la pieza 19.

—Ya no me atrevo.

—Quédate en mi pieza.

En la pieza Adonaí hablaron de sus miedos y las pócimas y otros sortilegios para enfrentarlos. 

Adonaí con delicadeza, como si temiera equivocarse, le tomó la mano derecha y le puso un anillo guaraní con esmeralda de tono verde intenso. Pareció que brilló en su dedo.

—Es una argolla mágica que abonará tu espíritu, tu creatividad.

Gracias, Adonaí.

—¿Has oído sobre la Cámara de Lejía?

—El oficio de las brujas y los círculos mágicos.

Ellas hablaron en voz baja sobre conjuros donde las mujeres sanan a las mujeres. El misterio es sanador.

—Odia al mestizo…

—¿Cómo?

—Ven, acompáñame.

Julia y Adonaí fueron hasta la pieza 19. 

Se prepararon para el ritual de antiguos saberes femeninos.

—Arrodíllese.

Adonaí cantó una letanía en guaraní.

—¡Haz callar al enemigo y al vengativo! Haz que muera en el caparazón.

La clave del ritual está en la palabra secreta y profunda de su lengua.

¡Ha ore pe'a opa mba'e vaígui!

Roció el lugar con un veneno en base a manzana podrida y agua de lluvia. En el rincón donde había aparecido el alemán, ambas se bajaron los calzones.

Orinaron, un viejo y clandestino ritual mágico de indias para contener espectros. 

—Bebe un rico vino, maricón.

Ese era el secreto. La mejor sangre ritual era de la luna, mensual, a su propio riesgo y peligro.

Ellas confrontaron el esoterismo nazi con la magia y hechicería femenina latinoamericana.

De pronto, pareció que la muralla se hubiese llenado de hongos.

—Je, je, je, ahora seremos súper heroínas —sonrió.

—Juntas somos dinamita.

—Juntas lo hicimos, juntas nos sintieron.

 

14

 

Pasaron juntas esa ventura solidaria y misteriosa, las dos bellas comadres, entre la  hermosura y el miedo, pero, a la vez, con decisión femenina. Esa noche la morena mientras le acariciaba la suave mejilla a Julia,  le contó en su oído, abriendo sus ojos negros, muy hermosos ojos negros, cosas que quizá ni habían sucedido, ni ocurrirían en lo sucesivo.  

Julia descubrió que el secreto metafísico para encontrarse a sí misma empezaba al terminar la adolescencia.

“Estabas aquí antes que yo”

 "La vida es un soplo excepcional"

Por la madruga, Adonaí la despertó:

—Despierta, mi Julia, despierta, afuera está todo convulso. 

—¿Qué sucede?

—Han prohibido acercarse al lago. Se puso verde y fétido.  Muchas toxinas. Se dice que engendros verdes han empezado a surgir del lago.

Julia recogió su mochila.

Ya era suficiente.

Era el momento del viaje de regreso. 

—Vente conmigo, Adonaí.

—Yo soy de aquí, Julia. Debo luchar por lo mío.

Se abrazaron.

Se revelaron unas lágrimas sinceras, pruebas de sufrimiento emocional.

Había llovido torrencialmente. El cielo estaba sombrío, silbaba lúgubre el viento. Entre una densa neblina vagaban y aullaban los perros amedrentados. La campana de alguna arruinada iglesia daba misteriosos sonidos de maldición y anatema. En el suelo Julia vio mosquitos y caimanes muertos.

Turistas intimidados subían al bote y se marchaban. 

Desde lejos, a medida que se alejaba en el bote, Julia vio la contaminación del lago y la aterradora crisis ambiental.

—El lago se llenó de inmundicia —dice el temeroso botero. Algo empuja desde abajo y los muertos del cementerio aparecen en al agua. Los muertos la tumba dejan.

“Es como si los huevos de la serpiente se hubiesen quebrado”  —pensó ella.

Era hora de volver a casa.

 

15

 

¡Ping!

Ella miró su whatsapp.

Pedro, su ex novio, el eyaculador precoz, se había suicidado.

Bajo la lengua del cadáver encontraron el anillo con la pequeña piedra brillante que le había regalado su padre y que ella había olvidado en el desván de Pedro.

Se miró su nuevo anillo guaraní en su mano derecha.

“La realidad es espeluznante. Cada vida genera un anillo”.

Julia recordó a Pedro, solo, en medio de su desván desordenado, y recordó sus ganas de abrazarlo o de salir corriendo.

De abrazarlo, por su belleza y por su fragilidad: porque lo presintió vulnerable.

Y las ganas de preguntarle si estaba perdido o necesitaba algo.

Un joven en su desván, solitario, noble pero monótono, sin sentido, y  el presagio del horror que vendría y que ella configuró con espeluznante nitidez.

 

 


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