Estaba una mañana en la esquina de Providencia con Eliodoro Yañez de Santiago mirando las portadas de los diarios en el kiosco. De pronto al lado mío se detiene un señor de bigotes a leer las portadas.
Yo lo apunto con el dedo.
-¿Raúl Ruiz?
-Sí.
-Bienvenido a Chile, maestro.
-Gracias.
Dejaré esta anécdota hasta aquí. Debo ir a comer. Más adelante contaré otro fugaz encuentro con el maestro, esta vez dentro del restaurante El Parrón, de la misma calle Providencia.
He vuelto de la comida y me he traído el café.
Debo apurarme, me juntaré más rato con unos amigos. Hoy es viernes.
Miéchica.
De tanto apurarme no se me ocurre nada.
Ya es sábado por la tarde, me lo pasé durmiendo todo el día. Ayer la tertulia se alargó.
En El Parrón, en la sala de tragos, sillas y mesas de madera (ahora todo lo hacen de metal) estaba sentado Raúl Ruiz. Lo saludé de lejos.
-Grande, maestro.
El maestro sonrió y me levantó la mano. Su mano es grande, no de boxeador, más bien regordeta. Es curiosa esa mano que mueve los dedos como si tocara el piano en el aire. Sonreía, aunque parece que Raúl Ruiz siempre está sonriendo. Parece que sufre la Locura de Demócrito: todo le parece divertido.
Je je je.
Ustedes dirán: mantén un orden, una estructura en tu anécdota.
¿Qué estructura?
¿Relatar con un orden? ¿El orden que Raúl Ruiz llama el Orden de Hoollywood en su libro La Poética del cine?
Ruiz relata urdiendo ideas, entra a cajas chinas, en elucubraciones y vuelve para indicarnos que estuvo allá, al otro lado del espejo. No es cine comercial, cine de entretención: una sola estructura. la dictadura o el monopolio de una sola estructura.
Anoche me senté y bebí una copa, tal vez dos.
Llegué a casa y no pude seguir con la anécdota. Pero pensé o tal vez alguien me lo dijo en la tertulia: ya no se habla de cine, como se hablaba antes.
Exagero, algunos sí, la minoría. La minoría que habla de poesía y no de premios de poesía. El arte tiene un componente de gratuidad.
Ya es domingo y pienso, que utilidad tendrá mañana por mañana, frente a mi jefe, que utilidad tendrá haber leído un poema de Jorge Teillier.
Yo lo apunto con el dedo.
-¿Raúl Ruiz?
-Sí.
-Bienvenido a Chile, maestro.
-Gracias.
Dejaré esta anécdota hasta aquí. Debo ir a comer. Más adelante contaré otro fugaz encuentro con el maestro, esta vez dentro del restaurante El Parrón, de la misma calle Providencia.
He vuelto de la comida y me he traído el café.
Debo apurarme, me juntaré más rato con unos amigos. Hoy es viernes.
Miéchica.
De tanto apurarme no se me ocurre nada.
Ya es sábado por la tarde, me lo pasé durmiendo todo el día. Ayer la tertulia se alargó.
En El Parrón, en la sala de tragos, sillas y mesas de madera (ahora todo lo hacen de metal) estaba sentado Raúl Ruiz. Lo saludé de lejos.
-Grande, maestro.
El maestro sonrió y me levantó la mano. Su mano es grande, no de boxeador, más bien regordeta. Es curiosa esa mano que mueve los dedos como si tocara el piano en el aire. Sonreía, aunque parece que Raúl Ruiz siempre está sonriendo. Parece que sufre la Locura de Demócrito: todo le parece divertido.
Je je je.
Ustedes dirán: mantén un orden, una estructura en tu anécdota.
¿Qué estructura?
¿Relatar con un orden? ¿El orden que Raúl Ruiz llama el Orden de Hoollywood en su libro La Poética del cine?
Ruiz relata urdiendo ideas, entra a cajas chinas, en elucubraciones y vuelve para indicarnos que estuvo allá, al otro lado del espejo. No es cine comercial, cine de entretención: una sola estructura. la dictadura o el monopolio de una sola estructura.
Anoche me senté y bebí una copa, tal vez dos.
Llegué a casa y no pude seguir con la anécdota. Pero pensé o tal vez alguien me lo dijo en la tertulia: ya no se habla de cine, como se hablaba antes.
Exagero, algunos sí, la minoría. La minoría que habla de poesía y no de premios de poesía. El arte tiene un componente de gratuidad.
Ya es domingo y pienso, que utilidad tendrá mañana por mañana, frente a mi jefe, que utilidad tendrá haber leído un poema de Jorge Teillier.
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