Rosa Liksom, una autora a considerar.
Estación Gagarin de Rosa Liksom
Imagine señorita, que usted a los 18 años se case con la reina del barrio y, después de 5 años, se encuentre al borde del suicidio. Eso fue lo que me ocurrió a mí. La chica tenía un lindo cuerpo y rasgos faciales impecables. Me enamoré de ella y le pedí que fuera mi esposa. Ella aceptó, nos casamos y ella quedó esperando el primer niño.
Todo estaba en su lugar, tanto en la fertilidad como en la economía. Yo llevaba mi sueldo en un sobre cerrado a mi casa. El niño nació, y con él, la desgracia. Mi esposa comió como un cerdo cebado y yo estuve forzado a trabajar de sobretiempo para poder comprar todas la delicias que ella exigía.
Se veía como ella engordaba.
Se veía como ella engordaba.
Y no sólo eso.
Yo no tenía éxito cuando le pedía que se bañara.
Las onerosas cremas de maquillaje se secaron tranquilamente en el tocador. Su pelo se paraba por miles y su rostro mantuvo siempre un gesto de descontento.
Las onerosas cremas de maquillaje se secaron tranquilamente en el tocador. Su pelo se paraba por miles y su rostro mantuvo siempre un gesto de descontento.
En fin, yo pensé que todo podría cambiar para mejor si teníamos otro niño. Lo hicimos. Ella se puso aún más gorda, no lograba ir a la despensa, y yo estuve obligado -además del trabajo, la pega extra y lo niños-, a cada rato debía llevarle comida a nuestro lecho matrimonial
Ella solo se hinchaba y exigía besos. Pensé pedirle a ella un pequeño favor: Mi amorcito, sería posible que comieras con un poquito más de control y te peinaras el pelo.
Pero no pude decirlo. La habría herido, y yo no lo deseaba, pues la amaba. Me quedé callado, y yo intenté solo evitar los húmedos besos. Los niños crecieron y yo me hundí en la amargura.
Entenderá, mi estimada señorita, que me fue imposible seguir acariciándola y se le paraban los pelos, me amenazaba con correazos y escándalos. Pensó solicitar un helicóptero, tomar a los niños y volar donde su abuela. Quedé asustado y le rogué que no me abandonara. Le prometí mejorarme en todo. Y estuve luego forzado a correr a la pastelería y recoger dos tortas de crema y treinta pastelillos. Y por la noche sentí sus quemantes abrazos. La soporté durante años, por los niños y por mí mismo.
Un día sentí que me debía marchar. Dejé una linda carta en la mesa en la que prometía apoyar a los niños con todo lo que necesitaran. Alcancé a llegar hasta la estación de trenes antes que mi mujer me detuviera. Ella había pedido un camión. Desde el camión gritó con un megáfono que me mataría si yo inmediatamente no volvía con ella. Fue una real zurra que los niños miraron con risa burlona. Eso pasó. Estuve obligado a reconocer que mi mujer está hecha de acero templado y yo mismo de delgada tela. Yo le llevo estos queques y chocolates y me subordino a sus abrazos transpirados.
Ella solo se hinchaba y exigía besos. Pensé pedirle a ella un pequeño favor: Mi amorcito, sería posible que comieras con un poquito más de control y te peinaras el pelo.
Pero no pude decirlo. La habría herido, y yo no lo deseaba, pues la amaba. Me quedé callado, y yo intenté solo evitar los húmedos besos. Los niños crecieron y yo me hundí en la amargura.
Entenderá, mi estimada señorita, que me fue imposible seguir acariciándola y se le paraban los pelos, me amenazaba con correazos y escándalos. Pensó solicitar un helicóptero, tomar a los niños y volar donde su abuela. Quedé asustado y le rogué que no me abandonara. Le prometí mejorarme en todo. Y estuve luego forzado a correr a la pastelería y recoger dos tortas de crema y treinta pastelillos. Y por la noche sentí sus quemantes abrazos. La soporté durante años, por los niños y por mí mismo.
Un día sentí que me debía marchar. Dejé una linda carta en la mesa en la que prometía apoyar a los niños con todo lo que necesitaran. Alcancé a llegar hasta la estación de trenes antes que mi mujer me detuviera. Ella había pedido un camión. Desde el camión gritó con un megáfono que me mataría si yo inmediatamente no volvía con ella. Fue una real zurra que los niños miraron con risa burlona. Eso pasó. Estuve obligado a reconocer que mi mujer está hecha de acero templado y yo mismo de delgada tela. Yo le llevo estos queques y chocolates y me subordino a sus abrazos transpirados.
Traducción mía, de la versión sueca de Tapan Ritamäki
Rosa Liksom, 1958
Seudónimo de Anni Ylävaara. Nació en Ylitornio, en el norte de Finlandia. Desde el año 1985 ha publicado novelas y cuentos donde sus narraciones suelen estar pobladas por personajes desclasados, próximo al submundo , en un ambiente algo llamativo. Rosa Liksom es también dibujante de cómics.
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