sábado, noviembre 04, 2023

Mi vecino en Malmö Por Omar Pérez Santiago Publicado en Revista Off The Record, N°56, noviembre 2023. Ilustración de Luis Martínez

 


Nunca supe si mi vecino se llamaba Gunnar o Gunnay, pero algunos aseguran que se llamaba Gennar.
Era verano y yo subía la escalera con Ulrika, una sueca que, al subir, mecía una minifalda amarilla ajustada con un cinturón de metal.
Mi vecino Gunnar, (Gunnay o Gennar) abrió la puerta. Tiene 80 años y arrastra los pies. Es algo sordo y vive solo. Todos los días alguien del seguro social le trae una colación que se la deja en la puerta. Mi vecino se gasta su pensión en copete, una vez al mes, pues no le alcanza para más. Ese día se bebe el vodka (aqua vita) y luego discute en voz alta con los animadores de la televisión. 
No entiendo bien lo que dice. 
El viejo tiene un dialecto cerrado y curado, pero se escuchan sus gritos a través de la muralla.
La primera vez que Ulrika escuchó los gritos del viejo estaba semi desnuda en un sillón, mientras yo le besaba un pezón. Como noté que se desconcentró le dije:
—No te preocupes, es Gunnar (o Gunnay, o Gennar)
En la puerta mi vecino se me acerca y por su actitud sumisa sé que va pedirme algo. Me pide, con su jerga endemoniada, que le haga el favor de ir a comprarle una stekkorv, un salchichón, que nosotros llamamos gordas. Una salchicha rica en colesterol, grasienta y de mal olor, pero barata.
Ulrika entró a mi departamento y yo bajé al supermercado. No me molesta ir a comprarle. Yo nunca fui boys scout. Pero de chico, mi madre me enseñó a ayudar a desvalidos.
El viejo me estaba esperando a la vuelta. Su puerta estaba entreabierta. 
Instintivamente entré a su departamento. Decir departamento es una convención que aquí debería ser puesto en cuestión. Les explico. Era un pasillo donde a un lado había una cocinillla y al otro lado un pequeño baño, y de inmediato la única pieza, una sala fétida con una cama, una mesita sobre la que había un televisor portátil, en blanco y negro, y una silla. Pobreza sórdida, seca, visceral.
Miro hacia al otro lado y allí me encuentro con un altar.
¡La puta que lo parió!
El veterano conchesumadre tenía colgado un retrato de Adolfo Hitler, rodeado de flores de plástico y velas encendidas.
El viejo culíao…
—¿Qué es esto? grité.
—No, me dijo, titubeando en su dialecto sueco de lumpen, es es es es basura, que tengo que botar.
—Sí, le dije, y me lo va a botar ahora mismo.
—Sí, sí, dijo el viejo Gunnar, (o Gunnay, o Gunnas) arrastrando las patas.
Pensé que se iba a poner a lloriquear. Ver gimotear a un viejo tonto es lo último que podría aguantar hoy día. Mejor me di media vuelta y me fui.
Hay gente sola que se inventa un amante.
Este vecino se inventó un dios huevón.
Así son las putas cosas de la vida.
En mi departamento Ulrika había preparado un aperitivo.
El aperitivo y su minifalda amarilla me distrajo.
Ya para mí otra cosa no importa.

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