miércoles, noviembre 19, 2025

Volver al futuro. Vivir en un bucle. "Érase una vez un Algoritmo" de Martin Erwig, parece entretenido, pero no lo es del todo.


 Lo compré hoy en la librería del Fondo de Cultura Económica por 12.720 pesos.

Parece un libro entretenido, y al final no. 

O no lo es del todo. A veces denso. Y a veces extenso. A veces, repetitivo.

En 350 páginas, el libro "Érase una vez un algoritmo: Cómo las historias explican la computación" de Martin Erwig trata sobre cómo los algoritmos están presentes en nuestra vida cotidiana y cómo se pueden entender los conceptos básicos de la computación a través de la narrativa y las historias conocidas.

Concepto

El autor, un científico de la computación, argumenta que la computación y los algoritmos son mucho más que solo códigos y computadoras. Un algoritmo es fundamentalmente una rutina o una serie de pasos bien definidos que resuelven un problema recurrente.

Ejemplos Cotidianos: Piensa en actividades diarias sencillas como levantarse, vestirse y desayunar; estas son rutinas que se ejecutan paso a paso para resolver el problema de prepararse para el día. Para un informático, esto es un algoritmo.

Historias para Explicar: Erwig utiliza cuentos, fábulas y narrativas populares como Harry Potter, Hansel y Gretel o Sherlock Holmes para ilustrar y explicar de forma accesible y entretenida conceptos informáticos clave.

Enfoque: El libro ofrece un enfoque accesible y narrativo para desmitificar la informática, para un público amplio que no necesariamente tiene conocimientos de programación.

En esencia, el libro busca que el lector vea el componente algorítmico de su vida y del mundo, mostrando que todo problema puede contarse como un cuento y todo cuento tiene un algoritmo si se mira de cerca.

martes, noviembre 18, 2025

Lete, la diosa que dio nombre al río del inframundo. Allí los muertos beben el agua del olvido. Poema de Göran Sonnevi

 Lete

es una memoria única y coherente
continua
silenciosa, 
infinita, una única fuente.


Göran Sonnevi



La elite interconectada. El libro "El Establishment. Las castas al desnudo" del periodista y activista británico Owen Jones


El libro "El Establishment. Las castas al desnudo" del 2015 del periodista y activista británico Owen Jones es un análisis crítico y de denuncia sobre la estructura de poder que realmente gobierna en las democracias occidentales (con un enfoque principal en el Reino Unido, aunque sus tesis son extrapolables). 

 Tema Central 
El libro trata sobre cómo, detrás de la fachada de un sistema democrático funcional y transparente, opera una red de élites (el Establishment o "la casta") que concentra una cantidad desmedida de poder e influencia, y que actúa en función de sus propios intereses, a menudo a expensas de la mayoría de la población. 
Componentes Clave de la Denuncia 
Jones desmantela y disecciona los diferentes pilares que conforman este Establishment: La Élite Política: Examina cómo la clase política, sin importar el partido, a menudo proviene de entornos educativos y sociales muy privilegiados, creando una desconexión total con la vida de la gente común.

 Los Medios de Comunicación: 
Argumenta que los grandes medios están dominados por intereses empresariales y de la élite, actuando como guardianes ideológicos que promueven el consenso del Establishment y demonizan las voces disidentes o las alternativas de izquierda. 

El Mundo Empresarial y Financiero: 
Muestra la relación simbiótica entre la política y las grandes corporaciones, destacando el fenómeno de las "puertas giratorias", donde los políticos y burócratas de alto nivel pasan a ocupar puestos lucrativos en las empresas que antes regulaban (o viceversa). 

 La Burocracia y el Sector Público Superior: 
Analiza el papel de altos funcionarios y tecnócratas que, independientemente de quién esté en el gobierno, mantienen el statu quo económico y social favorable a la élite. 

 La Justicia y la Policía: 
Sostiene que estas instituciones también forman parte del sistema, a menudo protegiendo los intereses de los poderosos y siendo menos rigurosas con el "delito de cuello blanco" que con las infracciones comunes. 

El Objetivo del Libro 
El propósito de Jones es: 
 Exponer la Ilusión de la Democracia: 
Mostrar que la elección democrática se ha convertido en una especie de "pantomima" donde las opciones reales están limitadas por el poder real del Establishment. 
 Desnudar la Injusticia Económica: 
Demostrar cómo las políticas de austeridad, la desregulación y los recortes a los servicios públicos son decisiones que benefician directamente a esta casta, aumentando la desigualdad. 
 Impulsar el Cambio: Alienta al lector a tomar conciencia de este sistema oculto para poder desafiarlo y crear una democracia más justa y participativa. En resumen, es un libro de periodismo político apasionado y crítico que invita a cuestionar quién tiene realmente el poder en las sociedades actuales.

CITA

"Cuando digo que hay un Establishment, no estoy hablando de una camarilla oculta, de fumadores de puros, sentados en un club de caballeros, que mueven los hilos como titiriteros. Hablo de una red interconectada de élites que, a pesar de sus pequeñas diferencias políticas, comparten un consenso ideológico de fondo. Es un grupo reducido de personas de entornos similares que se mueven por las mismas instituciones: los altos cargos de los medios de comunicación, los políticos, los banqueros, los altos funcionarios y la policía. Sus intereses y su ideología están tan intrínsecamente entrelazados que, sea cual sea el partido que esté en el gobierno, la dirección fundamental de la economía y la sociedad se mantiene inalterada."

sábado, noviembre 08, 2025

Tarde Divina de Invierno, un relato de Omar Pérez-Santiago. Ilustración: Xilografía de Guillermo Martínez





Era una tarde de frío invierno del año 2007. Salí del Hotel Cornavin de Ginebra por la puerta de la esquina. La nieve le otorgaba una azulina claridad a la ciudad.

Mis botas negras crepitaron en la nieve.

Hombres y mujeres caminaban abrigados por la nevada costanera del lago Lemán.

Crucé el río Ródano por el Pont Mont-Blanc y llegué a la Grand Rue, la empedrada peatonal de la Vieille Ville.

Entré a la cafetería Boreal Coffee Shop, bajé la escalera de mármol de quince peldaños, me saqué mis guantes y mi gabán de cuero y mi pañuelo del cuello de color caqui .

Pedí un café chocolate blanco, la nouvelle vogue du café, la especialidad de la casa.

Bebí un sorbo.

De pronto, arriba, al final de la escalera de mármol apareció una mujer y joven, algo menuda — quizá de 20 años— con un corto vestido estampado de Suno fashion, con medias delgadas negras y dos franjas de color intenso. Frente al fondo oscuro de la entrada, su figura se presentó con la ligereza de una flor. Poseía una grata gravidez. Su pie derecho se apoyó en el último escalón, el izquierdo se dispuso a dar el siguiente paso y se bamboleó graciosamente hacia mí y me preguntó:

—¿Eres el pintor argentino, Miguel Caride?

Yo era un pintor conocido y, aunque no vivía en Ginebra, era inevitable que me reconocieran en algunos lugares, pensé.

—Sí.

—Me llamo Alfonsina Báthory.

Ella bajó los ojos verdes y mostró un maquillaje oscuro. Se sacó su abrigo de lino azul. Agitó levemente su mano que tenía un tatuaje de un pequeño dragón y me saludó.  Saludó también a todos los que estaban en la cafetería: al mozo, al señor de la caja, saludó a los de la mesa de adelante y de atrás. Es una auténtica ginebrina, pensé.

—¿Alfonsina?

—Sí. Soy hija de Anna Báthory y tú eres mi padre.

—¿Eh?

—Sí. Nací el año 1987.

Ella sacó su iPhone y con su delgado dedo índice con una uña pintada de negro, me apuntó una foto.

—Ahí estás tú y al lado está mi madre, Anna Báthory.

—Uf, suspiré. Estoy muy joven allí.

—Veinte años menos.

Habían pasado veinte años y yo me había olvidado de tantas cosas.

Alfonsina dejó ver que tenía otro tatuaje con mi  apellido en el brazo izquierdo: “Caride”. Y en el otro brazo decía: “Argentina”.

—¿Me entiendes, Miguel?

Yo no sabía que decir.

—He tenido sueños, donde apareces tú. Miguel.

Pensé que la joven Alfonsina era irónica, lo que no es raro en Ginebra.

Alfonsina le hizo un gesto al mozo y le bromeó por su nuevo corte de pelo. Alfonsina era entretenida, imaginativa y ágil.

—Dame un chocolate blanco, por favor.

Se volvió hacia mí con la misma gracia:

—Hace unos días consulté al I Ching. Intuí que me encontraría contigo.

—¿Crees en las coincidencias y el azar?

—Los acontecimientos están entrelazados.

Dudé, pues soy un argentino de mente analítica y mi edad me arrastra a ser escéptico.

“Estoy en un programa de cámara indiscreta”, pensé.

—No, no estás en una cámara indiscreta —dijo Alfonsina.

“¿Cómo es posible que Alfonsina haya sabido que yo estaba cavilando en eso?”

—Me sale espontáneamente —dijo Alfonsina.

Me echo atrás.

“Me lee la mente”.

Alfonsina me mostró unos dibujos en su iPhone.

Quedé atónito.

Alfonsina había dibujado mi núcleo familiar.

—Ahí están, tus dos hermanas, tus dos sobrinos, tu madre y tu padre.

—Mi padre era vendedor de frascos de perfumes.

—Por eso hueles bien. Mira, aquí está mi abuelo, el mercader con sus frasquitos de fragancias vegetales.

Todo era cierto.

—Qué sorprendente.

Eran mapas audiovisuales de mis laberintos familiares. Fotografías alteradas, animadas con música electrónica; hologramas, una especie de árbol genealógico activado y en movimiento. Alfonsina tomó esas fotos de mis contactos de las redes sociales. Reconstruyó a mi familia Caride en Buenos Aires.

—¡Cuántas historias de mi familia, Alfonsina!

Alfonsina construyó un universo con las apariencias de mi familia argentina, aunque Alfonsina no había estado nunca en mi país, Argentina.

Retrocedí un poco.

—Mamma mía, exclamé.

Sentí pena. Me bajó una rara sensación de querer llorar.

—Estudio audiovisual en la Haute école d’art et de design de Ginebra —dijo ella.

—¿Qué es de Anna, Alfonsina? —dije.

—Mi mamá te amó. Cada cosa tuya permaneció en los recuerdos de mi madre.

—Fue una relación muy breve, Alfonsina.

Yo me puse irremediablemente triste.

—Mi mamá siempre creyó que tú la vendrías a buscar para ir a Argentina. Tú se lo dijiste.

—Sí, lo dije, pero como cordialidad.

—En el amor no existe la cordialidad.

“Una hija me enseña la diferencia entre amor y cordialidad”, pensé.

—Entonces, de verdad, ¿soy tu padre?

—Sí, lo eres. Mira.

Me mostró un anillo que tenía en un alargado dedo de uña negra de la mano derecha.

—Es el anillo que le regalaste a mi madre. ¿No?

—Uh.

—Es cierto, ¿no?

—Sí.

Quedé un momento en silencio. Dudé.

—¿Te debo algo, Alfonsina?

—Sí, me debes.

—¿Qué te debo, Alfonsina?

—El deber paternal.

Alfonsina con graciosa vanagloria se puso a mi lado y tomó una foto con su iPhone.

—Ahora estamos en el ciberespacio. Ya le mandé la foto a mi mamá.

Estoy en un territorio emocional bárbaro.

Voy al baño. Pensé que había visto un fantasma.

Aunque tan corpóreo.

Me miro en el espejo y vuelvo a preguntarme:

¿Tan sensible?

Cuando vuelvo ella me dice:

—Siempre imaginé que eras un hombre de dos caras: uno duro y uno dulce.

—¿Dos caras?

—Sí. Ahora dejaste tu cara dura en el baño.

Me quedo en silencio.

—Me hiciste falta cuando me gradué —dijo ella.

Me fragmenté. Algo me laceró como un relámpago

—Contáme, entonces como fue, papá.

Por primera vez me llama papá.

—Fuimos muy felices con tu madre, Alfonsina.

—A ver, contáme.

—Hace veinte años, un día de junio de 1986, yo estaba en la galería UnDeuxTrois de Ginebra montando mis pinturas para una exposición cuando entró a la galería mi amigo, el pintor uruguayo Liard, con una chaqueta y un sombrero de cuero negro de estilo neoyorquino y dijó:

—¡Murió Jorge Luis Borges, ché! La noticia ya da vuelta el mundo.

—Ché, qué triste.

—A unos pasos de aquí, Ché.

Fuimos a la catedral de Saint Pierre. En  el ataúd de madera caoba  dejamos flores blancas. Se oficiaron los ritos funerarios. Salimos a la plazoleta de adoquines de la catedral. Y allí estaba tu mamá, Anna Báthory. Vestía una faldilla estampada de flores, como las actrices de cine italiano de la década del 50. Fuimos a beber un Martini. En el bar brindamos por Borges. Hablé de todo con tu mamá, de Buenos Aires y del Río de La Plata, de la tolerancia de Ginebra, de la finalidad del arte ambiguo de los años 80, de mis volubles discursos del exilio y el arte. Hablamos de ciertos asuntillos que entonces estaban de moda y hoy obsoletos: Blue Velvet de David Lynch y Matador de Pedro Almodóvar. Tu mamá mencionó a Anaïs Nin, a Virginia Woolf. También mencionó a Alfonsina Storni.

Desde esa noche paseamos abrazados en Ginebra.

Alfonsina Báthory pensó preguntarme por qué yo no me quedé en Ginebra con su mamá.

Ahora fui yo quien adivinó la pregunta y le dije:

—Fuimos muy felices, Alfonsina. Yo era libre.

—¿Qué es ser libre?

—Ser libre es saber que no tenemos un futuro espléndido en otra parte.

Ella sonrió dulcemente.

Pensé ahora preguntarle dónde estaba Anna.

—Es jefa de la biblioteca.

Había una rara conexión telepática. Nos adivinábamos las mentes.

—Vamos, dijo Alfonsina.

—¿Dónde vamos?

—¡De fiesta!

Nos pusimos los abrigos, subimos la escalera de quince peldaños y salimos al frío de Ginebra.

—Llévame —dijo Alfonsina y me pasó su bicicleta.

—¿Segura?

Alfonsina era menuda y ágil y se sentó de un salto al manubrio.

Traté de equilibrarme, me faltaba experiencia.

Ella me condujo verbalmente por una bicisenda.

—Vamos, papá, vamos... A la izquierda..., ahora toma la derecha.

Adquirimos vuelo y estabilidad y comenzamos a rodar y pronto coordiné el pedaleo con la respiración.

El pelo de Alfonsina caía sobre mi rostro.

Con el pedaleo me sentí juvenil.

Alfonsina logró transmitirme su entusiasmo y su alegría.

Doblamos y la calle empezó a ir en bajada.

—¡Cuidado, papaaaaa, cuidado!

Me entró uno de sus pelos en un ojo.

—Frena, freeeeena.

Una ciclista se cruza en la esquina.

Frené. Alcancé a evitar al ciclista que se cruzaba en la bicisenda.

Entramos a una amplia galería de arte donde había una fiesta.

Tocaba una banda rock y unos magos que jugaban con fuego:

Bebimos unos drinks y de pronto alguien dijo:

—La seguimos en el Rhino.

Nos subimos a las bicicletas en columna bulliciosa, mientras cantaban:

Olé, Olé, Olé.

El eco rebotaba en las paredes de los edificios. Estacionamos las bicicletas y entramos a un viejo caserón. Era la casa okupa Rhino (acrónimo de Retour des Habitants dans les Immeubles Non Occupés). Subimos por las escaleras angostas hasta la azotea. Era una fiesta de una colmena vintage de intelectuales jóvenes, una comunidad de diseñadores y artistas experimentales.

Una banda de música balcánica derivó en banda tropical y reggae.

Bailamos alegres toda la noche.

Así, al otro día desperté y pensé que había soñado. ¿Dónde estaba? Estaba solo en una pequeña cama en el pequeño estudio de Alfonsina. En la muralla de la pieza había una pequeña bandera argentina, unos mates y unas estatuillas de greda de Borges y Maradona abrazados como compadritos. Souvenirs de Buenos Aires. Estampitas del obelisco, un folclore argentino. En un anaquel habían frasquitos de perfumes como los que vendía mi padre en Buenos Aires.

Me levanté y corrí la cortina de una pequeña ventana circular. Estaba en un altillo de Ginebra.

Durante la fiesta juvenil me sentí joven, alegre, más liviano.

Alfonsina golpeó la puerta.

—¿Sí?

—¿Papá?

Entró Alfonsina. 

—¿Desayuno?

Tomé el primer sorbo de café. Entró un grato calor del sol por la ventanilla.

—He vivido una cosa muy alegre, hija.

Tomé un sorbo de café. Me topé con un misterioso gesto.

Referir lo que le ocurrió no me es fácil.

Tardé un rato en comprender la importancia en el gesto de Alfonsina. Cuando lo asimilo, me pareció insólito que no hubiera reparado antes.

Alfonsina era una extraterrestre.

Por un gesto inusual, estuve seguro que Alfonsina era una replicante alienígena.

Me reclino entelerido.

—¿Qué pasa, papá?

Ella podía leer mi mente.

Me acerqué a la ventana y vi la ciudad inundada de luz azulina.

Me di cuenta que cuando me muevo, ella tiene más dificultades de leer mi mente. Hay interferencias.

“Debo moverme o no pensar”

—Alfonsina, acompáñame al Cimetière des Rois, le dije.

Bajamos caminado por la rue de la Synagogue. Parece  que ella me guiara, como si yo estuviera en una oscuridad.

Cae nieve sobre Ginebra.

El Cimetière des Rois en su sencillez y decoro protestante estaba nevado y solitario.

El cementerio es austero.

Caminamos a la zona D y a la tumba 735.

La piedra recubierta de hielo dice: Jorge Luis Borges. Debajo de un relieve de unos guerreros vikingos la frase “...and ne forhtedon nà” —”...no tener miedo”.

Damos una vuelta alrededor de la piedra. 

Di un suspiro triste. No tener miedo.

Mi hija Alfonsina está en silencio con las manos atrás, bella y erguida como un orgullo.

—Sé que aborreces los rituales —dijo Alfonsina.

Ella lee mi mente, aunque de modo levemente erróneo.

Sentí que Alfonsina pensó: “me gustaría que me abrazara.”

Entonces, por primera vez, la abracé. 

Ella lloró.

“Mi hija es un alíen”, pensé. 

También es una amapola, un lirio, una violeta, una selva, una ola.

Eso pensé.

¿Esto es ser padre? 

Sentí que en mi alma se abría una grieta, como un viento bravo que vaga dentro de mí.

Eso sentí con su cálido abrazo, al sentir su mano y sus dedos largos con uñas pintadas de negro que me acarician el rostro, mientras ella llora.

Entonces, yo también lloro.


Cuento publicado en el libro Asesinato en Copenhague y otros cuentos, Mago Editores.

Constancia en una calle de Estocolmo

 

Estocolmo.
Intersección de la calle David Bagare con Birger Jarlsgatan.
Hay un adoquín con una inscripción que dice:
"Aquí Ann y Per se conocieron en 1998.
Tienen su Fanny 2001"


 

viernes, noviembre 07, 2025

Frankenstein de Mary Shelley por Guillermo del Toro: película íntima y genial




La madre de Mary Shelley, Mary Wollstonecraft, murió de fiebres posparto el 10 de septiembre de 1797. Mary creció con la carga: con una potente ausencia de su madre en la Inglaterra del siglo XVIII.
La niña crece hasta convertirse en la autora de una de las novelas más famosas que se hayan escrito nunca, Frankenstein o el moderno Prometeo. Sin duda, su deseo desesperado de unos padres comprensivos definió su personalidad, moldeó sus fantasías y cuyo carácter ficticio es también transparente. Produjo la idealización que se manifiesta en su ficción de un monstruo, como una sombra o un reflejo de sí misma. En su novela Frankenstein o el moderno Prometeo en 1818, su portada tenía impresa un epígrafe de El Paraíso perdido de John Milton, en el que un desesperado Adán increpa a Dios:
“¿Te exigí yo, Creador Omnipotente, que me convirtieses de tierra en Hombre? ¿Te solicité para que me sacases de las tinieblas…?"

La primera edición en español de Frankenstein apareció en 1912. La traducción de Luis Costarias se publicó en Argentina (La Nación, Buenos Aires). Siguió siendo la única versión en español hasta que la editorial Ercilla publicó una edición chilena en 1942, traducida por el lingüista, profesor y traductor, Julio Meza Tapia.





miércoles, noviembre 05, 2025

La risa. Ensayo sobre la significación de lo cómico

 

Por Omar Pérez-Santiago



El libro de Bergson de 77 páginas sobre la risa no es precisamente una lectura divertida, se los advierto. Ningún chiste. No es un compendio de bromas.

Sostiene Bergson que, en lo principal, lo cómico surge de lo rígido, de los ambientes estirados, duros. Por ejemplo, y para entender, soltar un pedo en sociedad, rompe la rigidez del ambiente y produce risa de inmediato. Lo que se quiebra es la huevonería. La risa servirí­a para corregir desatinos.

En resumen, consiste en la importancia de saber que estamos vivos, pues hay muchos sujetos que están muertos sin saberlo.

Las mujeres chilenas son muy risotonas, se rí­en más y les gusta, por ejemplo, los chistes con doble sentido. Picaronas. Es lo que yo he aprendido en mi larga relación con mujeres chilenas, pues sí­,  soy chileno. Y ellas se ríen, se ríen de los arrogantes y se rí­en de los solemnes.

En eso Bergson quizá tiene razón. La risa se produce cuando un ambiente es un poquito pedante, un poquito levantado de raja.

Henri Bergson (1859-1941) no fue un cualquiera, fue un influyente filósofo y escritor francés, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1927. Figura importante de la filosofí­a de finales del siglo XIX y principios del XX, representante del vitalismo y el intuitivismo de su época.

El final la vida de Henri Bergson no fue chistosa ni risible. Tuvo un final trágico marcado por la persecución nazi en Parí­s. A pesar de su fama y su premio Nobel, en sus últimos años sufrió las penurias del invierno, la falta de calefacción y la congestión pulmonar que lo llevó a la muerte en 1941.

Las ideas centrales del ensayo "La risa: Ensayo sobre la significación de lo cómico" de Henri Bergson giran en torno a la naturaleza, función y origen social de lo cómico y la risa.

Resumo la teorí­a de Bergson en tres observaciones:

UNO. Sostiene Bergson que lo cómico es exclusivamente humano.

Mmm. Sobre este punto, dudo. Ahora en las redes sociales vemos perros que se rí­en, o parecen reí­rse. ¿El humano es el único ser que se rí­e?

DOS. Sostiene Bergson que la risa requiere una "Anestesia del Corazón":

Hay que tomar distancia. En esto tiene razón. No vale reí­rse cuando uno está picado o resentido, o cuando recién te abandona la novia, entonces no es risa, es sarcasmo. Según Bergson para que lo cómico surta efecto, se necesita una cierta indiferencia o desapego de la emoción y la sensibilidad.

Sostiene Bergson que la risa se dirige a la inteligencia pura

Si la situación nos afecta emocionalmente, si tenemos pena, si sufrimos compasión, deja de ser cómica. La emoción es el mayor enemigo de la risa.

TRES. Sostiene Bergson que la risa es un fenómeno social:

La risa se produce y se siente más fácilmente en grupo; pues tiene una función social.

¿Para qué sirve?

Sostiene Bergson que su principal función es ser una sanción o correctivo social. La sociedad se rí­e de las rigideces, automatismos, distracciones o inadaptaciones de un individuo. Al reírse, la sociedad castiga la falta de elasticidad y adaptación que amenaza la vida social, forzando al individuo a ser más consciente y flexible.

Aunque la risa es buena, según Bergson, parece que hoy el mal humor, ser un desgraciado y emitir opiniones amargas es lo que vende en las redes sociales

Piensen en las dictaduras, la risa como forma de reírse de los pelotudos que nos mandan. Cuando la risa se acalla, la democracia se ve amenazada.

 


Volver al futuro. Vivir en un bucle. "Érase una vez un Algoritmo" de Martin Erwig, parece entretenido, pero no lo es del todo.

 Lo compré hoy en la librería del Fondo de Cultura Económica por 12.720 pesos. Parece un libro entretenido, y al final no.  O no lo es del t...