jueves, enero 22, 2009

Qlamton

Por Nelson Omara

Qlampton - Parte I
El primer encuentro fue con el simpático ser de cabellera espinuda que con guiño travieso asomado a la ventana de su útero vegetal encuadrado en una viñeta me miraba saludando optimista deseando en tiempos de violencia y negación un convocante ¡Buenos Días!; y sin más, me sumergió sin escafandra en el microcósmico universo vegetal que proponía su prolífico genial habitante Qumz; el alterego, del fugaz artista de la Historieta, Qlampton. Luego de tan ineludible impacto certero valoré la excelencia de su grafía, la valentía coherente del abigarrado trazo minúsculo hasta el infinitesimal encuentro con su nanouniverso. Es la síntesis entre dibujo y escritura en la más excelsa tradición de los Antiguos Maestros Escribas que dominaron el arte de representar la esencia y la materia como una realidad única. Tan universal artista trasciende los espacios y los tiempos conocidos proliferando exponencialmente y, sé, me habita hasta el reencuentro.
Qlampton - Parte II
Coincidí con él en una tocata de Dikuruza en un bar del barrio Bellabestia. Estaba sin estar estando, sentado impertérrito con una cerveza Escudo en la mano y apoyando el brazo en su pierna; silencioso como un buda en silencio. Acompañábamos a los editores de Trauko que ondulaban sus cuerpos al ritmo de la música y de una movida madrileña que nunca llegó acá del todo. Siendo discípulo de mi búdica madre y del culto de hablar sólo cuando las palabras son más hermosas que el silencio muchas veces confundido con la timidez, me restringí a observarle a través de los filamentos de la dermis. Al regresar caminamos acompañándonos, tras nuestro los amigos de la revista que miraban estupefactos la conversación que sucedió. Cuyo contenido nunca supe si les sorprendió. ¿Qué haces?, preguntó. Escribo, le respondí. ¿Te has dado cuenta que los 12 primeros años de vida son los años más importantes en la vida de todas las personas?

Le respondí compartiendo que tuve una infancia muy feliz porque crecí en una fábrica de helados que estaba en un barrio de prostíbulos, gente trabajadora, un castillo con olor a galletas recién horneadas, Sinagoga y terreno eriazo habitado por los ilustrados vagamundos inmortales de antaño. A su vez comunicando dicha me contó que cuando niño vivió en La Serena y que recordaba mucho el faro que allá existe. Conectados seguimos ‘callaminando’. Al cruzar el río por el Puente Pío Nono volvió a hablarme: ¿Te has fijado que hermosas son las puestas del sol en el río Mapocho? Mientras el río cantor arrastraba sus salmonelas, el cielo estallaba en naranjas y salmones para dar pasos a todos los celestes que degradándose en azules se sumergen en la oscuridad de una noche diáfana de primavera iluminada por luces eléctricas y neones.

Qlampton - Parte III
Varios meses más tarde, en una abrigada noche de invierno, en la casa Trauko de Berlín en San Miguel, le encontré absorto finalizando sus interminables “achurados” de una obra imposible de acabar. Le atestigüé guardando admirante silencio. Cuando regresó al levantar la mirada, me saludo diciendo: tú eres escritor. Asentí. Y me dijo con leve sonrisa: ¿te has dado cuenta que los 12 primeros años de vida son los años más importantes en la vida de todas las personas? y agregó, “cuando niño viví en La Serena y me gustaba mucho estar en el faro”. Me convencí que esa era su manera de decir que me recordaba porque le simpaticé. Más avanzada la noche...esa noche le protegí del acoso de un desatinado homosexual que quería seducirle jugando un burdo juego de inteligencia que todavía no se cansa de jugar y, Qlampton, como agradecimiento me mostró el lugar más oscuro de esa casa. Donde mucho tiempo después, Antonio Arroyo –el George Martin de Trauko- fotografió por casualidad a un fantasma, por decir, ó algo así, por no saber como decir.

Qlampton - Epílogo
Una única conversación dicha dos veces de forma idéntica. No es mucho, concluirán. Junto a la agradecida lectura de su obra, para mi lo es. Se trata de un ser singular perteneciente a la leyenda de seres literarios como el Principito de Saint Exupery que de vez en cuando nos visitan para enseñarnos que lo esencial es invisible para los ojos...

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