jueves, enero 31, 2008
Pescadores nombran embajador del mar a escritor noruego Kjartan Fløgstad
Los pescadores agradecieron la visita del escritor noruego y mostraron su gratitud por la solidaridad del pueblo noruego en tiempos de la dictadura chilena. A la vez solicitaron a Fløgstad que informe a la sociedad noruega acerca de la realidad de las comunidades costeras chilenas. (En la foto estoy yo, Kjartan Fløgstad y Cosme Caracciolo, de la Conapach). Vean: Ecoceano y Conapach
Alfonsina y el Mar
El sábado 22 de octubre de 1938 una mujer -46 años- deambula en Buenos Aires hacia la estación de trenes, saca un billete, sólo de ida, para Mar del Plata. Se instala en una modesta residencial con el borroso designio de suicidarse. Se dice -la anécdota es oscura- que está enferma, cansada y anhela la muerte como una liberación. Quizás, en un banco desmantelado ocupa largas horas en repasar su vida. Tal vez emplea su tiempo en redactar el poema "Voy a dormir":
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.
Va al correo y envía el poema a La Nación. El lunes permanece la noche en vela con su confusión moral. Es probable que se escucharan gritos de rebeldía y palabras de sumisión. Habla consigo misma. Redacta una carta a su único hijo, Alejandro, de 26 años. A la una de la noche sale y va hacia el mar. Sus biógrafos aseguran que saltó al agua desde una escollera. El mito, sin embargo, más poético y más lleno de espíritu, que se internó lentamente en el mar.
Horas más tarde, dos jóvenes obreros que paseaban por la playa La Perla encontraron su cuerpo. Era Alfonsina Storni, una de las más importantes poetas del siglo.
Alfonsina Storni quedó inmortalizada en la canción "Alfonsina y el mar", de Luna y Ramírez:
Por la blanda arena que lame el mar
su pequeña huella no vuelve más,
un sendero solo de pena y silencio llegó
hasta el agua profunda.
Un sendero solo de penas mudas
llegó hasta la espuma.
Alfonsina Storni era géminis del año 1892. Dragón de fuego. Dijo alguna vez: «me llamaron Alfonsina, que quiere decir dispuesta a todo». Nació en un cantón de la Suiza italiana. Su familia se estableció en San Juan y más tarde, en 1901, se mudan a Rosario. Cuando Alfonsina tiene diez años, el negocio familiar es el "Café suizo", donde la niña lava platos y sirve las mesas. Su padre, depresivo y alcohólico, fallece en 1906. Alfonsina, que no para de escribir poemas, trabajó como cocinera y obrera de un taller de gorras. Se dedicó un poco al teatro. Terminó por recibirse de maestra.
A los 19 años ya escribe, recita, y publica en revistas. Y entonces, el amor. Dicen que de una velada literaria en Santa Fe Alfonsina obtuvo un romance y del romance obtuvo, como ocurre con mujeres jóvenes, un hijo, Alejandro, en 1912. Del parto nació otro verso celebrado: Yo soy como la loba, ando sola y me río... El hijo y después yo, y después,...¡lo que sea!
El padre de Alejandro -a pesar de los años, su nombre sigue oculto-, era casado, mayor y periodista.
Madre soltera y feminista, se traslada a Buenos Aires. En 1920 gana el Primer Premio Municipal de Poesía y el Segundo Premio Nacional de Literatura por Languidez. En 1925 sale Ocre. En 1926 se editan Poemas de amor. En 1934, publica Mundo de siete pozos y en 1938, Mascarilla y trébol, el último libro.
Alfonsina Storni, brava vocera de los derechos civiles de la mujer e impulsora de la Sociedad Argentina de Escritores, es generosa en amistades. En 1915 le pide al escritor Leopoldo Lugones que lea unos versos suyos: "Esto que me permito pedirle -escribe- tiene una razón. Mi libro se va a publicar en breve. Yo sé que se me tildará de inmoral".
En 1919 Amado Nervo llega a la Argentina como embajador de su país, y frecuenta las mismas reuniones que Alfonsina. Ella le dedica un ejemplar de La inquietud del rosal. «poeta divino», le escribe.
A Juana de Ibarbourou, a quien conoció en 1920 en Montevideo, le pareció alegre, chispeante, a veces aguda y sarcástica.
En 1922 se cruzó con el cuentista Horacio Quiroga. Aquí hay que detenerse un poco. Le gustó Quiroga. Obvio. La mezcla de desfachatado y bestia trágica de Quiroga era un imán que atraía a las mujeres. Sus biógrafos chismean también sobre la fama de conquistador de doncellas. ¿Calumnias? Observen esta carta de Quiroga: "Anda por Buenos Aires una admirable criatura de dieciséis años, a cuyo recuerdo soy fiel en razón de una noche que cené en su casa, ocupando la larga hora en buscar con mi pie debajo de la mesa lo que, ¡oh Dios!, me fue acordado encontrar con ajeno beneplácito. Aun llegué a bajar la mano, en pretexto de corregir la servilleta, y la coloqué, con la curva precisa, sobre su rodilla, un momento, un solo momento".
Se les vio juntos. Las fotos los muestran divertidos. Su amiga Norah Lange chismea que fue testigo de un juego erótico para chiquillos: Quiroga sostiene en el aire un reloj de cadena al que ambos tienen que besar por sus caras opuestas. En el momento preciso, Quiroga levantó el reloj. Pillín.
Un día la llamó por teléfono la chilena Gabriela Mistral. Deseaba conocerla. Al verla Gabriela quedó sorprendida: «Extraordinaria la cabeza, pero no por rasgos ingratos, sino por un cabello enteramente plateado, que hace el marco de un rostro de veinticinco años». Insiste la poetisa de Vicuña: «Cabello más hermoso no he visto, es extraño como lo fuera la luz de la luna a mediodía. Era dorado, y alguna dulzura rubia quedaba todavía en los gajos blancos. El ojo azul, la empinada nariz francesa, muy graciosa, y la piel rosada, le dan alguna cosa infantil que desmiente la conversación sagaz y de mujer madura».
En el famoso café Tortoni conoció a Federico García Lorca, cuando este fue a Buenos Aires a dirigir su obra Bodas de Sangre, entre 1933 y 1934. Le dedicó un poema, «Retrato de García Lorca»: «Irrumpe un griego /por sus ojos distantes (…). Salta su garganta /hacia afuera /pidiendo /la navaja lunada /aguas filosas (…). Dejad volar la cabeza, /la cabeza sola /herida de hondas marinas /negras…».
En el verano del 1935, supo la temible noticia: tenía cáncer de mama. Fue operada, pero el cáncer continuó. Pasó depresiones. Desde entonces llama al mar en sus poemas y habla del abrazo de la mar y de la casa de cristal que la espera allá en el fondo, en la avenida de las madréporas. El suicidio contagia el ambiente. En 1937 Horacio Quiroga también se enferma de cáncer. Una medianoche toma su ración de cianuro. Alfonsina Storni lo despidió con versos conmovedores: "Morir como tú, Horacio,/en tus cabales, Y así como en tus cuentos, no está mal". Luego Leopoldo Lugones se envenena.
Storni, dragón de fuego, le ruega al mar, su cólera, su fiereza:
Oh mar, dame tu cólera tremenda,
Yo me pasé la vida perdonando,
Porque entendía, mar, yo me fui dando:
"Piedad, piedad para el que más ofenda".
Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza,
¡Aire de mar!... ¡Oh tempestad, oh enojo!
Desdichada de mí, soy un abrojo,
Y muero, mar, sucumbo en mi pobreza.
Al fin, el mar la pidió a ella. Y, en el lugar donde bajó dispuesta a todo, un lunes por la noche, hay una estatua en su honor, que mira el mar.
Escritores y el Mar, 2002
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.
Va al correo y envía el poema a La Nación. El lunes permanece la noche en vela con su confusión moral. Es probable que se escucharan gritos de rebeldía y palabras de sumisión. Habla consigo misma. Redacta una carta a su único hijo, Alejandro, de 26 años. A la una de la noche sale y va hacia el mar. Sus biógrafos aseguran que saltó al agua desde una escollera. El mito, sin embargo, más poético y más lleno de espíritu, que se internó lentamente en el mar.
Horas más tarde, dos jóvenes obreros que paseaban por la playa La Perla encontraron su cuerpo. Era Alfonsina Storni, una de las más importantes poetas del siglo.
Alfonsina Storni quedó inmortalizada en la canción "Alfonsina y el mar", de Luna y Ramírez:
Por la blanda arena que lame el mar
su pequeña huella no vuelve más,
un sendero solo de pena y silencio llegó
hasta el agua profunda.
Un sendero solo de penas mudas
llegó hasta la espuma.
Alfonsina Storni era géminis del año 1892. Dragón de fuego. Dijo alguna vez: «me llamaron Alfonsina, que quiere decir dispuesta a todo». Nació en un cantón de la Suiza italiana. Su familia se estableció en San Juan y más tarde, en 1901, se mudan a Rosario. Cuando Alfonsina tiene diez años, el negocio familiar es el "Café suizo", donde la niña lava platos y sirve las mesas. Su padre, depresivo y alcohólico, fallece en 1906. Alfonsina, que no para de escribir poemas, trabajó como cocinera y obrera de un taller de gorras. Se dedicó un poco al teatro. Terminó por recibirse de maestra.
A los 19 años ya escribe, recita, y publica en revistas. Y entonces, el amor. Dicen que de una velada literaria en Santa Fe Alfonsina obtuvo un romance y del romance obtuvo, como ocurre con mujeres jóvenes, un hijo, Alejandro, en 1912. Del parto nació otro verso celebrado: Yo soy como la loba, ando sola y me río... El hijo y después yo, y después,...¡lo que sea!
El padre de Alejandro -a pesar de los años, su nombre sigue oculto-, era casado, mayor y periodista.
Madre soltera y feminista, se traslada a Buenos Aires. En 1920 gana el Primer Premio Municipal de Poesía y el Segundo Premio Nacional de Literatura por Languidez. En 1925 sale Ocre. En 1926 se editan Poemas de amor. En 1934, publica Mundo de siete pozos y en 1938, Mascarilla y trébol, el último libro.
Alfonsina Storni, brava vocera de los derechos civiles de la mujer e impulsora de la Sociedad Argentina de Escritores, es generosa en amistades. En 1915 le pide al escritor Leopoldo Lugones que lea unos versos suyos: "Esto que me permito pedirle -escribe- tiene una razón. Mi libro se va a publicar en breve. Yo sé que se me tildará de inmoral".
En 1919 Amado Nervo llega a la Argentina como embajador de su país, y frecuenta las mismas reuniones que Alfonsina. Ella le dedica un ejemplar de La inquietud del rosal. «poeta divino», le escribe.
A Juana de Ibarbourou, a quien conoció en 1920 en Montevideo, le pareció alegre, chispeante, a veces aguda y sarcástica.
En 1922 se cruzó con el cuentista Horacio Quiroga. Aquí hay que detenerse un poco. Le gustó Quiroga. Obvio. La mezcla de desfachatado y bestia trágica de Quiroga era un imán que atraía a las mujeres. Sus biógrafos chismean también sobre la fama de conquistador de doncellas. ¿Calumnias? Observen esta carta de Quiroga: "Anda por Buenos Aires una admirable criatura de dieciséis años, a cuyo recuerdo soy fiel en razón de una noche que cené en su casa, ocupando la larga hora en buscar con mi pie debajo de la mesa lo que, ¡oh Dios!, me fue acordado encontrar con ajeno beneplácito. Aun llegué a bajar la mano, en pretexto de corregir la servilleta, y la coloqué, con la curva precisa, sobre su rodilla, un momento, un solo momento".
Se les vio juntos. Las fotos los muestran divertidos. Su amiga Norah Lange chismea que fue testigo de un juego erótico para chiquillos: Quiroga sostiene en el aire un reloj de cadena al que ambos tienen que besar por sus caras opuestas. En el momento preciso, Quiroga levantó el reloj. Pillín.
Un día la llamó por teléfono la chilena Gabriela Mistral. Deseaba conocerla. Al verla Gabriela quedó sorprendida: «Extraordinaria la cabeza, pero no por rasgos ingratos, sino por un cabello enteramente plateado, que hace el marco de un rostro de veinticinco años». Insiste la poetisa de Vicuña: «Cabello más hermoso no he visto, es extraño como lo fuera la luz de la luna a mediodía. Era dorado, y alguna dulzura rubia quedaba todavía en los gajos blancos. El ojo azul, la empinada nariz francesa, muy graciosa, y la piel rosada, le dan alguna cosa infantil que desmiente la conversación sagaz y de mujer madura».
En el famoso café Tortoni conoció a Federico García Lorca, cuando este fue a Buenos Aires a dirigir su obra Bodas de Sangre, entre 1933 y 1934. Le dedicó un poema, «Retrato de García Lorca»: «Irrumpe un griego /por sus ojos distantes (…). Salta su garganta /hacia afuera /pidiendo /la navaja lunada /aguas filosas (…). Dejad volar la cabeza, /la cabeza sola /herida de hondas marinas /negras…».
En el verano del 1935, supo la temible noticia: tenía cáncer de mama. Fue operada, pero el cáncer continuó. Pasó depresiones. Desde entonces llama al mar en sus poemas y habla del abrazo de la mar y de la casa de cristal que la espera allá en el fondo, en la avenida de las madréporas. El suicidio contagia el ambiente. En 1937 Horacio Quiroga también se enferma de cáncer. Una medianoche toma su ración de cianuro. Alfonsina Storni lo despidió con versos conmovedores: "Morir como tú, Horacio,/en tus cabales, Y así como en tus cuentos, no está mal". Luego Leopoldo Lugones se envenena.
Storni, dragón de fuego, le ruega al mar, su cólera, su fiereza:
Oh mar, dame tu cólera tremenda,
Yo me pasé la vida perdonando,
Porque entendía, mar, yo me fui dando:
"Piedad, piedad para el que más ofenda".
Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza,
¡Aire de mar!... ¡Oh tempestad, oh enojo!
Desdichada de mí, soy un abrojo,
Y muero, mar, sucumbo en mi pobreza.
Al fin, el mar la pidió a ella. Y, en el lugar donde bajó dispuesta a todo, un lunes por la noche, hay una estatua en su honor, que mira el mar.
Escritores y el Mar, 2002
lunes, enero 28, 2008
Gabriel García Márquez y la increíble y triste historia del náufrago
Es la primavera de 1957 y el escritor colombiano Gabriel García Márquez —28 años— flanea feliz e indocumentado por el bulevar Saint Michelle de París. De pronto, al otro lado de la calle, ve a Ernest Hemingway (que aún creía que París era una fiesta).
—¡Maaaaestro!, le gritó.
—Adiooos, amigo, le respondió el maestro.
García Márquez lo admiraba desde que leyó El viejo y el mar. El año 1953 el colombiano era un vendedor de libros sin éxito, y estaba con cuarenta grados de calor en un hotelucho de Valledupar —cuya cuenta, por demás, amortizó con libros. No le importó el abrasador calor tropical: la lectura en el número 7 de Life en español "fue un taco de dinamita". Le impactó el estilo sencillo y elegante de narrar. Sobre todo le gustó el escritor vivencial:
"Para llegar a ese pescador temerario de El viejo y el mar, el escritor había vivido media vida entre pescadores; para lograr que pescara un pez titánico, había tenido él mismo que pescar muchos peces, y había tenido que aprender mucho, durante muchos años, para escribir el cuento más sencillo de su vida".
Ahora saben los biógrafos que García Márquez aplicó con excelencia los truquillos formales del relato corto de Hemingway, en un reportaje superlativo, El relato del naufrago.
El naufrago, Luis Alejandro Velasco —20 años—, llegó solito al diario El espectador de Colombia. El director lo mandó a hablar con el reportero estrella, Gabriel García Márquez, que lo entrevistó en largas sesiones y reconstruyó día a día la espléndida historia. Velasco formaba parte de la tripulación del Buque Caldas, de Colombia. Unico superviviente de un accidente en que ocho marinos cayeron la mar del Caribe. Estuvo 10 días a la deriva en una mugrienta balsa sin comida ni agua. Vivió toda la soledad y la angustia, la angustia y la sed que muchos hombres sedentarios no viven en toda su vida. Bregó con las olas, con el mando de la balsa, con los tiburones y Luis Alejandro Velasco —para no perder el juicio— con el control de su mente.
La verdad sobre su aventura se publicó bajo el original titulo de "La verdad sobre mi aventura", en catorce capítulos del diario, escrito en primera persona y publicada con el nombre del náufrago. El relato es encantador, y si yo fuera pomposo diría que es una magistral síntesis de periodismo y literatura. Tuvo un éxito morrocotudo: la gente ama la desgracia ajena con final feliz.
Fue un suceso.
Todos risueños. Menos uno: el déspota colombiano, el general Gustavo Rojas Pinilla.
Cómo ustedes saben, queridos lectores, no se puede bromear con un dictador militar.
Luis Alejandro Velasco se había convertido —a sus veinte años— en un héroe nacional, condecorado por el dictador, nombrado hijo ilustre, usado en los reclames publicitarios de jabones y detergentes y —qué mejor— mimado y besado por las reinas de belleza.
Cómo ustedes saben, queridos lectores, no se puede bromear con un dictador militar.
Luis Alejandro Velasco se había convertido —a sus veinte años— en un héroe nacional, condecorado por el dictador, nombrado hijo ilustre, usado en los reclames publicitarios de jabones y detergentes y —qué mejor— mimado y besado por las reinas de belleza.
Un suceso. Una estrella. Un diamante. Pero.
El náufrago, (aquí viene lo sabroso), la embarró solo.
¿Por qué?
Porque le contó al reportero estrella que el barco militar no había sido objeto de una tormenta. Simplemente las cargas de contrabando que traía el barco militar —neveras, televisores, lavadoras— se soltaron por un bandazo del barco y cayeron con ocho tripulantes al agua.
¿Por qué?
Porque le contó al reportero estrella que el barco militar no había sido objeto de una tormenta. Simplemente las cargas de contrabando que traía el barco militar —neveras, televisores, lavadoras— se soltaron por un bandazo del barco y cayeron con ocho tripulantes al agua.
Entonces, el marino condecorado, el héroe nacional, el hijo ilustre, el ícono publicitario, el diamante, cayó del pedestal de la gloria y le pegaron una patada en el poto: lo echaron de la marina.
—¡Te me vas!, le dijeron.
Ya ven que no se puede bromear con un dictador militar.
El náufrago había develado una bacteria latinoamericana que no hay que jamás develar: la bacteria de la corrupción.
Como ya se entenderá, García Márquez, (Gabo, para los amigos), también tuvo aprietos con los corruptos del matute de neveras, televisores y lavadoras.
La mitología dice, y yo lo repito aquí, que García Márquez salió a un exilio forzado a París por su relato del náufrago.
Sus amigotes eran esos camaradotas que uno siempre recuerda con cariño: le hicieron una estirada fiesta de despedida. La parranda fue tan dilatada que al otro día, por razones obvias que no vale la pena detenerse, García Márquez no escuchó el despertador, se quedó dormido y perdió el avión.
Sus amigotes eran esos camaradotas que uno siempre recuerda con cariño: le hicieron una estirada fiesta de despedida. La parranda fue tan dilatada que al otro día, por razones obvias que no vale la pena detenerse, García Márquez no escuchó el despertador, se quedó dormido y perdió el avión.
Pero, afortunado, el avión se echó a perder y se detuvo en Barranquilla y aprovechó de despedirse de sus otros compañerotes en el bar El Cuervo.
También tuvo una despedida dulce como la miel: se encontró con su eterna novia: Mercedes, la hija del boticario. Con la cara larga y esos ojos de látigo que usan las mujeres cuando están enfadadas le dijo que no le importaba.
—No importa, Gabito, yo te espero.
Creo que algo parecido debe haber dicho la enamorada.
En París García Márquez vivió en un piso séptimo. En realidad, era una buhardilla del averiado hotelucho Flandre, del Quarter Latin, que ya estaba poblado de sudacas pobres e indocumentados.
Así era.
En París, el escritor, futuro Premio Nóbel, futura estrella de las letras: sin trabajo, escribiendo novelas de noche, luchando para conseguirse una botella de vino y un plato de spaghetti y haciendo una movida bohemia entre turcos, franchutes y sudacas. Un patiperro en una ciudad de patiperros.
Fue en esos días de primavera en que patiperreaba por el bulevar Saint Michelle que vio al maestro de 59 años (que aún creía que París era una fiesta) y le gritó maestro. Y el maestro le gritó adioooos amigo. Ambos ya habían escrito una obra marina: El viejo y el mar y El relato del Naufrago.
Hemingway hace poco que ya había ganado el Premio Nóbel en 1954, y García Márquez lo recibiría en 1982. Año 1982. Recordemos: ese año fue al barrio viejo de Estocolmo, la gamla stan, a recibir de las pálidas manos del pálido rey Karl Gustav, el Premio Nóbel, vestido con una guayabera blanca.
Miren lo que son las cosas: ese mismo año se enfrascó en una enojosa disputa con el naufrago.
Flash back o la crónica de un juicio anunciado: en marzo de 1970 se publicó en forma de libro el relato del naufrago con el original título de Relato del Naufrago, bajo la firma de García Márquez. García Márquez le relegó los derechos de autor a Velasco, porque "hay libros que no son de quien los escribe sino de quien los sufre". Desde marzo de 1979 hasta diciembre de 1982, los derechos de la edición castellana le llegaron puntualmente al naufrago.
Pero en 1981 García Márquez leyó una nota en el diario que lo sobresaltó. Se anunciaba la posible realización de una película con el relato del naufrago. Se trataba de una coproducción colombiana-italiana, y daba como posible director al cineasta italiano Francesco Rossi y como protagonistas a dos superstars: Arnold Swazeneger y a la divine Kim Bassinger. Un testigo afirma que el rostro del escritor cambió de expresión.
Pero en 1981 García Márquez leyó una nota en el diario que lo sobresaltó. Se anunciaba la posible realización de una película con el relato del naufrago. Se trataba de una coproducción colombiana-italiana, y daba como posible director al cineasta italiano Francesco Rossi y como protagonistas a dos superstars: Arnold Swazeneger y a la divine Kim Bassinger. Un testigo afirma que el rostro del escritor cambió de expresión.
—Esa película yo nunca la he autorizado, ni la autorizaré, jamás, dijo enfáticamente, remarcando la palabra jamás.
Se notaba que el escritor estaba en sus tiempos de cólera.
A partir de ahí, los derechos de Luis Alejandro Velasco se detuvieron.
A partir de ahí, los derechos de Luis Alejandro Velasco se detuvieron.
"En un momento en el que todavía no podía vivir de mis libros, decidí -por una razón humanitaria- entregarle a Velasco el dinero producto de la venta del libro. Así se hizo hasta que un abogado instó al marino a pelear por los derechos. Es decir, a tener la propiedad intelectual del relato, para poder negociar a su antojo con él, y venderlo, por ejemplo, a un productor de cine o a uno de teatro".
"Me pareció una respuesta poco cortés a la generosidad que había tenido con él. Fue un abuso que no estuve dispuesto a aceptar y, por eso, suspendí la publicación del libro".
Velasco se quejó. "Me da tristeza ver cómo la palabra de un hombre tan importante como García Márquez no se cumpla. Gabo no hubiese podido escribir el libro sin mi concurso, pues en el libro hay léxico mío en un 60 o 70 por ciento".
Luis Alejandro Velasco, como buen marinero, se fue a las manos y resolvió demandar a García Márquez. En febrero de 1984 los jueces finalmente fallaron a favor del escritor. Ahora era el único dueño de los derechos de autor del libro.
El naufrago en su laberinto, por segunda vez, la había embarrado solo.
Desgraciadamente, todos tenemos que morir algún día y el naufrago murió en agosto del 2000. El naufrago, que estuvo tirado diez días en una balsa, estuvo ahora más de diez meses tirado en una cama a causa de un tumor.
Moribundo, Velasco hizo su mea culpa y pidió excusas públicas al escritor.
"Quiero dejarlo muy claro: ahora estoy arrepentido. Le pido perdón a Gabo porque considero que perjudiqué su imagen. Fue por eso que me quitó los derechos. Espero que sea el momento para que las regalías que tú me has cobrado por tanto años me ayuden en los gastos que no sufraga la sanidad de las Fuerzas Militares de Colombia", dijo el hombre que sobrevivió diez días en una balsa sin agua ni comida en el mar del caribe.
Entonces, finalmente, murió.
(Publicado en Escritores y el Mar por Ecoceanos, Santiago, Chile,2002)
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