La historia que les contaré es ominosa.
Un día caminé desde el
centro de Copenhague hasta el cementerio Assistens, el panteón danés donde está la tumba de Kierkegaard, el patriarca
del existencialismo; un danés triste,
hipocondriaco y melancólico.
Kierkegaard era
un danés tan triste como su nombre: Søren Kierkegaard, traducido como Severo
Cementerio.
El primer libro que yo
leí del danés triste fue el “Diario de un Seductor”. Ese libro no me pareció
triste. En cambio, muy entretenido. Ese libro de galantería enrevesada me sirvió
de inspiración cuando yo escribía mis cuentos de mi libro “Memorias eróticas de
una chileno en Suecia”.
El dramaturgo chileno Juan
Radrigán vivió unos días en mi casa de Malmö, en los años 80. Presentó su obra canónica, “Hechos Consumados”
en el clásico Victoriateatern. Una tarde caminamos a la playa de Ribban. Era verano. Hacia calor. El día reluciente. Al
otro lado se veía la ciudad de Copenhague. Radrigán entonces habló de Kierkegaard.
Radrigán había construido un personaje existencialista “con ojos de animal botao”,
el triste y taciturno Emilio, de
su obra Hechos Consumados. Radrigán nunca fue creído o cínico. Sobresale.
Con seguridad, Radrigán, fue el primer y único escritor chileno en descubrir un
Kierkegaard literario.
Primavera de 1837. Kierkegaard.
Copenhague. El 8 o 9 de mayo, en la casa de un compañero de estudios de teología,
un tal Peter Rørdam que tenía
tres hermanas. Una amiga las acompañaba, Regine Olsen de 15 años. Dicen que Regine era realmente hermosa. Aunque sus retratos me
hacen dudar. Cosa de gustos. Quizá confunden su belleza con su buen gusto
en el vestir, su moda elegante, flotante y alegre, su lindo peinado de rulos. De
cualquier modo, bella o muy bella, Regine quedó registrada en la historia
danesa.
Ella 15, él 24.
Tres años después, el
8 de septiembre de 1840, Kierkegaard le propuso matrimonio. Estaban los dos
solos en el salón de la casa de Regine.
—Toca algo en el piano, Regine.
Entonces, de pronto, él agarró la partitura, la cerró con arrebato,
la tiró sobre el piano y le dijo:
—Oh, ¡La música me trae sin cuidado, es a ti a quien quiero,
a quien no he dejado de querer estos dos años!
Kierkegaard le regaló a
Regina un anillo de compromiso, emblema de su amor.
Pero, pronto le acecha
la duda, una lucha interior, una enojosa incertidumbre. Un año después, en el verano del 1841, Kierkegaard pone fin
a su compromiso matrimonial.
Regine primero le rogó con un riff de canción.
—¡No me dejes!
Luego Regine sacó de su pecho una nota escrita por Søren; la
hizo pedazos y le dijo:
—Lo que has hecho es jugar conmigo a un juego atroz.
Le devolvió el anillo.
La comunidad de Copenhague
era muy pequeña, un poco más de cien mil daneses. Un pueblín. Los rumores corrieron
por sus calles de adoquines. Se preguntaron perplejos: ¿Es todo un pretexto? ¿Un
pretexto de qué? ¿De qué huyes, Kierkegaard? ¿De qué estamos hablando?
Parece irracional,
visceral, neurótico o sutilmente ominoso.
¿Auto tormento o añagaza o artificio?
Exasperados, los
daneses murmuraban, tal como ahora se murmura en las hambrientas redes sociales
sobre la separación de Shakira y Piqué.
En casa con su
familia, Søren llora de angustia.
Nadie entendía bien
por qué.
Era un llorón triste. Histrión.
—Me voy a Berlín,
dijo.
Huir a Berlín siempre ha
sido un consuelo para un filósofo o un escritor.
Un metaverso del mejor exilio.
Después, el verano de 1843, Regine se comprometió con el
abogado Johan Frederik Schlegel.
En 1855, Kierkegaard se
desplomó en la calle.
¡Plaf!
Lo llevaron al
hospital Frederik. Murió a los 42
años de tuberculosis el 11 de noviembre de 1855.
En uno de sus dedos el
muerto triste tenía el anillo de compromiso, el emblema del amor. El anillo se conserva
hoy en el Museo de Copenhague, un fetiche danés que ahora es un emblema del
remordimiento.
Kierkegaard fue velado
en la Vor Frue Kirke, la Iglesia de
Nuestra Señora. Hacía frío en Copenhague, ese frío maldito y ese maligno viento
de noviembre. A pesar del frío y el
viento, la juventud espiritual de Copenhague de los círculos literarios llenó
la neoclásica catedral, para despedir al triste y gran escritor. Entre ellos estaba
su vecino, el escritor de cuentos infantiles, hijo de un proletario, el célebre
Hans Christian Andersen.
Un día caminé desde el
centro de Copenhague hasta el cementerio Assistens, el panteón danés. Visité la
tumba donde está enterrado el gran Kierkegaard,
el danés triste, hipocondriaco y melancólico.
Allí descansa también su
ex novia, Regine Olsen, que murió anciana en 1904 a los 82 años; murió sin
olvidar a su ex novio, su pasión de juventud.
Cementerio de grandes
escritores. Allí también está enterrado el otro gran escritor danés, su célebre
vecino, Hans Cristian Anderssen. Los rumores biográficos dicen que H. C. Andersen
también murió casto.
Y más al fondo del
cementerio, la tumba del poeta romántico, Michel Strunge, muerto a los 27 años
y de quien yo he traducido algunos de sus bellos poemas de amor juvenil.
Eso.
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