Lo he
escuchado por ahí en diferentes lugares del país, y en encuentros de peñas de
escritores se repite que la mejor poesía la están escribiendo las mujeres. La
idea se refrenda de lugar en lugar. El que yo itere ahora, como si fuese un
lugar común, que las damas están haciendo la mejor poesía chilena, quizás
resulte algo inconveniente e irrite a algunos de mis amigos poetas.
Por eso
lo diré bajito.
Nadie
discute que hay aquí buenas poetas, muy conscientes de su rol de contracara a
la poesía masculina: Soledad Fariña, Cecilia Palma, Teresa Calderón, Anita
Montrosis, Alejandra Basualto. En Antofagasta está Marietta Morales, buena
poeta, (aunque algo huraña, como su padre, el llamado Tipógrafo huraño). O la
voz de Viviana Benz radicada en La Serena. Tienen antecedentes en la tradición
condensada y liberadora de Gabriela Mistral de Desolación, o de Delia Domínguez
y su búsqueda de una belleza interior de las “cosas de mujeres”.
En la
Universidad de Concepción conocí a Aida Esther Mora y me traje su “Poemas en el
Café”, editados el 2010. Lo leí y me sorprendí con su poesía fragmentada sobre
desiertos y olvidos y su actitud de maja o de geisha con el amante, de acato
verbal en la tradición de Sor Juana Inés de la Cruz de escribir desde la
oposición: “Debes gozarte y estar orgulloso, porque este poder absoluto que ejerces en mi voluntad debe
envanecerte.”
El sillón mullido
Te envolverá tibiamente,
Como mujer perfumada y felina,
Te invitará a recordar un momento
Sensual,
Te invitará a leer.
Allí está
Aida Esther Mora, escritora de Talcahuano
aunque nacida en Santiago, es directora
de la revista de arte y literatura Artemisa y escribe a fragmentos, a veces sin
títulos, en un solo, largo y pausado poema, sin inocencia, habría que precisar,
sin candidez habría que alertar:
El río baja
Hacia la oscuridad de la noche,
Así como mi sangre
Hacia tu molécula más íntima,
Que te mueve hacia mí,
Como planta sedienta
O estos
versos de contrasello escritos en su cuarto propio con rigor, estos versos carnales,
móviles, corporales y elásticos, y
vitalistas y amenazantes como son las cosas de mujeres:
El hastío suele introducirse por
mis
Faldas,
Se cuela como silencioso y transparente
Virus.
Nada es
inocente. Aida Esther Mora vuela o huye por la levedad de una poesía del aire,
besos de aire, vuelos, vientos, mariposas, alas, pájaros, canto de pájaro. No
nos engañemos. Todo este movimiento es una inteligente perfidia retórica con un
sentido oculto. Es, en realidad -en una versión muy libre de la autora- las
alas de pronto extendidas de una águila hambrienta, una acosadora que domestica
y que obliga a Adonis a procrear "para que el tiempo viva cuando tú mismo estés muerto" (Shakespeare). Las lamentaciones por
Adonis, el amante reacio, y el adiós de
Venus, la mal pensante, el adiós
del dulce abrazo, más que un caricia, que contiene ya dos corazones. Y Venus
sonríe. ¿De qué sonríe Venus?
El golpe de la sangre.
El latido acelerado.
Muchas gaviotas han emprendido
el vuelo.
El cielo se despeja de nubes.
Las ropas caen.
El amor contenido
Será abrazo intenso
Se enfría el viento.
Siguen cayendo las hojas.
Venus se arranca
De uno de los dos corazones
Uno de ellos palidece
Y esto era.
No, esto no era.
Esto es lo que queda.
El sentimiento va y viene
Mientras Venus sonríe desde
lejos.
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