jueves, enero 31, 2008

Alfonsina y el Mar

El sábado 22 de octubre de 1938 una mujer -46 años- deambula en Buenos Aires hacia la estación de trenes, saca un billete, sólo de ida, para Mar del Plata. Se instala en una modesta residencial con el borroso designio de suicidarse. Se dice -la anécdota es oscura- que está enferma, cansada y anhela la muerte como una liberación. Quizás, en un banco desmantelado ocupa largas horas en repasar su vida. Tal vez emplea su tiempo en redactar el poema "Voy a dormir":

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.

Va al correo y envía el poema a La Nación. El lunes permanece la noche en vela con su confusión moral. Es probable que se escucharan gritos de rebeldía y palabras de sumisión. Habla consigo misma. Redacta una carta a su único hijo, Alejandro, de 26 años. A la una de la noche sale y va hacia el mar. Sus biógrafos aseguran que saltó al agua desde una escollera. El mito, sin embargo, más poético y más lleno de espíritu, que se internó lentamente en el mar.

Horas más tarde, dos jóvenes obreros que paseaban por la playa La Perla encontraron su cuerpo. Era Alfonsina Storni, una de las más importantes poetas del siglo.

Alfonsina Storni quedó inmortalizada en la canción "Alfonsina y el mar", de Luna y Ramírez:

Por la blanda arena que lame el mar
su pequeña huella no vuelve más,
un sendero solo de pena y silencio llegó
hasta el agua profunda.
Un sendero solo de penas mudas
llegó hasta la espuma.

Alfonsina Storni era géminis del año 1892. Dragón de fuego. Dijo alguna vez: «me llamaron Alfonsina, que quiere decir dispuesta a todo». Nació en un cantón de la Suiza italiana. Su familia se estableció en San Juan y más tarde, en 1901, se mudan a Rosario. Cuando Alfonsina tiene diez años, el negocio familiar es el "Café suizo", donde la niña lava platos y sirve las mesas. Su padre, depresivo y alcohólico, fallece en 1906. Alfonsina, que no para de escribir poemas, trabajó como cocinera y obrera de un taller de gorras. Se dedicó un poco al teatro. Terminó por recibirse de maestra.

A los 19 años ya escribe, recita, y publica en revistas. Y entonces, el amor. Dicen que de una velada literaria en Santa Fe Alfonsina obtuvo un romance y del romance obtuvo, como ocurre con mujeres jóvenes, un hijo, Alejandro, en 1912. Del parto nació otro verso celebrado: Yo soy como la loba, ando sola y me río... El hijo y después yo, y después,...¡lo que sea!

El padre de Alejandro -a pesar de los años, su nombre sigue oculto-, era casado, mayor y periodista.

Madre soltera y feminista, se traslada a Buenos Aires. En 1920 gana el Primer Premio Municipal de Poesía y el Segundo Premio Nacional de Literatura por Languidez. En 1925 sale Ocre. En 1926 se editan Poemas de amor. En 1934, publica Mundo de siete pozos y en 1938, Mascarilla y trébol, el último libro.

Alfonsina Storni, brava vocera de los derechos civiles de la mujer e impulsora de la Sociedad Argentina de Escritores, es generosa en amistades. En 1915 le pide al escritor Leopoldo Lugones que lea unos versos suyos: "Esto que me permito pedirle -escribe- tiene una razón. Mi libro se va a publicar en breve. Yo sé que se me tildará de inmoral".

En 1919 Amado Nervo llega a la Argentina como embajador de su país, y frecuenta las mismas reuniones que Alfonsina. Ella le dedica un ejemplar de La inquietud del rosal. «poeta divino», le escribe.

A Juana de Ibarbourou, a quien conoció en 1920 en Montevideo, le pareció alegre, chispeante, a veces aguda y sarcástica.

En 1922 se cruzó con el cuentista Horacio Quiroga. Aquí hay que detenerse un poco. Le gustó Quiroga. Obvio. La mezcla de desfachatado y bestia trágica de Quiroga era un imán que atraía a las mujeres. Sus biógrafos chismean también sobre la fama de conquistador de doncellas. ¿Calumnias? Observen esta carta de Quiroga: "Anda por Buenos Aires una admirable criatura de dieciséis años, a cuyo recuerdo soy fiel en razón de una noche que cené en su casa, ocupando la larga hora en buscar con mi pie debajo de la mesa lo que, ¡oh Dios!, me fue acordado encontrar con ajeno beneplácito. Aun llegué a bajar la mano, en pretexto de corregir la servilleta, y la coloqué, con la curva precisa, sobre su rodilla, un momento, un solo momento".

Se les vio juntos. Las fotos los muestran divertidos. Su amiga Norah Lange chismea que fue testigo de un juego erótico para chiquillos: Quiroga sostiene en el aire un reloj de cadena al que ambos tienen que besar por sus caras opuestas. En el momento preciso, Quiroga levantó el reloj. Pillín.

Un día la llamó por teléfono la chilena Gabriela Mistral. Deseaba conocerla. Al verla Gabriela quedó sorprendida: «Extraordinaria la cabeza, pero no por rasgos ingratos, sino por un cabello enteramente plateado, que hace el marco de un rostro de veinticinco años». Insiste la poetisa de Vicuña: «Cabello más hermoso no he visto, es extraño como lo fuera la luz de la luna a mediodía. Era dorado, y alguna dulzura rubia quedaba todavía en los gajos blancos. El ojo azul, la empinada nariz francesa, muy graciosa, y la piel rosada, le dan alguna cosa infantil que desmiente la conversación sagaz y de mujer madura».

En el famoso café Tortoni conoció a Federico García Lorca, cuando este fue a Buenos Aires a dirigir su obra Bodas de Sangre, entre 1933 y 1934. Le dedicó un poema, «Retrato de García Lorca»: «Irrumpe un griego /por sus ojos distantes (…). Salta su garganta /hacia afuera /pidiendo /la navaja lunada /aguas filosas (…). Dejad volar la cabeza, /la cabeza sola /herida de hondas marinas /negras…».

En el verano del 1935, supo la temible noticia: tenía cáncer de mama. Fue operada, pero el cáncer continuó. Pasó depresiones. Desde entonces llama al mar en sus poemas y habla del abrazo de la mar y de la casa de cristal que la espera allá en el fondo, en la avenida de las madréporas. El suicidio contagia el ambiente. En 1937 Horacio Quiroga también se enferma de cáncer. Una medianoche toma su ración de cianuro. Alfonsina Storni lo despidió con versos conmovedores: "Morir como tú, Horacio,/en tus cabales, Y así como en tus cuentos, no está mal". Luego Leopoldo Lugones se envenena.

Storni, dragón de fuego, le ruega al mar, su cólera, su fiereza:

Oh mar, dame tu cólera tremenda,
Yo me pasé la vida perdonando,
Porque entendía, mar, yo me fui dando:
"Piedad, piedad para el que más ofenda".
Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza,
¡Aire de mar!... ¡Oh tempestad, oh enojo!
Desdichada de mí, soy un abrojo,
Y muero, mar, sucumbo en mi pobreza.

Al fin, el mar la pidió a ella. Y, en el lugar donde bajó dispuesta a todo, un lunes por la noche, hay una estatua en su honor, que mira el mar.

Escritores y el Mar, 2002

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