Buenos Aires: distopía cyberpunk anarcocapitalista y sabiduría de vedette
Omar Pérez-Santiago. Revista Off The Record, septiembre 2024.
Dibujos de Luis Martínez Solorza y Emilio Gutiérrez.
El cielo del
puerto de Buenos Aires tiene el color de una pantalla de televisor sintonizado
en un canal muerto. Es septiembre de fría llovizna. La calle Corrientes, la que
nunca dormía, ahora ya no es, ya no es lo que alguna vez fue: esa era dorada de
cabarets donde hombres habitués iban a bailar con las “alternadoras” o
“coperas”, muñecas bravas con vestidos de satén.
Pero hoy la calle Corrientes es un antro sucio, decadente, precario, turbio de sedimentos o residuos culturales. Cientos de pañoleros venden ropas en el suelo.
Hay pobreza.
El puñal del obelisco la desangra sin cesar.
Triste, sí.
Hay un olor a carne cocida y flotantes cardúmenes de basura. Familias bonaerenses hacen de todo para sobrevivir de los despojos. Comedores populares dan de comer a los infantes hambrientos bajo el cielo eléctrico de Buenos Aires.
El hambre, siempre el hambre.
Un padre con un carrito de compras prepara comida para sus chicos, acurrucados el uno junto al otro para evitar el frío. Después el padre les lee un comic de valor y justicia: El Eternauta. La distopía que Oesterheld y Solano crearon en los años 50, y que parece ahora real: sobre Buenos Aires cae una mortal lluvia tóxica, una nevada fosforescente de polvo radioactivo.
Cada uno de
los días más gris que el día anterior. No hay consenso social. La crónica
incertidumbre económica demuele lo que se construyó con esfuerzo. Hoy se agravó
con el inmoral salivazo del actual presidente de Argentina: “podés elegir
morirte de hambre.”
Un trastornado experimento de darwinismo social.
Mientras tanto…
Mientras tanto, en la Quinta de Olivos el presidente de Argentina está feliz en su Retrosexualidad con su nueva novia. Es una mature women, una ex vedette que fue una sensual biscuit y papusa de los gloriosos cabarets. Luce una lencería piel de leopardo con lentejuelas y un tapado de armiño forrado en lamé.
El
presidente vive su retrosexualidad: su ilusión adolescente de libídine con la
que fue la gran cachet del cabaret. Su sueño erótico que lo mareaba de pibe,
cuando ella era diosa de hielo y boca fresca de color carmín.
“Cómo me calentaba!”
La señora ya
no es la papusa del cabaret, pero conserva su simpatía condescendiente. Baja
sus pestañas arqueadas con piedad vanidosa.
Para superar
su disfunción eréctil, el presidente adopta actitud de sexo tántrico,
meditativo. Hace contacto visual con la ex vedette en lencería piel de
leopardo. Respira profundo. Entrada y salida de aire por la nariz, los ojos
cerrados por minutos.
— Conéctate con mi respiración, le ordena a la ex vedette.
Entonces, con la respiración sincronizada, él parece disfrutar.
La sabia ex vedette le sigue el juego.
Al final, la ex vedette quedó algo insatisfecha.
— Tengo la sensación de que algo me faltó, pensó la ex vedette.
Eso pensó, pero no dijo nada.
No se queja. Sonríe. Ya ha visto languidecer el vergel de sus primaveras. La
insatisfacción sexual ya no es su problema.
El
presidente sale del estado tántrico y de inmediato lo publica en twitter.
Luego le
sirve champán bien frappé que la pone mimosa.
Él cojea.
— Tengo un dolor crónico de mi cadera. Por eso renqueo. Y lucho por repararla
con implantes de cyber chips.
— ¿Cómo? preguntó ella.
— Elon Musk, el multimillonario gurú del futuro tecnológico, me ha prometido
mejorar mi cadera y potenciarme en su empresa Neuralink.
— ¿Elon Musk?
— Sí. Ya hay un caso de un hombre con esquizofrenia que fue sanado mediante
modelos cibernéticos. Elon dirigió la operación de alucinación consensuada.
— Oh, mirá, tú…
— Con Elon tenemos una colaboración como un dúo de artistas futuristas,
metafísicos, carismáticos, experimentales.
A ella le dio risa su chamullo lisérgico. Pero de nuevo no dijo nada. Coqueta
bajó sus pestañas bien arqueadas.
Él agregó:
— Yo he viajado a diferentes lugares para realizarme implantes.
— ¿Cyber implantes como RoboCob?
— Sí. Implantes de chips que desafectan la carne. Cromos fundidos sumergidos en
plasma de carbones pirolíticos.
“Como Frankenstein”, pensó la vedette.
Eso pensó, pero tampoco dijo nada.
— Cuando se me cante el orto seré el primer argentino en colonizar Marte en una
nave de SpaceX. Los zurdos pelotudos no lo ven. Si domino el espacio, el black
powder, nada me puede pasar.
— Oh, serás un cyber presidente…
— Sí. Cuando se me cante el orto seré un presidente neuromante. En Argentina
todo estará permitido. Todo se comprará y todo se venderá: los niños, los
órganos, el agua y el aire. Nadie regalará nada. ¡Viva la libertad, carajo!
La vedette tuvo un risueño chispazo sensorial en sus ojos picarescos de
pippermint.
Ella conoce bien el alma de un porteño que se presume bacán.
Lo
deja pasar y finge amor.
“Ñoño”.
Ella pensó decir eso en voz alta.
“Mejor no digo nada”.
Ella optó por beber champán bien frappé. Eso la pone mimosa, como en los
lujosos cabarets de Corrientes y sus rojas cortinas de pana. Una época que, al
parecer, ya no volverá.
El cielo del puerto tenía un color eléctrico.
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